viernes, 20 de octubre de 2017

LA SAMARIA CAPITULO IV



Por: Jorge Arturo Abello Gual

CAPITULO  IV



En el último mes antes de terminar el bachillerato Joaquín, esa tranquilidad aparente y esa buena comunicación que había entre él y su padre, fue constantemente interrumpida por discusiones acerca de su futuro de la carrera que iba a cursar en la universidad. Don Rodrigo le pedía a Joaquín que estudiase lo que quisiera, que tratara de culturizarse en la capital, pero que después de eso, regresara y se encargara del negocio familiar, ya que él sería la cabeza de la familia después de su padre y de su tío Cesar, puesto que sus primos eran menores que él. Pero Joaquín por su parte, no le llamaba mucho la atención el ganado, ni el negocio tradicional de su familia, para él lo más importante en esos momentos eran sus estudios universitarios. Su aspiración era llegar a ser un gran profesional, le gustaba la medicina, y estaba en definirse entre cirujano o Pediatra.
Esto contrariaba mucho a Don Rodrigo que veía a su hijo romper con una tradición de más de un siglo. El trataba de persuadir a Joaquín, pero lo único que lograba era fastidiarlo y alimentarle la enfermedad de la adolescencia que es llevar la contraria. Otro problema similar sufría su hermano Cesar, con su hijo Manuel, a quien todavía le restaba un año de bachillerato, pero que también prefería el rumbo de la medicina antes de dedicarse al ganado. Cesar un poco más tosco, le dijo a su hijo que si le gustaba tanto la medicina que se dedicara a la veterinaria, ya que por lo menos de esa manera podría serle útil. Pero lo único que causaba Cesar, con esta proposición era enojar más a Manuel que por llevarle la contraria seguía empecinado por ser medico. Mientras que Don Rodrigo logró resignarse al destino que escogió su hijo al graduarse, porque decía, “Prefiero perder el trabajo de toda una vida, que perder a mi hijo en una parte de ella”.
Joaquín se graduó, y se fue a la Capital a estudiar medicina. Por su parte Don Rodrigo buscó en el trabajo su compañía, de tal forma que propició al crecimiento de su negocio, mejorando la calidad de la producción, hasta el punto que su ganadería obtuvo el auge en toda la región que jamás había tenido en tiempos anteriores. A pesar de ello, Don Rodrigo mantuvo bien firme sus relaciones con los Caballeros, gracias a su perseverancia, a su voluntad de trabajo, su humildad, su justicia y su cooperación.
Mientras su padre hacia prosperar el negocio, Joaquín luchaba en la universidad por estudiar fuerte y aguantar todas las primiparadas que le preparaban sus compañeros. Y en una de esas cosas  de  la vida, mientras iba ocupado en sus trabajos universitarios, pasaba por un parque, leyendo un libro mientras caminaba, cuando sin querer tropezó con cierta persona, que no reconoció sino al detallarla bien, después de la confusión del encuentro. Era nada más y nada menos que Cristina. Ella quedo impávida al verlo, y él saltaba de alegría cuando la reconoció. Pero otra vez la desventura en el amor de los Calderón se interpondría. Después de ese choque accidentado, y después de la alegría del reencuentro, se acercó un joven por detrás de Cristina preguntándole, que quien era ese tipo (Joaquín), y ella no le dio chance a Joaquín de pronunciar  palabra alguna, cuando le dijo a su compañero, que se trataba de un viejo amigo, mientras que a Joaquín le dijo que aquel joven era su novio. El semblante de Joaquín cambió casi que instantáneamente, y en ese momento sintió que el pecho se le abría, y cada músculo de su cuerpo se relajaba sin querer, por la decepción. Joaquín le pidió disculpas, saludó al joven, le preguntó a Cristina que cómo le iba en su vida, a lo cual ella contestó que estaba estudiando en la universidad Tecnológica, a lo que él dio también cuenta de qué estaba estudiando, dando el respectivo nombre de su universidad, y luego de esto se marchó sin despedirse de ella. Ese encuentro que él esperaba que le iba a causar algún daño emocional, no tuvo su efecto, ya que lo asimiló de tal manera que no tuvo ningún inconveniente de estudiar para su primer parcial en la universidad. Su vida transcurrió tranquila y normalmente, tanto que se sacó un cuatro con cinco en ese primer parcial. Algo que no pasó con Cristina, a la cual le impactó mucho el reencuentro, y sufría de remordimiento con el dolor que le había ocasionado a su viejo amor.
Iban pasando los días y Joaquín se amoldaba cada vez más al ambiente universitario, consiguió hacer amistades fácilmente, gracias a su buen rendimiento académico. Al pasar el proceso de introducción a la medicina, le llegó el momento de crisis en su carrera, donde debía escoger qué era lo que en realidad quería hacer, pero al contrario de todos sus temores escogió fácilmente, y se decidió por ser odontólogo. Su decisión desconcertó a su padre que recibió la noticia por teléfono y que lo dejó de una sola pieza, ya que tenía por entendido que su hijo iba a ser un cirujano. Pero luego de escuchar la decisión y la jerarquía con que Joaquín comunicaba su determinación, no tuvo objeción alguna, es más entendió que su hijo ya no podía depender de su autorización, porque la ciudad lo había madurado lo suficiente como para tomar sus propias decisiones, lo cual lo enorgullecía mucho dentro de sí.
Mientras que Joaquín maduraba en la universidad, su primo Manuel seguía teniendo problemas con Don Cesar, que no hallaba ya la forma de controlarlo, ya que cada vez le llevaba más la contraria. Don Rodrigo  tuvo en su casa a Manuel, aconsejándolo bastante tiempo, hasta que encontró el problema, que sin duda era la presión que su hermano ejercía sobre el joven, y que lo tenía bastante confundido. Las cosas se fueron arreglando poco a poco, y Don Cesar fue cediendo. Cuando llegó el grado de Manuel, ya todo estaba en orden, su mentalidad había cambiado un poco, en ese último año, ya era muy astuto y muy rápido en su manera de pensar, su mirada ya reflejaba la ambición que pondría en problemas a toda la familia. Ya no quería estudiar medicina porque decía que con un solo médico en la familia bastaba, y además decía que no quería competir con su primo. El se había decidido por el campo de la administración de empresas. Había cambiado tanto que su primo Joaquín no lo reconocería en su forma de actuar, la presión de su padre lo había hecho cambiar bastante en un solo año. Este cambio fue el que ocasionó, la primera pelea interna entre la familia Calderón, y de esta pelea surgió como salida la venta de la ganadería. Pero eso ocurriría más adelante, cuando los dos primos estuvieron de vuelta en La Samaria dispuestos a ejercer cada uno su profesión. Joaquín después de terminar su carrera como odontólogo, se quedó un año más en la capital, período en el cual su primo Manuel se disponía a realizar su último año de su carrera como Administrador de empresas. Durante ese año que estuvo Joaquín en la capital, después de haber terminado su carrera, se dedicó a comprar los instrumentos  que necesitaba para montar su consultorio. Su padre le enviaba todo el dinero que él pudiese necesitar, pero además de esto Joaquín se empleó como asistente de un prestigioso odontólogo en la Capital, el doctor José María Embargas, con el cual Joaquín pretendía adquirir experiencia. El doctor Embargas, era reconocido por su trabajo, gente de mucho prestigio en la Capital ponía su confianza en él y en su trabajo. Recibía bastante clientela de la más alta clase social de la Capital. El trabajo del doctor Embargas, era bueno y se podría decir que no necesitaba de ningún asistente, pero tenía varios problemas de comportamiento; su forma de tratar era muy jocosa, y al mismo tiempo muy interesante, -sobre todo para el género femenino- entonces con quien fuere que se pusiere a hablar por un rato, no eran los cinco minutos que habitualmente dura una conversación,  porque tenía un don para mantener una charla y además tenía la cualidad de que a cualquier conversación la hacía más interesante. De esta forma, era grande  