miércoles, 6 de julio de 2022

CAPITULO XVIII. EL FINAL DE LA HISTORIA.

 

CAPITULO XVIII. EL FINAL DE LA HISTORIA.

 

Luego de tantas aventuras, pues los Calderón se instalaron permanentemente en Santa Marta. José Antonio y Priscila vivieron muy felices y tuvieron dos hijos, primero nació Carolina, y después nació José Ignacio, también con la ayuda del gran Martelo.

Ana y Victoria organizaban festivales de música y poesía, para atraer a más gente, y activar más el comercio. Esas ferias volvían loco a José Joaquín que tenía que lidiar con la seguridad, porque así como venían artistas y músicos, también venían rufianes y ladrones de otras partes.

Ana y Victoria también fundaron la primera escuela para niños y niñas en Santa Marta, donde se les enseñaba a leer y a escribir.

Luego de cinco años, la familia recibió una visita inesperada, la madre de José Antonio decidió mudarse también a Santa Marta, luego de que su esposo muriera.

José Joaquín y María vivieron felices con sus nietos y sus negocios. José Joaquín volvió a salvar a Santa Marta de dos ataques piratas más y fue muy condecorado.

Victoria se casó con Manolo y también tuvieron sus hijos.

El señor Velásquez y su esposa también vivieron felices con sus nietos, y lograron casar a sus otras dos hijas con buenos hombres.

Ana vivió con su madre un tiempo, y luego se casó con un hombre que respetó su espíritu libre.

Hortencio tuvo un hijo con su amiga de infancia, y mantuvo su linaje, pero su hijo se casó con una Aruhaca.

José Antonio quiso organizar una corrida de toros en Santa Marta, y los músicos perdieron las partituras de los pasos dobles españoles. Al improvisar la música, con músicos criollos, les salió un porro, y a la banda la llamaron papayera.

Hasta aquí llega esta historia, pero les puedo contar más, pero en otro libro.

 

CAPITULO XVII EL ESQUEMA DE SEGURIDAD PARA SANTA MARTA.

 

CAPITULO XVII EL ESQUEMA DE SEGURIDAD PARA SANTA MARTA.

 

En una noche, José Antonio tuvo un sueño. Que venían unos barcos ingleses y atacaron la ciudad. En el sueño era la marina inglesa la que atacaba a la bahía, eran muchos barcos y el ataque comenzó con la entrada de seis barcos en línea enormes de tres puentes y de 60 cañones cada uno. La orden fue dejarlos entrar en la bahía y dispararle con todo lo que tuvieran desde los fuertes San Vicente y San Juan de Matas, y a su vez dispararles desde el Galeón y las dos zabras a todos los barcos cuando estuvieran al interior de la bahía, y concentrar todo el fuego en contra de los barcos. En ese momento su tío José Joaquín comandaba el galeón que salió al a cañonear al primer barco que ingresaba a la bahía samaria. Las zabras también se pusieron en posición y también comenzaron a disparar. Por más que disparan el barco no se detenía y junto con los otros cinco se posicionaron a disparar, tres hacía el Galeón, y tres hacía los fuertes. Con la primera andanada el Galeón San Rafael ya estaba desarbolado y astillado, y con la segunda, se fue a pique. En el sueño José Antonio gritaba del dolor, al ver que su tío debía estar muerto. Por otra parte, los barcos dispararon en contra del fuerte San Vicente, donde se encontraba Manolo, al que destrozaron también de inmediato, José Antonio gritaba del dolor, y luego vio a los barcos enemigos que dispararon en contra del fuerte de San Juan de Matas donde él estaba, y donde también noventa balas de cañón provenientes de tres barcos de línea, arrasaban con los muros y las personas de ese puente también. En el sueño, el estaba herido y no se podía mover, entre los escombros del fuerte, y pudo ver cómo los soldados ingleses desembarcaban en la playa samaria y comenzaban a disparar a todo lo que se moviera, y ahí se despertó sudando junto a Priscila, mientras su hija estaba llorando.

En sus pensamientos, dijo: esto no puede pasar, y salió a encontrarse con su tío.

Se fue en su caballo a las 4:30 de la mañana, y llegó a la casa de su tío, a quién le tocó la puerta de su habitación.

José Joaquín: ¡Por Dios qué ocurre¡

José Antonio: Soy yo, José Antonio, es urgente, tengo que hablar contigo.

 

José Antonio le contó el sueño a su tío, quien dijo:

José Joaquín: bueno desde el punto de vista militar, es muy factible que eso pueda ocurrir. Hasta el momento, nos hemos enfrentado con barcos de mediano tamaño que no son muy resistentes al cañoneo, y bueno, que por ser barcos piratas, tampoco son de la mejor fabricación, por lo que no son muy resistentes. Pero un buque de guerra si nos pondría en aprietos. Aunque tampoco resistirían tanto como en tu sueño, sin duda, si un barco de línea bien armado, destruiría los fuertes con dos andanadas, y al Galeón en tres.

José Antonio: ¿Y cómo podríamos contrarrestar esa situación?

José Joaquín: ¿Me has levantado hoy a las 4:30 de la mañana para discutir sobre tácticas militares de un ataque que ocurrió en tu sueño?

José Antonio: Tío por favor… préstame atención, que desde que subimos a la montaña he venido teniendo sueños, que en parte ocurren después en mi vida diaria. Y esta era una pesadilla horrible. No te quiero ver morir, no quiero ver morir a nadie como ocurrió en ese sueño. Pienso que hay que evitar que podamos tener una derrota como la que te acabo de contar en el sueño.

José Joaquín: De acuerdo con lo que me contaste, lo que podríamos hacer es colocar baterías de calibre 18 que son las balas más grandes y que tienen pueden hundir hasta un barco en línea, en puntos en los que los barcos no puedan dispararle.

José Antonio: Ya se en donde, en el Morro y en punta Betín, yo me encargo hoy mismo, iré hacer los trabajos.

José Joaquín: Y hay otro tema táctico que me preocupaba… resulta y como bien me dijiste, los desembarcos piratas se vienen haciendo en Playa Lipe, donde los cañones de nuestros fuertes no tienen alcance, habría que crear un nuevo fuerte que cubra esa parte, y estorbe un desembarco exitoso en esa playa. Además sería bueno que en caso de que superaran el fuerte, existiera una trinchera que les impida pasar el río Manzanares.

El sistema defensivo quedaría completo así:

 


 

José Antonio y Manolo llevaron a varios trabajadores al Morro en la Goleta y construyeron un fuerte, al que llamaron el Fuerte del Morro con varios cañones, luego fueron a Punta Betín e hicieron una plataforma con troneras donde también instalaron unos cañones. Luego fueron a un cerro ubicado cerca de la playa Lipe y construyeron el fuerte de San Fernando. Por último, construyeron unas trincheras de madera pasando el río manzanares. Las obras se hicieron en un mes, lo complicado fue llevar al Morro y a Punta Betín los cañones, pues había que subirlos al cerro.

Diez días después, sonó el cuerno del Veladero con fuerza y varias veces. El soldado informó que vio diez barcos con velas negras acercándose, sin duda eran piratas. Se tocó la alarma por toda la ciudad. Los soldados reclutados y permanentes ya llegaban a 70 hombres, y en la milicia, ya se sumaban 70 hombres más, fuera de los marinos que conformaban la tripulación del Galeón San Rafael y las dos zabras.

Entre los barcos enemigos se veía uno enorme al parecer de tres puentes.

