viernes, 24 de julio de 2020

LOS PADRES, LOS HIJOS Y LOS HERMANOS: AFINIDADES Y CONTRADICCIONES


LOS PADRES, LOS HIJOS Y LOS HERMANOS: AFINIDADES Y CONTRADICCIONES.

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Lucía se casó con un prestigioso abogado de la pujante ciudad de Mendoza. Se enamoraron mientras los dos se encontraban estudiando en la Universidad. El nombre de él era Jacobo –igual al nombre de su cuñado-, y era descendiente de una familia de clase media en Mendoza, pero con mucha tradición y muy conservadora, -La familia Monrroy-. En los primeros años del matrimonio de Lucía y Jacobo fueron de gran bonanza, ya que él se encargaba de resolverle los problemas jurídicos al personal de la mafia.

En fin, decía que Cristina entabló una muy buena relación con Lucía, la prima de Joaquín, con el propósito, de que el hijo de Lucía, Guillermo fuera el compañero fiel de Marco, a pesar de que Marco le llevara año y medio a Guillermo. Pero entre los niños las diferencias de edades, si se notan, ya que siempre se cumple la frase que dice: “Que el grande se complace en  hacer llorar al Chico”. Pero sin duda en la adolescencia y en la edad adulta estos dos serían los típicos ‘uña y mugre’, a pesar de ciertas diferencias que surgían entre ellos y que les ocasionaban continuos enfrentamientos normales entre amigos, que era producido por la incompatibilidad de sus personalidades, que no les impedía seguir siendo amigos, una vez solucionados sus problemas. Pero de todas maneras desde niños pintaron ser muy buenos amigos, y muchas veces con sus cotidianas peleas, ocasionaban lo que siempre pasa en estos casos, los niños pelean un rato, pero al rato estaban jugando como si nada hubiera pasado, mientras que sus madres se debatían en fuertes discusiones que ocasionaban serias grescas, que a veces ameritaban de la intervención de Don Rodrigo o de Don Cesar, porque hasta el mismo Joaquín se mostraba casi que impotente frente a la situación, en donde su prima y su mujer se ensartaban en fuertes discusiones.

En esos tiempos Manuel se encontraba viviendo en Mendoza, administrando de forma magistral la parte de la riqueza, que tenía. No trabajaba, pero vivía de hacer inversiones, y hasta muchas veces optó por invertir en el narcotráfico, lo cual se le  convirtió en un negocio bastante rentable. Pero gracias a Dios, por cuestiones de escrúpulos y remordimientos de conciencia, además de la continúa intervención y llamado de atención que le hacía su padre, no siguió realizando esta clase de negocios. Vivía cómodamente, -aparentemente- pero pronto se involucró en el ambiente de apariencia y fantochería de Mendoza, y comenzó a gastar más de lo que producía, ya que en esa ciudad lo más importante es mantener las apariencias –‘No importa lo que comas, pero vístete bien”-, y con esto comenzó a meterse en problemas financieros, pero que no le causó mucha dificultad, porque su talento administrador siempre lo sacaban de los aprietos más graves, en que se solía meter.

