viernes, 24 de julio de 2020

LAS RELACIONES DE PAREJA: PELEAS, CELOS Y EL SILENCIO NO AYUDAN


LAS RELACIONES DE PAREJA: PELEAS, CELOS Y EL SILENCIO NO AYUDAN

De esta manera, la mañana siguiente bajó a desayunar, como hace dos semanas que no lo hacía. Se sentó casi toda la mañana a hablar con Don Francisco. Y a las once de la mañana salió a la calle, en busca de su hijo. Al llegar a su consultorio, esperó de incógnito su turno de atención, y cuando llegó, le dio una sorpresa inmensa a su hijo que nunca esperaba esa inesperada visita. Joaquín canceló las demás citas pendientes, y se dispuso a hablar con su padre. En esta conversación Joaquín le confesó la difícil situación anímica  por la que estaba pasando. Le dijo entre otras cosas, que el trabajo le estaba consumiendo la mitad de su vida, y que por ésta razón se veía impotente de afrontar las situaciones de la casa. Su trabajo se estaba convirtiendo definitivamente en un problema, porque su mujer ya estaba presentando síntomas de celos, y que de una u otra forma se constituía en una presión muy grande para él, porque se sentía como perseguido, sin estar haciendo nada malo. Además estaba muy preocupado, porque no estaba siguiendo con las pautas que  Don Rodrigo le estaba dando para la crianza de su hijo, y esto era porque no tenía suficiente tiempo para compartir con su hijo, por el trabajo y por los demás problemas que tenía que afrontar en la casa, como era el de la salud de su padre. Pero sobre todo le preocupaba la situación de que su hijo Marco se encontraba desplazado por el nuevo hermano, que aún no había nacido y que ya estaba recibiendo más atención que él. Joaquín moralmente o personalmente estaba vuelto añicos. En este caso Don Rodrigo con su principal característica de mediador, de persona que siempre busca  un equilibrio y de dar siempre un buen consejo, le propuso a su hijo que hablara con su mujer que la invitara a salir  de tal forma que le transmitiera seguridad, y que si de esta forma no encontraba respuesta de su mujer, entonces era necesario hablarle fuertemente y hacerla comprender de esta manera. O si no funcionaba de esta forma, -y lo dijo en son de burla- era necesario darle gusto a su inseguridad o en sí darle motivos verdaderos, pero eso sí, como último recurso –después de lo dicho ambos estallaron en risa-. Que con su trabajo lo mejor que podía hacer era reducir las horas de atención para que le quedara más tiempo para pensar en sí mismo y en su familia. Y si no, que se tomara unas vacaciones, y que en ellas aprovechase todo el tiempo posible con su hijo, que era lo que en realidad le importaba a Don Rodrigo. En cuanto a la preocupación que tenía Joaquín y que le confió a su padre sobre su salud, el mismo Don Rodrigo le dijo: -No te preocupes tanto por mí, ya yo viví mi vida, ahora te toca a ti, vivir la tuya. De todas maneras la muerte llega y debemos estar preparados para enfrentarnos a ella.
Joaquín no intuyó el significado de esta última frase, porque estaba en cierta forma muy emocionado por el segundo aire que le había dado su padre, y porque simplemente veía a su padre de muy buen semblante, por lo tanto ni siquiera le pasaba la idea por la mente, de que muy pronto dejaría de vivir. Por su parte Don Rodrigo mostraba fortaleza, en medio de su debilidad de viejo. Estaba resuelto a vivir intensamente sus últimos momentos de vida, y tratar de solucionar la mayor cantidad de problemas que existían en su familia, proporcionándoles su gran sabiduría y su eterna experiencia. Ese mismo día, durante la tarde se sentó a hablar con su nuera sobre el problema que tenía con su hijo, a raíz de los celos que en ese entonces los tenía desatados. Como nunca se dispuso a hablar con Cristina, y a tratar en cierta forma de conocer su manera de pensar, porque aunque pareciera imposible, es muy diferente el conocer la forma de actuar, a conocer su forma de pensar. Y eso lo aprendió muy bien Don Rodrigo cuando un día se dispuso a hablar con su mujer por un tiempo largo y tendido, apoyado por la aparente confianza que existía entre ellos, siendo ya marido y mujer. En esa ocasión Don Rodrigo llegaba de la hacienda, muy tarde por cierto, debido a que se le había presentado un inconveniente con el pago de salarios a los trabajadores, pero en fin todo quedó solucionado. Don Rodrigo llegó a su casa y comenzó a buscar a su mujer por todas partes. La encontró en la habitación de costura, estaba tejiendo