viernes, 20 de octubre de 2017

LA SAMARIA CAPITULO II




Por: Jorge Arturo Abello Gual

CAPITULO  II


La Samaria era un pueblo costero en una bahía que fundaron los Españoles en los principios de la colonización de América, pero su historia colonial fue tan corta como  lo fue su fundación. La Samaria se llamó primero Salamanca durante su fundación, luego de tres años de existencia y de esplendor, su ubicación fue declarada innecesaria y poco estratégica, y fue descuidada por la Corona Española, tanto que después de esos tres años, ya no existía en los mapas Reales. La ciudad fue abandonada a su suerte, junto con sus habitantes. Después de haber perdido toda su importancia y esplendor, hasta las mismas autoridades españolas abandonaron la ciudad por orden de la misma Corona, dejando la defensa y las leyes de la ciudad a cargo de los mismos habitantes. Sin embargo a pesar del abandono por parte de las autoridades todo se manejaba bien, hasta que la ciudad fue víctima de tres saqueos consecutivos -donde los improvisados soldados lo único que podían hacer era quemar pólvora con sus disparos errados- por parte de un corsario inglés, que encontró en la llamada ciudad de Salamanca el lugar perfecto, donde podía desquitarse de sus antiguas derrotas que había sufrido en otras ciudades coloniales bien resguardadas por la Corona. Al tercer saqueo la ciudad fue arrasada y sus habitantes no encontraron un motivo más para seguir viviendo en ella. Sin protección, y a merced de ese “Maldito” Corsario, que amenazaba con instalarse en la ciudad como su Gobernador, los habitantes decidieron abandonar definitivamente la ciudad.
La gente  en Salamanca vivía tranquilamente de la pesca y de algunos cultivos,  además no les costaba mucho trabajo, ya que recibían la ayuda de las tribus de indígenas aledañas que habían sido dominadas por los españoles durante la conquista, y que en su gran mayoría se desempeñaban como sirvientes de los nuevos dueños de la bahía. Pero cuando ocurrió la tercera invasión por parte del Corsario, no tuvieron más remedio que abandonar la ciudad e irse. De esta manera le regresaron las tierras a sus verdaderos dueños, los indígenas o nativos de esa provincia, que de todas maneras se fueron hacia tierras montañosas, después de haber sido arrasados nuevamente por el Corsario unos días después. Y es que el Corsario, al ver frustradas sus ambiciones, descargó toda su furia contra los indígenas, al no encontrar ni siquiera un pedazo de aquel metal amarillo que costaba más que la propia vida en ese entonces (y que lo sigue costando hoy en día para algunas personas).
Los emigrantes de Salamanca -conformados por colonos españoles y algunos nativos que decidieron irse con sus amos-, se dirigieron a una ciudad llamada Pentecostés, un puerto de gran importancia para el comercio español, amurallado y con todo el esplendor económico que jamás tuvo Salamanca. Pero antes de irse, dibujaron un mapa de la ubicación exacta de la ciudad de Salamanca, tierra en donde comenzaron sus sueños en el nuevo mundo y donde muchos años después regresaron sus descendientes.
Durante muchas décadas el mapa y las historias de la ciudad de Salamanca se pasaron de generación en generación, pero ya nadie les prestaba atención, ya que Salamanca, comenzaba ha convertirse en una simple leyenda, y además, porque en la ciudad de Pentecostés, las cosas iban muy bien y no se asomaba entre los descendientes de los pobladores de Salamanca, ni siquiera un deseo de salir de Pentecostés en busca de fortuna hacia otras tierras.
