viernes, 20 de octubre de 2017

LA SAMARIA CAPITULO V



Por: Jorge Arturo Abello Gual

CAPITULO  V

Joaquín seguía hablando con su padre, preguntándole por la gente de La Samaria, por sus primos y por sus tíos. Y después de esto sobrevino una conversación entre padre e hijo que no habían tenido desde hacía ya mucho tiempo. Los empleados y las sirvientas de la casa de Don Rodrigo, se encontraban totalmente sorprendidos al oír las carcajadas y los gritos de alegría de Don Rodrigo, que se encontraba hablando por teléfono con su hijo, su hijo del alma como él lo llamaba, y lo gritaba en todas partes de La Samaria. Después de una larga conversación en donde recordaron los viejos tiempos de las ‘Charlas’ en el comedor, vinieron dos hermosas noticias para Don Rodrigo, la primera que sólo faltaban unos días para que se acabara su eterna soledad, que lo estaba consumiendo, y la segunda y la más importante para él; que iba a ser abuelo. Joaquín le dijo: -“Necesito que te sientes y que te tranquilices, porque te tengo una noticia bastante fuerte... Cristina, mi mujer está embarazada”. Continuó después de esta noticia un silencio prolongado, que preocupó a Joaquín quien comenzó a llamarlo desesperado: ¡Papi!  ¡Papá!... Don Rodrigo quedó impávido ante la noticia, cosa típica en él desde que era niño, cuando recibía una noticia imprevista, rasgo característico también en el que iba a ser su nieto (Marco). Esta característica consistía en la incapacidad de reaccionar de manera rápida para asimilar las cosas imprevistas, a cambio de un ciclo en el cual pensaban y razonaban las consecuencias y prevenían las situaciones del futuro. Por tal manera Don Rodrigo permaneció mudo, pensando en que iba a ser abuelo, cuando por fin reaccionó, dio un grito estruendoso que se escuchó en todo el vecindario, y que hizo que todos sus vecinos, se aglomeraran curiosos en su puerta al cabo de quince minutos. Joaquín impresionado por el grito de su padre le preguntó que le pasaba. Y Don Rodrigo contestó:

-Pasa, que he vuelto a nacer, que me he quitado quince años de mi vida de encima... pasa que siento como si me hubiesen dicho que voy a ser padre nuevamente... y pasa que tú me has dado las dos mejores noticias de toda mi vida.

La conversación siguió ahora con los preparativos de la llegada de Joaquín y de sus suegros a La Samaria. Don Rodrigo le ofreció a su hijo tenerle una casa amoblada, con todo lo necesario para que pudiesen vivir. Joaquín le contestó, que por ahora su mayor anhelo era volver a su casa a vivir junto con su padre y que no iba a necesitar una casa para él por un buen rato, pero que sí necesitaba una casa disponible para sus suegros que se irían a vivir también a La Samaria. Don Rodrigo le dijo que si ellos querían podían acomodarse también en su casa, que era lo suficientemente grande para albergar a todo un batallón. Pero Joaquín replicó enseguida. Le dijo que su suegra era un alma de Dios, pero que su suegro era imposible, y que por este motivo, era necesario conseguirles una casa. Además le comentó a su padre la necesidad que tenía de poder montar un consultorio en La Samaria, para así, poder trabajar, y que para esto necesitaba dinero para comprar algunos materiales de trabajo que necesitaba para montar el consultorio, y que necesitaba el dinero lo más pronto posible para comprarlos en la Capital. Don Rodrigo le dijo que no había ningún problema en las dos peticiones que le había hecho, y que enseguida se pondría a buscar una casa para los suegros de su hijo, y que al día siguiente tendría suficiente dinero para comprar todo lo que hiciera falta para montar su consultorio. De esta forma se terminó la conversación y Don Rodrigo colgó el teléfono. Cuando hizo esto, se encontró con una multitud que se encontraba en la puerta de su casa. Don Rodrigo preguntó a su servidumbre que era lo que pasaba. Una empleada le contestó que eran vecinos que escucharon su grito y que tenían curiosidad por lo que le había pasado. Entonces, Don Rodrigo salió a informarle a la multitud que él se encontraba bien, y les dio las gracias por haberse preocupado por él. Luego les informó a todos las dos noticias que habían ocasionado ese tremendo grito, además manifestó que tenía motivos suficientes para celebrar, y decidió llamar a la orquesta de los Quinteros, y armar un tremendo carnaval en su patio, para celebrar a las que él llamó las dos mejores noticias de su vida. La casa Calderón abrió sus puertas a una gran celebración por cuenta de Don Rodrigo, quien ordenó a sus empleados  buscar una caja de Ron Caña y unas ‘picaditas’ a donde los fritos ‘Susy’, para la gente. La fiesta duró hasta las tres de la mañana, hora en que se acabó la música, porque los músicos tenían los dedos hinchados ya, de tanto tocar la tambora.
Al día siguiente, se podían detectar a simple vista los asistentes a la fiesta de Don Rodrigo, por la cara de ‘guayabo’ que traían. Mucha gente no pudo ir al trabajo por el dolor de cabeza que se generalizó en gran parte de La Samaria, como una extraña peste circundante. Don Rodrigo se levantó a las diez de la mañana, ¡Y eso!, a consignarle la plata en la cuenta a Joaquín, para que comprara los materiales que necesitaba,  luego de esto se dirigió a hablar con el propietario de una casa en venta, para tratar de adelantar el negocio de la casa de los suegros de su hijo. Y terminada la conversación, enseguida se regresó a su casa a pasar el dichoso ‘guayabito’ que no le dejaba la cabeza tranquila.
Su hermano Cesar, quedó totalmente extrañado, cuando le preguntaba a la gente que donde fue la parranda, y las personas le respondía que en la casa de su hermano, además de eso le preguntaban a Don Cesar los motivos de su ausencia. Don Cesar estaba buscando a su hermano por todas partes, para comunicarle que su hijo Manuel ya se había graduado y que ya estaba de vuelta en La Samaria. Don Cesar había dejado un tiempo muy largo de no encontrarse con su hermano, y de ni siquiera cruzar una palabra por teléfono con él. Lo había ido a buscar a la hacienda, sin mucha suerte de encontrarlo allá, lo fué a buscar a su casa cuando Don Rodrigo estaba en el banco haciéndole el envío a Joaquín. Y cuando se enteró que hubo fiesta en al casa de su hermano, y que este no le había avisado, pensó que Don Rodrigo se encontraba de alguna forma molesto con él. Y en efecto lo estaba, pero por eso no habría dejado de invitarlo, así, que  fue simplemente olvido. Don Cesar había dejado todo el peso de su trabajo a su hermano, por tratar de montarle el negocio de bienes raíces a su hijo, por tal motivo había ignorado de forma absoluta la existencia solitaria de su hermano, que de no ser por la llamada de Joaquín se hubiese marchitado fácilmente como una pasa en medio de la soledad de su casa. Don Cesar buscaba por todas partes a su hermano, y a todo el que preguntaba, le respondían que “lo habían visto pasar, pero quien sabe pa’ donde”. Otros le decían que Don Rodrigo estaba en su casa pasando el ‘Guayabo’, pero Don Cesar no acreditaba esa posibilidad, ya que había estado ya, en la casa de su hermano y le habían dicho que había salido. Pero en efecto Don Rodrigo se encontraba en su casa descansando, después de esa buena parranda. Entre más buscaba Don Cesar más se irritaba y aumentaba el resentimiento de no haber sido invitado a tal celebración. Don Rodrigo almorzó en su casa y estaba reposándose, cuando por la puerta entró su hermano irritadísimo, y echando fuego por todas partes. Don Cesar le preguntó a su hermano, que donde había estado todo el día, que lo había estado buscando por todas partes –lo dijo en forma de pelea-. Don Rodrigo le respondió,  tranquilamente, que había estado en su cama pasando el guayabo. Don Cesar le reclamó, en forma más fuerte que  como iba a ser eso posible, si él había estado allí, y una sirvienta le dijo que no estaba. Además le preguntó que por qué razón se había negado, y que por qué tuvo una celebración y no lo había invitado. Don Rodrigo siguió tranquilo, y trato de explicarle a su hermano, que era lo que había pasado, que por la emoción que le provocó esas noticias que le comunicó su hijo, no tuvo cabeza sino para armar la “Parranda”, y el hecho de que no lo hubiese encontrado en su casa, fué que salió un momento a hacerle un envío a su hijo, que necesitaba comprarse unas cosas que le hacían falta para armar su consultorio. Don Cesar siguió incrédulo y un poco desconfiado. Después de un rato trato de recordarle a su hermano que no podía gastar mucho dinero, porque en el próximo mes debían vacunar al ganado. Con este gesto de su hermano, Don Rodrigo se sobresaltó y le echó en cara a su hermano, el trabajo que él venía realizando solo en el negocio durante los últimos tiempos, en los cuales Don Cesar no había hecho más que gastar dinero al montarle el negocio de bienes raíces a su hijo Manuel. Don Rodrigo estaba tan enfadado con su hermano Cesar, que le dijo: -Si tú gastaste tanto dinero en el porvenir de tu hijo, yo también tengo derecho, y más aún cuando yo he sido el único quien ha estado al frente del trabajo. Don Cesar trato de contestarle algo, pero Don Rodrigo le echó en cara todos los años que estuvo manteniéndolo y dándole educación mientras él se convertía en hombre, y por último lo terminó echando de su casa.
