martes, 14 de julio de 2020

EL DOCTOR EMBARGAS. ODONTÓLOGO EXPERTO


Por: Jorge Arturo Abello Gual

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El doctor Embargas, era reconocido por su trabajo, gente de mucho prestigio en la Capital ponía su confianza en él y en su trabajo. Recibía bastante clientela de la más alta clase social de la Capital. El trabajo del doctor Embargas, era bueno y se podría decir que no necesitaba de ningún asistente, pero tenía varios problemas de comportamiento; su forma de tratar era muy jocosa, y al mismo tiempo muy interesante, -sobre todo para el género femenino- entonces con quien fuere que se pusiere a hablar por un rato, no eran los cinco minutos que habitualmente dura una conversación,  porque tenía un don para mantener una charla y además tenía la cualidad de que a cualquier conversación la hacía más interesante. De esta forma, era grande  la dicha del paciente que se ponía a dialogar con él mientras lo atendía, y muy desdichado aquel que le tocaba esperarlo mientras era atendido. Muchas veces dejaba a un paciente con la boca abierta por más de veinte minutos. El paciente que ya lo conocía, buscaba la manera de que él no se saliera de la habitación, entablándole cualquier clase de conversación o formulándole cualquier pregunta. Pero el novato en estas mañas, tenía que sufrir la tradicional espera con la boca abierta, porque siempre salía de la sala de atención con la excusa de haberle puesto el pegante dental, por lo que era necesario esperar un rato para que este se secara, de esta forma aprovechaba el tiempo y se iba supuestamente a atender otro asunto o a traer alguna cosa, y muchas veces era cierto, pero el problema era lo que se podía encontrar en el camino hacia su diligencia, que podía ser otras personas con las cuales duraba un buen rato hablando. En cierta ocasión estaba atendiendo a un licenciado -un juez más exactamente-, en el cual el doctor tenía que hacerle un trabajo de calzas, y mientras lo atendía recibió una llamada telefónica de carácter urgente. Su secretaria se la paso de inmediato, y él le dijo al señor Juez que tuviera la amabilidad de esperarlo un momento mientras atendía esa llamada telefónica, y le dijo: “En este momento le he puesto un poco de pegante, ‘necesito que abra la boca’, porque de lo contrario no se secará. Así que mientras que atiendo la llamada, eso se irá secando, y cuando vuelva le terminaré el trabajo”. Pues bien, el doctor Embargas atendió su llamada telefónica, y con esa medición tan mala que hacía del tiempo, duró unos veinte minutos conversando -ya habiendo acabado el tema que tenía como objetivo la llamada-, luego de colgar el teléfono, emprendió una conversación bastante ‘calurosa’ con su enfermera en la sala de consultas, que en sí, no eran palabras las que se oían en esa conversación, sino puros ruidos. El licenciado, estaba todavía con su boca bien abierta y recostado en su silla –muy juicioso-, hasta que escuchó los ruidos que se producían en la sala de al lado, en su imaginación quedó guardada la “interpretación” de esos ruidos. El Juez se sintió burlado, y enseguida cerró la boca, con tan mala  suerte que el doctor le había aplicado bastante pegante, del cual una parte seguía estando fresco, y al cerrar la boca y morder con fuerza por la rabia, pasó un buen tiempo de sofoco al sentir que dos muelas se le habían pegado. Mientras tanto el doctor, seguía muy ocupado en su conversación con su secretaria, a la cual le estaba practicando una especie de cirugía –aparentemente sin anestesia, ya que se quejaba mucho la pobre-. De pronto se oyeron unos gruñidos extraños de la sala de atención –era el doctor que trataba de despegarse los dientes-, entonces la secretaría le preguntó, -Doctor por casualidad... ¡Ah!... ¡Ay!... ¿Usted no estaba atendiendo a algún paciente antes de contestar la llamada? El doctor Embargas suspendió la ‘operación’, y dijo: “¡Mierda!, Se me olvidó el viejo ese”.  Cuando llegó a la sala de atención, encontró al Juez abriendo y cerrando la boca, cuidadosamente,  con una cara de  tragedia -similar a la de una persona diarreica- ya que apenas había logrado despegarse las dos muelas que le habían quedado pegadas. Al ver al doctor entrando en la habitación con una marca de pintalabios en el cachete, lo “enmuñecó” de inmediato, y le dijo que si quería burlarse de él, había escogido a la persona equivocada, y que  se ateniera a las consecuencias porque lo iba a demandar.
Este suceso al doctor embargas, lo hizo sentar cabeza, además de haberle costado unos cuantos pesos -la sola chancita-, además de haberse desprestigiado profesionalmente, ya que no era la primera vez que hacía esa jugarreta –la de dejar a la gente con la boca abierta-, que más de ser una ‘chanza’ de mal gusto, era una falta de respeto hacia sus clientes y una falta de atención con su trabajo por dejarse arrastrar por las debilidades de la carne, o como el decía: -Por andar haciendo operaciones innecesarias en pleno servicio.
Así pues consiguió contratar a Joaquín para que le ayudara y le cubriera las espaldas, en sus consultas como “odontólogo”. De esta forma, el doctor le asignó una sala desocupada a Joaquín, se la adecuó debidamente, y a trabajar de inmediato. Pero eso sí, toda mujer que llegara al consultorio era atendida por el doctor Embargas, la consulta era bastante demorada, y se extendía a dos veces por semana en cada ‘paciente’, durante un mes. Luego de esto la paciente recibía una fuerte rebaja en la aplicación del tratamiento –y muchas veces le salía gratis el costo, porque el pago se realizaba de otras maneras, (en especie, como decía el descarado)-. Mientras que esto ocurría, la gente en la sala de espera se aglomeraba, esperando su turno, pero al estar Joaquín como odontólogo alternante, el funcionamiento del consultorio iba “viento en popa”.

Durante los primeros tres meses que estuvo Joaquín trabajando con el doctor Embargas, adquirió mucha experiencia no solo como odontólogo, sino en el campo del amor, ya que él no fue indiferente  a aprender las tácticas del doctor, y además de esto, tenía que soportar el mal humor con el que amanecía la secretaria -que entre otras cosas se llamaba Rosita-, a causa de los celos. Además le tocó vivir el matrimonio del doctor Embargas después de los cinco meses de estar trabajando con él. Se casó con una rubia hermosa, el único problema que se le notaba, era un extraño abultamiento en la barriga –decía la secretaria, que tenía tres meses ya-. Rosita lloró tanto ese matrimonio, que Joaquín no sabía de donde le salía el agua para tantas lágrimas. La exótica enfermera  solo se lamentaba de no haber utilizado la misma técnica que uso la mujer que se casó con el doctor. Pero la verdad es que no solo Rosita lloró el matrimonio del doctor, ya que antes del matrimonio fueron muchas mujeres al consultorio, preguntando y cerciorándose de la boda del doctor. Joaquín sentía gran admiración por el doctor Embargas, de su talento para conquistar y seducir a las mujeres, al mismo tiempo que criticaba su actitud desvergonzada e irresponsable.

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Apartes de la novela:

LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.

CAPITULO I

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII


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