Por: Jorge Arturo Abello Gual
CAPITULO V
Joaquín seguía hablando con su padre, preguntándole por la gente de La Samaria, por sus primos y por sus tíos. Y después de esto sobrevino una conversación entre padre e hijo que no habían tenido desde hacía ya mucho tiempo. Los empleados y las sirvientas de la casa de Don Rodrigo, se encontraban totalmente sorprendidos al oír las carcajadas y los gritos de alegría de Don Rodrigo, que se encontraba hablando por teléfono con su hijo, su hijo del alma como él lo llamaba, y lo gritaba en todas partes de La Samaria. Después de una larga conversación en donde recordaron los viejos tiempos de las ‘Charlas’ en el comedor, vinieron dos hermosas noticias para Don Rodrigo, la primera que sólo faltaban unos días para que se acabara su eterna soledad, que lo estaba consumiendo, y la segunda y la más importante para él; que iba a ser abuelo. Joaquín le dijo: -“Necesito que te sientes y que te tranquilices, porque te tengo una noticia bastante fuerte... Cristina, mi mujer está embarazada”. Continuó después de esta noticia un silencio prolongado, que preocupó a Joaquín quien comenzó a llamarlo desesperado: ¡Papi! ¡Papá!... Don Rodrigo quedó impávido ante la noticia, cosa típica en él desde que era niño, cuando recibía una noticia imprevista, rasgo característico también en el que iba a ser su nieto (Marco). Esta característica consistía en la incapacidad de reaccionar de manera rápida para asimilar las cosas imprevistas, a cambio de un ciclo en el cual pensaban y razonaban las consecuencias y prevenían las situaciones del futuro. Por tal manera Don Rodrigo permaneció mudo, pensando en que iba a ser abuelo, cuando por fin reaccionó, dio un grito estruendoso que se escuchó en todo el vecindario, y que hizo que todos sus vecinos, se aglomeraran curiosos en su puerta al cabo de quince minutos. Joaquín impresionado por el grito de su padre le preguntó que le pasaba. Y Don Rodrigo contestó:
-Pasa, que he vuelto a nacer, que me he quitado quince
años de mi vida de encima... pasa que siento como si me hubiesen dicho que voy
a ser padre nuevamente... y pasa que tú me has dado las dos mejores noticias de
toda mi vida.
La
conversación siguió ahora con los preparativos de la llegada de Joaquín y de
sus suegros a La Samaria. Don Rodrigo le ofreció a su hijo tenerle una casa
amoblada, con todo lo necesario para que pudiesen vivir. Joaquín le contestó,
que por ahora su mayor anhelo era volver a su casa a vivir junto con su padre y
que no iba a necesitar una casa para él por un buen rato, pero que sí
necesitaba una casa disponible para sus suegros que se irían a vivir también a
La Samaria. Don Rodrigo le dijo que si ellos querían podían acomodarse también
en su casa, que era lo suficientemente grande para albergar a todo un batallón.
Pero Joaquín replicó enseguida. Le dijo que su suegra era un alma de Dios, pero
que su suegro era imposible, y que por este motivo, era necesario conseguirles
una casa. Además le comentó a su padre la necesidad que tenía de poder montar
un consultorio en La Samaria, para así, poder trabajar, y que para esto
necesitaba dinero para comprar algunos materiales de trabajo que necesitaba
para montar el consultorio, y que necesitaba el dinero lo más pronto posible
para comprarlos en la Capital. Don Rodrigo le dijo que no había ningún problema
en las dos peticiones que le había hecho, y que enseguida se pondría a buscar
una casa para los suegros de su hijo, y que al día siguiente tendría suficiente
dinero para comprar todo lo que hiciera falta para montar su consultorio. De
esta forma se terminó la conversación y Don Rodrigo colgó el teléfono. Cuando
hizo esto, se encontró con una multitud que se encontraba en la puerta de su
casa. Don Rodrigo preguntó a su servidumbre que era lo que pasaba. Una empleada
le contestó que eran vecinos que escucharon su grito y que tenían curiosidad
por lo que le había pasado. Entonces, Don Rodrigo salió a informarle a la
multitud que él se encontraba bien, y les dio las gracias por haberse
preocupado por él. Luego les informó a todos las dos noticias que habían
ocasionado ese tremendo grito, además manifestó que tenía motivos suficientes
para celebrar, y decidió llamar a la orquesta de los Quinteros, y armar un
tremendo carnaval en su patio, para celebrar a las que él llamó las dos mejores
noticias de su vida. La casa Calderón abrió sus puertas a una gran celebración
por cuenta de Don Rodrigo, quien ordenó a sus empleados buscar una caja de Ron Caña y unas ‘picaditas’
a donde los fritos ‘Susy’, para la gente. La fiesta duró hasta las tres de la
mañana, hora en que se acabó la música, porque los músicos tenían los dedos
hinchados ya, de tanto tocar la tambora.
Al
día siguiente, se podían detectar a simple vista los asistentes a la fiesta de
Don Rodrigo, por la cara de ‘guayabo’ que traían. Mucha gente no pudo ir
al trabajo por el dolor de cabeza que se generalizó en gran parte de La
Samaria, como una extraña peste circundante. Don Rodrigo se levantó a las diez
de la mañana, ¡Y eso!, a consignarle la plata en la
cuenta a Joaquín, para que comprara los materiales que necesitaba, luego de esto se dirigió a hablar con el
propietario de una casa en venta, para tratar de adelantar el negocio de la
casa de los suegros de su hijo. Y terminada la conversación, enseguida se
regresó a su casa a pasar el dichoso ‘guayabito’ que no le dejaba la cabeza
tranquila.
Su
hermano Cesar, quedó totalmente extrañado, cuando le preguntaba a la gente que
donde fue la parranda, y las personas le respondía que en la casa de su
hermano, además de eso le preguntaban a Don Cesar los motivos de su ausencia.
Don Cesar estaba buscando a su hermano por todas partes, para comunicarle que
su hijo Manuel ya se había graduado y que ya estaba de vuelta en La Samaria.
Don Cesar había dejado un tiempo muy largo de no encontrarse con su hermano, y
de ni siquiera cruzar una palabra por teléfono con él. Lo había ido a buscar a
la hacienda, sin mucha suerte de encontrarlo allá, lo fué a buscar a su casa cuando Don Rodrigo estaba en el banco haciéndole el
envío a Joaquín. Y cuando se enteró que hubo fiesta en al casa de su hermano, y
que este no le había avisado, pensó que Don Rodrigo se encontraba de alguna
forma molesto con él. Y en efecto lo estaba, pero por eso no habría dejado de
invitarlo, así, que fue simplemente
olvido. Don Cesar había dejado todo el peso de su trabajo a su hermano, por
tratar de montarle el negocio de bienes raíces a su hijo, por tal motivo había
ignorado de forma absoluta la existencia solitaria de su hermano, que de no ser
por la llamada de Joaquín se hubiese marchitado fácilmente como una pasa en
medio de la soledad de su casa. Don Cesar buscaba por todas partes a su
hermano, y a todo el que preguntaba, le respondían que “lo habían visto pasar,
pero quien sabe pa’ donde”. Otros le decían que Don Rodrigo estaba en su casa
pasando el ‘Guayabo’, pero Don Cesar no acreditaba esa posibilidad, ya que
había estado ya, en la casa de su hermano y le habían dicho que había salido.