Ninguno de los dos hermanos se hubiese imaginado todo lo que esa discusión, con motivos tan bobos ocasionaría dentro de la familia Calderón. Duraron una semana completa sin hablarse una palabra, los dos asistían a la hacienda, en el cumplimiento de sus obligaciones, y trataban de no toparse mientras que ambos estuvieran en el mismo sitio. El negocio de la Ganadería iba muy bien, pero inexplicablemente, en ese mes de diciembre tuvieron, un fuerte golpe. El precio de la carne bajó, y por eso necesitaban con urgencia cierta inversión para la vacunación del ganado. Y de esta manera comenzaron a surgir problemas económicos, ya que todo el presupuesto con que se contaba, debía ser destinado para la vacunación del ganado. En ese momento surgió el problema de la comunicación, ya que era necesario que los dos hermanos se pusieran de acuerdo, sobre qué medidas deberían tomar en esa situación tan imprevista. Era la primera vez en que el ganado estaba presentando inconvenientes, en cuanto a capital, siempre los Calderón vivieron holgados en el sentido del dinero, y nunca habían afrontado una crisis económica porque en tiempos anteriores, durante la guerra civil en Pentecostés, no tenían ninguna necesidad y eran junto con los Caballeros los menos afectados en materia de economía, y cuando se presentó el problema de la aftosa tenían suficientes reservas como para mantenerse sin necesidad del negocio del ganado, ya que tenían formas de montar otros negocios. Pero esta vez, los dos hermanos Calderón afrontaban una ruptura de tipo familiar, combinada con la falta de dinero. Todas las reservas fueron destinadas al futuro de la próxima generación de los Calderón, y ahora esa generación era la responsable de seguir llevando a la familia hacia adelante.
Al principio los dos hermanos se mandaban intérpretes o mensajeros para hablarse, y tratar de ponerse de acuerdo acerca de las medidas que debían adoptar para la ocasión. De esta forma todo les salía mal y las medidas que tomaban muchas veces eran tergiversadas por el intérprete de turno, ya que tanto Don Rodrigo, como Don Cesar tenían su propio intérprete. La situación se complicaba cada vez más, y se seguían aumentando los malos entendidos. Las cosas empeoraban porque Don Cesar, por falta de comunicación no disminuyó los gastos de su casa lo suficiente como para afrontar dicha crisis, y cada vez quedaba menos dinero en las reservas, para la vacunación de las reses. Esto hizo que Don Rodrigo, se pronunciara y rompiera la muralla que había impuesto entre ellos el orgullo, para hablar de tú a tú con su hermano. El rencuentro de los hermanos Calderón fue impresionante, jamás en su vida habían sostenido una pelea que haya roto los lazos de hermandad que existían entre ellos. Lo curioso, es que en el pasado se presentaron problemas de mayor seriedad, que los dos lograron superar en mejor forma, tales como la vez que se disputaron el amor de una mujer – ambos todavía se encontraban solteros-, cada hermano hacía hasta lo imposible por conquistar el amor de esa mujer, y muchas veces se vieron obligados a realizar acciones en contra del otro, para lograr su objetivo. En esa ocasión se vieron involucrados en una riña en una gallera. Primero Don Cesar había invitado a esa mujer llamada Sonia a que viera pelear a sus gallos en la gallera, y para esto dejó a su hermano ‘engatuzado’ con una bromita que le hizo, que consistía en dejar abandonado a su hermano en la hacienda, mientras él se iba en el carro para donde Sonia, ganándole la mujer a su hermano por mano, como se dice en el dominó. Estaban en la gallera pasándola bien, cuando llegó Don Rodrigo enojado, porque le tocó venirse de la hacienda a caballo, costumbre que había perdido desde hace unos años cuando habían comprado un Jeep para transportarse. De esta manera Don Rodrigo llegó una hora después de lo habitual a la ciudad, un poco irritado y extrañado por la actitud de su hermano.
Al llegar a la ciudad, llegó con la intención de ir a impresionar a Sonia con su caballo. Pero cuando llegó a la casa de la muchacha, le avisaron que había salido ya con su hermano. Don Rodrigo se dio cuenta de la jugarreta que le había hecho su hermano, para salirse con la muchacha, de inmediato se precipitó a conseguir el paradero de la pareja. Iba por todas las calles de La Samaria con su mirada profunda ardiendo en llamas, pensando solo en cómo se la desquitaría de su hermano. Preguntando y preguntando dio a la gallera en donde encontró a su hermano Cesar, quién se inquietó mucho cuando lo vio –hasta en seco tragó, al verle esa mirada llena de fuego-. En ese preciso instante se abrían las apuestas, para la pelea de gallos, en la cual uno de los gallos era de Don Cesar (de color blanco con pintas pequeñas negras en las alas), y el otro era de Jacinto Cabrera (el rojo, con la parte inferior de su cuerpo negro), un reconocido criador de gallos. Las apuestas iban tres a uno a favor del gallo de Don Cesar. Don Rodrigo recorría todo el escenario hablando con varios individuos, y antes de que se cerraran las apuestas para comenzar la pelea. Don Rodrigo hizo pública la apuesta en contra de su hermano. El asombro y la extrañeza comenzaron a rondar en el escenario, porque nunca se había visto reñir a los hermanos Calderón. Después de un buen tiempo, se reanimó la actividad en la gallera y comenzó el pique inicial entre los dos gallos –que en sentido figurado también representaban a los dos hermanos, y enseguida comenzó la pelea. Desde el principio, la pelea fue bien reñida, ninguno de los gallos se dejaba abatir del otro. La gente emocionada por la pelea gritaba a favor de los gallos. La gallera se encontraba casi llena, era la primera vez en que había un buen contendor para el gallo de Don Cesar Calderón. El gallo de Jacinto Cabrera venía de arrasar con varias galleras de los pueblos pequeños del departamento de La Macarena cuya capital es La Samaria, en donde las peleas de gallos son algo esencial dentro de la cultura de todos los pueblos ubicados a lo largo del río de La Macarena, el cual le dio el nombre a ese departamento. Después de cierto tiempo en la disputa, el gallo de Jacinto Cabrera tomó la delantera en los saltos, y tenía al gallo de Don Cesar abajo, pero de un momento a otro el gallo blanco comenzó a recuperar terreno con el pico y sus movimientos ya comenzaban a surtir efecto en el gallo rojo de Jacinto Cabrera, la pelea era enorme, la sangre corría en la arena, y en la tribuna un gordo comenzó a buscarle la bronca a otro tipo de corta estatura. El gallo blanco enterraba sus espuelas, el rojo respondía con picotazos.  El gordo le pegó al enano, mientras que un allegado al enano le respondía con un sillazo al gordo. El plumaje del gallo blanco se tornó rojo de la sangre, y el gallo rojo ya casi que no brincaba. Unos policías se llevaron al gordo detenido en las tribunas. En la arena estaba a punto de concluir la pelea. Don Cesar ya daba voces de victoria, mientras que Don Rodrigo, se reía con cierta picardía. Jacinto Cabrera ya lucía preocupado, la gente comenzaba a meterse con él. Ya parecía que el gallo blanco daba su última estocada, cuando... de repente.... se fue el fluido eléctrico en la gallera, se oyeron gritos de mujeres -a quienes les cogían las partes nobles-, sonaron varios golpes, y enseguida se hizo la luz. Todos se miraron las caras, luego de un rato, cayeron en cuenta de que Jacinto Cabrera y sus dos acompañantes yacían en el suelo, él inconsciente, y sus dos acompañantes que se trataban de incorporar, mientras se  sobaban la cara, -uno de los  cuales se le veía una ceja partida-, y dando gritos de haber sido atacados cobardemente, de esta forma se comenzó toda una algarabía. Mientras esto ocurría en las tribunas, en la arena se veía al gallo rojo caminando, paseándose por toda la arena, mientras que el gallo blanco yacía en la arena todo ‘tiezo’. Al percatarse de lo ocurrido en la arena, la gente no podía sostener su asombro, buscándole explicación al asunto. Los acompañantes de Jacinto trataron de incorporar a su patrón que lucía muy apaleado, pero al ver lo que ocurría en la arena, saltó de alegría. La gente comenzó a meterse con él, acusándolo de haber hecho toda esa confusión.