La indiferencia por el mapa de la ciudad de Salamanca continuó hasta que se desencadenó una guerra civil que ocurrió mucho después que los españoles fuesen expulsados y se consiguiera la libertad del país. Esta guerra civil ocasionada por los mismos grupos políticos y los oligarcas, que controlaban a su antojo todo el país, y que no le daban chance al pueblo (el verdadero dueño del poder), que fue –y sigue siendo- víctima de la explotación física y moral por parte de los terratenientes y oligarcas. Esto provocó un desacuerdo total entre los trabajadores que se unieron para reclamar. De esta forma los obreros y campesinos armaron rebeliones contra los patronos agitados por la inconformidad que les provocaba las condiciones de vida que tenían, bastante miserables comparadas con las condiciones de vida de que gozaban los terratenientes, que trabajaban mucho menos que ellos y ganaban mucho más. De esta forma los campesinos iban organizando manifestaciones y huelgas pacíficas, las cuales como respuesta obtenían puro “plomo” por parte de las autoridades que recibían las crueles órdenes del gobierno central. Muchos murieron y sus crímenes quedaban impunes. Ese sufrimiento y esas ganas de venganza por parte de los campesinos originaron varias revueltas, ya no en forma pacifica sino que les respondían a las autoridades con la misma moneda. Se sembró tanto odio, y tanto rencor que en poco tiempo se formó una guerra civil provocada por el abuso de poder del Gobierno Central, lo que fue aprovechado por el partido opositor al Gobierno Central, que en ese entonces era minoría, y no lograba conseguir el poder en las elecciones porque el fantasma del fraude se aparecía siempre en su camino. Como dije anteriormente, el partido opositor se aprovechó de estas circunstancias para hacer colapsar al Gobierno, e ir desprestigiando al partido que se encontraba en el poder, formando grupos armados denominados guerrillas, para contrarrestar tanto a otros grupos armados que se encontraba contra ellos, como a las fuerzas del Gobierno Central, para así poseer dominio territorial “a punta de plomo”. Para esto el partido minoritario, utilizó todo ese odio que sembró el Gobierno Central con su abuso de poder, para ganar seguidores, conseguir poder territorial y subir al poder ganando las elecciones siguientes. En esta guerra uno de los principales epicentros fue Pentecostés, ciudad que fue uno de los centros urbanos que más sufrió durante toda esta guerra civil. Todo lo que durante siglos fue esa ciudad, quedó destruido por causa de la guerra en unos cuantos meses. La gente pasaba hambre, vivía con miedo de salir a la calle, era una continua balacera que no respetaba a niños, ni ancianos, solo se vivía para sobrevivir.
Durante este tiempo el único mapa de la antigua ciudad de Salamanca que aún existía entre uno de los descendientes de una familia hasta entonces ilustre, como eran los Calderón, apareció, pero nadie sabía exactamente lo que era, ya que las historias habían dejado de contarse desde hacía décadas, y lo único que existía de la ciudad de Salamanca, era un mapa, que ubicaba un punto en la tierra, y que en su parte inferior tenía un listado de nombres y apellidos de personas, que al final se denominaban como los moradores de la ciudad de Salamanca, en un trozo de un manuscrito español que decía: “Estos eran los habitantes de la ciudad de Salamanca; ubicada a la orilla del inmenso mar, donde flotaba un pedazo de imponente tierra que vigilaba la llegada de los navíos que llegaban a la ciudad bañada por un riachuelo y custodiada por una enorme montaña a sus espaldas. Hermoso lugar donde vivíamos felices, hasta que nuestra existencia fue echada al olvido y abandonada a su suerte”. Entre los apellidos y nombres que aparecían en la parte inferior del mapa, sobresalían nueve apellidos distinguidos en la ciudad de Pentecostés, Los González, propietarios de una tienda de muebles muy prestigiosa, que entró en crisis durante la guerra, al ser saqueada por bandoleros. Los Reyes y Los López, agricultores, poseedores de buenas tierras  y cultivos de arroz, pero durante la guerra sus tierras y parcelas fueron quemadas. Los Quesada y los Quevedo, famosos criadores de Caballos de paso fino, que perdieron las tres cuartas partes de la cantidad de sus Bestias, a causa de los ladrones que se aprovecharon de la guerra para hacer estragos y robos en los potreros. Los Monteros y Los Quinteros, que conformaron una sociedad que montó una prestigiosa modisteria en Pentecostés, a donde llegaban personas distinguidísimas de toda la región a confeccionarse sus vestidos, pero durante la guerra fue brutalmente saqueada  por vándalos que se aprovecharon de las circunstancias. Los Calderón y Los Caballeros, grandes ganaderos y arrendatarios de bienes raíces,  fuertes rivales en la vida social y en el negocio, muchas veces habían protagonizado varios casos de “Romeo y Julieta”, en donde por una década aparecían unidos y emparentados, y en la otra enemigos y rivales “a muerte” –No pasaron de los golpes... afortunadamente-. Sus negocios de bienes raíces decayeron, porque mucha de sus propiedades fueron destruidas, a causa de la guerra, pero supieron cuidar y colaborarse mutuamente para proteger su ganado, sacrificando muchas vidas de su propia familia para preservar su patrimonio, de delincuentes, ladrones y de mucha gente que robaba lo que sea, y como sea para dar de comer a su familia.