Pero en efecto Don Rodrigo se encontraba en su casa descansando, después de esa
buena parranda. Entre más buscaba Don Cesar más se irritaba y aumentaba el
resentimiento de no haber sido invitado a tal celebración. Don Rodrigo almorzó
en su casa y estaba reposándose, cuando por la puerta entró su hermano
irritadísimo, y echando fuego por todas partes. Don Cesar le preguntó a su
hermano, que donde había estado todo el día, que lo había estado buscando por
todas partes –lo dijo en forma de pelea-. Don Rodrigo le respondió, tranquilamente, que había estado en su cama
pasando el guayabo. Don Cesar le reclamó, en forma más fuerte que como iba a ser eso posible, si él había
estado allí, y una sirvienta le dijo que no estaba. Además le preguntó que por
qué razón se había negado, y que por qué tuvo una celebración y no lo había
invitado. Don Rodrigo siguió tranquilo, y trato de explicarle a su hermano, que
era lo que había pasado, que por la emoción que le provocó esas noticias que le
comunicó su hijo, no tuvo cabeza sino para armar la “Parranda”, y el hecho de
que no lo hubiese encontrado en su casa, fué que salió un momento a hacerle un envío a su hijo, que necesitaba
comprarse unas cosas que le hacían falta para armar su consultorio. Don Cesar
siguió incrédulo y un poco desconfiado. Después de un rato trato de recordarle
a su hermano que no podía gastar mucho dinero, porque en el próximo mes debían
vacunar al ganado. Con este gesto de su hermano, Don Rodrigo se sobresaltó y le
echó en cara a su hermano, el trabajo que él venía realizando solo en el
negocio durante los últimos tiempos, en los cuales Don Cesar no había hecho más
que gastar dinero al montarle el negocio de bienes raíces a su hijo Manuel. Don
Rodrigo estaba tan enfadado con su hermano Cesar, que le dijo: -Si tú gastaste
tanto dinero en el porvenir de tu hijo, yo también tengo derecho, y más aún
cuando yo he sido el único quien ha estado al frente del trabajo. Don Cesar
trato de contestarle algo, pero Don Rodrigo le echó en cara todos los años que
estuvo manteniéndolo y dándole educación mientras él se convertía en hombre, y
por último lo terminó echando de su casa.
Ninguno
de los dos hermanos se hubiese imaginado todo lo que esa discusión, con motivos
tan bobos ocasionaría dentro de la familia Calderón. Duraron una semana
completa sin hablarse una palabra, los dos asistían a la hacienda, en el
cumplimiento de sus obligaciones, y trataban de no toparse mientras que ambos
estuvieran en el mismo sitio. El negocio de la Ganadería iba muy bien, pero
inexplicablemente, en ese mes de diciembre tuvieron, un fuerte golpe. El precio
de la carne bajó, y por eso necesitaban con urgencia cierta inversión para la
vacunación del ganado. Y de esta manera comenzaron a surgir problemas
económicos, ya que todo el presupuesto con que se contaba, debía ser destinado
para la vacunación del ganado. En ese momento surgió el problema de la
comunicación, ya que era necesario que los dos hermanos se pusieran de acuerdo,
sobre qué medidas deberían tomar en esa situación tan imprevista. Era la primera
vez en que el ganado estaba presentando inconvenientes, en cuanto a capital,
siempre los Calderón vivieron holgados en el sentido del dinero, y nunca habían
afrontado una crisis económica porque en tiempos anteriores, durante la guerra
civil en Pentecostés, no tenían ninguna necesidad y eran junto con los
Caballeros los menos afectados en materia de economía, y cuando se presentó el
problema de la aftosa tenían suficientes reservas como para mantenerse sin
necesidad del negocio del ganado, ya que tenían formas de montar otros
negocios. Pero esta vez, los dos hermanos Calderón afrontaban una ruptura de
tipo familiar, combinada con la falta de dinero. Todas las reservas fueron
destinadas al futuro de la próxima generación de los Calderón, y ahora esa generación
era la responsable de seguir llevando a la familia hacia adelante.
Al
principio los dos hermanos se mandaban intérpretes o mensajeros para hablarse,
y tratar de ponerse de acuerdo acerca de las medidas que debían adoptar para la
ocasión. De esta forma todo les salía mal y las medidas que tomaban muchas
veces eran tergiversadas por el intérprete de turno, ya que tanto Don Rodrigo,
como Don Cesar tenían su propio intérprete. La situación se complicaba cada vez
más, y se seguían aumentando los malos entendidos. Las cosas empeoraban porque
Don Cesar, por falta de comunicación no disminuyó los gastos de su casa lo
suficiente como para afrontar dicha crisis, y cada vez quedaba menos dinero en
las reservas, para la vacunación de las reses. Esto hizo que Don Rodrigo, se
pronunciara y rompiera la muralla que había impuesto entre ellos el orgullo,
para hablar de tú a tú con su hermano. El rencuentro de los hermanos Calderón
fue impresionante, jamás en su vida habían sostenido una pelea que haya roto
los lazos de hermandad que existían entre ellos. Lo curioso, es que en el
pasado se presentaron problemas de mayor seriedad, que los dos lograron superar
en mejor forma, tales como la vez que se disputaron el amor de una mujer –
ambos todavía se encontraban solteros-, cada hermano hacía hasta lo imposible
por conquistar el amor de esa mujer, y muchas veces se vieron obligados a
realizar acciones en contra del otro, para lograr su objetivo. En esa ocasión
se vieron involucrados en una riña en una gallera. Primero Don Cesar había
invitado a esa mujer llamada Sonia a que viera pelear a sus gallos en la
gallera, y para esto dejó a su hermano ‘engatuzado’ con una bromita que le
hizo, que consistía en dejar abandonado a su hermano en la hacienda, mientras
él se iba en el carro para donde Sonia, ganándole la mujer a su hermano por
mano, como se dice en el dominó. Estaban en la gallera pasándola bien, cuando
llegó Don Rodrigo enojado, porque le tocó venirse de la hacienda a caballo,
costumbre que había perdido desde hace unos años cuando habían comprado un Jeep
para transportarse. De esta manera Don Rodrigo llegó una hora después de lo
habitual a la ciudad, un poco irritado y extrañado por la actitud de su
hermano.
Al
llegar a la ciudad, llegó con la intención de ir a impresionar a Sonia con su
caballo. Pero cuando llegó a la casa de la muchacha, le avisaron que había
salido ya con su hermano. Don Rodrigo se dio cuenta de la jugarreta que le
había hecho su hermano, para salirse con la muchacha, de inmediato se precipitó
a conseguir el paradero de la pareja. Iba por todas las calles de La Samaria
con su mirada profunda ardiendo en llamas, pensando solo en cómo se la
desquitaría de su hermano. Preguntando y preguntando dio a la gallera en donde
encontró a su hermano Cesar, quién se inquietó mucho cuando lo vio –hasta en
seco tragó, al verle esa mirada llena de fuego-. En ese preciso instante se
abrían las apuestas, para la pelea de gallos, en la cual uno de los gallos era
de Don Cesar (de color blanco con pintas pequeñas negras en las alas), y el
otro era de Jacinto Cabrera (el rojo, con la parte inferior de su cuerpo
negro), un reconocido criador de gallos. Las apuestas iban tres a uno a favor
del gallo de Don Cesar. Don Rodrigo recorría todo el escenario hablando con
varios individuos, y antes de que se cerraran las apuestas para comenzar la
pelea. Don Rodrigo hizo pública la apuesta en contra de su hermano. El asombro
y la extrañeza comenzaron a rondar en el escenario, porque nunca se había visto
reñir a los hermanos Calderón. Después de un buen tiempo, se reanimó la
actividad en la gallera y comenzó el pique inicial entre los dos gallos –que en
sentido figurado también representaban a los dos hermanos, y enseguida comenzó
la pelea. Desde el principio, la pelea fue bien reñida, ninguno de los gallos
se dejaba abatir del otro. La gente emocionada por la pelea gritaba a favor de
los gallos. La gallera se encontraba casi llena, era la primera vez en que
había un buen contendor para el gallo de Don Cesar Calderón. El gallo de
Jacinto Cabrera venía de arrasar con varias galleras de los pueblos pequeños
del departamento de La Macarena cuya capital es La Samaria, en donde las peleas
de gallos son algo esencial dentro de la cultura de todos los pueblos ubicados
a lo largo del río de La Macarena, el cual le dio el nombre a ese departamento.
Después de cierto tiempo en la disputa, el gallo de Jacinto Cabrera tomó la
delantera en los saltos, y tenía al gallo de Don Cesar abajo, pero de un
momento a otro el gallo blanco comenzó a recuperar terreno con el pico y sus
movimientos ya comenzaban a surtir efecto en el gallo rojo de Jacinto Cabrera,
la pelea era enorme, la sangre corría en la arena, y en la tribuna un gordo
comenzó a buscarle la bronca a otro tipo de corta estatura. El gallo blanco
enterraba sus espuelas, el rojo respondía con picotazos. El gordo le pegó al enano, mientras que un
allegado al enano le respondía con un sillazo al gordo. El plumaje del gallo
blanco se tornó rojo de la sangre, y el gallo rojo ya casi que no brincaba.