Mientras tanto Don Cesar se veía totalmente desgastado económicamente, todo el dinero que le había quedado de la venta del ganado se le había ido en lujos y en gastos, pero la mayor parte de ese dinero se le fue en mantener ese modo de vida, porque de acuerdo con el dinero con que se cuente, el hombre crea su estilo de vida, y de ahí que si no controla los gastos de los ingresos, el mantenimiento del alto nivel de vida es casi que insuficiente, y pronto se comienza a vivir de la apariencia, cuando internamente se pudren en el vacío. Así entonces, el dinero logró separar de cierto modo a la familia, la abundancia de dinero provocó que la individualidad prevaleciera sobre la colectividad, debido a que todos se sentían independientes y libres de la responsabilidad que significaba el trabajar para sostenerse, lo que aumenta la irresponsabilidad y la indolencia al creer que todo tiene un precio. Cada quien se dedicó a vivir intensamente sus vidas y se olvidó de mantener la unión familiar. De esta forma Lucía se casó mientras iniciaba los estudios y no volvió estudiar; y de esta forma y debido a las circunstancias se sintió tan independiente y capaz de asumir su propia vida  abriéndose nuevos caminos. Jacobo –el otro hermano- por su parte siguió estudiando en Mendoza hasta que terminó su carrera como arquitecto. El era el más difícil de ubicar porque era el más independiente, pero era el menos materializado, poseía una extraña filosofía basada en la humanización que lo hacía un ser verdaderamente sociable. Para Don Cesar, Jacobo su segundo hijo era motivo de curiosidad, puesto que su estilo de vida, en donde las relaciones sociales eran su principal acompañante constituía en un motivo de preocupación para el viejo, quien estaba muy pendiente de lo que acontecía con sus hijos. Aunque en el caso de Jacobo, todas las noticias que se referían al él le llegaban a Don Cesar por medio de terceras personas, esto se debía a que cada vez que llamaba a Mendoza a preguntar por su hijo, nunca lo encontraba en casa, por esta razón, muchas veces prefería llamar a ciertos amigos de Jacobo quienes le comunicaban los acontecimientos que tenían alusión a su hijo, y de paso probaba su suerte a ver si conseguía encontrarlo en alguna de las casas a las cuales él llamaba. A pesar de ser Manuel el orgullo y verdadera preocupación de Don Cesar, encontraba en Jacobo a una digna copia de su personalidad; siempre en la calle, en donde las amistades siempre lo acompañaban y lo apoyaban en todo lo que a él se le ocurriera, y nunca se metía en problemas, porque era calculador y meticuloso. Era el hombre fiesta y en Mendoza no había una fiesta que no fuera precedida por él (Jacobo). El era el alma de una reunión y a pesar de su vocación parrandera, era buen estudiante y siempre le quedaba tiempo de hacer de todo un poco. Fue el que menos lidia dio y el que menos ayuda pedía, era tan independiente que resolvía él sus propios problemas a pesar de saber muy bien que siempre contaría con el apoyo incondicional de su padre. Era el más descomplicado de los tres hermanos, no le importaba tanto el dinero ni el lujo sino la felicidad de vivir intensamente. Nunca estaba de acuerdo con la forma de vida de su hermano, al cual le criticaba su manera de pensar y de proceder, y lo definía como de todo punto de vista maquiavélico y peligroso. A pesar de ser él, Jacobo, un tipo despreocupado, independiente, liberal y olvidadizo, siempre se acordaba de su familia y nunca dejaba de llamar a su casa, -cuando no podía asistir- en las fiestas especiales de la familia (cumpleaños, aniversarios, etc.), es que en ese aspecto no se le escapaba ni siquiera un solo cumpleaños de un sobrino, y a pesar de estar en desacuerdo con el carácter de su hermano, no dejaba de visitarlo los Domingos, día en el cual iba rigurosamente a la casa de Manuel, y cada vez que se lo encontraba, aprovechaba la situación para enterarse de la familia. Para Don Cesar una llamada de Jacobo se traducía a un regalo del cielo, la felicidad era tan grande como la de Don Rodrigo cuando recibía las llamadas de Joaquín desde la Capital –cuando este estaba estudiando-. Y es que si Don Cesar en cierto día se encontraba de mal humor, o desgastado por un problema,  pero de repente recibía una llamada de Jacobo, con solo el hecho de que su hijo le dijera “¡Hola papá! ¿Como estas?”, ya el viejo Cesar tenía suficiente felicidad para todo un día. Era tan impresionante el amor que le tenía a su hijo, que una vez estando en plena crisis, Don Cesar se encontraba muy enfermo por causa de un virus, que estuvo a punto de llevarlo a la tumba. Tal sería la gravedad de la situación que Manuel ya hacía grandes esfuerzos para ubicar a Jacobo en Mendoza, para que por lo menos viera por última vez a su padre con vida. Manuel estuvo mucho tiempo preguntando e indagando donde se encontraba su hermano, hasta que al fin se enteró que estaba pasando unos días con unos amigos en la ciudad de Pentecostés. Al lograr localizarlo en aquella ciudad en un hotel, Manuel lo puso al tanto de la situación. Jacobo no espero ni un minuto, habló con uno de sus amigos, poniéndole su caso a criterio y le pidió que le consiguiera un transporte que lo hiciera llegar lo más rápido posible a La Samaria. El amigo hijo de una persona muy influyente, habló con su padre y consiguió que éste pusiera una avioneta al servicio de Jacobo para que pudiese llegar a tiempo a La Samaria. Todo esto pasó con tal rapidez, que Jacobo logró llegar primero de Pentecostés a La Samaria, que Manuel, que se encontraba en Mendoza que se encontraba a mitad de camino de Pentecostés. Don Cesar que se encontraba en su alcoba en muy mal estado, con toda la familia incluyendo su hermano y su sobrino, a excepción de sus dos hijos que no tardaban en llegar, en la casa a la espera de lo peor.
Don Cesar se encontraba bastante débil, había soportado tres días de fiebre intensa y con los habituales síntomas del catarro, que lo habían diezmado de tal manera, que el doctor ya no daba muchas esperanzas de una posible recuperación.