El hallazgo del mapa causó mucha curiosidad en José Domingo Calderón, la cabeza de la familia en ese entonces, padre de Don Luis Calderón Márquez, y abuelo de Don Rodrigo Calderón. José Domingo Calderón, se dispuso a obtener información sobre el mapa que encontró en un viejo baúl en la hacienda ubicada a una hora a Caballo desde Pentecostés, donde Los Calderón criaban el ganado y donde se tuvieron que radicar durante la Guerra para defender su patrimonio, y justamente al lado del lugar donde los Caballeros tenían su hacienda. José Domingo Calderón le preguntó, por el mapa a su padre, y este le respondió, que en efecto si existía una leyenda que hablaba sobre una ciudad llamada Salamanca, y que su madre se la contaba cuando era pequeño para dormirlo. Pero que en sí, no se acordaba de qué se trataba, porque cuando tuvo uso de razón no oyó hablar más de ella. Esta información dejó aún más interesado sobre el asunto a Don José Domingo, quien al no encontrar suficiente información en su familia se dispuso a indagar con los actuales miembros de las familias que aparecían en el mapa. Y fue así como consiguió que le contasen la leyenda completa, por parte de la abuela de los González que aún vivía, solo así pudo obtener una idea más precisa de lo que se trataba el misterioso mapa. Guerras, corsarios, indios, una forma de vivir distinta y un viaje largo hacia Pentecostés eran el contenido de dicha leyenda. Sin embargo siguió indagando, en las demás familias que aparecían en el mapa, de las cuales conseguía lo mismo que había tenido o menos de lo que había conseguido hasta el momento. Llegó el punto en que solo le quedaba una sola familia por consultar, y que revestía mucho peligro para él, por que se trataba de los Caballeros. Un problema de Estado, ya que más que ser una cosa de orgullo, estaba en juego su integridad física al pisar la casa de los Caballeros. Se sentó en su cama toda la noche pensando que haría, si debía consolarse con lo que había averiguado, o debía arriesgarse a hacerles una visita a los Caballeros, arriesgando de esta forma su pellejo por una simple información que lo más probable es que no sea mayor de la que había obtenido con las otras familias. Duró toda la noche en vela, y mirando con esos ojos negros de mirada profunda y pensante a la luna que debía ser el foco que alumbrara su razón.
Sin dormir siquiera, se levantó de la cama, se bañó, se tomó un pocillo de café con leche, y se dispuso a esperar una hora prudente para realizar la diligencia que lo había dejado en vela toda la noche. Su mujer y su madre se encontraban preocupadas porque sabían que cuando, José Domingo y en sí todos los Calderón que tuviesen esa mirada, dejaba su vista ida y fija en algo, es que grandes cambios se avecinaban. Llegada las 9 de la mañana José Domingo se dirigió a caballo, hacia la finca de los Caballeros, obstaculizado por el mar de llantos de su esposa y de su madre, y  de una docena de obreros que se prestaron para acompañarlo y brindarle respaldo. Pero él les ordenó que se quedaran en la hacienda, que él iba en son de paz y que no iba a tratar ni una cuestión que hiciera alusión a una guerra, además si iba en compañía de un ejército, lo más probable es que con solo verlo se iniciaría una batalla.