Unos policías se llevaron al gordo detenido en las tribunas. En la arena estaba
a punto de concluir la pelea. Don Cesar ya daba voces de victoria, mientras que
Don Rodrigo, se reía con cierta picardía. Jacinto Cabrera ya lucía preocupado,
la gente comenzaba a meterse con él. Ya parecía que el gallo blanco daba su
última estocada, cuando... de repente.... se fue el fluido eléctrico en la
gallera, se oyeron gritos de mujeres -a quienes les cogían las partes nobles-,
sonaron varios golpes, y enseguida se hizo la luz. Todos se miraron las caras,
luego de un rato, cayeron en cuenta de que Jacinto Cabrera y sus dos
acompañantes yacían en el suelo, él inconsciente, y sus dos acompañantes que se
trataban de incorporar, mientras se sobaban
la cara, -uno de los cuales se le veía
una ceja partida-, y dando gritos de haber sido atacados cobardemente, de esta
forma se comenzó toda una algarabía. Mientras esto ocurría en las tribunas, en
la arena se veía al gallo rojo caminando, paseándose por toda la arena,
mientras que el gallo blanco yacía en la arena todo ‘tiezo’. Al
percatarse de lo ocurrido en la arena, la gente no podía sostener su asombro,
buscándole explicación al asunto. Los acompañantes de Jacinto trataron de
incorporar a su patrón que lucía muy apaleado, pero al ver lo que ocurría en la
arena, saltó de alegría. La gente comenzó a meterse con él, acusándolo de haber
hecho toda esa confusión.
Dos
eventos inexplicables, y con soluciones totalmente ajenas a la verdad. Al
minuto se comenzaron a lanzar hipótesis sobre lo ocurrido, en donde los
principales sospechosos eran los dueños de los gallos, quienes sin duda no
podían ofrecer ni una explicación lógica. Jacinto Cabrera acusaba a Don Cesar
de haberlo golpeado, gritándole cobarde, con su
ojo casi cerrado del ‘ramplanazo’ que le habían metido en él. En esos
momentos surgió la confusión, y el ambiente se tornó pesado porque los
apostadores que habían perdido no querían pagar al ver la situación tan
confusa. Los dueños de la gallera, no dejaron salir a nadie, hasta que se solucionara
el problema del pago de las apuestas. El dueño de la gallera habló con Don
Cesar y Jacinto Cabrera a ver como se solucionaba la cosa. Este asunto ponía en
una situación muy difícil a Don Cesar en donde se decía, que él era el
responsable de la “paliza” que recibieron Jacinto Cabrera y sus acompañantes.
Pero eso quedó aclarado después, cuando cinco tipos se declararon los
responsables del hecho, ya que habían apostado una buena suma en favor del
gallo de Jacinto, y que hasta donde se vio estaba casi perdido, y por esta
razón aprovecharon la situación para desquitarse de la palabrería de la
cual fueron víctimas por parte de Jacinto, quien les aseguró la victoria de
antemano, y por eso decidieron propinarle una paliza. Muy bien, ya se había
solucionado el primer problema, ahora faltaba el más importante, que tenía que
ver con lo que había pasado en la arena, ¿Qué había pasado con el gallo blanco
que se encontraba a punto de matar al gallo rojo? y que de manera inexplicable
después del “apagón” el resultado de lo pronosticado, o por lo menos lo más
lógico, fue totalmente inverso. El dueño de la gallera se metió en el arenal, y
examinó al cadáver del gallo blanco, para encontrar alguna explicación a lo
ocurrido. En la revisión meticulosa que le hicieron al cadáver, encontraron que
en efecto el gallo tenía una herida profunda en el cuello que le causó la
muerte. El problema era que no se podía demostrar si la herida había sido
propinada por alguien, quien se aprovechó de la oportunidad para meterse en la
arena y matar al gallo blanco, o que la
herida haya sido ocasionada por la espuela del gallo rojo mientras las luces
estaban apagadas. El diagnóstico se mantuvo en secreto entre el dueño y sus
ayudantes, para garantizar el orden en toda la gallera. Entonces el dueño de la
gallera, llamado Nicanor González se dirigió a todo el público y preguntó, si
alguien había visto algo en la arena, que explicara lo sucedido. La gente
permanecía en silencio. Nadie había visto nada, todo el mundo se preocupó más
por su bienestar físico que por la arena. Nicanor González al ver el silencio,
declaró al gallo rojo como auténtico vencedor, por no haber ninguna prueba que
demostrase lo contrario, y enseguida se prosiguió al pago de las apuestas. Don
Cesar le tocó vaciarse los bolsillos, para pagar la apuesta. Era la primera vez
que perdía en las peleas de gallos, y esto lo ponía de mal humor, pero más aún
que había perdido delante de Sonia, la muchacha por la cual había engañado a su
hermano. La gente le gritaba todo tipo
de cosas a Don Cesar, que salió con los bolsillos vacíos y con un regaño fuerte
de parte de su compañera quien le pidió, que no la buscara más, porque ella no
estaba acostumbrada a soportar esa clase de humillaciones. Sonia salió de esa
gallera echando fuego, porque además de
todo en pleno apagón, tuvo que aguantar el ser “timbrada” por más de un
pícaro quien sacó buena parte de la situación para hacerle el “método del
tanteo”, “la medición del aceite” y hasta “la amasada de las
mogollas de a cien”. En fin la pobre Sonia salió más que indignada de ese
lugar.
En
la otra cara de la moneda se encontraba Jacinto Cabrera y sus ayudantes, con
los bolsillos bien llenos, pero con las caras partidas. Y por otro lado salió
Don Rodrigo, con los bolsillos llenos también y con una cara de satisfacción,
que reflejaba en sus ojos una risita pícara por dentro. Al día siguiente Don
Cesar le preguntó a su hermano durante el desayuno si de casualidad sabía que
había sucedido esa noche. Don Cesar sabía que su hermano había tenido algo que
ver en ese acontecimiento. Primero porque le vio en sus ojos las intenciones,
cuando este llegó a la gallera con esa mirada fría y sobria, y segundo porque
la perfección y el cálculo con que salió la ‘patraña’, sólo podía ser producto
del pensamiento y la exactitud de su hermano. Don Rodrigo no le contestó nada,
al principio se tomó un sorbo de su café con leche, se
quedo mirando a su hermano, y luego simuló una sonrisa fría, diciendo:
-La trampa con trampa se paga, ¡hermanito! Don
Cesar comprendió el mensaje. Don Rodrigo se dispuso a abandonar la mesa, pero
Don Cesar le preguntó: -“¿Tanto te interesa Sonia?”. Don Rodrigo se dio vuelta y
dijo: -“Ya no me interesa. Las mujeres pasan, pero tu seguirás siendo mi
hermano, y no vale la pena que eso deje de serlo por una mujer, habiendo tantas
diferentes de la que tú escojas”.
Aquella noche de gallos sólo Don Rodrigo y dos
personas más, sabían la verdad de lo que en realidad pasó en la gallera. Uno de
ellos fue el que apagó la luz de la
gallera, y el otro fue el que mató al gallo blanco.
* * * *
El
orgullo entre los hermanos Calderón había roto los lazos de hermandad que
siempre habían existido entre ellos. Se trataban como dos extraños evitando en
lo posible ‘tutearse’. Buscaban desde las distancias proponer soluciones
al problema económico en el cual se veían envueltos. Pero ninguno de los dos
cedía y la conversación parecía inútil. Don Rodrigo puso todo de su parte, para
solucionar el problema y llegar a un acuerdo, y rompió en seco esa máscara de
hielo que se había puesto para enfrentar a su hermano. Le habló de tú a tú, y
le dio el reporte de la situación, de manera desesperada para intentar que su
hermano reaccionara. Don Cesar no rompió su mascara de hielo, pero si accedió a
las propuestas de su hermano, de bajar los gastos de su casa y de invertir
todas las reservas de dinero en la vacunación del ganado. Don Rodrigo por su
parte ofreció vender uno de sus carros, para aportar el dinero que hiciera
falta para el sostenimiento de las dos familias, mientras que duraba la
recesión.
Después
de dos días de haberse propiciado el encuentro entre las dos cabezas de Familia
Calderón, Joaquín hizo su arribo a La Samaria, con su mujer, y sus suegros. Don
Rodrigo armó una fiesta muy familiar, para la bienvenida de su hijo. Mandó
preparar una comida especial y se dispuso a realizar una cena de bienvenida.