José Joaquín se embarcó en el Galeón y las dos zabras, que se ubicaron en el centro de la bahía para esperar los barcos enemigos. Por su parte, José Antonio y Manolo se embarcaron en la Goleta Victoria con 10 soldados, y zarparon rumbo al Morro, ahí se iban a preparar para hacer fuego en contra del enemigo. Los soldados y la Milicia se repartieron entre los fuertes San Vicente, San Juan de Matas, y los nuevos fuertes de Betín y San Fernando. Esta vez la pólvora no escaseaba. El plan era nuevamente dejar entrar a los barcos enemigos en la bahía y aprovechar todos los fuertes para concentrarles el fuego. Pero al ver José Antonio el tamaño de dos barcos, uno que era más grande que el Galeón San Rafael, y el otro que parecía tener el mismo tamaño, decidió no acatar la orden, y les comenzó a disparar todo lo que tenía desde el momento en que quedaron al alcance de sus cañones. En esta ocasión, a diferencia de su sueño, no iba a permitir que esos barcos le dispararan al Galeón San Rafael, ni a los fuertes en Tierra.

Los barcos enemigos eran 10, y entraron en la bahía en dos líneas de cinco, unos entre los más grandes tomaron dirección al centro de la bahía para atacar al Galeón San Rafael, y los otros cinco buscaron desembarcar en la playa Lipe. Los que fueron al centro de la bahía Samaria recibieron todo el fuego de los barcos, y de los fuertes del Morro, San Vicente y San Juan de Matas. El Galeón y las zabras también le dispararon, y luego se replegaron al puerto. Luego entró en escena la plataforma de Betín que descargó toda su furia en contra de los barcos. Luego del bautizo de fuego, los barcos grandes soportaron, pero quedaron bastante averiados y magullados, los barcos pequeños se fueron a pique, y los barcos grandes a pesar de estar en posición para disparar, ya no tenían blanco fácil, pues el Galeón y las zabras estaban lejos, los fuertes también estaban lejos desde el centro de la bahía, y no había forma que los cañones del barco tuvieran el ángulo suficiente para dispararle al Morro o a el fuerte de Betín. A pesar de eso dispararon una andanada en contra de los barcos replegados en el puerto, con sus sesenta cañones, sin causar muchos daños. José Antonio y Manolo doblegaron esfuerzos para disparar más seguido a los barcos, y así dispararon dos andanadas más que hicieron que se dieran a la huida.

Por otra parte, el fuerte de San Fernando cañoneaba con todo lo que tenía a los barcos que trataban de cubrir la operación de desembarque, logrando hundir varias lanchas que buscaban llegar a playa Lipe. Cuando José Antonio y Manolo lograron que los barcos grandes salieran huyendo del centro de la bahía, se concentraron en los barcos que cubrían el desembarco en la playa Lipe, con la primera andanada hundieron el primer barco. Los demás al ver el desastre, iniciaron la retirada, pero una nueva andanada del fuerte de San Fernando y otra del fuerte del Morro hundieron otro barco que estallo como una bomba. Los barcos que quedaron salieron huyendo de la bahía samaria.

Nuevamente se escucho un VIVA ESPAÑA.

Desde ese día, se corrió la voz, Santa Marta, ya no era un puerto fácil de atacar.

Los barcos ya entraban más confiados al puerto, el comercio de Santa Marta creció y la ciudad también. Llegaron nuevos habitantes y muchos barcos también llegaban al puerto samario para ser reparados por el taller de carpintería de los Calderón.

CAPITULO XVI DE VISITA AL PUEBLO TAYRONA.

 

CAPITULO XVI DE VISITA AL PUEBLO TAYRONA.

 

Una semana después del ataque pirata, los indios que regularmente salían del monte a trabajar en la hacienda de los Calderón, llamaron a Hortencio y hablaron con el un buen rato.

José Antonio que siempre estaba pendiente de que a los indios les diera comida, y los trataran bien, en agradecimiento por haberlo ayudado en la batalla con los piratas, vio que había una reunión inusual en uno de los potreros. José Antonio veía cómo Hortencio hablaba con otros indios, y se preocupó por el largo tiempo que llevaba la reunión.

Al terminar Hortencio se dirigió a José Antonio. Los indios le habían dicho a Hortencio que querían que él y su tío el Gobernador los visitaran en su tribu. José Antonio le dijo a Hortencio, que por él no había ningún problema, pero que tenía que hablar con José Joaquín, para que sacara un tiempo y lo acompañara.

Los indios dijeron que ellos esperaban al Gobernador, pero que querían que ambos fueran a su tribu para reunirse con su jefe. Uno de los indios que se quedó vio a Priscila, y le dijo en su lengua a Hortencio, que la señora iba a necesitar del gran Martelo, para recibir a su hijo, solo él podría traer a su hijo a este mundo. Hortencio dudó en decirle a José Antonio el mensaje del indio, porque no quería preocuparlo. José Antonio fue a la casa de su tío en Santa Marta, y lo convenció para que lo acompañase a visitar a los indios, en agradecimiento por haberlo ayudado en la batalla contra los piratas.

Esa noche Priscila tuvo pesadillas que iba a perder a su niño. José Antonio la abrazó en la cama, y la tranquilizó. José Antonio comentó en el comedor durante el desayuno el tema de los sueños de Priscila, y Hortencio escuchó. Hortencio decidió contarle a José Antonio lo que le había dicho el indio. José Antonio preguntó, y quién es el gran Martelo. Es un hombre sabio que lleva paz los enfermos, contestó Hortencio. ¿Y dónde está el gran Martelo? Preguntó José Antonio. Está en la ciudad sagrada de mis ancestros.

José Antonio: Hortencio… Ya me estas asustando… igualmente, en una hora ya viene mi tío y vamos a visitar al jefe de tu tribu.

Hortencio: El no es el jefe de mi tribu… ellos son parientes, pero no son mi tribu.

José Antonio: Hortencio… ¿y cuál es tu tribu?

Hortencio: Yo no me llamo Hortencio… ese fue el nombre que me dieron cuando me esclavizaron. Mi nombre es Pulgan, y soy uno de los últimos Tayrona reales que quedamos.

José Antonio: ¿Tayronas?

Hortencio: Los Tayronas éramos la tribu más avanzada y los que dominábamos toda la montaña, el valle y el mar. Nuestras ciudades tenían caminos de piedra, cultivábamos maíz en terrazas de piedra por todas las montañas y valles. Nuestras ciudades se extendían desde el mar, hasta la montaña. Las ciudades de tierras bajas pescaban y viajaban en canoas a otras partes del nuevo mundo al norte, donde conocimos a los mayas que nos enseñaron a construir en piedra. Las ciudades de tierra alta cultivaban y comerciaban con tribus del sur, donde conocimos a los muiscas. Vivíamos en paz, teníamos varias tribus vecinas pero solo peleábamos con los caribes orejudos que vivían en la orilla del gran río y a veces con los chimilas. Pero teníamos buenas relaciones con los Zenues al oriente en lo que es Cartagena, y con los muiscas al sur donde está Santa Fe. Nuestras ciudades eran las más avanzadas, manejábamos el oro y las piedras. El oro fue nuestra perdición. De pronto, llegaron soldados españoles, al principio solo nos pedían oro a cambio de otras cosas. Luego cuando no tuvimos suficiente oro, nos atacaron, nos torturaron, y se llevaban a nuestras mujeres e hijas a la fuerza. Tenían lanzas, espadas, pistolas, y perros de caza. No queríamos luchar, pero los soldados españoles nos cazaban con sus perros como animales. Reunimos un gran ejército y luchamos, vencimos a los soldados españoles. Luego regresaron y quemaron las ciudades de tierra baja. Nos aliamos con los chimilas, y los volvimos a vencer. Luego volvieron los soldados españoles, y volvieron a quemar más ciudades. Nosotros no somos guerreros de tiempo completo, somos cultivadores, pescadores y comerciantes, solo peleamos cuando nos reuníamos y acordábamos hacer la guerra. Los soldados españoles siempre están en guerra, nunca descansan de luchar, cuando el guerrero indio estaba con su familia, cuando estaba cultivando, cuando estaba pescando, llegaban los soldados españoles y lo mataban. Así nos vencieron, los indios guerreros morían cuando volvían a ser pacíficos, y solo ganábamos cuando acordábamos todos ir a la guerra. Nos mataban en tiempos en que no estábamos en guerra y estábamos con nuestras familias. Quemaron las ciudades y nuestros cultivos. Nos tomaron como esclavos, y morimos cansados de trabajar. De mi tribu solo quedan unos pocos.  Nos atacaron porque los españoles dijeron que éramos una tribu belicosa, y luego los acabaron porque inventaron que comíamos carne humana y que hacíamos ritos diabólicos. Antes de conocerte, fui esclavo y casi muero en muchas ocasiones. Yo era un jefe guerrero, y no pude proteger a mi gente. Hice la guerra muchas veces, hasta que mi campamento donde estaba con varios guerreros fue atacado por soldados españoles, que mataron a más de 40 de nosotros, y los que quedamos vivos, nos hicieron esclavos, de ellos solo yo sobreviví.