Dos eventos inexplicables, y con soluciones totalmente ajenas a la verdad. Al minuto se comenzaron a lanzar hipótesis sobre lo ocurrido, en donde los principales sospechosos eran los dueños de los gallos, quienes sin duda no podían ofrecer ni una explicación lógica. Jacinto Cabrera acusaba a Don Cesar de haberlo golpeado, gritándole cobarde, con su  ojo casi cerrado del ‘ramplanazo’ que le habían metido en él. En esos momentos surgió la confusión, y el ambiente se tornó pesado porque los apostadores que habían perdido no querían pagar al ver la situación tan confusa. Los dueños de la gallera, no dejaron salir a nadie, hasta que se solucionara el problema del pago de las apuestas. El dueño de la gallera habló con Don Cesar y Jacinto Cabrera a ver como se solucionaba la cosa. Este asunto ponía en una situación muy difícil a Don Cesar en donde se decía, que él era el responsable de la “paliza” que recibieron Jacinto Cabrera y sus acompañantes. Pero eso quedó aclarado después, cuando cinco tipos se declararon los responsables del hecho, ya que habían apostado una buena suma en favor del gallo de Jacinto, y que hasta donde se vio estaba casi perdido, y por esta razón aprovecharon la situación para desquitarse de la palabrería de la cual fueron víctimas por parte de Jacinto, quien les aseguró la victoria de antemano, y por eso decidieron propinarle una paliza. Muy bien, ya se había solucionado el primer problema, ahora faltaba el más importante, que tenía que ver con lo que había pasado en la arena, ¿Qué había pasado con el gallo blanco que se encontraba a punto de matar al gallo rojo? y que de manera inexplicable después del “apagón” el resultado de lo pronosticado, o por lo menos lo más lógico, fue totalmente inverso. El dueño de la gallera se metió en el arenal, y examinó al cadáver del gallo blanco, para encontrar alguna explicación a lo ocurrido. En la revisión meticulosa que le hicieron al cadáver, encontraron que en efecto el gallo tenía una herida profunda en el cuello que le causó la muerte. El problema era que no se podía demostrar si la herida había sido propinada por alguien, quien se aprovechó de la oportunidad para meterse en la arena y matar al gallo blanco, o  que la herida haya sido ocasionada por la espuela del gallo rojo mientras las luces estaban apagadas. El diagnóstico se mantuvo en secreto entre el dueño y sus ayudantes, para garantizar el orden en toda la gallera. Entonces el dueño de la gallera, llamado Nicanor González se dirigió a todo el público y preguntó, si alguien había visto algo en la arena, que explicara lo sucedido. La gente permanecía en silencio. Nadie había visto nada, todo el mundo se preocupó más por su bienestar físico que por la arena. Nicanor González al ver el silencio, declaró al gallo rojo como auténtico vencedor, por no haber ninguna prueba que demostrase lo contrario, y enseguida se prosiguió al pago de las apuestas. Don Cesar le tocó vaciarse los bolsillos, para pagar la apuesta. Era la primera vez que perdía en las peleas de gallos, y esto lo ponía de mal humor, pero más aún que había perdido delante de Sonia, la muchacha por la cual había engañado a su hermano.  La gente le gritaba todo tipo de cosas a Don Cesar, que salió con los bolsillos vacíos y con un regaño fuerte de parte de su compañera quien le pidió, que no la buscara más, porque ella no estaba acostumbrada a soportar esa clase de humillaciones. Sonia salió de esa gallera echando fuego, porque  además de todo en pleno apagón, tuvo que aguantar el ser “timbrada” por más de un pícaro quien sacó buena parte de la situación para hacerle el “método del tanteo”, “la medición del aceite” y hasta “la amasada de las mogollas de a cien”. En fin la pobre Sonia salió más que indignada de ese lugar.
En la otra cara de la moneda se encontraba Jacinto Cabrera y sus ayudantes, con los bolsillos bien llenos, pero con las caras partidas. Y por otro lado salió Don Rodrigo, con los bolsillos llenos también y con una cara de satisfacción, que reflejaba en sus ojos una risita pícara por dentro. Al día siguiente Don Cesar le preguntó a su hermano durante el desayuno si de casualidad sabía que había sucedido esa noche. Don Cesar sabía que su hermano había tenido algo que ver en ese acontecimiento. Primero porque le vio en sus ojos las intenciones, cuando este llegó a la gallera con esa mirada fría y sobria, y segundo porque la perfección y el cálculo con que salió la ‘patraña’, sólo podía ser producto del pensamiento y la exactitud de su hermano. Don Rodrigo no le contestó nada, al principio se tomó un sorbo de su café con leche,  se  quedo mirando a su hermano, y luego simuló una sonrisa fría, diciendo: -La trampa con trampa se paga, ¡hermanito! Don Cesar comprendió el mensaje. Don Rodrigo se dispuso a abandonar la mesa, pero Don Cesar le preguntó: -“¿Tanto te interesa Sonia?”. Don Rodrigo se dio vuelta y dijo: -“Ya no me interesa. Las mujeres pasan, pero tu seguirás siendo mi hermano, y no vale la pena que eso deje de serlo por una mujer, habiendo tantas diferentes de la que tú escojas”.
Aquella  noche de gallos sólo Don Rodrigo y dos personas más, sabían la verdad de lo que en realidad pasó en la gallera. Uno de ellos fue el que  apagó la luz de la gallera, y el otro fue el que mató al gallo blanco.


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El orgullo entre los hermanos Calderón había roto los lazos de hermandad que siempre habían existido entre ellos. Se trataban como dos extraños evitando en lo posible ‘tutearse’. Buscaban desde las distancias proponer soluciones al problema económico en el cual se veían envueltos. Pero ninguno de los dos cedía y la conversación parecía inútil. Don Rodrigo puso todo de su parte, para solucionar el problema y llegar a un acuerdo, y rompió en seco esa máscara de hielo que se había puesto para enfrentar a su hermano. Le habló de tú a tú, y le dio el reporte de la situación, de manera desesperada para intentar que su hermano reaccionara. Don Cesar no rompió su mascara de hielo, pero si accedió a las propuestas de su hermano, de bajar los gastos de su casa y de invertir todas las reservas de dinero en la vacunación del ganado. Don Rodrigo por su parte ofreció vender uno de sus carros, para aportar el dinero que hiciera falta para el sostenimiento de las dos familias, mientras que duraba la recesión.