una camisita de bebé –Doña Victoria se encontraba en estado y aún no le decía nada a Don Rodrigo-, y cuando sintió acercarse a su marido guardó la tela en el costurero. Don Rodrigo la saludó de beso como siempre lo hacía, le preguntó su ocupación y ella le dijo que estaba arreglando una camisa. Don Rodrigo la encontró tensa, trató de acariciarla, pero no se inmutaba, estaba como nerviosa. Esto preocupó a Don Rodrigo, quien pensó que su mujer se encontraba molesta por su llegada retardada. De esta forma, decidió salir del cuarto de costura y recostarse un poco, no le dio suficiente crédito a la situación. Durante la comida, notó que su mujer no le dirigía la mirada, la notaba preocupada, abstraída. Ninguno de los dos pronunciaba palabra alguna, hasta se podían oír los comentarios del ‘servicio’ en la parte de atrás del patio. Don Rodrigo le preguntó a su mujer, que le sucedía, pero ella le respondió que solamente estaba cansada. Don Rodrigo en última, optó por ofrecer disculpas por haber llegado tan tarde. Su mujer lo único que hizo fue levantarse de la mesa e irse a la habitación en medio de un mar de lágrimas. Don Rodrigo quedó más confundido todavía y ahí sí salió el famoso dicho que dice: “¿Quien entiende a las mujeres?”. Se quedó pensando en la mesa con su mirada ida y sin despabilar casi, terminándose la comida, y tratando de ver que hacía con ese nuevo imprevisto que había surgido. Reflexionaba dentro de sí mismo, ¿Que habré hecho mal?, ¿En que me habré equivocado?, ¿Que puedo hacer para enmendar el supuesto error? Dentro de su mente pasaban toda clase de ideas, tanto absurdas como lógicas, sobre dicha situación, entre ellas las más probables eran el haberla descuidado por andar trabajando, el que su mujer podía sentirse sola, o la más remota en la cual no pensaba casi pero no se podía descartar era que su mujer necesitaba un hijo.
Subió a la habitación, descontrolado, era la primera vez que se le presentaba un hecho al cual no le tenía solución concreta, y que con solo pensar una respuesta tenía que analizar  un mar de posibilidades. Dentro de él maldecía, ¿Y como es que pretende que yo sea adivino y sepa que es lo que le pasa? Al llegar al frente de la puerta de la habitación la duda se apoderó de él, una inseguridad impresionante lo acongojaba, se arrepintió de tocar  la puerta en tres ocasiones, tuvo que llenarse de argumentos y de mucha fuerza para que después de cinco intentos de abrir la cerradura, en donde la agarraba y desistía nuevamente, hasta que por fin la abrió dispuesto a todo. Cuando abrió la puerta con tal decisión, dispuesto a todo, se derrumbó enseguida al ver a su esposa sentada a un lado del lecho, se encontraba llorando inconsolable. Dudó más que cuando pidió la mano de Doña Victoria en casamiento, tanto que hasta vio como única salida la retirada. Pero en ese momento Doña Victoria acentuó el llanto, lo cual lo motivó aún más a consolarla. Se le acercó inseguro de sí mismo, y se le arrodillo enfrente. Le agarró las manos, y le dijo a su mujer: -Mi amor ¿Que he hecho para que te pongas así? Esta pregunta hizo que Doña Victoria quien había suspendido el llanto por un rato, ante la presencia de su esposo, volviera a caer en un agite sentimental. Esto desconcertó más a Don Rodrigo quien volvió a insistir diciendo: -No se que te hayan dicho de mí, pero te aseguro que no he hecho nada de lo cual tenga que avergonzarme. Te lo aseguro.
Doña Victoria siguió con su lamento desesperado. Y al rato decidió hablar diciendo: -No es nada de eso, no te preocupes. Don Rodrigo volvió a insistir diciendo: -Si es que te sientes sola, mañana no voy a la hacienda y me quedo aquí, contigo. Doña Victoria se hecho a reír alegando que tampoco era eso. Don Rodrigo lucía desesperado e impaciente. Doña Victoria le dijo que no pasaba nada, que simplemente se había acordado de algo y que se había puesto sentimental. Pero Don Rodrigo intuyó la mentira y optó por la tercera y última opción tratando de animarla: -Sabes... desde hace rato vengo pensando, y he llegado a la conclusión... de que en esta casa hace falta un hijo. Esta noticia si le cayó en seco a Doña Victoria que no hallaba la forma de cómo comunicarle a su esposo que se encontraba en estado, porque simplemente le daba miedo la forma de cómo podía reaccionar. Doña Victoria guardó silencio un rato, bajo la incertidumbre de Don Rodrigo, hasta que se decidió hablar:
-Querías un hijo. Pues ya lo tienes.