José Antonio: Hortencio… de verdad yo no sabía todo esto… nosotros tratamos de ser buenas personas y a ustedes los tratamos lo mejor que podemos.

Hortencio: Cuando el pirata Goodson atacó Santa Marta, mató a mi amo, y me fui al monte con ellos, sobreviví un rato, pero luego de tantos años como esclavo, es difícil ser libre. Cuando lo conocía a usted y su familia y me trataron bien, me quedé con ustedes. Hoy son mi tribu, y estoy aquí para protegerlos, algo que no hice con los míos.

 

La historia de Hortencio conmovió a José Antonio y cuando llegó José Joaquín, se preparó para ir a la tribu de los indios. José Joaquín llegó con 10 soldados, pero los indios, le dijeron que solo podían ir Hortencio, José Antonio y José Joaquín. A José Joaquín no es que le haya gustado mucho la idea, pero José Antonio lo convenció, le dijo, le debemos la vida de toda nuestra familia vamos.

Así las cosas, comenzaron el viaje, no podían llevar caballos, porque iban a subir la montaña. Hortencio les servía de intérprete. Y así comenzó el viaje, eran 10 indios, José Joaquín y José Antonio, y Hortencio claro esta.

Se adentraron en el monte, y pronto comenzaron a subir una montaña. José Joaquín comenzó a cansarse y a quejarse.

José Joaquín: Madre mía, que si yo hubiese sabido que iba a hacer tanto ejercicio no vengo… me ahogo… necesito agua.

Pronto se acabaron los caminos de selva y comenzó a aparecer caminos de piedras y escaleras de piedras en medio de la jungla. Bajaban pequeños chorros de aguas entre los caminos. Hortencio le dijo… estás son ruinas de las antiguas ciudades Tayronas, estos riachuelos fueron creados por mi tribu, para que la gente que viajara por estos cominos tomara agua.

José Joaquín: Ah bárbaro… qué civilización… en Santa Marta aún traemos el agua del río Manzanares en vasijas.

Siguieron subiendo las escaleras de piedra, y siempre encontraban tinas con agua, donde la gente bebía.

José Joaquín: Madre mía que hemos podido traer un caballo, que esto es agotador, además con estos caminos de piedra los caballos ha podido galopar…

José Antonio: tío los caballos no pueden subir las escaleras con nosotros encima, y cualquier susto nos iban a tirar de las monturas y nos matamos, porque estaríamos cayendo sobre las piedras.

José Joaquín: Tienes toda la razón, que dolor una caída de un caballo y que solo te espere una piedra… ¡Qué barbaridad¡ Hortencio… todavía falta mucho.

Hortencio: Hoy no vamos a llegar, estaremos llegando mañana seguramente.

José Joaquín: Ah qué esperanza… llegamos mañana, y yo que pensé que esta noche estaba cenando en mi casa… José Antonio, la próxima vez me avisas… porque me están esperando en mi casa.

José Antonio: Pues yo tampoco tenía ni idea de esto.

De pronto llegan a un primer pueblo, donde están una cantidad de niños que los reciben corriendo, ven mujeres, y hombres todos vestidos de ropas blancas. Ya no hace tanto calor como en Santa Marta, el clima es mucho más fresco, y los indios están con ropa más abrigada. El pueblo se encuentra encima de terrazas de roca, lo conforman unas 20 chozas, donde posiblemente viven unos 100 adultos y 50 niños. Los hombres lucen corpulentos y las mujeres agraciadas. Se ve alrededor terrazas de piedra con cultivos de maíz y de plátano. Hay pájaros, gallinas y cerdos silvestres pequeños de los que se llaman guartinajas. 

 


El viaje continuo, una hora más y encuentran otro pueblo casi que igualito, con las mismas características. La gente mira a los españoles con extrañeza. Los niños miran con curiosidad y los adultos con temor. Las mujeres evitan mirar a los ojos, y los hombres cruzan la mirada como si quisieran comerse a los viajeros.



Llegaron a un tercer pLlegaron a un tercer pueblo  y ahí descansaron, comieron, y decidieron quedarse a dormir la noche.

José Joaquín: Yo que pensaba que era el Gobernador de Santa Marta, y que iba a reconstruir una ciudad. Resulta que toda esta gente está bajo mi jurisdicción y sus ciudades son más grandes que la mía. Uno dice que los indios vienen del monte, y resulta que tienen caminos, pueblos y fuentes de agua.



Hortencio: Y eso que estas tribus viven en las ruinas de las ciudades que hicieron los Tayronas. Ellos son Aruhacos… primos nuestros… pero que no construyeron ciudades como las nuestras. Cuando nosotros los Tayronas perdimos la guerra con los españoles, los Aruhacos tomaron nuestras tierras, nuestros caminos y parte de nuestras costumbres. Nos reemplazaron… tomaron nuestro lugar.



José Antonio, José Joaquín y Hortencio con los otros 10 indios, comieron guartinaja, con una especie de arepa de maíz y plátano maduro. Bebieron una especie de chicha y se acostaron a dormir.

Al día siguiente:

José Joaquín: Ahora sí se porque estos indios que aparecen del monte solo trabajan dos o tres horas al día… porque el resto del día se la pasan subiendo estas escaleras… y la gente en Santa Marta les dice flojos.

José Antonio: Sí, tienes razón, en todos estos pueblos que hemos pasado, he podido reconocer a varios indios que han trabajado conmigo y en Santa Marta con otras personas, incluso varios me han saludado. Pero el tema es por qué nos piden comida, y nos piden carne, si aquí en sus pueblos tienen de todo. Además no tienen que trabajar, si aquí también tienen mucho que hacer.

Hortencio: Los Aruhacos son muy conservadores, no les gusta cambiar las cosas, no construyen ciudades de piedra, sino que conservan las que construyeron los Tayronas. Son curiosos y quieren aprender cosas nuevas, y por eso van a Santa Marta, a aprender, a probar sabores nuevos, y lo que sí les gusta es el comercio, les gusta intercambiar cosas, por eso es que son felices llevando maíz, plátano y vegetales a cambio de pescado o carne de vaca. Lo que ocurre es que los españoles los ven como salvajes y los maltratan, y en vez de hacer buenos tratos, intentan robarles lo que ellos traen.

José Joaquín: De verdad qué pena con esta gente… nos hemos comportado como unos verdaderos bárbaros.