Después de dos días de haberse propiciado el encuentro entre las dos cabezas de Familia Calderón, Joaquín hizo su arribo a La Samaria, con su mujer, y sus suegros. Don Rodrigo armó una fiesta muy familiar, para la bienvenida de su hijo. Mandó preparar una comida especial y se dispuso a realizar una cena de bienvenida. Después de la cena tuvieron tiempo de recordar, el incidente que ocurrió durante la pedida de mano de Joaquín a Don Francisco. Luego se pusieron a hablar del pasado, de cómo había cambiado La Samaria, y de ese calor tan sofocante que los recién llegados tenían. Mientras que la conversación seguía en la sala Joaquín se llevó a su padre a hablar al comedor, preguntándole cómo estaba, cómo andaban los negocios, puesto que había tenido la oportunidad de hablar con Manuel antes de que este se fuera de la Capital, y le dijo que los dos viejos andaban de pelea, y que el negocio del ganado estaba decayendo. Don Rodrigo le comentó a su hijo que en efecto, si habían ocurrido ciertos inconvenientes en la relación con su hermano, pero que el negocio del ganado estaba bien, lo que pasaba era que no se habían medido bien los gastos, y que era necesario tomar nuevas medidas con respecto a esto, porque el precio de la carne y la leche de vaca tuvieron una inexplicable baja, y que lo mismo había pasado con el arroz y el banano, que en fin todo el gremio agrario se encontraba sentido por una inexplicable baja en los precios. Además le contó a su hijo que no había podido cerrar el negocio para comprar la casa de su  suegro, porque había tocado tomar algunas medidas extremas como vender uno de los Jeeps que tenía, para mantener los gastos. Joaquín al oír esto, se conmovió bastante, y le dijo a su padre que no se preocupara más por eso, que cuando él comenzara a trabajar, le iba a dar un buen alivio económico. Y con respecto a la casa que le había pedido para sus suegros, Joaquín le dijo a su padre que  no había problema, que podía acomodar a sus suegros en esa misma casa, mientras comenzara a trabajar y consiguiera el dinero para  rentarles una. Después padre e hijo procuraron seguir esa conversación para después, y decidieron regresar a la sala a seguir hablando con los nuevos invitados de la casa.
Don Rodrigo le preguntaba a Cristina, como se sentía y como estaba su futuro nieto. A Cristina, todavía no se le notaba la barriga, y ella decía que los síntomas del embarazo todavía no se le habían presentado, lo cual tuvo la objeción de Joaquín, quien afirmó que su mujer sufría de antojos y de vez en cuando le daban ciertos ascos, con amagos de nauseas. La versión de Joaquín fue apoyada por Doña Sofía quien estuvo al tanto de los aconteceres de su hija desde que le diagnosticaron el embarazo. Al terminar el seguimiento de todas las situaciones en que los síntomas del embarazo de Cristina salían a relucir, llegó una oleada general de sueño, que dio como resultado, la señalización de los espacios para los huéspedes en la casa. La casa tenía dos pisos, una sala y un comedor inmensos, una cocina de tamaño normal y un patio grande, con un palo de mango enorme en el centro, que le procuraba sombra a cualquier hora del día, al fondo del patio estaban una cabaña para los empleados, un pequeño kiosco que estaba provisto con una mesita y varias sillas, donde Don Rodrigo jugaba dominó con sus amigos en las noches, en un rincón se encontraban dos casetas, en donde antiguamente quedaba el baño y el excusado, que fueron reemplazados por tres baños modernos que Don Rodrigo mandó construir en su casa, uno en el segundo piso y dos en el primero, esto al principio provocó varias dificultades, ya que uno de los baños de abajo estaba destinado para la servidumbre, y los otros dos restantes quedaban para las cinco personas que iban a vivir en la casa. Entonces el baño de arriba era el más solicitado por comodidad y cercanía, y el adquirirlo se convirtió en una gran pelea, mientras que las personas se adaptaban a un horario. El principal problema era el baño de las mujeres que se demoraban una eternidad aseándose, lo que provocaba malestar entre los hombres. El más afectado por esta situación parecía Don Rodrigo, que se había acostumbrado a vivir solo, y ya tenía un mecanismo automático en sus actividades de aseo, cosa que fue totalmente modificada, cuando llegaron sus huéspedes. En el segundo piso de la casa  habían cinco cuartos que fueron distribuidos entre los dos matrimonios y Don Rodrigo. Sobraban dos cuartos, el uno era un cuarto de estudio, en donde Rodrigo tenía una biblioteca, un escritorio y una mesa en donde se extendía un mapa de la hacienda, con ‘vaquitas’, casitas y otras cosas, con las cuales jugaría su nieto más adelante. El otro cuarto era un salón con mecedores y un piano, que solo fue tocado por Doña Victoria, y en pocas ocasiones por Joaquín que alcanzó a dar algunas clases. Los primeros días en familia para Don Rodrigo fueron traumáticos, durante tres días consecutivos tuvo que salir a las diez de la mañana esperando poder usar el baño, y de esta forma como dijo él -“se me fue medio día ya”, -y en plena vacunación-, lo cual disgustó un poco a su hermano, a quien le tocó el trabajo solo, durante la mañana. Pero Don Rodrigo se fue adaptando poco a poco al ambiente familiar que impregnaba la casa con toda esa gente. En realidad, prefería ese tipo de contratiempos, a tener que seguir viviendo en la soledad, ya que cuando llegaba a su casa, encontraba cuatro personas que se preocupaban por él, y que le ofrecían amor y compañía a toda hora, ese ambiente familiar que solo había vivido durante su vida de casado con su esposa Victoria. Era impresionante como cambió la vida de Don Rodrigo, con la llegada de Cristina y sus padres. Desde que su mujer murió trabajaba de seis de la mañana, a doce del día y de dos de la tarde a seis de la noche. Ahora salía de su casa a las ocho y llegaba a las doce del medio día, y salía a las tres y regresaba a las cinco. La razón era muy sencilla, él se refugiaba de su soledad en el trabajando, y al no estar solo disfrutaba su estancia en su casa.
De esta manera llegó el día de la navidad y celebraron como nunca, la casa se llenó de vida, por primera vez después de quince años. La casa lucía iluminada, Doña Sofía y Cristina hicieron decorar la casa con luces navideñas, tres días antes del veinticuatro de Diciembre, y la casa iluminaba como nunca toda la calle, desde que se ocultaba el sol. Mucha gente en La Samaria pasaba por la calle para ver el espectáculo de las luces en la casa de los Calderón. La noche de navidad, Don Rodrigo trajo un pavo bien grande de la hacienda en el medio día, para la cena especial de la noche. Doña Sofía y Cristina estuvieron en la cocina preparando todo los platos para la noche.
Los siete días que convivieron junto, las dos familias, fue suficiente para estrechar lazos de amor. Joaquín aprendió a tratar a su suegro, y se dio cuenta de que no era una misión imposible. Entre Don Francisco y Don Rodrigo nació una gran amistad, en sí un “compadrazgo” impresionante, se volvió costumbre entre ellos el durar largo tiempo hablando después de cada comida. Joaquín y Cristina aprovecharon todo ese tiempo para estar juntos; pareciese como si trataran de revivir ese eterno mes en que ambos estuvieron juntos por última vez en La Samaria. Era increíble que aunque hubiese tanta gente en la casa Calderón, la joven pareja  de casados podía disfrutar de tanta privacidad que parecía como si continuaran viviendo en el apartamento de la Capital, y esto ocurría por la magnitud de la casa, el solo cuarto de ellos tenía una cama, una especie de sala  con dos mecedores y una mesita de centro, además contaban con un balcón que daba hacia el patio.