Todos se encontraban reunidos en la sala, cuando Jacobo cruzó la puerta de la entrada. Era casi que irreconocible para sus propios familiares que lo vieron con una extraña mirada que expresa: ¿Y éste de donde salió? Su andar era rápido y daba gestos en su rostro de desesperación. Junto a él, venían cuatro amigos que estaban con él en Pentecostés y que habían viajado junto con él en la avioneta. Manuel no llegaba aún, él era el único que podía reconocer a simple vista a su hermano Jacobo. Jacobo, cuando llegó, le dio un beso a su madre quién lo miró con extrañeza, -hallaba en su hijo a un desconocido, después de dos o tres años, sin verlo, y del cual durante dicho período sólo había escuchado su voz- subió por las escaleras de la casa, y se dirigió hacia la habitación de su padre, con  gran desespero. Sus amigos se quedaron en la sala, informándoles a los presentes de quién se trataba aquella figura que había subido “como Pedro por su casa” sin ser reconocido.

Al abrir bruscamente la puerta, e invadido por el miedo en todo su cuerpo, entró en la recámara, en donde su padre se encontraba descansando, y padeciendo de su mal estado de salud y torturado por una fiebre altísima. Se postró al pie de la cama agarrándole la mano fuertemente a su padre. Al rato entró su madre sobresaltada, al no reconocer a su hijo. Cuando esta gritó dentro de la habitación -¡Jacobo! hijo mío. Don Cesar abrió los ojos bruscamente. Jacobo se dio vuelta para ver a su madre cuando sintió el jalón que provenía de la mano de su padre, quien al reconocerlo se trató de incorporar. Después de hacerlo, logró abrazarlo con tal fuerza, que no pareciese que estuviera enfermo.  Don Cesar comenzó a llorar como un niño, y Jacobo que lo abrazaba no sabía que decir, solamente lo besaba. Don Cesar le pidió a su mujer que lo dejara solo con su hijo, la felicidad le desbordaba por todos los poros, y sus ojos se convertían en un mar de lágrimas. Estuvieron hablando un buen rato, casi un lapso de dos horas y media, en ese momento llegó Manuel exaltado que enseguida se informó de la situación. Cuando por fin se abrió la puerta Don Cesar salió de la habitación caminando, como si nada le hubiera pasado. Era increíble lo que se estaba viendo, un moribundo volvía a vivir. De esta forma, el doctor lo volvió a examinar y dijo a todos los familiares que la tristeza era la que estaba acabando con la vida de Don Cesar, todo lo que él necesitaba era un poquito de alegría. Pero en sí, alegría era poco, comparado con lo que sentía Don Cesar al ver a su hijo “perdido”. Después de varios días, ya Don Cesar se encontraba totalmente restablecido. Jacobo se había  encargado personalmente de cuidar de él en esos días. Mientras tanto sus amigos disfrutaban de la hospitalidad de la madre de Jacobo, y de la belleza de La Samaria. Habían encontrado en esa ciudad un ambiente típico y pintoresco, que le daba a esa ciudad un tono muy especial, que cautiva a todos sus visitantes. Este tono especial en donde se admiraba una conservación de unas costumbres autóctonas, conservadas durante años por el aislamiento que imperaba en la ciudad, todo era lo mismo para sus habitantes, pero resultaba ser mágico para los visitantes, encontraban un ambiente libre e inocente a la vez, que nunca habían encontrado ni vivido en otra ciudad. Disfrutaban cada lugar que visitaban en La Samaria, todo era nuevo para ellos y ningún plan era absolutamente despreciable.

Mientras tanto Jacobo seguía alegrando la vida de su padre, pasaban hablando largo tiempo, y pasaban buena parte de los días juntos, lo que causaba cierto celo, entre Lucía y Manuel, sus otros dos hermanos. Era impresionante la similitud, tanto temperamental, como física de Jacobo con su padre, lo cual era corroborado por la esposa de Don Cesar que cada vez parecía más impactada por este nuevo acontecimiento. Poco a poco Don Cesar se iba enterando de la mejor manera de los detalles de la vida de su hijo, por medio de los relatos que este le refería. Conoció que vivía bien, que ya había terminado sus estudios, y que todavía seguía viviendo de la administración del dinero que Don Cesar le había suministrado para sus estudios. Decía que no tenía necesidad de trabajar, simplemente invertía bien su dinero, en negocios del comercio, y que no malgastaba el dinero en nada, además recibía la ayuda constante de sus amistades, quienes lo querían y lo trataban como un hermano. Jacobo le decía a su padre que había tenido muchas relaciones formales con novias, pero que aún no tenía muchas intenciones de casarse, pero que de todas maneras, ya tenía a varias mujeres en mente que podrían proporcionarle un buen aporte como pareja, y que en un futuro no muy lejano estaría dispuesto a casarse. Don Cesar reconoció los valores morales y la forma de ser suya en su hijo, y de esta manera lo iba queriendo más cada día que pasaba junto a él. Era para Don Cesar asimilar que de pronto el hijo al cual él había dedicado menor tiempo, era el que más se parecía a él y el que más cosas en común tenía con él, y es entonces cuando se preguntaba: ¿Y donde estabas hijo mío que no te reconocí en todo este tiempo en que estuviste a mi lado?