la dicha del paciente que se ponía a dialogar con él mientras lo atendía, y muy desdichado aquel que le tocaba esperarlo mientras era atendido. Muchas veces dejaba a un paciente con la boca abierta por más de veinte minutos. El paciente que ya lo conocía, buscaba la manera de que él no se saliera de la habitación, entablándole cualquier clase de conversación o formulándole cualquier pregunta. Pero el novato en estas mañas, tenía que sufrir la tradicional espera con la boca abierta, porque siempre salía de la sala de atención con la excusa de haberle puesto el pegante dental, por lo que era necesario esperar un rato para que este se secara, de esta forma aprovechaba el tiempo y se iba supuestamente a atender otro asunto o a traer alguna cosa, y muchas veces era cierto, pero el problema era lo que se podía encontrar en el camino hacia su diligencia, que podía ser otras personas con las cuales duraba un buen rato hablando. En cierta ocasión estaba atendiendo a un licenciado -un juez más exactamente-, en el cual el doctor tenía que hacerle un trabajo de calzas, y mientras lo atendía recibió una llamada telefónica de carácter urgente. Su secretaria se la paso de inmediato, y él le dijo al señor Juez que tuviera la amabilidad de esperarlo un momento mientras atendía esa llamada telefónica, y le dijo: “En este momento le he puesto un poco de pegante, ‘necesito que abra la boca’, porque de lo contrario no se secará. Así que mientras que atiendo la llamada, eso se irá secando, y cuando vuelva le terminaré el trabajo”. Pues bien, el doctor Embargas atendió su llamada telefónica, y con esa medición tan mala que hacía del tiempo, duró unos veinte minutos conversando -ya habiendo acabado el tema que tenía como objetivo la llamada-, luego de colgar el teléfono, emprendió una conversación bastante ‘calurosa’ con su enfermera en la sala de consultas, que en sí, no eran palabras las que se oían en esa conversación, sino puros ruidos. El licenciado, estaba todavía con su boca bien abierta y recostado en su silla –muy juicioso-, hasta que escuchó los ruidos que se producían en la sala de al lado, en su imaginación quedó guardada la “interpretación” de esos ruidos. El Juez se sintió burlado, y enseguida cerró la boca, con tan mala  suerte que el doctor le había aplicado bastante pegante, del cual una parte seguía estando fresco, y al cerrar la boca y morder con fuerza por la rabia, pasó un buen tiempo de sofoco al sentir que dos muelas se le habían pegado. Mientras tanto el doctor, seguía muy ocupado en su conversación con su secretaria, a la cual le estaba practicando una especie de cirugía –aparentemente sin anestesia, ya que se quejaba mucho la pobre-. De pronto se oyeron unos gruñidos extraños de la sala de atención –era el doctor que trataba de despegarse los dientes-, entonces la secretaría le preguntó, -Doctor por casualidad... ¡Ah!... ¡Ay!... ¿Usted no estaba atendiendo a algún paciente antes de contestar la llamada? El doctor Embargas suspendió la ‘operación’, y dijo: “¡Mierda!, Se me olvidó el viejo ese”.  Cuando llegó a la sala de atención, encontró al Juez abriendo y cerrando la boca, cuidadosamente,  con una cara de  tragedia -similar a la de una persona diarreica- ya que apenas había logrado despegarse las dos muelas que le habían quedado pegadas. Al ver al doctor entrando en la habitación con una marca de pintalabios en el cachete, lo “enmuñecó” de inmediato, y le dijo que si quería burlarse de él, había escogido a la persona equivocada, y que  se ateniera a las consecuencias porque lo iba a demandar.
Este suceso al doctor embargas, lo hizo sentar cabeza, además de haberle costado unos cuantos pesos -la sola chancita-, además de haberse desprestigiado profesionalmente, ya que no era la primera vez que hacía esa jugarreta –la de dejar a la gente con la boca abierta-, que más de ser una ‘chanza’ de mal gusto, era una falta de respeto hacia sus clientes y una falta de atención con su trabajo por dejarse arrastrar por las debilidades de la carne, o como el decía: -Por andar haciendo operaciones innecesarias en pleno servicio.
Así pues consiguió contratar a Joaquín para que le ayudara y le cubriera las espaldas, en sus consultas como “odontólogo”. De esta forma, el doctor le asignó una sala desocupada a Joaquín, se la adecuó debidamente, y a trabajar de inmediato. Pero eso sí, toda mujer que llegara al consultorio era atendida por el doctor Embargas, la consulta era bastante demorada, y se extendía a dos veces por semana en cada ‘paciente’, durante un mes. Luego de esto la paciente recibía una fuerte rebaja en la aplicación del tratamiento –y muchas veces le salía gratis el costo, porque el pago se realizaba de otras maneras, (en especie, como decía el descarado)-. Mientras que esto ocurría, la gente en la sala de espera se aglomeraba, esperando su turno, pero al estar Joaquín como odontólogo alternante, el funcionamiento del consultorio iba “viento en popa”.
Durante los primeros tres meses que estuvo Joaquín trabajando con el doctor Embargas, adquirió mucha experiencia no solo como odontólogo, sino en el campo del amor, ya que él no fue indiferente  a aprender las tácticas del doctor, y además de esto, tenía que soportar el mal humor con el que amanecía la secretaria -que entre otras cosas se llamaba Rosita-, a causa de los celos. Además le tocó vivir el matrimonio del doctor Embargas después de los cinco meses de estar trabajando con él. Se casó con una rubia hermosa, el único problema que se le notaba, era un extraño abultamiento en la barriga –decía la secretaria, que tenía tres meses ya-. Rosita lloró tanto ese matrimonio, que Joaquín no sabía de donde le salía el agua para tantas lágrimas. La exótica enfermera  solo se lamentaba de no haber utilizado la misma técnica que uso la mujer que se casó con el doctor. Pero la verdad es que no solo Rosita lloró el matrimonio del doctor, ya que antes del matrimonio fueron muchas mujeres al consultorio, preguntando y cerciorándose de la boda del doctor. Joaquín sentía gran admiración por el doctor Embargas, de su talento para conquistar y seducir a las mujeres, al mismo tiempo que criticaba su actitud desvergonzada e irresponsable.
Después de la boda mientras que el doctor “disfrutaba” su luna de miel con su esposa (embarazada), Joaquín se convirtió en el rey del consultorio, mujeres por aquí y por allá, Joaquín casi que no podía soportar tanto acoso, hasta Rosita –que entre nos, era toda una reina- comenzaba a insinuársele.
En este ambiente, Joaquín buscaba la forma de ajustarse y al mismo tiempo sacar provecho de dicha situación. Todo esto ocurría con gran eventualidad,  hasta que un día, Joaquín recibió una visita inesperada, Rosita le avisó que una señorita de nombre Cristina, estaba a la espera. El no le prestó mucha atención al principio al dichoso nombre, pero luego se puso a pensar en la probabilidad de que esa señorita llamada Cristina, fuera la misma mujer con la que vivió un mes eterno. Estaba pensando en eso, pero descartó de inmediato esa posibilidad al considerarla como una anhelada y remota coincidencia, de tal forma, que cuando la vio entrar en su consultorio, volvió a quedarse impávido como en aquella primera vez que la vio en el colegio. Ella se vio tan afectada como él, ambos fingieron indiferencia y comenzaron a tratarse como dos extraños, duraron sumergidos en una conversación tan absurda, y de la cual ninguno de los dos quería salir, en donde Joaquín trataba de hacerle un diagnóstico bastante superficial, preguntándole sobre que se sentía, desde cuando lo sentía, y que quería hacerse. Pero cuando Joaquín comenzó a examinarla su fuerza se desvaneció y tuvo que darle la espalda, apoyándose en el escritorio. Sentía como si hubiese sido arrollado por un bus, nada de su cuerpo le respondía, tenía un nudo que le comprimía  la garganta. Duró un rato sin moverse, tratando de disimular, hasta que la escuchó llorar. El le volvió a dar el frente extrañado y comprobó su llanto y le dijo: “¿Que le pasa señorita?”.