Después de la cena tuvieron tiempo de recordar, el incidente que ocurrió
durante la pedida de mano de Joaquín a Don Francisco. Luego se pusieron a
hablar del pasado, de cómo había cambiado La Samaria, y de ese calor tan
sofocante que los recién llegados tenían. Mientras que la conversación seguía
en la sala Joaquín se llevó a su padre a hablar al comedor, preguntándole cómo
estaba, cómo andaban los negocios, puesto que había tenido la oportunidad de
hablar con Manuel antes de que este se fuera de la Capital, y le dijo que los
dos viejos andaban de pelea, y que el negocio del ganado estaba decayendo. Don
Rodrigo le comentó a su hijo que en efecto, si habían ocurrido ciertos
inconvenientes en la relación con su hermano, pero que el negocio del ganado
estaba bien, lo que pasaba era que no se habían medido bien los gastos, y que
era necesario tomar nuevas medidas con respecto a esto, porque el precio de la
carne y la leche de vaca tuvieron una inexplicable baja, y que lo mismo había
pasado con el arroz y el banano, que en fin todo el gremio agrario se
encontraba sentido por una inexplicable baja en los precios. Además le contó a
su hijo que no había podido cerrar el negocio para comprar la casa de su suegro, porque había tocado tomar algunas
medidas extremas como vender uno de los Jeeps que tenía, para mantener los
gastos. Joaquín al oír esto, se conmovió bastante, y le dijo a su padre que no
se preocupara más por eso, que cuando él comenzara a trabajar, le iba a dar un
buen alivio económico. Y con respecto a la casa que le había pedido para sus
suegros, Joaquín le dijo a su padre que
no había problema, que podía acomodar a sus suegros en esa misma casa,
mientras comenzara a trabajar y consiguiera el dinero para rentarles una. Después padre e hijo
procuraron seguir esa conversación para después, y decidieron regresar a la
sala a seguir hablando con los nuevos invitados de la casa.
Don
Rodrigo le preguntaba a Cristina, como se sentía y como estaba su futuro nieto.
A Cristina, todavía no se le notaba la barriga, y ella decía que los síntomas
del embarazo todavía no se le habían presentado, lo cual tuvo la objeción de
Joaquín, quien afirmó que su mujer sufría de antojos y de vez en cuando le
daban ciertos ascos, con amagos de nauseas. La versión de Joaquín fue apoyada
por Doña Sofía quien estuvo al tanto de los aconteceres de su hija desde que le
diagnosticaron el embarazo. Al terminar el seguimiento de todas las situaciones
en que los síntomas del embarazo de Cristina salían a relucir, llegó una oleada
general de sueño, que dio como resultado, la señalización de los espacios para
los huéspedes en la casa. La casa tenía dos pisos, una sala y un comedor
inmensos, una cocina de tamaño normal y un patio grande, con un palo de mango
enorme en el centro, que le procuraba sombra a cualquier hora del día, al fondo
del patio estaban una cabaña para los empleados, un pequeño kiosco que estaba
provisto con una mesita y varias sillas, donde Don Rodrigo jugaba dominó con
sus amigos en las noches, en un rincón se encontraban dos casetas, en donde
antiguamente quedaba el baño y el excusado, que fueron reemplazados por tres
baños modernos que Don Rodrigo mandó construir en su casa, uno en el segundo
piso y dos en el primero, esto al principio provocó varias dificultades, ya que
uno de los baños de abajo estaba destinado para la servidumbre, y los otros dos
restantes quedaban para las cinco personas que iban a vivir en la casa.
Entonces el baño de arriba era el más solicitado por comodidad y cercanía, y el
adquirirlo se convirtió en una gran pelea, mientras que las personas se
adaptaban a un horario. El principal problema era el baño de las mujeres que se
demoraban una eternidad aseándose, lo que provocaba malestar entre los hombres.
El más afectado por esta situación parecía Don Rodrigo, que se había
acostumbrado a vivir solo, y ya tenía un mecanismo automático en sus
actividades de aseo, cosa que fue totalmente modificada, cuando llegaron sus
huéspedes. En el segundo piso de la casa
habían cinco cuartos que fueron distribuidos entre los dos matrimonios y
Don Rodrigo. Sobraban dos cuartos, el uno era un cuarto de estudio, en donde
Rodrigo tenía una biblioteca, un escritorio y una mesa en donde se extendía un
mapa de la hacienda, con ‘vaquitas’, casitas y otras cosas, con las cuales
jugaría su nieto más adelante. El otro cuarto era un salón con mecedores y un
piano, que solo fue tocado por Doña Victoria, y en pocas ocasiones por Joaquín
que alcanzó a dar algunas clases. Los primeros días en familia para Don Rodrigo
fueron traumáticos, durante tres días consecutivos tuvo que salir a las diez de
la mañana esperando poder usar el baño, y de esta forma como dijo él -“se me
fue medio día ya”, -y en plena vacunación-, lo cual disgustó un poco a su
hermano, a quien le tocó el trabajo solo, durante la mañana. Pero Don Rodrigo
se fue adaptando poco a poco al ambiente familiar que impregnaba la casa con
toda esa gente. En realidad, prefería ese tipo de contratiempos, a tener que
seguir viviendo en la soledad, ya que cuando llegaba a su casa, encontraba
cuatro personas que se preocupaban por él, y que le ofrecían amor y compañía a
toda hora, ese ambiente familiar que solo había vivido durante su vida de casado
con su esposa Victoria. Era impresionante como cambió la vida de Don Rodrigo,
con la llegada de Cristina y sus padres. Desde que su mujer murió trabajaba de
seis de la mañana, a doce del día y de dos de la tarde a seis de la noche.
Ahora salía de su casa a las ocho y llegaba a las doce del medio día, y salía a
las tres y regresaba a las cinco. La razón era muy sencilla, él se refugiaba de
su soledad en el trabajando, y al no estar solo disfrutaba su estancia en su
casa.
De
esta manera llegó el día de la navidad y celebraron como nunca, la casa se
llenó de vida, por primera vez después de quince años. La casa lucía iluminada,
Doña Sofía y Cristina hicieron decorar la casa con luces navideñas, tres días
antes del veinticuatro de Diciembre, y la casa iluminaba como nunca toda la
calle, desde que se ocultaba el sol. Mucha gente en La Samaria pasaba por la
calle para ver el espectáculo de las luces en la casa de los Calderón. La noche
de navidad, Don Rodrigo trajo un pavo bien grande de la hacienda en el medio día,
para la cena especial de la noche. Doña Sofía y Cristina estuvieron en la
cocina preparando todo los platos para la noche.
Los
siete días que convivieron junto, las dos familias, fue suficiente para
estrechar lazos de amor. Joaquín aprendió a tratar a su suegro, y se dio cuenta
de que no era una misión imposible. Entre Don Francisco y Don Rodrigo nació una
gran amistad, en sí un “compadrazgo” impresionante, se volvió costumbre
entre ellos el durar largo tiempo hablando después de cada comida. Joaquín y Cristina
aprovecharon todo ese tiempo para estar juntos; pareciese como si trataran de
revivir ese eterno mes en que ambos estuvieron juntos por última vez en La
Samaria. Era increíble que aunque hubiese tanta gente en la casa Calderón, la
joven pareja de casados podía disfrutar
de tanta privacidad que parecía como si continuaran viviendo en el apartamento
de la Capital, y esto ocurría por la magnitud de la casa, el solo cuarto de
ellos tenía una cama, una especie de sala
con dos mecedores y una mesita de centro, además contaban con un balcón
que daba hacia el patio.
Joaquín
dijo que comenzaría a trabajar cuando comenzara el año nuevo, y que mientras
tanto se dedicaría a cuidar de su mujer, ayudar a su padre en la administración
del dinero y los gastos de la casa. De vez en cuando se decidía a acompañar a
su padre a la hacienda, pero el clima de pelea que persistía entre su padre y
su tío era de todas formas inaguantable, era una continua guerra de indirectas
cuando se llegaban a encontrar por casualidad, Don Cesar no le dirigió una sola
palabra a Joaquín cuando lo vio por primera vez, de cosa lo saludó, Manuel se
encontraba en la misma tónica, y no se veía ninguna esperanza de
reconciliación. A Don Rodrigo ya no le importaba tanto restablecer la comunicación
con su hermano, simplemente lo soportaba y trataba de evitarlo, solo hablaba
con él cuando se debía decidir sobre una cuestión económica. Don Rodrigo
había suprimido, la relación con su hermano con la camaradería que había
entablado con Don Francisco. Esto aumentó la furia y los celos de Don Cesar,
pero en fin, de él dependía que la pelea se terminara, ya que era él quien le
buscaba la bronca a Don Rodrigo. La tristeza lo embargó, en la noche de
navidad, y a pesar de tener a su familia, sentía que una parte de él estaba
ausente. Cosa que no ocurrió con Don Rodrigo que estaba experimentando un nuevo
ambiente, en donde él era el epicentro de la fiesta, todos estuvieron
pendientes de él y no le dejaron ni un instante para poder pensar en su
hermano. Esa noche de navidad nunca la pudo olvidar, fue donde resucitó esa
parte “carnestolentica” de su persona que hacía rato estaba dormida.