-¿Qué...Qué? –Reaccionó Don Rodrigo-

-Pues sí, ya lo tienes. Estoy embarazada.

Don Rodrigo pegó un grito de felicidad y salió saltando por toda la habitación. Luego volvió al punto inicial y le preguntó:

-Pero ¿Por qué no me lo habías dicho? Si uno de mis grandes anhelos es ser padre.

-Porque me dio miedo y no sabía como ibas a reaccionar.

-Pero por Dios... Durante tres meses siendo marido y mujer. En donde tu me has atendido como un rey, y me has solucionado millones de cosas -porque todo te lo cuento-, desde que nos casamos, no te he ocultado ni un minuto de mi vida, y tu no has dejado de escucharme ni de ponerme atención. Y ahora, que te toca a ti confiar en mí, prefieres callarte, prefieres ocultar una verdad que me ha hecho muy feliz. ¿Cómo es que yo te doy toda mi confianza y tú no la tienes conmigo? Es que simplemente no lo puedo concebir.


Después de ese momento, Don Rodrigo decidió tener una charla bien seria con su mujer, en donde más que un reclamo, parecía un cortejo, porque entre una palabra y otra, le robaba un beso de la boca. Duraron hablando un buen rato, tratando aspectos de su vida sentimental y su relación de pareja, y encontró que a su esposa, le incomodaban muchas cosas, de las cuales él no tenía conocimiento todavía, ni le habían pasado por la mente, y que por la falta de comunicación que existía entre ellos, no hubieran salido a la luz todas esas fallas –porque en la relación de pareja, una cosa es verse todos los días y otra muy diferente es tratarse todos los días, porque uno ve imágenes que actúan, pero debe saber también cómo tratar igualmente las formas de ser, y los temperamentos diferentes- que más adelante se hubieran traducido en problemas, porque si uno no sabe con quién trata, ¿Quien más lo va ha saber? O ¿Quien lo va a ayudar después? De esta forma iba conociendo muchos apartes de la vida de su esposa que ni siquiera su suegra podía saber, y que nunca hubiera podido descubrir con el pasar de la vida, si no era hablando. Y mientras avanzaba la conversación más se conocían el uno al otro, es que una cosa muy diferente era el contarse los sucesos que pasaban diariamente, que preguntarse las cosas que realmente le gustaban, o que pensaba de cierta cosa o de otra, “esos eran conocimientos que solo se logran hablando y no narrando.”