Joaquín dijo que comenzaría a trabajar cuando comenzara el año nuevo, y que mientras tanto se dedicaría a cuidar de su mujer, ayudar a su padre en la administración del dinero y los gastos de la casa. De vez en cuando se decidía a acompañar a su padre a la hacienda, pero el clima de pelea que persistía entre su padre y su tío era de todas formas inaguantable, era una continua guerra de indirectas cuando se llegaban a encontrar por casualidad, Don Cesar no le dirigió una sola palabra a Joaquín cuando lo vio por primera vez, de cosa lo saludó, Manuel se encontraba en la misma tónica, y no se veía ninguna esperanza de reconciliación. A Don Rodrigo ya no le importaba tanto restablecer la comunicación con su hermano, simplemente lo soportaba y trataba de evitarlo, solo hablaba con él cuando se debía decidir sobre una cuestión económica. Don Rodrigo había suprimido, la relación con su hermano con la camaradería que había entablado con Don Francisco. Esto aumentó la furia y los celos de Don Cesar, pero en fin, de él dependía que la pelea se terminara, ya que era él quien le buscaba la bronca a Don Rodrigo. La tristeza lo embargó, en la noche de navidad, y a pesar de tener a su familia, sentía que una parte de él estaba ausente. Cosa que no ocurrió con Don Rodrigo que estaba experimentando un nuevo ambiente, en donde él era el epicentro de la fiesta, todos estuvieron pendientes de él y no le dejaron ni un instante para poder pensar en su hermano. Esa noche de navidad nunca la pudo olvidar, fue donde resucitó esa parte “carnestolentica” de su persona que hacía rato estaba dormida. Durante toda la noche fue risas, cuentos y anécdotas que contaban todos  los que habitaban en la casa, incluyendo a algunos sirvientes que fueron integrados a la reunión. Durante ese período salieron a relucir, muchos de los cuentos del Doctor Embargas, por parte de Joaquín, quién después de contarlos, recibió un jalón de oreja de Cristina, quién le dijo: -“Y ahora es que me vengo a enterar de eso”. A tal punto que se puso un poco enojada con Joaquín, pero después de varios secreticos, muchas caricias y bastantes besos por parte de Joaquín, Cristina volvió a ser la misma. Por otra parte Don Francisco sacó a relucir su talento como “cuentero”, e hizo reír por varias horas a todos los presentes. Don Francisco usaba una técnica fono- mímica, para referir sus chistes, no olvidaba ningún detalle de los personajes a los cuales imitaba, e incluso hasta la voz la hacía perfecta. Contaba tantas anécdotas, una de ellas fue cuando Doña Sofía fue a dar a luz a Cristina. Estaban los dos sentados en la terraza, un Domingo, habían llegado de misa, cuando comenzaron los dolores de parto de Doña Sofía, Don Francisco tenía en sus brazos a Leonardo, que estaba a punto de cumplir un año, pero aún no caminaba ni sabía hablar. Cuando su mujer comenzó a dar voces de: “Hay viene, Hay viene... ya se vino”. Don Francisco estaba tan nervioso que no sabía como reaccionar, -ya que  cuando a su esposa le entraron los dolores de parto en el primer hijo, ya se encontraba en el hospital- no sabía ni que hacer, solo decía: “Aguanta, aguanta... Respira profundo”, y de ninguna manera soltaba al niño. Mientras tanto pasaba un vecino por ahí. Cuando lo vio, Don Francisco corrió a él y le dijo: - “Vecino, por favor, ayúdeme. Necesito conseguir rápido un bebe, que mi esposa va tener un carro”. El vecino tuvo que esforzarse bastante para interpretar el mensaje de Don Francisco, duró un buen tiempo meditando, diciendo para sí mismo: “¿Que me habrá querido decir?”. Luego cayó en cuenta y le dijo que enseguida le conseguía un transporte. Mientras tanto Don Francisco, entró a la casa para recoger las llaves y la billetera. Lo curioso es que entró con el niño entre sus brazos y salió sin él. Cuando salió, ya el vecino esta ayudando a Doña Sofía a subir en un coche para llevarla al hospital. Durante el camino los dolores del parto se hacían más fuertes, y Don Francisco como buen esposo le brindó la mano a su mujer en gesto de apoyo. Del dolor, Doña Sofía le estrangulaba los dedos a Don Francisco, y así pasaron todo el viaje hacía el hospital, la una gritando por los dolores del parto, y el otro gritando porque le soltara la mano. Al llegar al hospital, Doña Sofía fue atendida de inmediato. Pasaron quince minutos, hasta que se oyó un llanto en la sala de parto. Era Cristina que había nacido. La felicidad de los padres era grande. Pero de pronto surgió una pregunta al instante: “¿Donde quedó el otro hijo?” Don Francisco le respondió a Doña Sofía que se lo había encargado a una vecina, para tranquilizar a su esposa. Pero el cuento es que él no sabía exactamente que había hecho con su hijo. Preocupado y casi blanco como un papel, regresó a su casa como un rayo, a ver donde había dejado a su hijo. Buscó en toda la casa y nada, le preguntó a las vecinas, y no logró nada, porque ni siquiera ellas sabían que Doña Sofía había dado a luz. Pasaron horas y horas, y Don Francisco seguía buscando a Leonardo hasta que se dio por vencido. En esos momentos se sentó en una silla de la sala a llorar. De pronto se abrió la puerta de la casa, era Doña Sofía que se vino desesperada del hospital y le preguntó a su marido donde estaba su hijo, que las vecinas habían ido a visitarla y le habían dicho que Don Francisco andaba buscando a su hijo desesperadamente, y no lo encontraba todavía. Don Francisco le respondió que no sabía que había pasado, que no sabía donde estaba su hijo. El desespero invadió a Doña Sofía. De pronto se oyó un llanto, los padres abrieron los oídos, reconociendo el llanto de su hijo. Buscaron el origen del llanto, que era el bifé de la entrada, abrieron la gaveta y ahí se encontraba Leonardo, que después de cuatro horas se dispuso a llorar, dentro de la gaveta de donde su padre tomó las llaves de la casa y lo dejó a él en lugar de aquellas.


                   *                 *                 *                 *


Llegó la media noche, entre cuentos y anécdotas, y entre tragos y picadas, al darse cuenta en el reloj de la hora, Doña Sofía y Cristina con las dos sirvientas se dispusieron a servir la cena. El pavo quedó enorme, estaba acompañado de un suculento arroz con coco, y dos tipos de postres, todo el mundo comió, quedaron saciados. Después de la comida sucedió otra ronda de chistes, esta vez presidida por el Señor de la casa, Don Rodrigo, quien puso su repertorio de cuentos a los oídos de los presentes. Las risas se multiplicaban, y la alegría fue perenne. Luego a la una, se dispusieron a abrir los regalos que se encontraban, al pie del pesebre de navidad, que habían armado Don Francisco y su yerno, con la dirección de sus respectivas esposas –claro está-. Eso fue todo un proceso, lo que uno ponía por una orden, el otro tenía que quitarlo por otra orden, duraron dos horas armando el pesebre del Niño Dios, las mujeres quedaron satisfechas y felices, y los hombres cansados y de mal genio –como siempre-, pero luego recibieron su pago por el arduo trabajo en forma de caricias.
Hubo regalos para todo el mundo, los hijos de la servidumbre recibieron unos buenos aguinaldos por parte de Don Rodrigo, quien por otra parte fue el que recibió más regalos esa noche, y era la primera vez que eso le ocurría, ya que en las otras veces, le tocaba contentarse con recibir un solo regalo -el de su hermano-, o en ocasiones se convertían en dos con el de su hijo Joaquín quien se lo mandaba por correo desde la Capital, y consistía en una carta y generalmente una camisa. El tener toda esa “carrandanga” de regalos en sus manos, le hizo ponerse muy nostálgico, y comenzó a recordar las navidades con sus padres, pero sobre todo le hizo acordarse de su hermano. Pero al verlo así, Joaquín enseguida lo distrajo y le puso conversación, se le sentó en las piernas, le dio un fuerte abrazo y le dio un beso a ese padre que hizo todo lo que estuvo a su alcance por él, mientras vivió. Ya pasadas las dos de la mañana, prendieron el radio, y se pusieron a bailar, y como estaban disparejos, decidieron turnarse las parejas, y así duraron hasta las tres y media de la madrugada, cuando decidieron irse a dormir.