Ella le respondió: -“Nada doctor. Es que me hizo recordar a un viejo amigo que he estado buscando”.

El le respondió, aparentando fortaleza: -“Pues ya lo encontraste, y ahora dime ¿Para que soy bueno?”.

Ella siguió llorando. Paso un buen rato para que se incorporara y se tranquilizara. Luego Joaquín dijo: -“Supongo que ya te casaste”.

Ella contestó: -“Pues supones bien mal. Estoy viviendo con mis padres todavía. Me enteré por una amiga de que estabas trabajando aquí, y que suplías y ayudabas al doctor Embargas. Quise verte y aquí estoy”.

Joaquín se sobresalto y dijo: -“¿Para qué quieres verme? Para lastimarme. Cada vez que te he visto en esta ciudad, te he visto con un acompañante distinto, y duro horas para recuperarme. Porque han pasado tantos años, pero ese mes eterno y feliz que pasamos juntos, no se ha borrado para nada y sigue haciéndome daño cada vez que trato de entablar una relación con alguna mujer”.

Ella continuó llorando por un buen rato.

Joaquín más calmado le dijo: -“Lo siento... Lo siento mucho. Pero es que aún no he podido olvidarte. Y me duele que tu, si hayas podido hacerlo conmigo”.

-Entre lágrimas Cristina le dijo: “Eso no es cierto. El único hombre que ha habido en mi vida eres tú. Sí, he tenido muchos novios, pero todos, ¡Escúchame bien! Todos han cumplido la función de calmar la soledad que me produce tu ausencia. Y durante tantos años estuve muy afligida, y después cuando llegué a la Capital, y decido por primera vez aceptar a otro hombre, al ver que jamás te volvería a ver, me encuentro nuevamente contigo. Cuando te tropezaste conmigo en ese parque, lo primero que quise fue abrazarte, besarte, y tratar de empezar nuevamente lo que un día dejamos sin terminar. Pero era inútil ya tenía otro compromiso, y no podía ni siquiera expresarte un poquito de amor, porque te hubieras metido en graves problemas con mi novio.”

Joaquín con estas palabras volvió a derrumbarse en el escritorio, y luego dijo en voz baja, con cansancio y  dolor.

-“Hubiese preferido tener un problema con cualquiera. Hubiese preferido que me destrozasen el rostro. Que a resignarme a perder tu amor. Con ese coraje que me ocasionaste hubiese destruido a mil “Gorilas” juntos, sin embargo me vi obligado a utilizar ese coraje para enterrar mi amor, y seguir la vida de sonámbulo que llevo”.

Después de ese tan afortunado evento, se reinició esa relación que comenzó en el Parque Central de La Samaria, que tuvo como duración el mes más largo de toda la historia, y que luego tuvo una interrupción de ocho años y medio, para que luego de dos meses más, de noviazgo, se parasen los dos, frente a un altar, y uniesen sus vidas para toda la eternidad.
Las nuevas noticias de Joaquín volvieron a tomar por sorpresa a Don Rodrigo, quien se sorprendió al principio, y luego se llenó de una inmensa alegría, ya que durante esos seis años que había estado su hijo estudiando en la Capital, exactamente después de su grado no había recibido una noticia que lo alegrara más. Porque durante esos seis años su única forma de vida y por lo tanto su única alegría era el trabajo. 
Y así, Don Rodrigo alistó las maletas y se fue a la Capital, para acompañar a su hijo a pedir la mano de Cristina. Don Rodrigo que después de sus épocas como estudiante, no había visitado la Capital, y en sí no había vuelto a abandonar La Samaria, volvió a hacerlo y esta vez por un motivo muy especial para el ser que más adoraba en este mundo. Jamás en su vida la gente de La Samaria lo había visto tan motivado, es que de repente surgió en él una energía irreconocible que solamente se le había visto cuando todavía era un joven y se atrevió a enfrentar en un juzgado a uno de los Caballeros -la cabeza de la familia en ese entonces-, quien  había acusado a Don Luis Calderón -padre de Don Rodrigo-, de haberse robado de la hacienda de los Caballeros diez reses.
Don Rodrigo enfrentó el Juicio, poniendo la cara por la familia en representación de su padre quién se encontraba en mal estado de salud, ya que apenas se recuperaba de una caída de un caballo. De esta forma Don Rodrigo se enfrentó a la Cabeza de todos los caballeros, -que era contemporáneo con Don Luis- en el juzgado, y demostró elocuentemente la inocencia de la Familia Calderón, argumentando que las reses se habían metido a la hacienda Calderón por una parte del alambrado que se encontraba dañado. Además acusó a los Caballeros de averiar las cercas que limitaban a las dos haciendas, para que el ganado de los Calderón se metiera en sus tierras; acción que llevaron a cabo en dos ocasiones, y en donde Don Rodrigo tenía pruebas de reses con las marcas de la Familia Caballero, que también tenían las marcas de los Calderón, y en donde la marca de los Caballeros se notaban más recientes. De esta forma, fueron presentadas las pruebas, bien argumentadas e investigadas por Don Rodrigo que en esa época solo tenía veinte años, y gracias a esto logró ganar el juicio, y no solo eso, también consiguió que las reses que habían sido hurtadas a la familia Calderón fuesen devueltas, más diez  reses adicionales que la ley decidió otorgarles a los Calderón de parte de los Caballeros  por daños y perjuicios. Luego de haber ganado el juicio, Don Rodrigo iba saliendo por la calle del parque Central, cuando se encuentra con los hermanos caballeros, encabezados por Don Ismael, dispuestos a hacer por la fuerza lo que no pudieron hacer en el campo de la razón. Don Rodrigo se enfrentó a los tres hermanos Caballeros, él solo, por unos cuantos minutos, luego se le unió su hermano Cesar, que estaba por pura casualidad por ahí con unos amigos, y entraron en la disputa. Poco a poco iban creciendo los vinculados a la “muñequera”, armando la segunda pelea más grande de La Samaria, después de aquella que se llevó a cabo por aquel cuento de los “noviecitos”. Pero afortunadamente en ese tiempo ya había policías quienes controlaron la situación y llevaron tanto a los Caballeros, como a los Calderón, junto con otros “sapillos” que se metieron en la pelea, a pasar una noche en la cárcel. Durante esa noche que pasaron todos juntos en la cárcel -todos reventados-, en donde hubo amago de una nueva bronca,  que no ocurrió gracias a que por fin se impuso la razón nuevamente, hasta tal punto en que se hicieron las paces. Después de esos eventos se decía que “Don Rodrigo Calderón, es hombre que se respeta tanto en la pelea, como en la razón”. Es que hasta sin la ayuda de su hermano, él solo, ya había puesto fuera de combate a dos de los tres hermanos Caballeros. Pero los Caballeros no serían los únicos que se toparan con Don Rodrigo, que siempre ha gozado de respeto en toda la Samaria. Una vez un tipo llamado Liborio Avendaño, quien disputó algún día la alcaldía de La Samaria con Don Rodrigo. Comenzó a levantar fuertes agravios e injurias en contra de Don Cesar Calderón, en cuestiones de peleas de gallos, para desprestigiar a los Calderón, y ganar popularidad en la gente. Don Cesar solía apostarle a los gallos cuando era joven y todavía no se había casado. Entre los establos del ganado de su familia construyó un gallinero en donde criaba a unos gallos de pelea. Don Cesar rara vez perdía un combate con sus gallos, y ganaba mucho dinero la mayoría de veces, el cual se lo gastaba en ‘parrandas’ con sus amigos. Liborio Avendaño un foráneo que llevaba cinco años viviendo en La Samaria, tenía un negocio de mercancías, del que vivía muy bien. Sus ambiciones eran la alcaldía de La Samaria, y decía que la obtendría de cualquier forma y por encima de quien sea. Y fue así que de esta forma comenzó a levantar calumnias contra los Calderón. (En ese entonces Don Rodrigo, estaba de noviazgo con Doña Victoria). Las calumnias comenzaron a inquietar al futuro suegro de Don Rodrigo, porque se decía que Don Rodrigo vacilaba con una de las hijas de Don Miguel de Quezada, lo cual estaba afectando la relación con Doña Victoria, quien se sentía burlada. Además Liborio Avendaño se las arregló para hacer ver a toda la gente que Don Cesar Calderón era un vulgar apostador, y que si su hermano llegara a tomar la posesión de la alcaldía, gran parte del dinero de la alcaldía se perdería en las apuestas a los gallos. Con esto ya iba creando una mala atmósfera en contra de los Calderón. Don Rodrigo poco a poco fue recopilando chismes que le iban afectando no solo en su vida política, sino en su vida personal y de su familia. Cuando Don Rodrigo supo quien había sido el artífice de tan vil acto, se dispuso en enfrentarlo y ponerle un ‘pare’ definitivo a esa situación, que él mismo había dejado que trascendiera al pensar que era un asunto de poca importancia. El coraje encendió su mirada profunda, y sus cejas y sus ojos le dieron a su rostro un semblante amenazante. Su madre tuvo mucho miedo, porque jamás había visto esa mirada, una mirada que ni siquiera se la había visto a su propio marido en aquellos  momentos en que lo vio más enardecido. El miedo por aquella mirada fue tal, que  duró toda la noche encomendando a su hijo a la Virgen del Carmen y a Santa Marta para que lo protegiera de cualquier tragedia. Al día siguiente Don Rodrigo se despertó temprano, se tomó un Café con leche, y salió de la hacienda sin comer o tomar más nada. Se dirigió a la plaza, en donde encontró a Liborio Avendaño, sentado en su negocio. Lo llamó en tono amenazante y le dijo: “¡Liborio!, Demuestra que así como hablas peste, sabes mantenerla en firme” la gente se aglomeró en torno a la situación. Liborio salió inseguro. Don Rodrigo volvió a hablarle:

 -“Quiero ver si puedes mantener tu palabra, y me reafirmes todas las calumnias que andas diciendo de mi familia. Quiero que repitas todo lo que andas diciendo de mí, en mi cara, y que las argumentes con pruebas que corroboren lo dicho en cada agravio. Quiero ver si mantienes tu palabra de hombre, si es que lo eres, enfrente de la cabeza de la familia a la cual tú has ofendido, y que está dispuesta a hacerse  respetar hasta la muerte, de toda calumnia que produzcan ‘perros’ como tu”.

 Liborio Avendaño temblaba de ira y de impotencia, dijo que todo lo que había dicho estaba en pie y que por ningún motivo se retractaría. Esto lo dijo como último recurso, con el objetivo  de no desprestigiarse frente al pueblo. Don Rodrigo, no tardó en tirarlo al piso de un puño y estando en él lo ‘encendió’ a patadas. Al quedar saciado de la paliza que le había propinado a su rival, añadió a la acción, otro discurso.

-“Los hombres arreglan sus asuntos personales hablando de frente, y con sinceridad. Y no como las mujeres que chismorrean a las espaldas y después hacen como los perros que ladran y no muerden. Y si es cuestión de salvar el honor lo hacen a puños, y no con calumnias como lo hacen las mujeres y los ‘marícas’”.