Continuaron el viaje y pasaron cuatro pueblos más, hasta que bien entrada la tarde, llegaron a su destino. La ciudad del jefe de los Aruhacos. El jefe quería ver al nuevo gobernante de los blancos en Santa Marta. Quería pedirle el gran favor de que evitara que los españoles subieran a las ciudades de los indios, que mantuviera en secreto la existencia de estas ciudades, y que a cambio, los indios seguirían ayudándolos a reconstruir sus ciudades, a conseguir maíz y defenderse de los enemigos.

José Joaquín: Nosotros que pensamos erradamente que cuidamos de ustedes, y resulta que ustedes son los que cuidan de nosotros. No tengo nada que decir, confié en que no dejaré que ningún súbdito español traté de molestarlos aquí en sus tierras, en virtud de todo el apoyo que nos ha brindado su pueblo.

En esos momentos llegaron unos indios diferentes con vestidos diferentes que vieron a Hortencio y gritaron emocionados a saludarlos. Hortencio explicó que eran unos de los pocos Tayronas que quedaban y que lo reconocieron. Hortencio explicó que quedan muy pocos como él, y que por ser tan pocos, han estado cruzándose con los Aruhacos, lo que hace que tarde o temprano van a desaparecer. De pronto, una mujer salió de una choza, y Hortencio quedó petrificado. Era una antigua amiga de su tribu, de la cual Hortencio estuvo enamorado y la pensaba muerta. Se sentaron a hablar apartados de la reunión.

Por otra parte, otro indio se le acercó a José Antonio, era el Gran Martelo.

Martelo: Tú necesitas mi ayuda.

José Antonio: Ah hablas mi idioma.

Martelo: soy el gran Martelo… y tengo que ayudarte.

José Antonio: ¿Pero cómo sabes?

Martelo: Tengo algo para ti. Dale estas semillas a tu esposa, en una tasa de agua caliente, por tres días y tu hijo nacerá sano y salvo.

José Antonio: Pero … ¿cómo sabes?

Martelo: solo tienes que creer un poco… que todo saldrá bien… solo tienes que darle esas semillas.

José Joaquín: Vamos José Antonio… no discutas con el señor… que se ve que sabe algo que tu y yo no sabemos.

Esa noche volvieron a comer, y durmieron en una choza con otros indios. Y al día siguiente iniciaron el viaje de retorno.

Cuando iban a partir, se acercó Hortencio y le dijo a José Antonio, ya no puedo bajar con ustedes, tengo cosas que hacer en mi pueblo, yo soy el único hombre mayor que queda de mi tribu, porque los demás ya han muerto, y debo quedarme a cuidar de los míos, espero que me entiendan, que debo quedarme.

José Joaquín: Pero por Dios Hortencio, si tu te tienes que quedar para proteger a tu pueblo, yo que te puedo decir… que yo me tengo que ir para proteger el mío. Que nada más es que yo me ausente unos días, y aparece un ataque pirata.

José Antonio: Hortencio, no te preocupes, ya nos has protegido a todos a mi familia y a mí ayudándonos, ahora tienes que velar por los tuyos.

Los españoles se despidieron de Hortencio, y les recomendó a cuatro de los 9 indios que habían subido con ellos, que guiaran a José Antonio y a José Joaquín en su camino de regreso.

José Joaquín y José Antonio bajaron de la montaña, y regresaron a Santa Marta. En esos días Priscila no se había sentido bien, y estaba delicada. José Antonio sacó de su bolsillo las semillas que le había dado el Gran Martelo y se las dio a Priscila. Seis meses después nació su hija Carolina.

CAPITULO XV. LOS DETALLES QUE FALTARON POR CONTAR.

 

CAPITULO XV.  LOS DETALLES QUE FALTARON POR CONTAR.

 

Luego de haber derrotado a los piratas con ayuda de los indios y la estampida de los toros y las vacas, José Antonio y su milicia tuvieron que capturar a los toros que quedaron sueltos por toda la playa, y algunos se metieron en la ciudad. Los valerosos toros, había arroyado con garbo a los piratas y les habían causado la huida inmediata  hasta el río manzanares, donde pudieron escapar luego a sus barcos luego de pasar de nuevo a playa Lipe.

Mientras tanto, los toros continuaban dando tumbos por todas partes, y envistiendo a todo el que se le acercara. Los indios y varios hombres comenzaron a enlazarlos y a amarrarlos a los árboles. Los toros y las vacas por orden de José Antonio fueron trasladados por los indios que trabajaban en su hacienda hasta la playa arriados con mucho cuidado por el camino de Mamatoco hasta la ciudad de Santa Marta. No era una labor fácil, y es más, eran como treinta animales, pero en el camino se perdieron como diez que se escaparon, pero los indios sabían que estaban contra el tiempo, y Hortencio que era el que los guiaba, los apuraba a todo momento. Duraron una hora y media para llegar a la playa, y llegaron justo a tiempo.

Hortencio también alcanzó a solicitarle ayuda a un indio que iba a trabajar a la hacienda de José Antonio, solicitándole que llevara a los guerreros de su tribu para que ayudaran a los blancos, contra los piratas. La tribu que hace rato iba y trabajaba en la hacienda de José Antonio, y que recibían comida cambio de trabajo e intercambiaban maíz por pescado o carne, al escuchar que era José Antonio el que estaba en peligro, se reunieron, agarraron sus armas y sus flechas y salieron en su ayuda. Se alcanzaron a reunir casi unos 40 indios con flechas, en las que usaban un veneno para matar animales. Los indios iban corriendo y pronto alcanzaron a Hortencio que iba un poco más lento con otro grupo de 10 indios arriando al ganado.

Al llegar a la playa, vieron cómo los piratas cargaban corriendo y gritando hacia el fuerte, de donde los mercenarios lanzaban piedras con sus hondas. Los piratas ya no tenían más municiones tampoco, pues luego de cinco cargas, ya habían agotado su pólvora.

Cuando los piratas estaban a cuatro metros de la muralla, los 40 indios comenzaron a disparar, y Hortencio azuzó a los toros, entre ellos a uno llamado Sultán, al que todos le tenían mucho respeto, porque era un toro bien bravo. Al toro lo tenían vendado desde la hacienda y lo llevaban amarrado con mucha calma. Cuando le quitaron la venda y el toro vio a esos piratas gritando y corriendo se enfureció, además que vio a más de uno con pantalón rojo, y con más razón los envistió.

Los piratas no estaban preparados para enfrentar ni a las flechas envenenadas, que mataron a varios, ni a los toros. El veneno causaba primero mareo y luego se desmayaban, y en el desmayo, los toros y las vacas le pasaron por encima aplastándolos. Otros terminaban con el corazón paralizado. Las vacas a pesar de ser más pequeñas que los toros, cuando son bravas y envisten son más peligrosas, porque el toro baja la cabeza y enviste, perdiendo de vista el objetivo, mientras que la vaca enviste de frente y sigue viendo. Así que los piratas sin municiones, cansados, y sin estar acostumbrados al toreo como los españoles, fueron presa fácil de la estampida. Y al que lograba huir de las vacas y los toros, quedaba a merced de las piedras o de las flechas. Habían más de 100 piratas muertos en la playa.  Y los toros y las vacas habían empujado a gran grupo de piratas contra el río y contra el mar. Al ver que la turba pirata estaba dispersa y que no había forma de organizar un ataque entre los toros, las flechas de los indios y los muros del fuerte, el jefe pirata, muy a su pesar ordenó la retirada. Cuando solo la mitad de los piratas llegaron a playa Lipe, muchos de ellos, heridos, aporreados, y otros sufriendo los efectos del veneno, el jefe pirata les preguntó si querían volver a atacar en la noche, y los piratas cansados, golpeados, y hambrientos, se negaron a seguir con el ataque, y prefirieron irse con las manos vacías, y se sintieron afortunados de aún estar con vida. El jefe pirata dijo que nunca había visto unos defensores tan recursivos.

