lunes, 13 de julio de 2020

UN ABUELO EN APRIETOS


Por: Jorge Arturo Abello Gual

UN ABUELO EN APRIETOS.

(...)
Hasta el punto en que, hasta el mismo Don Francisco se preocupaba por resolver las preguntas de Marco, y lidiar con su nieta al mismo tiempo, algo que a Don Francisco no le hacía mucha gracia al principio, y que durante las primeras semanas trató de buscar una manera de evadir esa obligación para tratar de seguir con su estilo de vida. Es malestar que terminó  definitivamente un día en que Marco, Joaquín y Cristina salieron a una fiesta de cumpleaños de un amigo de la infancia de Joaquín, para esto tuvieron que dejar a la pequeña Isabel bajo los cuidados de  sus abuelos. En primera instancia, Doña Sofía se había hecho cargo de todo el trabajo, de cuidar a su pequeña nieta, mientras que Don Francisco yacía en su cama viendo televisión. Pero por una de esas circunstancias de la vida, Doña Sofía que estaba dándole de comer a la niña, tuvo la necesidad urgente de desplegarse en retirada a toda marcha hacia el baño. De esta forma dejó a la niña en la cuna de rapidez y salió disparada para su destino. Al poco rato la pequeña Isabel comenzó a llorar cada vez más fuerte, Don Francisco extrañado llamó a su mujer avisándole que la niña estaba llorando, pero su mujer que se encontraba muy ocupada en sus ‘asuntos’, le dijo: -¡Hay Francisco! no seas tan pesado, y atiende por lo menos una vez a tu nieta, que yo en este momento no puedo. Don Francisco dio muestras de fastidio y pensó en ser indiferente a la situación, pero sin embargo la niña siguió llorando, de tal forma que Don Francisco optó por atenderla. Al entrar en el cuarto, se acercó tímidamente a la cuna, dio una pequeña mirada a su nieta quien guardó silencio al detectar con su mirada, a una extraña figura que se estaba asomando en sus aposentos. Ambos se quedaron inmóviles detallándose con la mirada, pero Don Francisco al encontrar la mirada de su nieta quedó invadido de un extraño hechizo de ternura, que lo hizo abstraerse y dejar de pensar en sus cosas para admirar la belleza de esos ojos negros. Fue así, como recordó las palabras y las indicaciones de Don Rodrigo con respecto a los ojos de los Calderón. Se encontraba tan distraído pensando en esas cosas, que su mente solamente interrumpió su trabajo cuando escuchó esa pequeña carcajada que produjo su nieta, invitándolo a acercarse. Don Francisco no sabía ya que hacer, había casi que olvidado la ternura que producía una niña, y fue de esta forma como recordó el nacimiento de su hija Cristina y el pequeño incidente en donde había dejado a su propio hijo Leonardo olvidado en una gaveta. Todo esto pasaba al mismo tiempo en que Isabel se reía, esperando una caricia de su abuelo, pero a éste le costaba tanto trabajo, que no salía de las indecisiones que lo abrumaban y de los recuerdos que lo distraían. Entre tanto Doña Sofía entró en el cuarto y se conmovió de la situación que estaba observando, pero al mismo tiempo en que decidió acelerar el acercamiento diciendo: -¡Ya vez!, por andar de viejo “agrio”, es que ya no puedes ni siquiera acercarte a este pedacito de ternura, que hace parte de ti. Porque tú eres su abuelo, el hombre que engendró a su madre Cristina en mi cuerpo, con un amor tan grande, del cual sólo queda el recuerdo, porque dudo en reconocer en ti, ni siquiera la quinta parte del hombre con el cual me casé.
Don Francisco refutó el comentario de su mujer, y se disponía a abandonar el cuarto, pero Doña Sofía lo detuvo poniéndole a Isabel en los brazos diciéndole: -Ni creas que vas a dejar el trabajo por la mitad. Ahora te toca dormirla. Y seguidamente desapareció rápidamente por el umbral de la puerta dejando a su marido más que comprometido, encartado con una labor que él había olvidado desde hace años.  Don Francisco no conseguía ni siquiera cargar adecuadamente a Isabel, quién al sentirse maltratada comenzó a llorar, complicándole más la situación al inexperto abuelo. En esta situación tan incómoda recordó una de sus antiguas funciones favoritas; el sentarse a sus hijos en las piernas y ponerse a jugar con ellos. Pero le costó tanto trabajo acomodar a su pequeña nieta en sus piernas, por el estado “enclenque” de su cuerpo de solo meses de vida. Así que decidió acostarla en sus piernas, pero la niña seguía llorando. Don Francisco estaba ya desesperado y trató de pedir ayuda a su mujer o a alguna sirvienta, pero nadie acudía a sus llamados, porque su esposa que se encontraba en el primer piso, ordenó a todas las sirvientas no acudir al llamado de Don Francisco, ni al llanto de Isabel. En el fondo, Doña Sofía trató lo que no había hecho con su marido desde que decidió tomar esa vida de ermitaño, que era el de sensibilizarlo con algo que le produjera algo de ternura, ternura que había perdido ante el “amargo retiro forzoso de su trabajo”.