Cuando todos estuvieron en sus cuartos, todo parecía ser silencio, ya Don Rodrigo, Don Francisco y Doña Sofía habían pescado el sueño. Pero otra cosa muy diferente ocurría en el cuarto de la joven pareja. Ambos se encontraban alcanzados por el alcohol, y  comenzaron a dialogar, muy cariñosamente. Comenzaron discutiendo sobre el asunto del consultorio del Doctor Embargas. Cristina comenzaba a dar muestras de celos, lo cual divertía a Joaquín. Cristina cada vez se irritaba más, por la burla de su esposo, pero cuando las cosas comenzaban a salírseles de las manos, así que Joaquín decidió tranquilizarla. Y de esta manera se fue creando un ambiente romántico entre los dos. Pronto ardió el calor, y los cuerpos sudaban de amor, pero como nunca, esa vez Cristina soltó gritos de pasión, los cuales fueron escuchados, por los habitantes del segundo piso,  quienes se levantaron de sus aposentos sobresaltados, tratando de buscar una justificación al ruido. Los tres viejos se encontraron a la salida de las habitaciones, Don Rodrigo llevaba una pistola en su mano, como prevención. Pronto encontraron el origen del ruido, se toparon con la puerta de entrada de la habitación de la joven pareja. Don Rodrigo se hecho a reír diciendo: -¡Caramba! No pierden el tiempo. Por su parte Don Francisco se sintió incómodo, y dijo: -¡Que falta de juicio! No dejan dormir. Doña Sofía en cambio, le dijo a su esposo: -¡Déjalos! Son jóvenes y tienen derecho. ¿O acaso nosotros no hacíamos lo mismo a su edad? Don Francisco se incomodó de nuevo haciendo gestos –Mr. Mr-. Don Rodrigo dijo: -No se preocupe compadre, hágase cuenta que están haciendo funcionar la maquinita que hace a los nietos.
Pasaron dos días más, cuando se presentó, Manuel a la casa, bien temprano, para hablar con Don Rodrigo. Joaquín se estaba bañando a penas y Cristina aún no se había levantado de la cama. Don Rodrigo recibió a su sobrino con los brazos abiertos, pero éste sólo lo despreció. Luego de sentarse en la sala, Manuel le entregó unos papeles a Don Rodrigo, este se sentó a estudiarlo minuciosamente. Se trataba de un poder que le había dado Don Cesar para manejar la parte del negocio del ganado que le correspondía, también se trataba de una solicitud en donde Don Rodrigo le facilitaría a Manuel todas las cuentas del negocio, para ponerse al día con las finanzas de la ganadería Calderón. El documento también incluía una autorización de Don Cesar para iniciar un proceso de división de las tierras, en donde, de no someterse a las reglas que imponía Manuel, se exigía la separación equitativa del negocio, entre los dos hermanos. Don Rodrigo le dijo a su sobrino que no había necesidad de hacer eso, que pronto iría a hablar con su hermano y que las cosas se iban a solucionar. Manuel se tornó intransigente, por simple ambición. Don Rodrigo le preguntó: ¿Hasta donde piensas llegar sobrino? estas cosas nunca las habría hecho mi hermano y mucho menos yo. Manuel solo sugirió que firmara los papeles. Don Rodrigo estaba a punto de firmar cuando llegó Joaquín, y preguntó que pasaba. En un minuto se puso al tanto de la situación leyendo el papel. Luego le preguntó a su primo,  por qué lo hacía. Manuel respondió que la familia se estaba haciendo muy grande, y que sería benéfico que alguien con más conocimientos en la administración de bienes manejara el negocio, o que simplemente se dividiera para evitar inconvenientes. Joaquín rompió el papel y dijo que no estaba de acuerdo, y agregó que su primo podía saber mucho de administración de bienes, pero no sabe nada de la ganadería. Manuel se exaltó y arremetió en contra de Joaquín. Se fueron a golpes. Don Rodrigo intervino y los separó, diciendo: -Yo no haré nada sin antes haber hablado con mi hermano, el negocio es de nosotros dos y no de ustedes, será de ustedes solo si nosotros cedemos el cargo. Don Rodrigo salió y se dirigió a la casa de su hermano, en compañía de su hijo, mientras que Manuel, los seguía en su carro.
Al llegar a la casa, los dos viejos se encerraron en un cuarto a hablar. Los hijos esperaban afuera lanzándose miradas mortales. Dentro de la habitación se oía el murmullo de una discusión. Tres horas duró la conversación. Al salir de la habitación, los dos viejos salieron nuevamente como hermanos, se habían dicho lo suficiente para que las cosas malas quedaran atrás. Esto no le causó ninguna gracia a Manuel, ya que se frustraba toda posibilidad contenida en el papel.
Los viejos volvieron a ser los mismos de siempre. Pero entre los primos la cosa no parecía ser la misma.
Llegó la fiesta de año nuevo y se celebró una gran fiesta en la casa de Don Rodrigo, esta vez con la presencia de su hermano y de toda su familia, es decir su mujer y sus tres hijos, Manuel, Jacobo y Lucía, estos dos últimos estaban estudiando en la Universidad de Mendoza, una ciudad vecina que había tenido mayor desarrollo que La Samaria y en menor tiempo. Estos dos últimos primos, siempre han mantenido un lazo muy allegado con Joaquín, ya que lo tuvieron desde un principio como su hermano mayor. La fiesta fue mucho más recatada que la de navidad, por la falta de confianza que había entre las personas presentes y por la discordia que había entre Joaquín y Manuel.
El año nuevo llegó, y con él mucha alegría entre los presentes. Sonó la sirena de los bomberos, sonaron cuetes, y muchos hacían disparos al aire como augurios para el próximo año. Se veían personas cargando con maletas por todo el vecindario, dándoles el feliz año a sus vecinos, los ancianos lloraban su nostalgia, los jóvenes festejaban sus ilusiones, se recordaron a todos aquellos que habían fallecido. Cada quien se comió sus doce uvas para los doce nuevos meses que venían. La alegría era impresionante, el año nuevo embargaba más alegría que la misma navidad en todo el país. Todos se daban abrazos de feliz año, todos incluyendo Manuel y Joaquín quienes lo pensaron más de dos veces antes de darse un abrazo, pero al final se lo dieron y estuvieron conversando, como verdaderos primos que eran. La familia de Cristina se vio un poco alejada al principio, pero luego Don Rodrigo se encargó de integrarlos con los demás, y como buen anfitrión no los descuidó más. Doña Sofía y Don Francisco, pidieron permiso para hacer una llamada telefónica a su hijo Leonardo. Joaquín y Cristina se brindaron para acompañarlos a la cabina telefónica de Telecom ya que el teléfono de Don Rodrigo estaba bloqueado ese día. Al llegar allá, estuvieron esperando un buen rato, porque ya había bastante gente esperando utilizar los teléfonos de la empresa para llamar a sus seres queridos por larga distancia. Cuando les tocó su turno, llamaron de inmediato a la casa de los suegros de Leonardo, para darle un feliz año a su hijo, hermano y cuñado, respectivamente. Duraron hablando con él un buen rato –media hora-, ya que no lo habían hecho desde la última oportunidad que hablaron con él, precisamente un día después de haber llegado a La Samaria.
Llegado el año nuevo todo comenzó a tomar forma en las vidas de los Calderón. Los dos viejos siguieron trabajando en el asunto del ganado, tratando de sobrellevar la situación, pero esta vez ayudados por sus hijos mayores, quienes comenzaron a trabajar y a hacerse cargo de muchos gastos, que en estas circunstancias los dos viejos no podían afrontar. Joaquín arrendó una habitación, en una de las esquinas del parque Central, a dos cuadras y media de donde estaba la casa de su padre. Al principio no tuvo mucha clientela, pero poco a poco le fue llegando varios pacientes que cumplían doble labor, -pagar por los servicios recibidos, y difundir el trabajo del doctor por toda la samaria- a  la semana de estar trabajando, ya Joaquín promediaba veinte pacientes por día. Su labor no tenía casi competencia porque solo existían dos odontólogos en la ciudad, los cuales tenían todavía métodos muy rudimentarios, por la falta de actualización. Donde su principal remedio para los malestares de sus clientes, era “sacarles las muelas”. Esto le facilitó a Joaquín el coger fama dentro de la ciudad, y mucha gente iba a parar a sus manos para ser atendidos, o en otros casos para que Joaquín les corrigiera, el tratamiento que habían recibido de los otros médicos. Su trabajo le proporcionaba el sustento de toda la familia, facilitándoles a su padre y a su tío la labor de restablecerse económicamente. Mientras tanto la barriga de Cristina ya comenzaba a crecer. Razón por la cual toda la atención y el amor de todos los habitantes de la casa se centraron en ella, ya no la dejaban entrar a la cocina, hasta llegar al punto en que  permanecía la mayor parte del tiempo en el balcón de su alcoba o en la terraza, siempre acompañada de su madre, bordando o hablando asuntos de mujeres. Cristina solo salía acompañada de uno de los hijos de la ama de llaves, para visitar a su marido en el consultorio donde lo hacía suspender las citas de sus pacientes, y salían al parque Central a sentarse en una banca a dialogar, mientras se comían un ‘raspao’. Doña Sofía se la pasaba la mayor parte de su tiempo organizando las labores de la casa y atendiendo a su hija. Don Francisco mataba el tiempo leyendo, y todas las tardes salía a visitar a las viejas amistades que había dejado en la ciudad. Después de cada comida, pasaba un buen rato hablando con Don Rodrigo. Pocas veces Don Francisco acompañó a Don Rodrigo a la finca, porque casi siempre terminaba muy agotado, diciéndole a su mujer –“Ya yo no estoy para esos trotes.” En cada quincena se dirigía hacia el banco, para cobrar su pensión y ayudar de cierta manera en los gastos de la casa. En la noche ya era costumbre que los hombres de la casa, trajeran invitados y se pusieran a jugar dominó en el kiosco del patio. Durante ese tiempo a Joaquín se le olvidó mudar a sus suegros de casa porque en realidad ya se habían adaptado a vivir junto a ellos, y ya no había ningún motivo para mantenerlos alejados de él. Sus suegros ya hacían parte de la familia, y más que eso le hacían compañía a su mujer mientras Joaquín se concentraba en su trabajo.