Esa tarde, José Antonio con varios indios agruparon a los toros y las vacas y los arriaron a la hacienda a los potreros. Por su parte, los soldados de la vieja guardia con los milicianos, les tocó el trabajo sucio de limpiar las playas de los muertos, hicieron una fogata enorme, y quemaron todos los muertos para evitar enfermedades.

Por su parte, cuando José Antonio llegó con todos los toros y vacas a la hacienda, fue recibido por Priscila, Victoria, Ana, su suegra y sus cuñadas. Priscila abrazó a su esposo, y lloraba, las mujeres no sabían nada de la batalla, desde que Victoria llegó a la hacienda y les contó cómo estaban las cosas, hasta donde ella vio. Priscila no paraba de llorar, el embarazo no le ayudaba mucho a calmar sus emociones. Estuvieron a muy poco de perder la batalla, y también de perder la vida, y quién sabe que hubiesen hecho esos piratas si después de matar a todos los que se resistieran, a las mujeres y al resto de habitantes que encontraran. Ese era el pensamiento de todos los defensores del fuerte de San Juan, y que José Antonio les había dicho, siempre cada vez que le preguntaba Manolo ¿Qué vamos a hacer? José Antonio que respondía: defender la ciudad, de cierto, lo que más se le cruzaba en la cabeza era su esposa y al bebé que venía en camino. No podía desfallecer, no podía perder, y mucho menos en ese momento.

Priscila cuando se calmó un poco, fue y ayudó a José Antonio a bañarse y a lavarse, pues estaba todo lleno de arena y pólvora. Luego salió otra vez a la sala, donde lo esperaban todas las mujeres, para que les contara los pormenores de la batalla.

Al día siguiente, llegó la zabra de Cartagena que capitaneaba Antonio Velásquez, con más pólvora, maíz y otras mercancías. Dijo que en Cartagena nunca se enteró de que Santa Marta estaba siendo atacada por piratas. Fue de inmediato a ver a su esposa y a sus hijas, que estaban en la hacienda Calderón bien asustadas.

Los Lobo llegaron al día siguiente, se habían ido para un pueblo más allá de Mamatoco a esconderse, esperando noticias de cómo había quedado Santa Marta. Nunca pensaron que la milicia de 50 hombres, hubiese podido resistir a 250 piratas. Y menos cuando tenían la mitad de pólvora, gracias a ellos. No pensaron que los iban a delatar, así que cuando un indio llegó al pueblo, y dio las noticias de que los piratas habían sido vencidos, los Lobo decidieron retornar. Lo primero que hicieron fue buscar a los dos milicianos a los que les habían pagado para que robaran la pólvora de los fuertes y mezclaran las que quedaban con arena, pero no lograron contactarlos. Ya habían delatado lo que habían hecho en el cuartel a sus compañeros. Los de la vieja guardia los apresaron y los aislaron. Cuando los Lobo preguntaron por ellos, no dejaron que hablaran entre sí, y llamaron a José Antonio, pero éste no acudió, quería descansar un poco con su familia, y se negó a acudir. Así que le contaron a Manolo, lo que estaba pasando, y este a su vez, llegó a José Antonio, quién al escuchar, enseguida se fue para el cuartel a interrogar a los milicianos. Se enojó mucho con ellos, y ordenó que los mantuvieran encerrados hasta que llegara su tío de Riohacha. Tomó a un grupo de 20 hombres y se dirigió a la taberna.

Abelardito: Mira Calderón, de verdad busca en otro lado, nosotros acabamos de llegar y no hemos hecho nada.

José Antonio: Señor Abelardito, como siempre es un disgusto saludarlo. ¿Quiere venir por la buenas o como siempre por las malas?

El padre también salió de la taberna.

Abelardo: Señor Calderón ¿qué ocurre ahora?

José Antonio: Señor Lobo, vengo a arrestarlo a usted y a su hijo.

Abelardo: ¿Y ahora qué hicimos? No me diga que ahora somos culpables del ataque pirata.

José Antonio: No señor Lobo, no hay pruebas de eso, pero sí tengo pruebas de que usted saboteó a la fuerza española que estaba protegiendo esta ciudad, robándole la pólvora y vertiendo arena en su reemplazo, como bien lo han confesado dos de los milicianos a los cuales usted le pagó  para hacer ese trabajo sucio.

Abelardito: Pero por favor señor Calderón… si es que ahora nosotros los Lobo somos culpables de todo lo que pasa en Santa Marta, si llueve es culpa de nosotros, si el río suena es culpa de nosotros, ¿hasta donde vamos a llegar con esto? Esto es una persecución en contra de los miembros de esta familia… nunca en mi vida había estado en la cárcel y ahora en menos de un mes, ya ni me acuerdo cuantas veces me han arrestado.

Uno de los rufianes que estaban con los Lobo dijo: ya estoy harto de esto, sí ellos robaron la pólvora de los fuertes, la pólvora está en las bodegas de la taberna, yo mismo las guardé ahí.

Un silencio incómodo de un minuto, y José Antonio dio la orden de arrestarlos, y a su vez de buscar en las bodegas la pólvora, donde efectivamente fue encontrada. Esta vez el arresto se produjo sin ninguna resistencia, los rufianes se apartaron y dejaron que los milicianos agarraran a los Lobo, quienes trataron de correr, pero fueron apresados. José Antonio ordenó que los encerraran hasta que llegara su tío.

José Joaquín que llegó al día siguiente, llegaba cansado de sus travesías por Riohacha y Palomino. En Palomino tuvo que sortear una emboscada que le habían preparado varios mineros, quienes se habían aleado con tres soldados que habían desertado del grupo que vino con José Joaquín desde Cádiz. Los tres hombres, habían averiguado donde se encontraban las minas de oro el mismo día que llegaron a Santa Marta y decidieron desertar e ir por el oro. Cuando llegaron a Palomino y descubrieron las minas, aprovechando su fuerza y su experiencia militar, doblegaron a los mineros y los sometieron a través de amenazas. Habían explotado a los pueblos que quedaban cerca y se habían apropiado de gran parte del oro que sacaban de las minas.

José Joaquín había sido informado de eso, y procedió con cautela, cuando decidió desembarcar en las lanchas, decidió bajar con 30 soldados fuertemente armados, y llegar a la mina, que sorprendentemente estaba vacía, pero de sorpresa salieron varios hombres que dispararon sus arcabuces, matando a dos soldados, pero cuando la tropa reaccionó, los asaltantes se rindieron luego de haber sufrido 10 bajas. Los soldados apresaron a los desertores a quiénes fueron encontrando poco a poco en diferentes fincas y casas, a los que José Joaquín dio la orden de fusilarlos. José Joaquín les confiscó el oro que habían acumulado, y organizó nuevamente el pueblo, con lo cual volvió la calma.

Cinco días después llegó por mar a Riohacha, que estaba siendo gobernada por un regente, que contrabandeaba y robaba las perlas que del mar se sacaban. Los pescadores de perlas, eran esclavos africanos que eran obligados a buscar bajo el agua perlas con el gran riesgo de ahogarse. El negocio de las perlas estaba siendo controlado por unos rufianes, que aprovechaban para enriquecerse ante la falta de autoridad en la ciudad.

José Joaquín llegó a Riohacha y se reunió durante 10 días con los habitantes de la zona para recaudar información y pruebas. Cuando varios habitantes acudieron a él y delataron al regente, y a los rufianes que controlaban la extracción de perlas en Riohacha, fue al edificio municipal, arrestó y destituyó al regente, y luego ordenó que capturaran a los rufianes, donde se encontró nuevamente a dos soldados desertores que habían viajado con él desde Cádiz, a los que también ordenó fusilar.