                   *                 *                 *                 *

Pues bien esa noche Joaquín se dispuso a hablar con su mujer. Llegó a su casa al medio día, tan concentrado estaba en lo que iba a hacer que ni siquiera saludó a su hijo. Fue directo con su mujer, le pidió un minuto para hablar y se encerraron en el cuarto. Don Rodrigo que había llegado mucho antes que su hijo, estuvo pasivo durante un buen rato, conciente de la importancia de la acción que iba a realizar su hijo con su mujer. Mientras tanto, Don Francisco y Doña Victoria lucían totalmente desorientados, mostrando mucha curiosidad por el accionar de su yerno. Esta situación solamente se había presentado en dos ocasiones, una, en donde Joaquín se mostró celoso de una visita que le hizo Cristina –sin compañía- a Manuel en su despacho, con el fin de hacer negocios, ya que Cristina quería invertir un dinero que había ahorrado su Padre en algunas cosas para tratar de obtener ganancias, y para esto quería contar con la asesoría de Manuel, quien en ese entonces le iba muy bien en La Samaria –Todo esto pasó, antes de que los dos hermanos Rodrigo y Cesar Calderón hubieran decidido vender el ganado- Joaquín, se sintió traicionado y dejó de hablarle a su mujer en el transcurso de una semana. Esa vez fue una pelea conyugal bastante fuerte, los celos se apoderaron de Joaquín quien no terminaba de confiar en la personalidad de su primo por muchos hechos que lo hacían temer de sus acciones, uno de esos hechos ocurrió en un día durante una parranda; se encontraban los dos bastante tomados. Estaban celebrando en el club La Samaria el cumpleaños de Don Cesar. Cuando comenzaron los dos primos a hacer ‘tertulias’ de borrachos –confesiones-, cuando en una de esas, Manuel le confesó a Joaquín, que todavía estaba enamorado de Cristina. Enseguida Joaquín reaccionó bruscamente y arremetió sobre la humanidad de su primo. Se trataban de dar golpes el uno al otro, pero ni acertaban, ni podían mantener el suficiente equilibrio para efectuar el balanceo necesario para propinar un buen golpe. Pronto fueron separados por los meseros, y luego suspendidos por los directivos del club durante dos meses por mal comportamiento. Al día siguiente después de pasar la borrachera lo primero que hizo Joaquín fue prohibirle a su mujer volverse a ver con Manuel, claro que le contó con pelos y señales los motivos.
Y en la segunda ocasión, pasó todo lo contrario, la pelea surgió porque una paciente de Joaquín se estaba sobrepasando, y en cierta ocasión Cristina sorprendió a dicha mujer en pleno ‘acoso’ a su marido. Entonces como siempre, los hombres siempre tienen la culpa, dejó de hablarle por un mes al pobre de Joaquín, lo echó del cuarto, y ni siquiera la mirada le dirigía. Joaquín se puso en mal estado, no soportaba la situación, y lo peor era que sin él  haber hecho nada, ya había sido señalado como un delincuente. Así que decidió refugiarse en el alcohol, hecho que empeoró la situación y le dio más motivos a su esposa de pensar mal de él y de sentir más resentimiento. Hasta el mismo Don Rodrigo tuvo que intervenir, habló con su hijo, le hizo que le confesara la verdad.
Después de encontrarlo inocente, fue a hablar con la parte agredida, quien se mostró fuerte como una roca, y es que los hechos inculpaban fuertemente a Joaquín según ella. Don Rodrigo buscaba fórmulas para solucionar la situación de su hijo, quien se hallaba desesperado. En una ocasión Don Rodrigo sorprendió a Lucía y a Doña Victoria “dándole carbón” a Cristina en contra de Joaquín, y se ideó un regaño que dejó a las tres pensando seriamente en ‘confesarse’. Las condenó por ‘Chismosas’, por ‘sizañosas’ y por levantar injurias en contra de su hijo. En ese regaño que fue más que todo, un discurso, en el cual argumentaba cada acusación que hacía con un pasaje de la Biblia, sellándolo -con broche de oro- con un verso o un dicho del “Quijote”. Y mientras iba bajándoles la moral a “las tres mosqueteras”, iba mencionando la verdad de los hechos que acusaban a su hijo. Durante su ‘discurso’ no las dejó hablar ni una palabra, ni tampoco les daba oportunidad de hacerlo, hablaba con tal elocuencia, que hasta al mismo “Gaitán” hubiera opacado, hasta tal punto que solo encontrara consuelo en el silencio. Luego de terminada su obra, subió las escaleras, entró en su cuarto, cerró con llave, y soltó la “carcajada” que le produjo la cara de las tres mujeres, que habían quedado horrorizadas de sus mismos actos. Luego Don Rodrigo se dispuso a seguir con su plan “B”. Salió de su casa, se dirigió al “bar” del club La Samaria, en donde se encontraba inconsolablemente Joaquín bebiendo. Lo sacó del “bar” a empujones, lo sentó en el comedor y lo hizo tomarse una taza de café negro para quitarle un poco la borrachera. Luego de que Joaquín se tomó el café, y al verlo un poco más calmado, Don Rodrigo se dispuso a contarle lo que había acontecido en su casa, y le dijo que si en verdad quería reconciliarse con Cristina esa era la ocasión. –“Llévale una serenata” le dijo Don Rodrigo. Joaquín no podía sobreponerse a la emoción, abrazó a su padre y comenzó a darle gracias y a llorar como un niño –Típicos síntomas del ‘borracho’-. Don Rodrigo le pegó una cachetada -muy fuerte por cierto- diciéndole:

-¡Deja la maricada! ¡Se hombre y compórtate! No es hora de hacer ‘papelitos’. Vine a buscar a mi hijo y encuentro un ‘pelagatos’, confundido por el maldito trago. ¿Desde cuándo el trago ayuda a solucionar problemas? Lo único que hace es agravarlos más, porque limita la capacidad de todo hombre de pensar y de valerse por sí mismo. ¡Apúrate! Tómate otro café, y Vámonos rápido a buscar un Grupo Musical, para darle una serenata a tu mujer y solucionar de una vez por todas este lío.