Poco a poco su salud fue tomando un rumbo favorable y en poco tiempo Don Cesar ya se encontraba bien del todo. Entonces Jacobo volvió a dedicarse a sus amistades, sin dejar de cuidar a su padre de vez en cuando. Salía la mayor parte del día a divertirse con sus amigos, mostrándoles cada rincón de La Samaria.

Mientras tanto Lucía la única residente en La Samaria, pasaba la mayor parte del tiempo con su madre o metida en la casa de Don Rodrigo, hablando con Cristina. La relación con su esposo era lejana, él trabajaba todo el día, y solo la veía en las noches, en donde “aprovechaban el tiempo perdido”. Solos en esos momento no existían hijos, ni padres, ni amigas, ni madres, ni nada de eso, era un tiempo sagrado para ellos dos. Sin embargo su felicidad no era total. Y esto se debía por lo que dije al principio, el dinero los había convertido en una pareja sin confianza,  aislada, e incapaz de convertir el hogar en un verdadero nido de amor. Lucía compartía más similitudes con su madre, -conservando las distancias-. Su madre y Cristina eran su consuelo, al ser las únicas personas con las cuales Lucía se relacionaba de tiempo completo. Sus hijos, no se constituían en una forma de vivir para ella, tuvo dos, y mantenía con ellos una clase de crianza despreocupada mientras que su esposo, sí hacía una gran función como padre, a pesar de que en la edad adulta de sus hijos fundamentó sus relaciones en el dinero, o con la dependencia del dinero. Para Lucía su padre, era un consentidor, pero no tenía la suficiente confianza con él como para contarles sus cosas íntimas, lo cual si hacía con su madre. Con sus hermanos era casi que indiferente, en sí vivía aislada del acontecer de ellos, más sin embargo tenía muy buenas relaciones con su primo Joaquín, al cual si consideraba como un hermano. De hecho se encontraba más a gusto en una reunión en la casa de Don Rodrigo que en su casa Paterna. De su casa paterna solo compartía con su madre, una gran relación de complicidad. Joaquín su primo, se convirtió en su hermano mayor durante el tiempo en el que vivió en la casa de Don Cesar, cuando murió Doña Victoria. Lucía y Manuel no se llevaban muy bien que digamos, sus relaciones eran bastante fraccionadas, es decir era por ratos. La comunicación entre ellos era esporádica, y la mayoría de las veces lo hacían para informarse sobre el estado de su padre. Mientras tanto, Jacobo y Lucía desde niños fueron uña y mugre, siempre andaban juntos, y compartían mucho tiempo juntos, eran contemporáneos, Lucía era un año y medio menor que Jacobo, mientras Manuel le llevaba siete años de diferencia. Sin embargo durante la adolescencia, y debido a las circunstancias, su hermandad se vio afectada. Primero cuando ambos dejaron los estudios universitarios, cada cual cogió por su lado. Jacobo más independiente, Lucía más apegada a su madre. Y  segundo, y definitivo, fue el marido de Lucía, el cual nunca estuvo de acuerdo con la cercanía de Lucía con su hermano, -la verdad es que le daban celos- e hizo lo imposible por separarlos. Y lo consiguió fastidiando a Jacobo, hasta que éste, decidió no volver a visitar  a su hermana, además el desprecio del marido de Lucía hacía Jacobo fue ratificado al mudarse a La Samaria, como para que no hubiera duda alguna.

(...)

Apartes de la novela:



LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.

CAPITULO I
https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-i.html

CAPITULO II
https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-ii.html

CAPITULO III
https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-iii.html

CAPITULO IV
https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-iv.html

CAPITULO V
https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-v.html

CAPITULO VI
https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-vi.htm

CAPITULO VII

https://literaturaymusicaag.blogspot.com/2017/10/la-samaria-capitulo-vii.html

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