Liborio se levantó ‘amolado’ de la zurra. Y de la parte trasera de su pantalón sacó un revolver -un treinta y ocho para ser más exacto-, y apunto hacia Don Rodrigo, diciéndole: “¡Vuelve maldito! Las cosas no se pueden quedar así”. Don Rodrigo dio media vuelta, y miró a Liborio apuntándole con el revolver, y en vez de exaltarse o atemorizarse, siguió tranquilo, es más hasta trató de acercarse a paso calmado diciendo: “Si vas a disparar dispara, yo no soy ningún cobarde que se esconde detrás de una pistola, o que necesita de una, para sentirse más hombre”. Estas palabras hicieron dudar más a Liborio, además ya tenía a la gente encima, porque en La Samaria en ese entonces, todo problema se resolvía a punta de golpes y nunca por medio de las armas. Liborio se sintió a la gente encima y comenzó a apuntarle a todo el mundo. De repente  se asomó una tranca por detrás de Liborio, dándole a este en todo el ‘cocote’. Cayó instantáneamente sobre el suelo tendido e inconsciente. Ya en el suelo y tratando de incorporarse fue linchado por alguna gente que estuvo presente en la acción y luego fue entregado a la policía por la misma. El hombre que le propinó el ‘trancazo’ a Liborio, se quedó hablando con Don Rodrigo, se trataba de un forastero llamado Epifanio Martínez, joven alto y bien fornido. De  buenas vestiduras también, daba aire de gente de bien. Se quedó a felicitar a Don Rodrigo, quien le dio las gracias y le ofreció su amistad. El forastero le dijo que se necesitaba tener mucho coraje para hacer lo que hizo. “Porque todo hombre es valiente detrás de un arma, pero pocos muestran la misma valentía enfrente de una.”
Después de ese suceso Don Rodrigo fue elegido alcalde de La Samaria, y una vez elegido se casó con Doña Victoria. Así como se casaría su hijo con Cristina, un mes después de que Don Rodrigo llegase a la Capital, a acompañar a su hijo a pedirle la mano de su novia. Con la visita el padre de Cristina un señor llamado Francisco Duarte, quedó muy sorprendido ya que no tenía conocimiento de las relaciones de su hija, pero su madre Sofía, si estaba al tanto de la situación, y ella fue la que acabó con la indecisión de su marido para que aceptase la petición de Joaquín. Doña Sofía tuvo que llamar a su esposo aparte para ponerlo al tanto de la situación, y de la misma forma fue la encargada de convencerlo de aceptar la petición de la mano que le hacía Joaquín. Doña Sofía al contrario de su esposo estaba siempre al tanto de las cosas de su hija y en especial los asuntos que tengan que ver con sus novios. Ella sabía desde que vivieron en La Samaria sobre la relación de Joaquín y su hija, porque durante mucho tiempo, le tocó consolar a su hija en las noches por el despecho que le ocasionaba la separación de Joaquín. Doña Sofía no era la suegra difícil e indeseable, al contrario era muy comprensiva y alcahueta, pero para ella el respeto era algo primordial, algo que para ella era la base de toda relación.
Además de la influencia que ejerció doña Sofía, sobre el padre de Cristina, un factor fundamental para que Don Francisco diera su brazo a torcer, fue la presencia de Don Rodrigo, que le infundió respeto, seguridad, y sobre todo seriedad al asunto. Don Francisco alcanzó a conocer bien el prestigio de Don Rodrigo, además la sola presentación de Don Rodrigo como el padre de Joaquín, ya tranquilizaba y descartaba, muchas trabas que Don Francisco podía anteponer para que no se realizara ese matrimonio. La reunión siguió desarrollándose normalmente, Don Francisco sostenía una conversación con Don Rodrigo acerca de la situación de La Samaria, contaban anécdotas que habían vivido los dos en esa ciudad. Don Rodrigo le preguntó a Don Francisco que si pensaba seguir viviendo en la Capital por el resto de su vida. Don Francisco le respondió que la verdad es que no sabía, que estaba a su concepto y a su antojo su estadía en la Capital o un posible traslado a otra ciudad, ya que había alcanzado la jubilación y que por esto no le importaba  más, que la búsqueda de su tranquilidad. Mientras tanto, Doña Sofía conversaba con Cristina y Joaquín, sobre cosas del matrimonio, solo estaban esperando la llegada del hermano mayor de Cristina, Leonardo que era Abogado, y que había confirmado su asistencia esa noche. Leonardo siempre había tenido lapsos amistosos con Joaquín e incluso cuando vivían en La Samaria, salía con él a parrandear, cuando su hermana todavía era novia de Manuel. Cuando Joaquín llegó a la Capital, y se encontró por primera vez con Leonardo, se convidaron a salir, para recordar viejos tiempos, salieron dos o tres veces con sus respectivas acompañantes, que Leonardo conseguía y salían de rumba hasta la madrugada. El problema que surgió era que Leonardo se pasaba de copas y le tocaba a Joaquín llevarlo a su casa, por el estado en que se ponía al tomar de más. Entonces cuando lo regresaba hacia su casa, coincidía con la llegada de Cristina con su acompañante que la dejaba en su casa y de ‘ñapa’ le tocaba admirar el ‘Show’ de la despedida con beso y todo incluido, lo cual no le hacía ninguna gracia a Joaquín, así que prefirió evadir los encuentros con Leonardo para evitar toparse con esas escenas que eran malas para su salud.
Cuando llegó Leonardo a la casa, no llegó solo, trajo a una acompañante. Se le hizo la bienvenida, y se dispuso la mesa con un puesto más. Durante la cena no se habló más que para admirar la sazón de Doña Sofía, pero sus hijos y su marido estaban un poquito incrédulos sobre la "autoría" de esa cena, ya que Doña Sofía sobresalía en muchas cosas, pero la verdad es que la cocina no era su fuerte en ese entonces. Y en efecto ella la había mandado a hacer. Luego de haberse consumido el postre, Don Rodrigo -que estaba sentado al lado derecho de su hijo-, le dio un ‘puntapié’ a Joaquín que se encontraba un poco nervioso sobre las palabras que debería pronunciar. Todos los presentes en la mesa y en especial Cristina y Don Rodrigo esperaban su pronunciamiento, pero él daba rodeos y rodeos tratando de recordar el discurso que había preparado horas antes y que en el momento se le había esfumado de su memoria. El primer puntapié de su padre le recordó el final del discurso. Luego de un rato Don Rodrigo ya preocupado soltó otro ‘puntapié’ y un secreto diciéndole: -¿Que esperas? Ya es hora. Joaquín disimuladamente le respondió entre dientes, que estaba pensando, porque todo lo que había practicado durante dos horas enfrente de su padre se le había olvidado, y que no sabía que hacer. Don Rodrigo le soltó otro secreto diciéndole: -“¡Di Algo rápido! Todo el mundo te espera, Habla lo que se te ocurra, lo único que tienes que hacer es pararte, atraer la atención y si no tienes nada más que decir, ve al grano de inmediato.” Todo el mundo comenzaba a mirarlo en son de espera, lo cual lo ponía más nervioso. Fue entonces cuando vio a su padre dando muestras de dolor disimulado, sobándose la canilla. Joaquín se extraño y le preguntó que le pasaba. En efecto había sido Cristina que había disparado otro puntapié dirigido a su prometido, y que por equivocación se lo dio a Don Rodrigo. Los presentes en la mesa seguían esperando, ya sonaban las nueve, y Joaquín todavía con la mente en blanco. Cristina volvió a soltar otro puntapié, pero volvió a darle a Don Rodrigo, que por motivo de espacio en la mesa tenía su pierna bien junta con la de su hijo. Esta vez no pudo disimular tanto el puntazo, que dio inclementemente con su espinilla. Don Rodrigo sin querer, soltó un quejido, -¡Aahí!