Mientras tanto Don Francisco se encontraba en serios aprietos porque no hallaba la forma de calmar la “cólera” de su nieta, que jamás se había encontrado entre unas manos tan inexpertas e incapaces de producir alguna caricia. Sin embargo la situación requería de mucha experiencia e ingenio, que era lo que le sobraba a Don Francisco. Sin embargo Don Francisco ya no tenía la ternura, ni la paciencia suficiente para hacer la engorrosa labor de calmar la furia de un bebé molesto. Pero cuando la situación se convertía cada ves más insoportable, donde incluso Doña Sofía estaba a punto de desistir de su estrategia, y ya iba resignada subiendo las escaleras para ir a atender a su nieta y exonerar a Don Francisco de dicha función algo inesperado ocurrió. Don Francisco enfrascado en medio de esa situación tan incómoda hizo un gesto con su cara, que le llamó la atención de Isabel, quien contuvo el llanto por un instante, y  se quedó viendo un rato el rostro extrañado de su abuelo, quién se preguntaba interiormente ¿Que habría pasado? ¿Por que habría parado de llorar la bebé? Pero después de un rato Isabel reanudó el llanto, y al hacerlo Don Francisco repitió el gesto, lo que le llamó nuevamente la atención, volviendo otra vez el silencio a la habitación. Mientras tanto Doña Sofía se encontraba en las escaleras, apreciando el extraño trascender del llanto de su nieta que comenzaba a dejar un buen rato de llorar y que después arrancaba con su desconsuelo a todo pulmón. Hasta que por fin, hubo un momento en que vino la calma total. Extrañada, Doña Sofía se dispuso a averiguar lo que pasaba en la habitación. Al asomarse cuidadosamente por la puerta se encontró con una sorpresa casi que increíble que le arrancó varias lágrimas de sus ojos, su esposo estaba jugando con su nieta, haciéndole muecas mientras ésta estallaba en carcajadas. Todo esto le hacía recordar a Doña Sofía cuando su esposo solía jugar con su hija Cristina, cuando ésta era un bebé,  cuando Don Francisco no estaba tan presionado por el trabajo, y cuando solía vivir intensamente la vida.
Esa noche Don Francisco no solo jugó e hizo que se durmiera su nieta, sino que cayó abatido por el cansancio, con ella encima de su vientre, y así amanecieron juntos hasta el otro día. Al otro día, Don Francisco despertó sobresaltado por los llantos de su nieta, pero después de una buena noche en donde había recordado la importancia de la ternura, y de lograr calmar a punta de caricias y besos la furia de su nieta ya no era cosa de otro mundo. Mientras que Isabel, quién se encontraba como nunca, protegida, segura y sobre todo amada por una persona que había dejado de amar desde hace mucho tiempo, lo que convertía el amor de ese hombre en un privilegio que no todo el mundo disfrutaba desde hace tantos años. Y de esta forma, Don Francisco volvía a integrarse a la vida familiar, por medio de la crianza de su nieta Isabel cuyos ojos lo embrujaron hasta el punto de volver a amar la vida que él había desechado desde hace mucho tiempo. Y así fue que la crianza de Isabel tuvo un factor importante como fue el cariño, la confianza y la experiencia de su abuelo Francisco, que la apoyaba y la “alcahueteaba” en todo lo que su nieta quería. Tan grande fue el amor que despertó Isabel en Don Francisco, que él la convirtió en su máxima heredera, por encima de sus hijos y sus otros nietos, porque en palabras textuales que solía decir Don Francisco: - “Esa niña me devolvió a mi la vida, recordándome lo más hermoso que existe de ella que es volverse a sentir vivo, y por eso no tengo como agradecérselo.”

(...) 


Apartes de la novela:

LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.

CAPITULO I

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Una receta para el corazón de mamá

  Una receta para el corazón de mamá. En el programa de Manolo, estamos aquí transmitiendo desde la casa Vargas Bula, una receta para el cor...