La maniobra hecha por Don Rodrigo fue exitosa. Apenas Cristina oyó el toque de guitarra de los músicos, salió por la puerta a abrazar, mansamente a su marido. Lo que siguió fue un “Parrandón”, que ni pa que les cuento. Eso sí  la joven pareja pasó en vela la noche, porque al otro día bien tarde que se levantaron, con cierto aire de complicidad. Y durante todo el día mantuvieron una risa de “fechorías”, que junto al descontrol de Don Francisco, quien refutaba continuamente: - Y lo peor es que no disimulan. Cosa que contrastaba con la risa de satisfacción de Don Rodrigo. Estos dos comportamientos creaban en la Casa Calderón un ambiente para morirse de la risa.
Pero en la tercera ocasión –en la que estoy narrando-, la ‘Charla’ tenía como fin solucionar una situación de tensión, para prevenir una posible ‘guerra’ de sentimientos provocada por los celos. En estas situaciones, en donde ninguno de los dos ha tenido participación en algo que amerite algún reclamo, o que conllevara a una discusión, es difícil demostrar quién está actuando mal o quién esta actuando bien, porque no  había surgido ningún problema, y en donde la situación descansaba en un ambiente de tensión, de observación y de ‘tanteo’ –a ver quién está más caliente-. En estas situaciones en que son muy necesarios tener la certeza de hacia donde te diriges, porque vas a protestar, y que quieres conseguir. También es muy necesario tener muy en cuenta la prudencia y la sagacidad, para conseguir lo que se quiere y no herir, ni hacer de un simple diálogo, una terrible discusión.
Joaquín se dirigió con su esposa, a la cual sujetaba por el brazo hacia su habitación. Una vez cerrada la puerta, se oyó el pestillo de la cerradura. La curiosidad mataba a Doña Sofía y a Don Francisco, a quién se le vio atento a la situación y preocupado de verdad, algo que ya no era común en él, siempre andaba pendiente de sus asuntos y abstraído totalmente, se refugiaba en la lectura, y sólo hacía contacto con el mundo cuando se ponía a hablar con Don Rodrigo.
La puerta de la habitación de los esposos continuaba cerrada, se oían murmullos y de pronto una que otra voz fuerte, pero de todas formas se podía percibir una fuerte discusión. Doña Sofía atormentada por la curiosidad patrullaba el corredor de los cuartos, tratando de oír alguna clave de lo que estaba ocurriendo en esa habitación. Pero Don Rodrigo le imposibilitaba su objetivo, ya que se puso a jugar con su nieto en el pasillo, y dentro del juego procuraba hacer todo el ruido posible, para evitar que Doña Sofía pudiera oír algo.
Las horas pasaban, la curiosidad y la angustia invadía la existencia de Doña Sofía y de Don Francisco, mientras Don Rodrigo seguía tan tranquilo jugando en el corredor con su nieto. Hasta que de pronto se abrió la puerta, salió Joaquín disparado -le echó una mirada a su padre, le ‘guiño’ el ojo a su hijo y bajó las escaleras-. Cristina salió más tarde, con una cara de enojo y de inconformidad fáciles de notar en su bello rostro. Cristina bajó y se reunió con su madre y con Lucía, las cuales en unos minutos se pusieron al tanto de la situación. Don Rodrigo hacía una reflexión interna tratando de deducir hasta qué punto su hijo había desarrollado la estrategia en contra del mal del celo. Y por más que se llenaba internamente de argumentos, sacó como conclusión que llegó hasta la segunda fase –el hablar fuerte-, pero la incertidumbre de que si su hijo llegaría hasta el final del plan, le ponía la piel de gallina, porque ya conocía muy bien el temperamento de su nuera, y sabía que con solo llegar a la fase dos era suficiente como para armar un ‘cataclismo’ dentro de la casa, porque ella nunca aceptaba perder. Don Rodrigo sabía que si Joaquín por simple orgullo “machista” llegaba hasta la fase tres dentro de sus recomendaciones, pondría en serios problemas la estabilidad de la casa y por ende de su matrimonio. Don Rodrigo solo confiaba en la mentalidad conservadora y fiel que le había infundido a su hijo desde que comenzó a educarlo por medio de las ‘Charlas’ en el comedor.
Pero contrario a lo que pensaron todos en la casa, Joaquín en el camino decidió no formar tanto problema, y decidió tomarse unas vacaciones y llevarse a su familia a Mendoza para pasarla bien e ir de compras. Había pensado en ir a Pentecostés para descansar, pero viendo el estado actual de su mujer, que estaba embarazada, prefirió no ganarse “un problema de ‘mirar muy profundo en la playa’, o ‘de mirar el fruto prohibido o tierras de bonanza ajena’” así que prefirió dejar el mundo tranquilo y disfrutar de unas vacaciones en paz. Decidió cerrar el consultorio durante la tarde, le avisó a todos sus pacientes que no atendería durante el fin de semana. Luego contrató a unos músicos y le llevó una serenata a su mujer, para limar las asperezas. Decidió que era mucho más benéfico hacer las pases que formar una guerra, es decir “Si no puedes con el enemigo, únetele.”

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