Durante toda la noche fue risas, cuentos y anécdotas que contaban todos los que habitaban en la casa, incluyendo a
algunos sirvientes que fueron integrados a la reunión. Durante ese período
salieron a relucir, muchos de los cuentos del Doctor Embargas, por parte de
Joaquín, quién después de contarlos, recibió un jalón de oreja de Cristina,
quién le dijo: -“Y ahora es que me vengo a enterar de eso”. A tal punto que se
puso un poco enojada con Joaquín, pero después de varios secreticos, muchas
caricias y bastantes besos por parte de Joaquín, Cristina volvió a ser la
misma. Por otra parte Don Francisco sacó a relucir su talento como “cuentero”,
e hizo reír por varias horas a todos los presentes. Don Francisco usaba una
técnica fono- mímica, para referir sus chistes, no olvidaba ningún detalle de
los personajes a los cuales imitaba, e incluso hasta la voz la hacía perfecta.
Contaba tantas anécdotas, una de ellas fue cuando Doña Sofía fue a dar a luz a
Cristina. Estaban los dos sentados en la terraza, un Domingo, habían llegado de
misa, cuando comenzaron los dolores de parto de Doña Sofía, Don Francisco tenía
en sus brazos a Leonardo, que estaba a punto de cumplir un año, pero aún no
caminaba ni sabía hablar. Cuando su mujer comenzó a dar voces de: “Hay viene,
Hay viene... ya se vino”. Don Francisco estaba tan nervioso que no sabía como
reaccionar, -ya que cuando a su esposa
le entraron los dolores de parto en el primer hijo, ya se encontraba en el
hospital- no sabía ni que hacer, solo decía: “Aguanta, aguanta... Respira
profundo”, y de ninguna manera soltaba al niño. Mientras tanto pasaba un vecino
por ahí. Cuando lo vio, Don Francisco corrió a él y le dijo: - “Vecino, por
favor, ayúdeme. Necesito conseguir rápido un bebe, que mi esposa va tener un
carro”. El vecino tuvo que esforzarse bastante para interpretar el mensaje de
Don Francisco, duró un buen tiempo meditando, diciendo para sí mismo: “¿Que me habrá querido decir?”. Luego cayó en cuenta y
le dijo que enseguida le conseguía un transporte. Mientras tanto Don Francisco,
entró a la casa para recoger las llaves y la billetera. Lo curioso es que entró
con el niño entre sus brazos y salió sin él. Cuando salió, ya el vecino esta
ayudando a Doña Sofía a subir en un coche para llevarla al hospital. Durante el
camino los dolores del parto se hacían más fuertes, y Don Francisco como buen
esposo le brindó la mano a su mujer en gesto de apoyo. Del dolor, Doña Sofía le
estrangulaba los dedos a Don Francisco, y así pasaron todo el viaje hacía el
hospital, la una gritando por los dolores del parto, y el otro gritando porque
le soltara la mano. Al llegar al hospital, Doña Sofía fue atendida de inmediato.
Pasaron quince minutos, hasta que se oyó un llanto en la sala de parto. Era
Cristina que había nacido. La felicidad de los padres era grande. Pero de
pronto surgió una pregunta al instante: “¿Donde quedó el otro hijo?” Don Francisco le respondió a Doña Sofía que se lo
había encargado a una vecina, para tranquilizar a su esposa. Pero el cuento es
que él no sabía exactamente que había hecho con su hijo. Preocupado y casi
blanco como un papel, regresó a su casa como un rayo, a ver donde había dejado
a su hijo. Buscó en toda la casa y nada, le preguntó a las vecinas, y no logró
nada, porque ni siquiera ellas sabían que Doña Sofía había dado a luz. Pasaron
horas y horas, y Don Francisco seguía buscando a Leonardo hasta que se dio por
vencido. En esos momentos se sentó en una silla de la sala a llorar. De pronto
se abrió la puerta de la casa, era Doña Sofía que se vino desesperada del
hospital y le preguntó a su marido donde estaba su hijo, que las vecinas habían
ido a visitarla y le habían dicho que Don Francisco andaba buscando a su hijo
desesperadamente, y no lo encontraba todavía. Don Francisco le respondió que no
sabía que había pasado, que no sabía donde estaba su hijo. El desespero invadió
a Doña Sofía. De pronto se oyó un llanto, los padres abrieron los oídos,
reconociendo el llanto de su hijo. Buscaron el origen del llanto, que era el
bifé de la entrada, abrieron la gaveta y ahí se encontraba Leonardo, que
después de cuatro horas se dispuso a llorar, dentro de la gaveta de donde su
padre tomó las llaves de la casa y lo dejó a él en lugar de aquellas.
* * * *
Llegó
la media noche, entre cuentos y anécdotas, y entre tragos y picadas, al darse
cuenta en el reloj de la hora, Doña Sofía y Cristina con las dos sirvientas se
dispusieron a servir la cena. El pavo quedó enorme, estaba acompañado de un
suculento arroz con coco, y dos tipos de postres, todo el mundo comió, quedaron
saciados. Después de la comida sucedió otra ronda de chistes, esta vez
presidida por el Señor de la casa, Don Rodrigo, quien puso su repertorio de
cuentos a los oídos de los presentes. Las risas se multiplicaban, y la alegría
fue perenne. Luego a la una, se dispusieron a abrir los regalos que se
encontraban, al pie del pesebre de navidad, que habían armado Don Francisco y
su yerno, con la dirección de sus respectivas esposas –claro está-. Eso fue
todo un proceso, lo que uno ponía por una orden, el otro tenía que quitarlo por
otra orden, duraron dos horas armando el pesebre del Niño Dios, las mujeres
quedaron satisfechas y felices, y los hombres cansados y de mal genio –como
siempre-, pero luego recibieron su pago por el arduo trabajo en forma de
caricias.
Hubo
regalos para todo el mundo, los hijos de la servidumbre recibieron unos buenos
aguinaldos por parte de Don Rodrigo, quien por otra parte fue el que recibió
más regalos esa noche, y era la primera vez que eso le ocurría, ya que en las
otras veces, le tocaba contentarse con recibir un solo regalo -el de su
hermano-, o en ocasiones se convertían en dos con el de su hijo Joaquín quien
se lo mandaba por correo desde la Capital, y consistía en una carta y
generalmente una camisa. El tener toda esa “carrandanga” de regalos en
sus manos, le hizo ponerse muy nostálgico, y comenzó a recordar las navidades
con sus padres, pero sobre todo le hizo acordarse de su hermano. Pero al verlo
así, Joaquín enseguida lo distrajo y le puso conversación, se le sentó en las
piernas, le dio un fuerte abrazo y le dio un beso a ese padre que hizo todo lo
que estuvo a su alcance por él, mientras vivió. Ya pasadas las dos de la
mañana, prendieron el radio, y se pusieron a bailar, y como estaban disparejos,
decidieron turnarse las parejas, y así duraron hasta las tres y media de la
madrugada, cuando decidieron irse a dormir.
Cuando
todos estuvieron en sus cuartos, todo parecía ser silencio, ya Don Rodrigo, Don
Francisco y Doña Sofía habían pescado el sueño. Pero otra cosa muy diferente
ocurría en el cuarto de la joven pareja. Ambos se encontraban alcanzados por el
alcohol, y comenzaron a dialogar, muy
cariñosamente. Comenzaron discutiendo sobre el asunto del consultorio del
Doctor Embargas. Cristina comenzaba a dar muestras de celos, lo cual divertía a
Joaquín. Cristina cada vez se irritaba más, por la burla de su esposo, pero
cuando las cosas comenzaban a salírseles de las manos, así que Joaquín decidió
tranquilizarla. Y de esta manera se fue creando un ambiente romántico entre los
dos. Pronto ardió el calor, y los cuerpos sudaban de amor, pero como nunca, esa
vez Cristina soltó gritos de pasión, los cuales fueron escuchados, por los
habitantes del segundo piso, quienes se
levantaron de sus aposentos sobresaltados, tratando de buscar una justificación
al ruido. Los tres viejos se encontraron a la salida de las habitaciones, Don
Rodrigo llevaba una pistola en su mano, como prevención. Pronto encontraron el
origen del ruido, se toparon con la puerta de entrada de la habitación de la
joven pareja. Don Rodrigo se hecho a reír diciendo: -¡Caramba! No pierden el tiempo. Por su parte Don Francisco se sintió
incómodo, y dijo: -¡Que falta de juicio! No dejan
dormir. Doña Sofía en cambio, le dijo a su esposo: -¡Déjalos! Son jóvenes y tienen derecho. ¿O acaso nosotros no hacíamos lo mismo a su edad? Don Francisco se
incomodó de nuevo haciendo gestos –Mr. Mr-. Don Rodrigo dijo: -No se preocupe
compadre, hágase cuenta que están haciendo funcionar la maquinita que hace a
los nietos.