-. Cristina se dio cuenta de su error y articuló un perdón mudo para Don Rodrigo. Don Rodrigo ya había encontrado el actor material e intelectual del intento de homicidio en contra de su espinilla. La atención de todos los presentes se centró en el nuevo fenómeno, que estaba ocurriendo debajo de la mesa, que ya había dejado una víctima, pero que ninguno de los presentes  tenía la idea precisa  de que era lo que estaba pasando.  Doña Sofía le preguntó a Don Rodrigo, qué le había ocurrido. Y Don Rodrigo emparapetó la cosa, diciendo que se había golpeado con la pata de la mesa. Cristina desesperada y apenada con su suegro, vio debajo de la mesa, apuntó y disparó otro zapatazo que esta vez sí llegó a su destino. El impacto hizo que Joaquín instantáneamente se levantara, lo cual cortó con la espera de los presentes. Estando de pié, Joaquín se quedó en silencio por unos segundos, aturdido por el golpe, y luego, ya metido a la fuerza en esa difícil situación, comenzó a hablar y poco a poco fue recordando ciertas estrofas del discurso que preparó con su padre en su apartamento de soltero, antes de llegar a la casa de su prometida. Luego del discurso y de la petición de mano que hizo Joaquín, vinieron las palabras de aceptación de Don Francisco. Cuando todos se levantaron para hacer el brindis, Don Rodrigo tuvo muchos problemas para levantarse. Pasó de los dos intentos, pero el dolor en la espinilla se lo impedía, no alcanzaba a ponerse rígido cuando se veía nuevamente sentado en la silla. Necesitó de la ayuda de su hijo, para poder ponerse en pie. Listos para el brindis, todos se empinaron la copa de Champaña. Al hacer esto, a Don Rodrigo le falló la pierna y se fue de espaldas, cayendo al suelo después de hacer una parada fugaz en la silla, que lo acompañó cordialmente hasta el suelo. Todos los presentes, bastante extrañados por el episodio, lo ayudaron a incorporarse, Don Francisco comentó, que si a Don Rodrigo le habían hecho daño los traguitos, que anteriormente se habían tomado. Don Rodrigo contestó que No, que él no era tan guarapero. Entonces vino el pronunciamiento de Cristina confesando la verdad de lo que había pasado. La cuestión le añadió mucho humor a la reunión, que después de ocurrido el suceso fue comentado por un buen rato con muchas carcajadas incluidas. Estaban en esas, cuando se realizó el segundo pronunciamiento en la reunión. Leonardo realizó la presentación oficial de su prometida ante sus padres. Lo cual hizo merecimiento a otro brindis, en donde Don Rodrigo recibió esta vez la asistencia de su hijo para evitar otra posible caída. En esa misma reunión se fijó la fecha para la boda, pero el lugar de la misma, estaba todavía muy confuso. Don Rodrigo ofrecía una gran ceremonia si se realizaba en La Samaria, y si No, se realizaría una ceremonia modesta, en la Capital invitando a los más allegados a la pareja. La decisión fue encomendada a la pareja, para que lo pudieran pensar mejor, y se decidió que fuera una ceremonia modesta en la Capital, ya que ninguno de los dos quería una ceremonia enorme, en donde les tocara gastar demasiada energía, en busca de la alegría de mucha gente desconocida.
Al día siguiente Don Rodrigo invitó al futuro matrimonio (Joaquín y Cristina), a pasar un día por completo con él.  La idea central de Don Rodrigo era salir de compras y brindarle a su hijo todo lo que éste necesitara en su vida matrimonial. Se había ido de La Samaria con un gran capital para invertirlo en el futuro de su hijo. Al principio Joaquín dudó en aceptar el ofrecimiento de su padre, por interpretarlo como un abuso a la generosidad de su viejo. Pero Don Rodrigo lo supo persuadir, diciéndole que el apoyo que le estaba brindando era su deber como padre, y continuaba diciendo: -En que más, podría gastar el dinero que he trabajado durante años, que en mi propio hijo. Además añadió, que ninguna inversión le podría causar más ganancia que el futuro de su hijo. Joaquín aceptó el ofrecimiento de su padre, y le comunicó el deseo de él y de su futura esposa de radicarse después de ese año en La Samaria. Noticia que puso muy feliz a Don Rodrigo, y que le quitó un peso de encima, al verse librado de la soledad que vivía en su tierra. La compra comenzó. Y comenzaron por una buena nevera y accesorios para el hogar de primera mano, no quisieron comprar muebles, porque decían que preferirían comprarlos en La Samaria para ahorrar gastos y problemas de traslado cuando se mudaran. Cristina decía que trataría de convencer a sus padres poco a poco de irse a vivir en La Samaria, ya que la inseguridad en la Capital, ya se venía presentando como un problema fuerte para los padres de Cristina, y más aún si en poco tiempo se quedarían solos, al casarse sus dos hijos. 
Entre tanto a la otra semana el hermano de Cristina, Leonardo definió casarse el mismo día de su hermana, y de esta forma hacer una sola reunión.
Don Rodrigo seguía viviendo con su hijo en la Capital sufriendo un poco con el frío, pero que luego fue asimilando. De vez en cuando le hacia una llamada a su hermano para que le informara de la situación en que se encontraba el negocio en su tierra. Don Rodrigo de todas maneras no dejó de hacerles unas recomendaciones antes de dejar a su hermano y venirse para la Capital con motivo de la boda, para que él, no tuviese tantos problemas con el negocio. En una de estas llamadas Don Rodrigo invitó a su hermano a que asistiese a la boda de su hijo, a lo cual Don Cesar aceptó de inmediato, ya que más que asistir a la boda, quería visitar a su hijo Manuel quien vivía en la Capital y ya cursaba el último semestre de su carrera.
Al mismo tiempo Joaquín seguía trabajando en el consultorio, que había normalizado su funcionamiento con el doctor Embargas ya de vuelta, de su luna de miel y a la cabeza de sus pacientes, un poco más recatado, pero luego de dos meses más volvió a ser el mismo rompecorazones, porque no aguantó la situación en que se veía, por un lado el asedio de sus admiradoras, y por el otro el ayuno que debía tener en su matrimonio con su mujer embarazada. Joaquín le comunicó al doctor sobre sus planes y de paso lo invitó a él y a Rosita, -que vio como se le escapaba el segundo en menos de un mes- a su matrimonio.