Luego nombró a otro regente, al señor Javier Celedón, un criollo respetado en Riohacha, y a quién todo el mundo le tenía en buena estima. A éste le encargo la organización administrativa de Riohacha, y de la explotación de las perlas. Así se decidió suspender la explotación inmisericorde de estos recursos, y se buscó un método en el cual, funcionara como un cultivo, permitiendo la reproducción de los crustáceos, evitando así su extinción, y por tanto, la destrucción de estos recursos por su sobre explotación.

José Joaquín también donó unos tres cañones y dio 1000 ducados para la reconstrucción y adecuación del fuerte San Jorge que protegía las playas de Riohacha de los piratas.

Luego de un mes por fuera, y cansado, José Joaquín se embarcó nuevamente en el Galeón San Rafael, rumbo a Santa Marta, sin enterarse que su nuevo hogar estuvo en grave peligro por el ataque de piratas.

Al llegar a Santa Marta fue recibido por Manolo y por Antonio Velásquez, quienes le contaron lo que había ocurrido. El gran miedo de José Joaquín era dejar desprotegida a Santa Marta, donde vivía toda su familia en ese momento. Al escuchar lo que habían hecho los Lobo, dio la orden de que los fusilaran de inmediato, por traición a la Corona española.  Orden que se cumplió al día siguiente.

Cuando llegó a la hacienda Calderón, sintió la felicidad de haber llegado a su hogar, y de encontrar a su familia a salvo. Abrazó a su esposa y a su hija Victoria, y claro también a su nueva hija Ana. Cuando vio a José Antonio, lloró de orgullo.

José Joaquín: Yo sabía… Yo sabía… que para algo tenías que servir condenado… Mírate en el gran hombre que te has convertido, ojalá tu madre estuviera aquí para verte.

martes, 5 de julio de 2022

CAPITULO XIV LOS LOBOS.

 

CAPITULO XIV LOS LOBOS.

Tres días después, van saliendo los Abelardos de la cárcel.

Abelardito: Me han picado los chinches, los mosquitos, las hormigas…

Abelardo: Esto no se va a quedar así… Nos han encerrado como perros. Ya verán qué es meterse con los Lobo.

 

Salió Abelardito al día siguiente a amenazar a un cliente que no le había pagado, con sus dos rufianes, y se encuentra de frente con José Joaquín, quien iba acompañado de unos cinco soldados.

José Joaquín: Señor Abelardo Lobo, buenas tardes.

Abelardito: Buenas tardes señor Gobernador, a qué debo el honor.

José Joaquín: Me han puesto las quejas algunos habitantes, que está usted cobrando nuevamente con amenazas y con rufianes.

Abelardito: Para nada señor Gobernador… la gente le encanta decir malas cosas de mi, yo soy un ciudadano honesto, y aquí estoy, acompañado de un tío y de un primo, que no son ningunos rufianes.

José Joaquín: Y cuál es el nombre de su tío y su primo.

Abelardito: Son Raúl y Alfredo.

José Joaquín: y sus apellidos.

Abelardito: Rodríguez… es que son familiares por parte de mi madre.

José Joaquín: A ver… muéstrenme sus identificaciones. Aquí dice que se llaman Carlos y José, y son apellido Robles. Soldados, arresten a estos hombres y al señor Abelardo Lobo también, por andar amenazando a los ciudadanos y tratar de engañar a la autoridad, y una multa de un ducado a cada uno. Buen día señor Lobo, nos vemos en tres días si la providencia nos lo permite, y si su padre paga la multa.

 

El mismo día el señor Lobo presentó una querella alegando que José Antonio se había apropiado injustamente de un ganado que tenía su marca AL (supuestamente Abelardo Lobo). Y en efecto, José Antonio en el tiempo en que comenzó a reunir el ganado que estaba suelto vagando por toda la sabana samaria, recogió mucho ganado que habían dejado otros hacendados luego del ataque de Goodson. A esa querella se unieron otros hacendados, que también reclamaron la devolución de su ganado, a lo cual, José Joaquín como Gobernador, le tocó atender, sin embargo, para no verse en un problema de parcialidad, se llevó a tres ciudadanos que los nombró como oidores para que atendieran el caso. Se hizo la inspección de los ganados y José Antonio, le devolvió a varias familias varias vacas que estaban debidamente marcadas, pero cuando llegó el turno de los Lobo, no lo hizo.

José Joaquín: Ahora le toca a los Lobo, tienes que devolver las vacas con el sello.

José Antonio: No hay nada que devolver tío.

Abelardo: Cómo es que no hay nada que devolver, si aquí aparece en el inventario, 5 vacas con el sello AL, de Abelardo Lobo.

José Antonio: Pues no hay nada que devolver señor Lobo, por lo siguiente. Aquí tengo al señor Alejandro, el dueño del único taller herrero de Santa Marta, y tengo también al padre Fabian. Alejandro, tu has hecho todos los herrajes de Santa Marta.

Alejandro: Sí señor, todos los dueños de hacienda me mandan a hacer herrajes.

José Antonio: ¿Y el señor Abelardo Lobo te ha mandado a hacer algún herraje?

Alejandro: No, nunca… el señor Lobo nunca ha tenido ganado en esta ciudad.

José Antonio: Y de quién es el herraje que dice AL?

Alejandro: Yo se lo hice a un señor llamado Alfonso Linero, que en paz descanse, quién murió en el ataque de Goodson con toda su familia.

José Antonio: Padre Fabian de todos los años que ha vivido en Santa Marta, ¿sabe usted si el señor Lobo se había dedicado a la ganadería?

Padre Fabian: No, nunca, el señor Lobo siempre tuvo como negocio la taberna y el burdel, nunca le conocí una sola vaca.

José Antonio: ¿Quién era el señor Alfonso Linero y donde se encuentra hoy?

Padre Fabian: El señor Alfonso Linero era propietario de una hacienda y sí se dedicaba a la ganadería. Y el en efecto murió con toda su familia durante el ataque pirata.

José Antonio: Aquí está la prueba señores oidores, que no tengo nada que devolver, pues los dueños del ganado, ya no están para reclamarlo, y que es el señor Lobo, quién está tratando de engañarlos, para obtener un provecho injustificado.

Los oidores le impusieron tres días de cárcel para el señor Lobo, y una multa por tratar de engañarlos. Los Lobo, se volvieron a encontrar tristemente en la cárcel.

Abelardito: Papá… ¿viniste a sacarme de aquí?

Abelardo: No… desafortunadamente vengo a hacerte compañía.

 

 

Otro día Victoria llegó a la hacienda de José Antonio desesperada.

 

Victoria: José Antonio, en la panadería no tenemos maíz para hacer pan, ni arepa, y tenemos problemas para los trabajadores y para los clientes, no tenemos cómo hacer nada.

José Antonio: Y ¿Qué les pasó?

Victoria: Abelardo Lobo compró todo el maíz que llegó hoy al mercado, y cuando yo fui a comprar, ya no quedaba nada.

José Antonio: ¡Qué desastre¡ ¿y cuando llega más?

Victoria: En tres días…

José Antonio: Hay que buscar otros proveedores… Abelardo sabe que si no hay pan ni arepas, no podemos trabajar. Pero no te preocupes que aquí estamos sembrando maíz, pero comenzamos a recoger el próximo mes. Déjame y hablo con los indios para que nos den maíz. Hortencio ven por favor… necesitamos que hables con los tuyos, necesitamos urgentemente maíz, y que les pagaremos bien si no los traen en cantidad.