Por otro lado a Manuel, le iba muy bien con su naciente negocio de bienes raíces. Las atenciones y la cercanía a su familia lo volvieron a humanizar, y pronto adquirió mucho prestigio en su profesión. Era el “Don Juan” de las muchachas de La Samaria, se le “votaban en pilas en su escritorio”, duró varios meses más de picaflor hasta que decidió organizar su vida, teniendo una novia formal. Se puede decir que la maldición de la cual sufrían todos los Calderón en el amor, no le afectaba, pero de todas maneras tuvo muchos problemas, porque al tratar de casarse y formalizar su situación le salieron varias ‘muchachitas’ con ‘barrigas infladas’ que estuvieron a punto de echar abajo su compromiso, pero en esos momentos, recibió la ayuda incondicional de toda su familia, de su tío y hasta de su primo, quienes le colaboraron ocultándole la situación a la prometida de Manuel y manteniéndola al margen de todas las proezas que él tenía que hacer para deshacerse de esas mujercitas que tenía de más. Era impresionante como en todo ese tiempo, toda la familia giraba en torno a Manuel, buscándole soluciones a sus problemas para que éste pudiera casarse tranquilo con la mujer que él realmente amaba. Mientras él le hacía una visita formal a su novia, su hermano Jacobo, su padre, su tío y hasta el propio Joaquín se encargaban de alejar a las mujercitas, que en todo momento buscaban la ocasión de dañarle los amores a Manuel con su novia. Cada vez que Manuel comenzaba a caminar con su novia por la calle era asistido por sus ‘compinches’, quienes estaban atentos de alejar de la escena a las muchachitas, que querían acercarse a él mientras estaba con su novia. Fueron semanas de angustia para toda la familia, pero Manuel decidió no seguir tapando el sol con un solo dedo, y decidió contarle la verdad a su novia, que se llamaba Maria Angélica, y de paso, le ponía a ella esa prueba de amor tan fuerte, donde ella confirmaría más adelante, lo mucho que llegó a quererlo. Cuando le dijo lo que ocurría, la reacción fue fuerte, y duró dos semanas sin hablarle, pero como “el que persiste, tarde o temprano obtiene su recompensa” Manuel consiguió el perdón de Maria Angélica, a punta de serenatas y detalles que las mujeres no logran soportar, y que tarde o temprano sucumben ante ellos. Eso sí, a Manuel le tocó sacrificarse para conseguir el perdón de su amor, y por eso es que lo que se sufre es lo que más se quiere, no duraron otra semana después de reconciliarse, cuando ya estaban fijando la fecha del casorio.
De esta forma iban pasando los meses y la barriga de Cristina crecía, por lo cual crecían también las atenciones de toda la familia hacia ella. Don Rodrigo cada vez que se encontraba junto a su nuera, le decía cosas bonitas, y le expresaba las ansias que él tenía de ser abuelo. Le sobaba la barriga y la hacía reír haciéndole bromas. Joaquín también le solía sobar la barriga a su mujer, y procuraba mantenerla contenta y hacerla sentir mimada. Doña Sofía  cada día la consentía más, así como cada vez le restringía más el hacer cosas, algo que a Cristina no le agradó porque la hizo sentir inútil o como un estorbo para los demás. Por su parte Don Francisco, la apoyaba en todas sus discusiones con su madre, y la apoyaba en todos sus caprichos, era él el que más le saciaba los antojos a Cristina aún más que el mismo Joaquín. En fin, se puede decir que esa era la barriga más sobada en la historia.
Más pronto de lo esperado llegó el noveno mes de embarazo, y con él las falsas alarmas estaban a la orden del día. El estrés se convirtió en la compañía fiel de la casa Calderón. Los dolores de parto de Cristina, le venían y se le iban como llega el día y la noche. Eso parecía el cuento del pastorcito mentiroso porque a todos  los miembros de la familia les tocó por lo menos una vez en turno, llevar a Cristina al hospital, llamar a todos los miembros de la familia -que se encontraran en la calle-, para luego desilusionarse con una falsa alarma. “Definitivamente, no hay peor cosa que ser primeriza”, -le decían los médicos a Cristina. Cuando llegaba el resto de la familia toda azorada al hospital, y se encontraban con la fría noticia que todavía no era hora -falsa alarma-. La cuestión ocurrió cuatro veces, pero como “la quinta era la vencida” o mejor dicho “No hay quinto malo”, ocurrió lo que todos estaban cansados de esperar. Ese día estaban almorzando todos los miembros de la familia, Cristina comenzó a sentir un leve malestar y no pensó que era grave, por tanto no le manifestó a nadie hasta no estar segura. Era quincena y Don Francisco partió temprano en compañía de su mujer al banco a cobrar su pensión. Joaquín se quedó un buen rato hablando con su padre y su mujer hasta que llegó el momento de irse al consultorio. Y preciso ese día le tocó el turno de quedarse con su nuera a Don Rodrigo, quien no fue al trabajo por hacer el turno de cuidar a su nuera. Cristina se atrevió a manifestarle el malestar a Joaquín antes de que éste se fuera, pero éste no hizo caso al temor de su esposa. Los malestares aumentaban poco a poco, y Cristina seguía aguantando para no salir con otra falsa alarma. Don Rodrigo se encontraba leyendo en su cuarto de estudio cuando oyó un grito. En primera instancia no le prestó atención. Luego cuando escuchó el segundo grito cayó en cuenta de la situación y corrió como loco por toda la casa buscando a su nuera. La encontró en el cuarto de Don Francisco y de Doña Sofía, sentada en el suelo con un charco de agua a su alrededor. Don Rodrigo quedo estupefacto, no sabía que hacer, y de los nervios no podía reaccionar. Cristina daba gritos de dolor. Poco a poco Don Rodrigo fue saliendo de ese letargo, que lo caracterizaba al no poder reaccionar ante una situación imprevista. Llamó a una de sus sirvientas le dijo que le consiguiera un taxi, mientras él buscaba la forma con otra sirvienta de bajar a Cristina al primer piso. Don Rodrigo sacó toda su fuerza y logró bajar a Cristina al primer piso, y de la misma forma la subió en el taxi. Ya iban rumbo al hospital y la situación se volvía más trágica, Cristina ya no daba gritos, sino alaridos, Don Rodrigo temblaba de los nervios, el taxista, estuvo a punto de chocarse en dos ocasiones, conducía como loco, no hacía las escuadras, y casi que atropella a un policía. Esto hizo que Don Rodrigo perdiera más el control, al ver que no llegarían ni siquiera al hospital, si ese hombre seguía conduciendo de esa manera. Don Rodrigo tuvo que dividirse en dos, una parte gritándole al taxista, y la otra parte calmando a su nuera. De los nervios el taxista se metió en contravía, en la avenida Petersburgo, la gente le gritaba de todo al conductor, que más que un conductor era un desorden en la vía pública. Gracias a Dios el tipo era muy diestro en el volante, y esquivó a todos los carros que le venían para encima –ya que iba en el carril contrario-. En estos momentos Don Rodrigo yacía abrasando a su nuera y con los ojos bien cerrados. Cristina aumentaba la intensidad de los alaridos, con ese problema de tráfico. Pronto los dos pasajeros que iban con los ojos bien cerrados, sintieron que el carro se detuvo, abrieron los ojos y se encontraron con el hospital enfrente. Don Rodrigo se apresuró a sacar a su nuera del automovil, el taxista les abrió la puerta del carro, diciéndole a Don Rodrigo –Ve señor le dije que lo traería justo a tiempo. Don Rodrigo no aguantó su ira y le metió al muchacho un ‘gancho’ de zurda –Pambelé le hubiese quedado chiquito-, que envió al muchacho de espaldas directo al suelo, -“Casi nos matas ¡Tarado!, eres un irresponsable” –Le dijo Don Rodrigo al taxista, que todavía no habría los ojos del coñazo-. Ya habiendo entrado al hospital, Don Rodrigo pidió ayuda en la recepción. La enfermera le dijo: -“Sientese ahí, y espere su turno”. Esa dichosa frase de la enfermera hizo que toda la persona de Don Rodrigo hirviera en furia, diciéndole: -“Cómo pretende usted que espere cuando mi nuera va a dar a luz”. De pronto se le acercó a Don Rodrigo un enfermero -de dudosa hombría, o del llamado sexo no definido-. Y le dijo: -“¡Hay señor!, tranquilícese ya nosotros estamos acostumbrados a tratar con estas pacientes que vienen de emergencia y aún no les toca la hora”. El amaneramiento excesivo de este personaje, hizo enfurecer mucho más a Don Rodrigo quien la emprendió a insultos con el ‘enfermero’ diciéndole:

-“Bueno,  ¿Y a usted quién le ha preguntado, ‘pajaro raro’?”