Pasaron
dos días más, cuando se presentó, Manuel a la casa, bien temprano, para hablar
con Don Rodrigo. Joaquín se estaba bañando a penas y Cristina aún no se había
levantado de la cama. Don Rodrigo recibió a su sobrino con los brazos abiertos,
pero éste sólo lo despreció. Luego de sentarse en la sala, Manuel le entregó
unos papeles a Don Rodrigo, este se sentó a estudiarlo minuciosamente. Se
trataba de un poder que le había dado Don Cesar para manejar la parte del
negocio del ganado que le correspondía, también se trataba de una solicitud en
donde Don Rodrigo le facilitaría a Manuel todas las cuentas del negocio, para
ponerse al día con las finanzas de la ganadería Calderón. El documento también
incluía una autorización de Don Cesar para iniciar un proceso de división de
las tierras, en donde, de no someterse a las reglas que imponía Manuel, se
exigía la separación equitativa del negocio, entre los dos hermanos. Don
Rodrigo le dijo a su sobrino que no había necesidad de hacer eso, que pronto
iría a hablar con su hermano y que las cosas se iban a solucionar. Manuel se
tornó intransigente, por simple ambición. Don Rodrigo le preguntó: ¿Hasta donde piensas llegar sobrino? estas cosas nunca
las habría hecho mi hermano y mucho menos yo. Manuel solo sugirió que firmara
los papeles. Don Rodrigo estaba a punto de firmar cuando llegó Joaquín, y
preguntó que pasaba. En un minuto se puso al tanto de la situación leyendo el
papel. Luego le preguntó a su primo, por
qué lo hacía. Manuel respondió que la familia se estaba haciendo muy grande, y
que sería benéfico que alguien con más conocimientos en la administración de
bienes manejara el negocio, o que simplemente se dividiera para evitar
inconvenientes. Joaquín rompió el papel y dijo que no estaba de acuerdo, y
agregó que su primo podía saber mucho de administración de bienes, pero no sabe
nada de la ganadería. Manuel se exaltó y arremetió en contra de Joaquín. Se fueron
a golpes. Don Rodrigo intervino y los separó, diciendo: -Yo no haré nada sin
antes haber hablado con mi hermano, el negocio es de nosotros dos y no de
ustedes, será de ustedes solo si nosotros cedemos el cargo. Don Rodrigo salió y
se dirigió a la casa de su hermano, en compañía de su hijo, mientras que
Manuel, los seguía en su carro.
Al
llegar a la casa, los dos viejos se encerraron en un cuarto a hablar. Los hijos
esperaban afuera lanzándose miradas mortales. Dentro de la habitación se oía el
murmullo de una discusión. Tres horas duró la conversación. Al salir de la
habitación, los dos viejos salieron nuevamente como hermanos, se habían dicho
lo suficiente para que las cosas malas quedaran atrás. Esto no le causó ninguna
gracia a Manuel, ya que se frustraba toda posibilidad contenida en el papel.
Los
viejos volvieron a ser los mismos de siempre. Pero entre los primos la cosa no
parecía ser la misma.
Llegó
la fiesta de año nuevo y se celebró una gran fiesta en la casa de Don Rodrigo,
esta vez con la presencia de su hermano y de toda su familia, es decir su mujer
y sus tres hijos, Manuel, Jacobo y Lucía, estos dos últimos estaban estudiando
en la Universidad de Mendoza, una ciudad vecina que había tenido mayor
desarrollo que La Samaria y en menor tiempo. Estos dos últimos primos, siempre
han mantenido un lazo muy allegado con Joaquín, ya que lo tuvieron desde un
principio como su hermano mayor. La fiesta fue mucho más recatada que la de
navidad, por la falta de confianza que había entre las personas presentes y por
la discordia que había entre Joaquín y Manuel.
El
año nuevo llegó, y con él mucha alegría entre los presentes. Sonó la sirena de
los bomberos, sonaron cuetes, y muchos hacían disparos al aire como augurios
para el próximo año. Se veían personas cargando con maletas por todo el
vecindario, dándoles el feliz año a sus vecinos, los ancianos lloraban su
nostalgia, los jóvenes festejaban sus ilusiones, se recordaron a todos aquellos
que habían fallecido. Cada quien se comió sus doce uvas para los doce nuevos
meses que venían. La alegría era impresionante, el año nuevo embargaba más
alegría que la misma navidad en todo el país. Todos se daban abrazos de feliz
año, todos incluyendo Manuel y Joaquín quienes lo pensaron más de dos veces
antes de darse un abrazo, pero al final se lo dieron y estuvieron conversando,
como verdaderos primos que eran. La familia de Cristina se vio un poco alejada
al principio, pero luego Don Rodrigo se encargó de integrarlos con los demás, y
como buen anfitrión no los descuidó más. Doña Sofía y Don Francisco, pidieron
permiso para hacer una llamada telefónica a su hijo Leonardo. Joaquín y
Cristina se brindaron para acompañarlos a la cabina telefónica de Telecom ya
que el teléfono de Don Rodrigo estaba bloqueado ese día. Al llegar allá,
estuvieron esperando un buen rato, porque ya había bastante gente esperando
utilizar los teléfonos de la empresa para llamar a sus seres queridos por larga
distancia. Cuando les tocó su turno, llamaron de inmediato a la casa de los
suegros de Leonardo, para darle un feliz año a su hijo, hermano y cuñado,
respectivamente. Duraron hablando con él un buen rato –media hora-, ya que no
lo habían hecho desde la última oportunidad que hablaron con él, precisamente
un día después de haber llegado a La Samaria.
Llegado
el año nuevo todo comenzó a tomar forma en las vidas de los Calderón. Los dos
viejos siguieron trabajando en el asunto del ganado, tratando de sobrellevar la
situación, pero esta vez ayudados por sus hijos mayores, quienes comenzaron a
trabajar y a hacerse cargo de muchos gastos, que en estas circunstancias los
dos viejos no podían afrontar. Joaquín arrendó una habitación, en una de las
esquinas del parque Central, a dos cuadras y media de donde estaba la casa de
su padre. Al principio no tuvo mucha clientela, pero poco a poco le fue
llegando varios pacientes que cumplían doble labor, -pagar por los servicios
recibidos, y difundir el trabajo del doctor por toda la samaria- a la semana de estar trabajando, ya Joaquín
promediaba veinte pacientes por día. Su labor no tenía casi competencia porque
solo existían dos odontólogos en la ciudad, los cuales tenían todavía métodos
muy rudimentarios, por la falta de actualización. Donde su principal remedio
para los malestares de sus clientes, era “sacarles las muelas”. Esto le
facilitó a Joaquín el coger fama dentro de la ciudad, y mucha gente iba a parar
a sus manos para ser atendidos, o en otros casos para que Joaquín les
corrigiera, el tratamiento que habían recibido de los otros médicos. Su trabajo
le proporcionaba el sustento de toda la familia, facilitándoles a su padre y a
su tío la labor de restablecerse económicamente. Mientras tanto la barriga de
Cristina ya comenzaba a crecer. Razón por la cual toda la atención y el amor de
todos los habitantes de la casa se centraron en ella, ya no la dejaban entrar a
la cocina, hasta llegar al punto en que
permanecía la mayor parte del tiempo en el balcón de su alcoba o en la
terraza, siempre acompañada de su madre, bordando o hablando asuntos de
mujeres. Cristina solo salía acompañada de uno de los hijos de la ama de
llaves, para visitar a su marido en el consultorio donde lo hacía suspender las
citas de sus pacientes, y salían al parque Central a sentarse en una banca a
dialogar, mientras se comían un ‘raspao’. Doña Sofía se la pasaba la mayor
parte de su tiempo organizando las labores de la casa y atendiendo a su hija.