Hortencio era un indio que apareció del monte y se quedó trabajando con José Antonio permanentemente. Hortencio subió y habló con varias tribus, que enseguida bajaron y le llevaron todo el maíz que pudieron. José Antonio le llevó el maíz a Victoria, y la panadería comenzó a funcionar. Los Lobo siguieron comprando todo el maíz que llegaba al mercado durante tres semanas, pero la panadería seguía funcionando, tanto por el maíz de los indios, como por el maíz que ya se producía en la hacienda de los Calderón. Como los Lobo no hacían nada con el maíz, sino que lo almacenaban y lo almacenaban en las bodegas de la taberna, este se daño, y generó una plaga de ratas, lo cual hizo que el Gobernador ordenara una inspección por motivos de salud pública en la taberna de los Lobos, donde se encontraron ratas, y alimañas, además de todo el maíz almacenado. Así entonces, José Joaquín ordenó el cierre de la taberna por una semana, y ordenó poner preso a los Lobos por afectar la salud pública de Santa Marta, por 10 días.

 

José Joaquín tuvo que viajar a la guajira, para ordenar el comercio de las perlas en Riohacha y las minas de oro en Palomino, y dejó a José Antonio y a Manolo a cargo de la ciudad. José Joaquín tuvo que llevarse el Galeón y una zabra con 40 soldados, necesitaba todo el apoyo militar para poner orden en aquellas regiones que estaban a merced de delincuentes y funcionarios corruptos.

José Antonio y Manolo, junto con los 8 soldados de la vieja guardia, habían estado entrenando a 40 jóvenes, para conformar una milicia, que eran civiles que podían servirle a los soldados como refuerzos. Les enseñaban a disparar los mosquetes, los cañones, a utilizar las espadas y las picas. Ya llevaban 2 semanas de entrenamiento con los de la vieja guardia.

Santa Marta seguía creciendo y los barcos comenzaban a llegar al puerto Samario, para comerciar, para hacer reparaciones y conseguir provisiones. Varios indios que salían del monte, también llegaban a la ciudad e intercambiaban mercancía. Varias de las familias que habían huido a otras ciudades retornaron, varias personas que vivían en otros lugares, también se mudaron a Santa Marta, y varios indios también se quedaron con las familias de la ciudad como empleados permanentes. El número de habitantes había aumentado.

En esos días, aprovechando la ausencia de los soldados y del Galeón, Santa Marta se encontraba vulnerable, la milicia estaba entrenando pero aún no tenía experiencia en combate. José Antonio, al ver las dificultades inmediatas decidió darles un curso rápido de cómo usar la honda, y cómo utilizar los garrotes.

Precisamente en la ciudad había una persona que tenía un trastorno mental, que se llamaba Jaime De Jesús Contreras, se la pasaba viendo el cielo y diciendo si iba a llover o no. La gente le tenía mucho cariño, le regalaba ropa y comida, y el ayudaba en todo lo que pudiera. Era un señor como de unos treinta y tantos, con rasgos indios, pero con bigote español, bajito de estatura y muy flaco. Una vez se incorporó al grupo de milicianos e hizo todos los ejercicios. José Antonio y Manolo, no lo dejaron tocar ni las armas de fuego, ni las espadas por considerarlo peligroso, dado su estado mental. Pero la gente les dijo, que la gente le tenía miedo a Jaime de Jesús, cuando agarraba un garrote, y era porque tenía precisamente una habilidad especial para utilizar esa arma para pelear, muy a pesar de ser bajito, flaquito y no tener en orden la cabeza.  En efecto, hicieron una prueba de una pelea de entrenamiento con garrotes, y cuando pasó Jaime de Jesús, le ganó a cinco muchachos, quienes salieron bien apaleados.

 

Por su parte los Lobos, al escuchar que el Gobernador se había ido para la Guajira con sus soldados, comenzaron nuevamente a sus andanzas de amenazar para cobrar deudas con rufianes, y a forzar negocios a través de las amenazas.

En una ocasión, Renato un soldado de la vieja guardia, los sorprendió amenazando a un comerciante para que les vendiera a menos precio una mercancía. Y se llevó a 10 milicianos a enfrentar a los Lobo con sus rufianes, pero éstos los vencieron luego de una pelea. Los milicianos salieron corriendo e informaron a José Antonio, que junto con Manolo, reunieron todos los de la milicia, y llegaron a las puertas de la cantina para apresar a los Lobo.  Los Lobo salieron de la cantina con 10 rufianes, y dijeron que no se iban para la cárcel. José Antonio llamó a Jaime de Jesús a quién le decía, Jaimito comanda el ataque, y le dio un garrote.

Diez hombres fueron detrás de Jaimito con garrotes, y el resto, incluyendo a José Antonio y Manolo, sacaron sus hondas y comenzaron a disparar piedras, como bien lo dispusieron en su manuela, el primer piedrazo al cuerpo o al vientre, y el segundo en la cabeza. Por su parte Jaimito, el solo, le dio una garrotera a los 10 rufianes y a los Lobo, que nuevamente pasaron otra temporada en la cárcel.

 

Abelardito: Papá qué dolor…

Abelardo: Ni me digas… qué humillación. No solo estamos otra vez en la cárcel sino por si fuera poco, hemos sido vencidos por garrotes y hondas. Pero esta vez si nos la van a pagar.

 

Luego de 10 días encerrados, Abelardo habló con un pirata inglés con el que tenía negocios, le compraba contrabando de ron, y les propuso un negocio. Les propuso que atacaran a Santa Marta, aprovechando que no había soldados, ni barcos en esos momentos, y que él y sus hombres se encargarían de sabotear las defensas de los milicianos. Que era el momento de atacar, porque había muchas riquezas y había poca protección. Que el les pagaría una recompensa, y que la única condición era que no atacaran la taberna, ni el burdel.

 

En efecto, cuatro días después sonó el cuerno varias veces anunciando un ataque pirata.

 

Manolo: Madre mía… José Antonio… ¿Qué vamos a hacer?

José Antonio: Prepararnos para defender nuestra ciudad, llamen a las milicias.

 

Los 40 hombres, Manolo y José Antonio, y Jaimito, se prepararon en los dos fuertes que ya se habían reconstruido en la playa, uno se llamaba el fuerte de San Vicente que estaba más cerca del puerto y el otro el fuerte de San Juan de Matas que estaba a cien metros en dirección a la desembocadura del río Manzanares. Habían cinco barcos mercantes y la Goleta la Victoria. La otra zabra se la había llevado Antonio Velásquez para Cartagena, donde estaba haciendo negocios, y no había regresado aún.

José Antonio le dijo a los barcos que tuvieran cañones para disparar que se pusieran de frente al puerto y que dispararan lo que pudieran cuando estuvieran a distancia, de los barcos piratas. Los comerciantes, no atendieron la orden, y huyeron en sus barcos en el espacio entre el morro y punta betín, cuando vieron a los piratas ingresar a la bahía por el otro lado del morro.

Eran tres barcos de mediano tamaño, que izaron sus banderas piratas, que ingresaron sin resistencia a la bahía.




En los fuertes, los milicianos habían preparado los cañones y al ver que los barcos ingresaron a la bahía, dispararon, pero en vez de explotar y disparar las balas por los aires, solo se oyó unas pequeñas explosiones y las balas de cañón cayeron en el agua a cuatro metros.

José Antonio: Manolo… ¿Qué pasó? Nunca te había visto tan mala puntería.

Manolo: No sé que ha ocurrido, vamos a cargar otra vez… voy a verificar… algo salió mal.

 

Los barcos piratas se acercaban, y nuevamente se dio la orden de disparar, pero nuevamente la chispa de los cañones era muy inferior a lo que debía, y las balas salían chamuscadas a cuatro metros al frente de los fuertes. En la playa, los Lobo se reían a carcajadas. Los piratas se seguían acercando confiadamente.