El enfermero respondió: - “Hay no, ¡Que viejo tan grosero!, parece que no le enseñaron modales en su casa.”

Esta nueva adversidad irritó más a Don Rodrigo quien le contestó al enfermero: -“Me tiene sin cuidado lo que usted piense ‘Flor de loto’, remiendo de hombre” Y al instante soltó un nuevo derechazo a la quijada del curioso personaje, que fue a parar  al mostrador, y luego cayó al piso inconsciente. Don Rodrigo volvió a insistir con la enfermera, quién le dio un formulario para que lo llenara y registrara a la paciente pero Don Rodrigo se irritó más y le gritó: -“¿Como es posible que traiga uno a una mujer que a roto fuentes y que está a punto de dar a luz, y en vez de atenderla de inmediato lo pongan a uno a firmar papeles?”. La  enfermera quien lució atemorizada esta vez por la ‘calentura’ de Don Rodrigo, enseguida llamó a un doctor para que atendiera a Cristina por el momento. La clínica en ese instante era un despelote, se llevaron a Cristina a la sala de parto, mientras en la recepción el enfermero con la ceja partida del golpe con el mostrador lanzaba insultos contra Don Rodrigo, mientras que otros enfermeros, y enfermeras trataban de contenerlo, para que no lastimara a Don Rodrigo, quién hizo caso omiso de lo que le decía el enfermero ‘polillón’. La preocupación agobiaba a Don Rodrigo y no lo dejaba pensar, ni siquiera se le pasó por la mente avisarle a su hijo de que su mujer estaba dando a luz. Gracias a Dios que Don Francisco y Doña Sofía, al no encontrar a nadie en casa, supieron de antemano la posibilidad de que su hija estuviera en el hospital, de todas maneras sus sospechas fueron confirmadas por las sirvientas, quienes los pusieron al tanto de la situación. Enseguida la pareja se dirigió al hospital, donde encontraron a Don Rodrigo sentado en la sala de espera, también encontraron al enfermero todavía dando gritos, lo cual puso a la pareja recién llegada a la ‘zona roja’ más nerviosa, también se encontraron con el taxista en la entrada, que daba testimonio de cómo un viejo le había pegado, y después entró al hospital sin haberle pagado. Don Francisco hizo caer en la cuenta a Don Rodrigo de la necesidad de  avisarle a Joaquín. Don Rodrigo decidió llamarlo desde una cabina telefónica del hospital.
Al recibir la llamada con la respectiva información por parte de su padre, Joaquín se dirigió al hospital de inmediato. Al llegar encontró toda una atmósfera de tensión entre los que allí se encontraban, porque ya hacía rato que Cristina se encontraba en la sala de parto, y todavía no se conocía noticia de ella. Hacía calor en la sala de espera la cual se encontraba en el primer piso y en una zona poco ventilada del hospital, mas los nervios hacían que los cuatro parecieran estar en un baño sauna. Don Rodrigo con su eterna “guayabera” blanca (ya transparente del sudor) yacía en un sofá del corredor, pasándose por la frente su pañuelo que estilaba el sudor frío de los nervios. Don Francisco por su parte, parecía un caballo cochero de lo emparamado, su esperanza de ventilación se basaba en un periódico que encontró en la mesa de centro de la sala de espera, y con este combatía el vapor que lo martirizaba. Doña Sofía lucía desgreñada, pero en mejor estado del que se encontraban su esposo y Don Rodrigo, ya que estaba bien equipada con un abanico español de mano, la cara de preocupación le hacía dar un aire de mártir o por lo menos de una persona trasnochada. Joaquín que llegó exaltado al hospital, comenzó a sudar al poco tiempo de haber llegado, se limpiaba el sudor de la frente con su dedo pulgar y le hacía bromas a los presentes sobre el calor que hacía en ese lugar. Junto a ellos se encontraban dos señoras y un señor que no escapaban a la inclemencia del calor y que lucían casi que deshidratados. Joaquín seguía bromeando de los nervios: -“¡Que Calor! Está como para tomarse un plato de sopa bien caliente” -Decía él, como una antítesis-. La gente se lo quedaba mirando con cierta antipatía.
Ya iban dos horas, y nada. De pronto se abrió la puerta de la sala y salió el doctor para informarles a la otra familia que la niña se salvó, ya el problema de la apendicitis fue solucionada. Joaquín se acercó al médico y le preguntó que como estaba su mujer, que estaba dando a luz. El médico se sonrió, y le dijo que la sala de parto esta en el segundo piso, y que había sido trasladada recientemente, por lo cual todavía se encontraba el aviso en el lumbral de la puerta que decía “Sala De Parto”, pero que éste ahora era la sala de cirugía. Todos lucieron confundidos, preguntándose donde podía estar Cristina, que había pasado durante todo ese tiempo en que estuvieron esperando ser cocinados por el calor en esa sala de espera equivocada. Todo esto pasó porque Don Rodrigo con sus disputas con el enfermero y con la enfermera de la recepción, no se dio cuenta para donde se llevaban a Cristina. En seguida se pusieron en marcha todos para averiguar donde se encontraba Cristina, o por lo menos la verdadera sala de parto. En pocos minutos fueron informados sobre la sala de parto y ahí preguntaron, que si allí se encontraba una mujer de cabello rubio, que llegó al hospital hace dos horas para dar a luz. La enfermera dijo que ya se le había atendido, y que tanto el niño como la madre se encontraban bien. Ahora el problema era para localizar en que habitación se encontraban los dos. Y buscando y buscando dieron con Cristina que estaba dando de mamar a su bebe. Al reencontrarse toda la familia en la habitación se armó la fiesta por la llegada del nuevo miembro de la familia. Primero lo cargó Joaquín, quien lucía tan sorprendido y a la vez tan feliz de sentir esa nueva sensación de ser padre. Luego se lo pasó a Doña Sofía quien se sentó en un mueble que había en la habitación, y comenzó a hacerle caricias al bebe. El abuelo Francisco se sentó al lado de su esposa y contempló con ternura a su nuevo y primer nieto. Y por último Don Rodrigo que se lo quitó de los brazos a Doña Sofía y lo alzó, extendiendo sus brazos hacia adelante quedando cara a cara con su nieto. En ese momento la Criatura abrió por segunda vez los ojos, y le dio un vistazo a su abuelo. En ese instante Don Rodrigo reconoció en la figura de los ojos de su nieto la fiel copia de su mirada, el rasgo más significativo entre la familia Calderón y que al parecer había desaparecido durante una generación completa.




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