Don Francisco mataba el tiempo leyendo, y todas las tardes salía a visitar a
las viejas amistades que había dejado en la ciudad. Después de cada comida,
pasaba un buen rato hablando con Don Rodrigo. Pocas veces Don Francisco
acompañó a Don Rodrigo a la finca, porque casi siempre terminaba muy agotado,
diciéndole a su mujer –“Ya yo no estoy para esos trotes.” En cada quincena se
dirigía hacia el banco, para cobrar su pensión y ayudar de cierta manera en los
gastos de la casa. En la noche ya era costumbre que los hombres de la casa,
trajeran invitados y se pusieran a jugar dominó en el kiosco del patio. Durante
ese tiempo a Joaquín se le olvidó mudar a sus suegros de casa porque en
realidad ya se habían adaptado a vivir junto a ellos, y ya no había ningún
motivo para mantenerlos alejados de él. Sus suegros ya hacían parte de la
familia, y más que eso le hacían compañía a su mujer mientras Joaquín se concentraba
en su trabajo.
Por
otro lado a Manuel, le iba muy bien con su naciente negocio de bienes raíces.
Las atenciones y la cercanía a su familia lo volvieron a humanizar, y pronto
adquirió mucho prestigio en su profesión. Era el “Don Juan” de las muchachas de
La Samaria, se le “votaban en pilas en su escritorio”, duró varios meses más de
picaflor hasta que decidió organizar su vida, teniendo una novia formal. Se
puede decir que la maldición de la cual sufrían todos los Calderón en el amor,
no le afectaba, pero de todas maneras tuvo muchos problemas, porque al tratar
de casarse y formalizar su situación le salieron varias ‘muchachitas’ con
‘barrigas infladas’ que estuvieron a punto de echar abajo su compromiso, pero
en esos momentos, recibió la ayuda incondicional de toda su familia, de su tío
y hasta de su primo, quienes le colaboraron ocultándole la situación a la
prometida de Manuel y manteniéndola al margen de todas las proezas que él tenía
que hacer para deshacerse de esas mujercitas que tenía de más. Era
impresionante como en todo ese tiempo, toda la familia giraba en torno a
Manuel, buscándole soluciones a sus problemas para que éste pudiera casarse
tranquilo con la mujer que él realmente amaba. Mientras él le hacía una visita
formal a su novia, su hermano Jacobo, su padre, su tío y hasta el propio
Joaquín se encargaban de alejar a las mujercitas, que en todo momento buscaban
la ocasión de dañarle los amores a Manuel con su novia. Cada vez que Manuel
comenzaba a caminar con su novia por la calle era asistido por sus
‘compinches’, quienes estaban atentos de alejar de la escena a las muchachitas,
que querían acercarse a él mientras estaba con su novia. Fueron semanas de
angustia para toda la familia, pero Manuel decidió no seguir tapando el sol con
un solo dedo, y decidió contarle la verdad a su novia, que se llamaba Maria
Angélica, y de paso, le ponía a ella esa prueba de amor tan fuerte, donde ella
confirmaría más adelante, lo mucho que llegó a quererlo. Cuando le dijo lo que
ocurría, la reacción fue fuerte, y duró dos semanas sin hablarle, pero como “el
que persiste, tarde o temprano obtiene su recompensa” Manuel consiguió el
perdón de Maria Angélica, a punta de serenatas y detalles que las mujeres no
logran soportar, y que tarde o temprano sucumben ante ellos. Eso sí, a Manuel
le tocó sacrificarse para conseguir el perdón de su amor, y por eso es que lo
que se sufre es lo que más se quiere, no duraron otra semana después de
reconciliarse, cuando ya estaban fijando la fecha del casorio.
De
esta forma iban pasando los meses y la barriga de Cristina crecía, por lo cual
crecían también las atenciones de toda la familia hacia ella. Don Rodrigo cada
vez que se encontraba junto a su nuera, le decía cosas bonitas, y le expresaba
las ansias que él tenía de ser abuelo. Le sobaba la barriga y la hacía reír
haciéndole bromas. Joaquín también le solía sobar la barriga a su mujer, y
procuraba mantenerla contenta y hacerla sentir mimada. Doña Sofía cada día la consentía más, así como cada vez
le restringía más el hacer cosas, algo que a Cristina no le agradó porque la
hizo sentir inútil o como un estorbo para los demás. Por su parte Don
Francisco, la apoyaba en todas sus discusiones con su madre, y la apoyaba en
todos sus caprichos, era él el que más le saciaba los antojos a Cristina aún
más que el mismo Joaquín. En fin, se puede decir que esa era la barriga más
sobada en la historia.
Más
pronto de lo esperado llegó el noveno mes de embarazo, y con él las falsas
alarmas estaban a la orden del día. El estrés se convirtió en la compañía fiel
de la casa Calderón. Los dolores de parto de Cristina, le venían y se le iban
como llega el día y la noche. Eso parecía el cuento del pastorcito mentiroso
porque a todos los miembros de la
familia les tocó por lo menos una vez en turno, llevar a Cristina al hospital,
llamar a todos los miembros de la familia -que se encontraran en la calle-,
para luego desilusionarse con una falsa alarma. “Definitivamente, no hay peor
cosa que ser primeriza”, -le decían los médicos a Cristina. Cuando llegaba el
resto de la familia toda azorada al hospital, y se encontraban con la fría
noticia que todavía no era hora -falsa alarma-. La cuestión ocurrió cuatro
veces, pero como “la quinta era la vencida” o mejor dicho “No hay quinto malo”,
ocurrió lo que todos estaban cansados de esperar. Ese día estaban almorzando
todos los miembros de la familia, Cristina comenzó a sentir un leve malestar y
no pensó que era grave, por tanto no le manifestó a nadie hasta no estar
segura. Era quincena y Don Francisco partió temprano en compañía de su mujer al
banco a cobrar su pensión. Joaquín se quedó un buen rato hablando con su padre
y su mujer hasta que llegó el momento de irse al consultorio. Y preciso ese día
le tocó el turno de quedarse con su nuera a Don Rodrigo, quien no fue al
trabajo por hacer el turno de cuidar a su nuera. Cristina se atrevió a
manifestarle el malestar a Joaquín antes de que éste se fuera, pero éste no
hizo caso al temor de su esposa. Los malestares aumentaban poco a poco, y
Cristina seguía aguantando para no salir con otra falsa alarma. Don Rodrigo se
encontraba leyendo en su cuarto de estudio cuando oyó un grito. En primera
instancia no le prestó atención. Luego cuando escuchó el segundo grito cayó en
cuenta de la situación y corrió como loco por toda la casa buscando a su nuera.
La encontró en el cuarto de Don Francisco y de Doña Sofía, sentada en el suelo
con un charco de agua a su alrededor. Don Rodrigo quedo estupefacto, no sabía
que hacer, y de los nervios no podía reaccionar. Cristina daba gritos de dolor.
Poco a poco Don Rodrigo fue saliendo de ese letargo, que lo caracterizaba al no
poder reaccionar ante una situación imprevista. Llamó a una de sus sirvientas
le dijo que le consiguiera un taxi, mientras él buscaba la forma con otra
sirvienta de bajar a Cristina al primer piso. Don Rodrigo sacó toda su fuerza y
logró bajar a Cristina al primer piso, y de la misma forma la subió en el taxi.
Ya iban rumbo al hospital y la situación se volvía más trágica, Cristina ya no
daba gritos, sino alaridos, Don Rodrigo temblaba de los nervios, el taxista,
estuvo a punto de chocarse en dos ocasiones, conducía como loco, no hacía las
escuadras, y casi que atropella a un policía. Esto hizo que Don Rodrigo
perdiera más el control, al ver que no llegarían ni siquiera al hospital, si
ese hombre seguía conduciendo de esa manera. Don Rodrigo tuvo que dividirse en
dos, una parte gritándole al taxista, y la otra parte calmando a su nuera. De
los nervios el taxista se metió en contravía, en la avenida Petersburgo, la gente
le gritaba de todo al conductor, que más que un conductor era un desorden en la
vía pública. Gracias a Dios el tipo era muy diestro en el volante, y esquivó a
todos los carros que le venían para encima –ya que iba en el carril contrario-.