 El día de la doble boda, donde ocurrió uno de los percances más usuales que era el retardo de la novia (Cristina), pero que también perjudico al otro novio que era su hermano y que por razones ilógicas tuvieron que salir al mismo tiempo de la casa, y en sí toda la familia salió retardada. Joaquín lucía nervioso, Don Rodrigo y Don Cesar lo tranquilizaban, mientras que Manuel hacia bromas lo cual desestabilizaba a Joaquín. Todo se calmó un poco cuando se asomó una novia en la entrada de la iglesia, pero al fijarse bien se trataba de Natalia, la novia de Leonardo. La cosa se tornaba preocupante, habían dos novios, pero disparejos. La gente presente en la iglesia comentaba, que era lo que pasaba “¿Por qué no entraba la novia si el novio estaba ya esperando?” Otros decían: “Es que falta la otra novia”.  Y con esto, crecía más la confusión. Entonces, se replicaba “¿Cual otra novia?”. Lo que convertía a toda la iglesia en una mar de murmullos. La novia que ya había llegado ya se encontraba llorando. La preocupación crecía, hasta que al fin, llegaron los otros novios y se pudo comenzar la ceremonia, ahora sí cada cual con su pareja.
Cristina lucía hermosa, sin velo nupcial por petición de Joaquín. El vestido hermoso, lucía como toda una diosa, con su pelo rubio y sus ojos claros al descubierto. Por  otra parte la otra novia Natalia, que también se veía muy bonita, contaba con un vestido más sofisticado que llevaba un velo, que contrastaban con la armonía, la presencia y la sencillez de Cristina.
Don Rodrigo recordaba su boda, su esposa Elvira, y los años que estuvo junto con ella y aislado de su hijo. Con esto recordó todos los episodios durante su candidatura como alcalde de La Samaria, y de todas sus experiencias como alcalde. Recordó a Liborio Avendaño que después de su estadía en la cárcel, cerró su negocio que estaba en quiebra ya, por el rechazo de la gente hacia su dueño, y se fue para otros lados. Entre otras cosas Don Rodrigo recordó la fundación del Club La Samaria, donde él ofició como fundador. También recordó los problemas que hubo al realizarse el ya tradicional “homenaje al mar”, donde se realizaban unas fiestas para recordarles a los habitantes de La Samaria y de las regiones aledañas, cual era el orgullo de su ciudad -esa bahía hermosa donde se ubicó la hermosa ciudad de la Samaria-. Una de estas fiestas realizadas en homenaje al mar es muy  recordada por los que la vivieron, y fue cuando se decidió hacer el lanzamiento del equipo profesional de la ciudad -El glorioso Ciclón Bananero-, junto con esta fiesta.
La fiesta dura tres días, y en su último día se hizo el lanzamiento del equipo con un partido amistoso con un equipo famoso en España un tal “Barcelona”, en las horas de la noche. El estadio estaba recién construido, y estaba a reventar. Los habitantes de la Samaria siempre han sido grandes jugadores y fanáticos del fútbol, y con ese evento sus sueños se hacían realidad. Pues bien ya realizados los actos protocolarios, y hecha la escogencia de la cancha, solo faltaba el pitazo inicial, cuando ¡De repente!... Se fue la luz en toda la ciudad que todavía es una costumbre que se vaya el fluido eléctrico-, y en eso se formó tremendo Sambembe en ese estadio, los pícaros se desataron y comenzaron los gritos, mucha gente desesperada, las muchachas gritaban las nalgadas sonaban al ser golpeadas por manos inescrupulosas-, los agarrones estaban a la orden del día. Las garnatadas surgieron y mordiscos en los senos se hacían realidad-. Don Rodrigo que era el Alcalde y organizador del evento comenzó a hablar por un altoparlante para tranquilizar los ánimos. La gente se calmó, al oír hablar a Don Rodrigo. La policía realizó varios operativos para que el orden volviera al lugar, varios salieron detenidos, por ser encontrados “con las manos en la masa”. Se estuvo en silencio por unos minutos oyendo a Don Rodrigo hablar por el Altavoz, al cabo de unos minutos se normalizó la situación. Y se decidió esperar el fluido eléctrico, para realizar la actividad. Eran las ocho de la noche, y el calor con la multitud se hacía insoportable. Se esperaron dos horas más y nada que llegaba. La gente se comenzaba a impacientar y mataba el tiempo comiendo los fritos que los vendedores ambulantes les vendían, hasta que por fin, la luz llegó a las diez y veinte, después de varias llamadas de Don Rodrigo a la Capital, con el fin de que restauraran lo más rápido posible el fluido eléctrico en la Samaria, para que se realizara por lo menos el partido. Ya con el fluido eléctrico, los dos equipos se dispusieron a realizar el gran partido. Las acciones comenzaron y a los quince minutos del primer tiempo el equipo de La Samaria había anotado su primer gol. Una jugada que se inició con una recuperación del lateral Izquierdo del Ciclón, quien se la pasó al volante estrella del equipo con su gran melena rubia en forma de piñata, quien le hizo un pase magistral al diminuto Centro delantero del equipo de La Samaria, quien con un potente disparo de pierna zurda batió al guardameta español. Se estaba imponiendo la garra, que había tenido problemas en quitarles el balón a los españoles durante los primeros cinco minutos del Juego. El estadio estalló de emoción. Sonó la cumbia en forma de celebración. Luego después del gol siguió un lapso de tiempo en donde se vio el dominio casi que absoluto de los españoles, que se jugaban su prestigio y su honor ante el equipo de La Samaria, sin embargo el Ciclón aguantaba a punta de garra. Llegó un momento en que estuvieron a punto de empatar el partido. Pero después el Ciclón reaccionó, y en una jugada maestra del melenudo medio campista, quien volvió a meter otro pase magistral al Didi el otro volante de creación del equipo- quien se había proyectado al ataque, y que después de evadir a dos defensores españoles, metió un potente remate en la parte superior del arco español, dejando sin oportunidad alguna, al portero que se estiró en vano, porque el balón infló de nuevo la red. De esta manera terminó el primer tiempo, con el equipo local ya manejando las acciones y con el resultado del compromiso a su favor. La fiesta en el estadio al son de la cumbia, y al son del helado de leche, rugió como un verdadero ciclón bananero. En ese momento Don Rodrigo recibió, un mensaje de un muchacho, quien le dijo que se dirigiese rápidamente al hospital, que su esposa Victoria estaba a punto de dar a luz. Don Rodrigo se dirigió al Hospital de inmediato, pero no logró llegar a tiempo, porque a su llegada ya su esposa se encontraba junto con su suegra la mamá de Don Rodrigo- con Joaquín en brazos. Después de ese día, Don Rodrigo se había convertido en un padre feliz y contento, y al preguntar que: ¿Cuánto había terminado el partido? La gente le respondía con la mano extendida, que significaba un cinco por cero a favor del Equipo de la Samaria. Todo el país comentó la gloriosa hazaña del equipo de la Samaria, y se comentó mucho más aún cuando el equipo español siguió su gira por todo el país enfrentando a los equipos de diferentes ciudades, donde arrasó con todo equipo que se le pusiese enfrente. De esta forma, con más confianza en sí, los españoles decidieron pedirle la revancha al Ciclón Bananero. Pero en su nuevo compromiso volvieron a caer y lo más curioso fue que perdieron por el mismo marcador. Pero una cosa fue lo que el Ciclón le hizo al Barcelona y otra cosa muy diferente era lo que hacía ese equipo en el torneo de su país, a la postre tantos años de existencia y solo había logrado un título, acompañado de muchas campañas muy malas.