 

Manolo: Ya verifique, y todos estamos haciendo bien las cosas… las balas, la cantidad de pólvora, la inclinación de los cañones, todo esta bien… no me explico que está pasando.

Uno de los reclutas: Señor… la pólvora está mala… está mezclada con arena, por eso los cañones no disparan bien.

José Antonio: Qué barbaridad… nos han saboteado… voy en búsqueda de pólvora…

 

José Antonio salió corriendo del fuerte de San Juan, al cuartel a buscar pólvora. La gente estaba en la plaza preocupada, ya varios habían dicho que los cañones no disparaban y que era mejor evacuar la ciudad. José Antonio se encontró con Victoria y María, que le preguntaron qué pasa. Nos han saboteado, nos han mezclado la pólvora con arena, y necesito encontrar más pólvora. Victoria se subió al caballo con José Ignacio y llegaron al cuartel, embarcaron seis barriles de pólvora en una carreta y salieron corriendo para la playa.

Los barcos piratas comenzaron a disparar en contra de los dos fuertes, se ubicaron enfrente de ellos, y al ver que no disparaban, los comenzaron a bombardear. En ese momento llegó José Antonio con los barriles de pólvora, que se los dio a Manolo. Todos cargaron los cañones nuevamente del fuerte San Juan de Matas, mientras que recibían el bombardeo de los barcos piratas que cada vez afinaban más la puntería. José Antonio salió del fuerte, dejó a Victoria en el fuerte San Juan, y se dirigió al Fuerte San Vicente para llevarle los barriles de pólvora. Los piratas iban a comenzar el desembarco en cuatro lanchas con remos, pero fueron sorprendidos por la primera andanada del castillo San Juan, que dio en el blanco en uno de los barcos, causándole bastante daño. Los barcos siguieron disparando, pero recibieron nuevamente respuesta esta vez no solo del fuerte San Juan, sino del San Vicente, donde se había metido José Antonio a dirigir a las milicias. Los disparos de los fuertes, comenzaron a hacer estragos en los barcos, y las lanchas que habían desembarcado, comenzaron a devolverse a los barcos. Los fuertes siguieron cañoneando a los barcos, hasta que estuvieron fuera de alcance. Hubo un VIVA ESPAÑA en los dos fuertes. Por su parte, los Lobo ya no se estaban riendo y ya se mostraban preocupados.

Sin embargo, los piratas no se rindieron, no podían dejar la posibilidad de atacar la ciudad que aparentemente estaba protegida por una milicia inexperta. Así entonces, decidieron reagruparse para realizar un desembarco en playa Lipe y atacar a la ciudad por tierra. Los tres barcos sumaban 240 piratas, que superaban a los milicianos que defendían la ciudad.

Manolo: Madre mía… José Antonio ¿y ahora qué vamos a hacer?

José Antonio: Prepararnos para defender nuestra ciudad. Dile a todos los reclutas que se concentren en el fuerte San Juan, toda la pólvora, todas la municiones, todas las armas tienen que estar aquí. Que cuatro hombres tomen a la Goleta Victoria y que desde el mar disparen los cañones a los piratas en la playa.  Voy a buscar más pólvora y voy a traer refuerzos, ya vengo. Victoria Acompáñame.

José Antonio llegó a la plaza, y le dijo a todo el mundo, que necesitaba toda la pólvora disponible para defender la ciudad. Fue al cuartel y llevó toda la pólvora que había. Le dijo a los habitantes que se atrincheraran en la catedral, y le dijo a las mujeres y niños que comenzaran a evacuar a Mamatoco. José Antonio habló con Hortencio y le dio unas instrucciones, y le dio su caballo. José Antonio y se dispuso a retornar a la playa al fuerte de San Juan de Matas con la carreta llena de pólvora. En el camino se encontró a los Lobo, quienes estaban cargando sus cosas en una carreta y preparándose para abandonar la ciudad. José Antonio le dijo a Victoria que se fuera a la hacienda con María, que ya el tema estaba muy peligroso y le dijo que protegiera a Priscila.

Te encargo a mi esposa y a mi hijo… haré todo para protegerlos.

 

Cuando llegó al Fuerte, el ejército pirata ya estaba atravesando el río manzanares. La goleta Victoria ya había llegado al frente del Fuerte San Juan de Matas. Los cañones ya habían sido desplazados de las troneras del fuerte que daban al mar, al costado de donde vendría el ataque pirata.

Y comienza la primera carga pirata en contra del fuerte. Los defensores abren fuego con cañones y mosquetes, disparando todo lo que tienen. Cayeron muchos piratas en esa primera andanada, así que se retiraron y se reagruparon. No tenían cañones, a lo sumo pistolas, espadas y cuchillos y uno que otro mosquete. La ventaja táctica estaba a favor de los defensores que aún no tenían perdidas y contaban con la protección de la muralla, con mosquetes y con cañones. Segunda carga de los piratas, que también fue recibida con fuego nutrido de mosquetes y cañones. Esta vez se necesitaron tres recargas para que los piratas retrocedieran, pero esta vez casi llegan al muro.

El sol, el calor y el cansancio estaban haciendo ya sus estragos, tanto en los atacantes como en los defensores. Los piratas decidieron esperar un poco más de media hora para la tercera carga, habían sufrido por lo menos unas 40 bajas, pero aún tenían ventaja en los números. Y comenzaron la tercera carga, e igual fueron recibidos con fuego nutrido, esta vez, si alcanzaron los muros, pero los garrotes de los defensores los repelieron, obligándolos a replegarse nuevamente. La goleta Victoria comenzó a disparar por orden de José Antonio a la retaguardia de los piratas, logrando que estos retrocedieran nuevamente.

Ya en el fuerte no quedaba más pólvora, y ya habían unos 10 heridos.

Manolo: José Antonio… ¿Y ahora qué vamos a hacer?

José Antonio: Preparen las hondas y díganle a la Victoria, que los ataque ahora y gaste todo lo que tiene, no podemos dejarlos descansar.

 

La goleta atacó a los piratas, y les disparó todos los cañonazos que pudo, causando varias bajas, obligándolos a atacar nuevamente al fuerte, donde fueron recibidos por hondazos con piedras, que escalabraron a más de uno. Los piratas se dieron cuenta que los defensores se habían quedado sin pólvora y decidieron atacar y acabarlos, pero esta vez, no solo fueron recibidos por una lluvia de piedras, sino que llegó un ejército de indios de la ciudad, con flechas, y que al mismo tiempo llevaron una estampida de 12 toros y 12 vacas, que envistieron con ganas a los piratas, matando a varios con sus cuernos y aplastando a otros con sus patas. José Antonio dio la orden a la milicia de salir en grupo y apoyar a los indios. El resultado fue catastrófico para los piratas que salieron corriendo a sus barcos, y zarparon definitivamente.

Un VIVA ESPAÑA se dio nuevamente.

Uno de los milicianos después de la batalla, confesó que Abelardo Lobo le había pagado para robar la pólvora y mezclar la que quedaba con arena. El resultado, los Lobo nuevamente en la cárcel, cuando volvieron a aparecer en Santa Marta, pero esta vez acusados de alta traición, y sentenciados a muerte.

José Joaquín regresó de Riohacha, con el Galeón y la zabra, y con toda la tropa. Había reorganizado la explotación de perlas y las minas de oro, tuvo que enfrentarse con varios maleantes y apresar a varios funcionarios corruptos en Riohacha, pero logró su objetivo. Cuando regresó no podía creer lo que había ocurrido. El mismo sentenció a los Lobo a muerte, e hizo que se cumpliera.

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