En estos momentos Don Rodrigo yacía abrasando a su nuera y con los ojos bien
cerrados. Cristina aumentaba la intensidad de los alaridos, con ese problema de
tráfico. Pronto los dos pasajeros que iban con los ojos bien cerrados,
sintieron que el carro se detuvo, abrieron los ojos y se encontraron con el
hospital enfrente. Don Rodrigo se apresuró a sacar a su nuera del automovil, el
taxista les abrió la puerta del carro, diciéndole a Don Rodrigo –Ve señor le
dije que lo traería justo a tiempo. Don Rodrigo no aguantó su ira y le metió al
muchacho un ‘gancho’ de zurda –Pambelé le hubiese quedado chiquito-, que
envió al muchacho de espaldas directo al suelo, -“Casi nos matas ¡Tarado!, eres un irresponsable” –Le dijo Don Rodrigo
al taxista, que todavía no habría los ojos del coñazo-. Ya habiendo entrado al
hospital, Don Rodrigo pidió ayuda en la recepción. La enfermera le dijo:
-“Sientese ahí, y espere su turno”. Esa dichosa frase de la enfermera hizo que
toda la persona de Don Rodrigo hirviera en furia, diciéndole: -“Cómo pretende
usted que espere cuando mi nuera va a dar a luz”. De pronto se le acercó a Don
Rodrigo un enfermero -de dudosa hombría, o del llamado sexo no definido-. Y le
dijo: -“¡Hay señor!, tranquilícese ya nosotros estamos
acostumbrados a tratar con estas pacientes que vienen de emergencia y aún no
les toca la hora”. El amaneramiento excesivo de este personaje, hizo enfurecer
mucho más a Don Rodrigo quien la emprendió a insultos con el ‘enfermero’
diciéndole:
-“Bueno, ¿Y a usted quién le
ha preguntado, ‘pajaro raro’?”
El
enfermero respondió: - “Hay no, ¡Que viejo tan
grosero!, parece que no le enseñaron modales en su casa.”
Esta
nueva adversidad irritó más a Don Rodrigo quien le contestó al enfermero: -“Me
tiene sin cuidado lo que usted piense ‘Flor de loto’, remiendo de hombre” Y al
instante soltó un nuevo derechazo a la quijada del curioso personaje, que fue a
parar al mostrador, y luego cayó al piso
inconsciente. Don Rodrigo volvió a insistir con la enfermera, quién le dio un
formulario para que lo llenara y registrara a la paciente pero Don Rodrigo se
irritó más y le gritó: -“¿Como es posible que traiga uno a una mujer que a roto
fuentes y que está a punto de dar a luz, y en vez de atenderla de inmediato lo
pongan a uno a firmar papeles?”. La enfermera quien lució atemorizada esta vez por
la ‘calentura’ de Don Rodrigo, enseguida llamó a un doctor para que atendiera a
Cristina por el momento. La clínica en ese instante era un despelote, se
llevaron a Cristina a la sala de parto, mientras en la recepción el enfermero
con la ceja partida del golpe con el mostrador lanzaba insultos contra Don
Rodrigo, mientras que otros enfermeros, y enfermeras trataban de contenerlo,
para que no lastimara a Don Rodrigo, quién hizo caso omiso de lo que le decía
el enfermero ‘polillón’. La preocupación agobiaba a Don Rodrigo y no lo dejaba
pensar, ni siquiera se le pasó por la mente avisarle a su hijo de que su mujer
estaba dando a luz. Gracias a Dios que Don Francisco y Doña Sofía, al no
encontrar a nadie en casa, supieron de antemano la posibilidad de que su hija
estuviera en el hospital, de todas maneras sus sospechas fueron confirmadas por
las sirvientas, quienes los pusieron al tanto de la situación. Enseguida la
pareja se dirigió al hospital, donde encontraron a Don Rodrigo sentado en la
sala de espera, también encontraron al enfermero todavía dando gritos, lo cual
puso a la pareja recién llegada a la ‘zona roja’ más nerviosa, también se
encontraron con el taxista en la entrada, que daba testimonio de cómo un viejo
le había pegado, y después entró al hospital sin haberle pagado. Don Francisco
hizo caer en la cuenta a Don Rodrigo de la necesidad de avisarle a Joaquín. Don Rodrigo decidió
llamarlo desde una cabina telefónica del hospital.
Al
recibir la llamada con la respectiva información por parte de su padre, Joaquín
se dirigió al hospital de inmediato. Al llegar encontró toda una atmósfera de
tensión entre los que allí se encontraban, porque ya hacía rato que Cristina se
encontraba en la sala de parto, y todavía no se conocía noticia de ella. Hacía
calor en la sala de espera la cual se encontraba en el primer piso y en una
zona poco ventilada del hospital, mas los nervios hacían que los cuatro
parecieran estar en un baño sauna. Don Rodrigo con su eterna “guayabera” blanca
(ya transparente del sudor) yacía en un sofá del corredor, pasándose por la
frente su pañuelo que estilaba el sudor frío de los nervios. Don Francisco por
su parte, parecía un caballo cochero de lo emparamado, su esperanza de
ventilación se basaba en un periódico que encontró en la mesa de centro de la
sala de espera, y con este combatía el vapor que lo martirizaba. Doña Sofía
lucía desgreñada, pero en mejor estado del que se encontraban su esposo y Don
Rodrigo, ya que estaba bien equipada con un abanico español de mano, la cara de
preocupación le hacía dar un aire de mártir o por lo menos de una persona
trasnochada. Joaquín que llegó exaltado al hospital, comenzó a sudar al poco
tiempo de haber llegado, se limpiaba el sudor de la frente con su dedo pulgar y
le hacía bromas a los presentes sobre el calor que hacía en ese lugar. Junto a
ellos se encontraban dos señoras y un señor que no escapaban a la inclemencia
del calor y que lucían casi que deshidratados. Joaquín seguía bromeando de los
nervios: -“¡Que Calor! Está como para tomarse un plato de sopa
bien caliente” -Decía él, como una antítesis-. La gente se lo quedaba mirando
con cierta antipatía.
Ya
iban dos horas, y nada. De pronto se abrió la puerta de la sala y salió el
doctor para informarles a la otra familia que la niña se salvó, ya el problema
de la apendicitis fue solucionada. Joaquín se acercó al médico y le preguntó
que como estaba su mujer, que estaba dando a luz. El médico se sonrió, y le
dijo que la sala de parto esta en el segundo piso, y que había sido trasladada
recientemente, por lo cual todavía se encontraba el aviso en el lumbral de la
puerta que decía “Sala De Parto”, pero que éste ahora era la sala de cirugía.
Todos lucieron confundidos, preguntándose donde podía estar Cristina, que había
pasado durante todo ese tiempo en que estuvieron esperando ser cocinados por el
calor en esa sala de espera equivocada. Todo esto pasó porque Don Rodrigo con
sus disputas con el enfermero y con la enfermera de la recepción, no se dio
cuenta para donde se llevaban a Cristina. En seguida se pusieron en marcha
todos para averiguar donde se encontraba Cristina, o por lo menos la verdadera
sala de parto. En pocos minutos fueron informados sobre la sala de parto y ahí
preguntaron, que si allí se encontraba una mujer de cabello rubio, que llegó al
hospital hace dos horas para dar a luz. La enfermera dijo que ya se le había
atendido, y que tanto el niño como la madre se encontraban bien. Ahora el
problema era para localizar en que habitación se encontraban los dos. Y buscando
y buscando dieron con Cristina que estaba dando de mamar a su bebe. Al
reencontrarse toda la familia en la habitación se armó la fiesta por la llegada
del nuevo miembro de la familia. Primero lo cargó Joaquín, quien lucía tan
sorprendido y a la vez tan feliz de sentir esa nueva sensación de ser padre.
Luego se lo pasó a Doña Sofía quien se sentó en un mueble que había en la
habitación, y comenzó a hacerle caricias al bebe. El abuelo Francisco se sentó
al lado de su esposa y contempló con ternura a su nuevo y primer nieto. Y por
último Don Rodrigo que se lo quitó de los brazos a Doña Sofía y lo alzó,
extendiendo sus brazos hacia adelante quedando cara a cara con su nieto. En ese
momento la Criatura abrió por segunda vez los ojos, y le dio un vistazo a su
abuelo. En ese instante Don Rodrigo reconoció en la figura de los ojos de su
nieto la fiel copia de su mirada, el rasgo más significativo entre la familia
Calderón y que al parecer había desaparecido durante una generación completa.
LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.
CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
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