*                    *                *                  *    

La ceremonia en la iglesia seguía desarrollándose normalmente, mientras Don Rodrigo seguía repasando en su mente, páginas de su vida. Llegó el momento en el cual el padre dice: “Ya puede besar a la novia”. Y mientras, Joaquín atacaba los labios de Cristina amorosamente, Leonardo no conseguía deshacerse del velo nupcial de Natalia. Ese fue mucho velo indomable, que no cedía, por más intentos desesperados que hacía Leonardo y hasta la misma Natalia, la razón era que la suegra de Leonardo acomodó dos alfileres y un par de costuras que aseguraban que ni el velo, ni la parte superior del vestido se fueran a salir de su sitio. La gente daba muestras de burla frente al episodio. Y mientras Leonardo luchaba con el velo, su suegra se hallaba satisfecha de su primera acción en contra de su yerno.
Luego llegados al sitio de la ceremonia de bodas, otros accidentes pasaron. El lugar era un gran salón dentro de un centro ejecutivo que se alquiló y se adaptó a las circunstancias por parte de Don Francisco y Doña Sofía. Durante la limpieza del sitio Doña Sofía decidió que se le echara cera al piso para que tuviera realce. Y en el proceso de restriegue cierto sitio, quedó con abundante cera. De esta forma en plena celebración varios fueron víctimas fatales de la trampa del piso resbaloso. Pasaron de diez las víctimas de la fatal trampa, todas caían “patas arriba” en el piso, y luego se incorporaban aprisa, buscando pasar desapercibidos y para pasar el dolor de la caída a otro lugar, donde trataban de aliviar el dolor con sobes o con hielo. La cosa era tan graciosa que los pocos niños que fueron a la reunión se sentaron en frente del piso encerado muy juiciosos, esperando que alguien se cayera para reírse y así pasar el momento que para ellos es tan formal que lo hace demasiado aburrido. Las carcajadas infantiles ponían en descubierto a las víctimas quienes luego de levantarse adoloridos regañaban a los niños como si ellos fueran los culpables de la situación bochornosa.
Pasada las doce, no se les volvió a ver  a ninguna de las dos parejas, así que se dio por terminada la fiesta. Los novios aparecieron después de una semana, tan campantes y sonantes, después de su luna de miel que pasaron en una ciudad vecina considerada como un centro turístico por el ambiente que brindan a los visitantes, por su paisaje típico y su gente acogedora y servicial. Y así después de su regreso (y de tan arduo y agotador trabajo nocturno) procuraron seguir su nueva vida en parejas.
Don Rodrigo regresó a La Samaria, y Joaquín continuó viviendo durante el resto del año en la Capital. Durante ese tiempo Joaquín y Cristina vivieron juntos como pareja en el aparta-estudio, que le había comprado Don Rodrigo a Joaquín para que pudiese estudiar en la Capital. El apartamento era pequeño, solo tenía dos habitaciones antecedidas de un pequeño pasadizo, la una  que estaba ya destinada para ser un estudio que se encontraba a la derecha del pasadizo, con vista a la calle y con buena iluminación, con su respectivo escritorio y su estante de libros, que nadie supo como lo metieron entre tanta estrechez. El otro cuarto era la recámara, ubicada a la izquierda y al fondo del pasadizo, con una cama doble, con sus mesitas de noche y un armario para la ropa. Y como siempre, el baño con su respectiva ubicación “al fondo y a la derecha”, al lado del cuarto de estudio. La sala era lo más grande del apartamento, porque en ese apartamento el comedor quedó totalmente suprimido, por una especie de barra de taberna, que compaginaba con el mesón de la cocina, que entre otras cosas no se usaba mucho, porque Joaquín en su soltería comía  afuera y a la cocina  solo iba a buscar agua o en su defecto cerveza.
Cuando Cristina llegó al apartamento comenzó a hacer algunos arreglos y adaptaciones, dándole ese toque femenino, que a cualquier cosa fea la convierten en algo ‘coqueto’. El cambio de ese ambiente fue bastante radical, ya que dejó de ser un apartamento gris, sin adornos y sin mucho atractivo, a ser un lugar colorido y ameno para cualquier persona. En  esos momentos es cuando el hombre se da cuenta que ya no vive solo, y que su medio no solo cambia por su acción, sino por lo que haga él y su pareja por el medio en el cual van a convivir “durante toda su vida”.
Desde el inicio de este matrimonio, Joaquín le tocó vivir una doble vida, en donde se ponían a prueba sus principios y su lealtad al ‘amor de su vida’. Mientras que en su hogar tenía un mar de amor, en su oficina Joaquín atendía a muchos “frutos prohibidos”. En su hogar Cristina hacía un ambiente ‘primaveresco’, una hoguera de puro amor,  un cubil de pasión. En sí, todo era perfecto. Pero en su trabajo todo era diferente, y las cosas eran a otro precio. Primero estaba el ambiente, del doctor Embargas con su mal ejemplo, le hacía un conflicto de tipo moral a Joaquín, y es que con tan poco tiempo de haberse casado, -tan solo hace tres meses-, el Doctor Embargas había reiniciado su vida de ‘Chupaflor’, “la paciente que daba la papaya, era papaya partida”, “y no había hombre que hubiese desatendido sus deberes como hombre con su esposa, que no saliera con los cuernos pintados de antemano”. Es que la cosa era impresionante, hasta el mismo doctor Embargas propiciaba las cosas inconscientemente, aprovechando su picardía en su hablar, y su buen parecido físico, lograba hacer sucumbir a toda que le diera el ‘papayaso’. Pero su especialidad eran las jovencitas que pedían como regalo de cumpleaños arreglarse los dientes, o ponerse los famosos ‘braquers’. El doctor lograba con ellas lo que muchos ginecólogos no podían; que vinieran a él, sin acompañante. Esta situación en el consultorio, que hacía contrastar a los dos doctores que atendían, porque en una sala todo era paz, seriedad y tranquilidad, en la otra se oían movimientos continuos de muebles y caídas de utensilios. La esposa del doctor a pesar de montarle ‘la guardia’ -muy de seguido-, no lograba controlar y mucho menos corregir los malos hábitos de su marido. Ella sabía que mientras estuviera embarazada no podría contener las ‘ansias’ de su marido, pero cuando lució más preocupada fue en los últimos meses de su embarazo, cuando no podía salir, ni tampoco levantarse, para darle una  ‘chequeadita’ al trabajo de su marido.
Joaquín, no solo debía de mantener cierta fuerza de voluntad con todo eso que pasaba y en donde ya se comentaba mucho de la fama que había adquirido ese consultorio entre el gremio femenino, donde ya le llamaban “Mi primera vez”, y por lo cual disminuyeron considerablemente las citas de nuevos clientes. Además el ambiente era insoportable para un recién casado, que pretendía seguir siéndole fiel a su mujer, a pesar de que muchas de las mujeres que iban a su consultorio, esperaban recibir el mismo tratamiento que recibían del doctor Embargas – las consultas tenían una forma de pago especial y unas rebajas impresionantes-. Así una  vez, casi fue sorprendido por su mujer en el consultorio, mientras atendía a un ‘regalito de Dios’ que lo estaba acosando, y que de no ser por la llegada imprevista de Cristina al consultorio de su marido, para pedirle dinero -como cosa rara, en las esposas-, Joaquín hubiera cedido ante esa insistencia tan profesional. Y de su mujer se salvó de ser descubierto gracias al oportuno anuncio que hizo Rosita por la bocina. Con todo esto que tenía que padecer Joaquín, también le tocaba cubrirle las espaldas al doctor Embargas en sus operaciones especiales, cerrándole la boca a los pacientes de turno, que por estar ‘atendiendo’ al sexo débil, descuidaba sus obligaciones profesionales. Esto hizo que a Joaquín su trabajo se le convirtiera en un continuo estrés, y una continua guerra en donde el único participante y la única víctima era él mismo. De esta forma por su tranquilidad y por el bien de su matrimonio, decidió renunciar a su trabajo ante todas las suplicas del doctor Embargas y hasta de la misma Rosita.
Faltando solo dos meses para que se acabara el año en que vivió en la Capital. Después de tres días volvió a emplearse esta vez en una clínica en donde ganaba menos, pero tenía mucho más tranquilidad.
Mientras tanto Cristina seguía tratando de convencer a sus padres de volver a La Samaria, para que de esta forma pudiesen estar juntos en familia, porque ya era todo un hecho el que Joaquín y Cristina al terminar el año se fueran a vivir a La Samaria para acompañar a Don Rodrigo que se encontraba muy solo, y además porque consideraban que La Samaria era un mejor medio en donde sus hijos podrían crecer, lejos de la inseguridad y la degeneración que había sufrido la Capital como ciudad en ese tiempo. Después de tanto hablar y de toda clase de intentos para convencer a Don Francisco -quien era el más resistente a la idea de mudarse-, el único problema para él era el de dejar a Leonardo solo en la Capital. Y de esta manera se comenzó nuevamente con el proceso de psicología para convencer esta vez a Leonardo, quien recientemente había adquirido un trabajo como docente en un colegio, y con esto había comenzado a hacer su vida independiente. Después de tanto hablar y de tratar de convencer a Leonardo, no lograron absolutamente nada, porque las ambiciones de Leonardo se encontraban en la Capital, donde recibía todo el apoyo económico y las influencias que necesitaba de sus suegros, quienes eran gente muy prestante en la Capital.
De esta forma, parecía que se estancaba la ilusión de Cristina de tener a sus padres cerca, porque  durante toda su vida Leonardo ha sido la principal preocupación de la familia, por ser el hijo mayor. Pero surgió una nueva razón de gran peso. A principios de Diciembre, se supo que Cristina estaba en Estado (embarazada), y que por esta razón ella iría a necesitar toda la ayuda, apoyo y experiencia de su madre durante los meses que duraba el embarazo, y más aún si se trataba del primer embarazo y donde ni siquiera Cristina podía contar con la ayuda de una  suegra, -que en estas ocasiones sí cooperan, ya que se trata de un nieto-. Doña Sofía puso todo su empeño para convencer a su marido de irse a vivir a La Samaria -por lo menos hasta después de que naciera el hijo de Cristina-. En este sentido Don Francisco no tuvo objeción y no le quedó otro remedio que aceptar la situación e irse a vivir a La Samaria. Cuando Cristina supo de boca de su padre, que él y Doña Sofía se irían a vivir a La Samaria para contemplar el nacimiento de su hijo, corrió y brinco de la alegría, incluso aún más, que el día en que recibió la noticia de que en nueve meses iba a ser mamá. Todo estaba saliendo de maravilla, para la nueva pareja que aún no había sufrido ningún tropiezo.

Mientras tanto en la Samaria Don Rodrigo cada vez más metido y gastado por el trabajo y los años, seguía siendo la cabeza y espíritu del negocio del ganado, mientras que su hermano Cesar se dedicaba a montar un negocio de bienes raíces, para dárselo a su hijo Manuel que estaba a punto de graduarse como administrador. Don Rodrigo ahora más solo, y sin la ayuda de su  hermano en el trabajo, se encontraba en su terraza pensativo y bastante triste cuando de repente sonó el teléfono. Era su hijo Joaquín quien le avisaba que pronto iba a ser abuelo. El cambio en el aspecto y en la expresión de Don Rodrigo fue impresionante, parece como si le hubieran quitado quince años de encima, se llenó nuevamente de vitalidad, y su alegría era aún más desbordante cuando Joaquín le comunicó que antes del fin del año estarían en La Samaria con él. Con esta última noticia, Don Rodrigo emitió un grito de alegría, que desde hace mucho tiempo no se escuchaba en toda La Samaria, más exactamente desde que Doña Victoria dio a luz a Joaquín, en ese entonces el hijo del alcalde de La Samaria, un día de fiesta en donde el Ciclón Bananero derrotó cinco por cero a un “tal Barcelona” de España.

LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.


CAPITULO I

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII

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