Al llegar a la hacienda de los Caballeros, fue recibido por la mirada poco amistosa de por lo menos 10 peones, y con la mirada desconcertada de los cinco hermanos Caballeros que no se imaginaban siquiera el motivo de su visita. Pablo el jefe de Familia se entrevistó, con José Domingo preguntándole que era lo que se le había perdido por esas tierras. José Domingo contó el motivo de su visita y todo lo que sabía acerca del asunto. En sí, las rivalidades no pasaban de envidias y de fuertes miradas, que en pocas ocasiones terminaban en golpes, en sí las dos familias eran muy respetables y sus comportamientos eran muy formales, el problema es que sus negocios eran los mismos y la competencia durante años se les convertía en obsesión. José Domingo tuvo buena acogida y buen trato en la hacienda de los Caballeros, y aprovechó la circunstancia para brindar su cooperación en esos momentos tan difíciles. Una vez terminada la sesión de protocolo que incluía un tinto, se dispusieron a hablar de lo correspondiente. José Domingo se entrevisto con Doña Elvira Vivas de Caballero -madre de la actual generación-, y que conocía totalmente la leyenda de Salamanca, y no solo eso sino la historia verdadera de esa ciudad, ya que durante décadas, los Caballeros fueron los únicos que preservaron las historias sobre la ciudad de sus antepasados. Doña Elvira además dijo que lo único que les faltaba era el mapa de la ubicación de la ciudad que fue destruida por un incendio que sufrió la casa de la familia hace cincuenta años. Doña Elvira contó a José Domingo y todos sus hijos todos los detalles que había escuchado de esa ciudad desaparecida en el mapa. A los presentes les agradó mucho la historia y les interesó mucho el aspecto geográfico para su ganadería. De esta forma, surgió la idea de aprovechar la oportunidad de volver a una tierra que sus antepasados habían reservado para ellos, y que veían como una buena oportunidad de rehacer su vida en un medio nuevo que propone muchas ilusiones, y de igual forma abandonar a Pentecostés, que ha sido el refugio de sus familias durante años y que en ese entonces fue arrasada por la crudeza de la guerra y que no dejaban vivir tranquilo a ninguno.
Y fue así como decidieron reunir a las cabezas de familia de cada uno de los descendientes de las familias que aparecían en el mapa, con el objetivo de convencerlos de reconquistar la tierra de sus antepasados. En esa reunión las cabezas de familia estuvieron de acuerdo, para comenzar una nueva vida apartada de esa violencia que le había robado su tranquilidad, su dignidad y sus bienes en Pentecostés.
Y fue así como comenzaron el viaje a su “tierra prometida” a “Su tierra del Olvido”. Todos andaban sin muchas complicaciones en carretas cargados con sus pocas pertenencias y con provisiones para el viaje, a excepción de los Calderón y de los Caballeros quienes tenían que guiar a su ganado por todo el camino. La gente en Pentecostés los tildaba de locos, por abandonar la ciudad e irse a aventurar por ahí, pero los nuevos viajeros estaban muy contentos e ilusionados en llegar a “Su tierra del olvido”, de tal forma, que no le dijeron a más nadie que no fueran descendientes de las familias nombradas en el mapa la dirección o el lugar al cual se dirigían, para que nadie llegara a contaminar a Salamanca con el odio y la barbarie de esa guerra que vivía el país.
Y así, el viaje hacia la tierra de sus ancestros duró dos semanas, y al llegar encontraron un pueblo fantasma, con edificaciones en ruinas y con la naturaleza como ama y señora de la ciudad. Esto los desalentó muchísimo. Pero José Domingo Calderón, y sus dos hermanos Anselmo y Marco, alentaron a la gente a trabajar, a revivir la tierra que sus antepasados conservaron para ellos. En este proceso de adaptación al nuevo medio, donde la primera dificultad que se presentó fue que de las doce casas que existieron en el pueblo de Salamanca en sus tiempos, solo seis se encontraban habitables, o mejor dicho que todavía podían sostener a una persona en sus cimientos. La labor fue ardua y penosa, personas de ciudad acostumbradas a ser servidos, les tocó por primera vez trabajar con sus propias manos. Las reces de los Calderón y de los Caballeros fueron el único sustento, para estas nueve familias, que sumaban cincuenta personas en total. En ese tiempo, las personas de mayor edad, sufrieron las consecuencias dando su vida por conocer la tierra de sus antepasados, no soportaron las condiciones difíciles y poco a poco iban muriendo, quedando así las cabezas de familia como los de mayor edad. Pero mientras que los viejos morían, los adultos concebían para preservar la existencia, fue así como nació Don Luis Calderón, el primer niño nacido en la ciudad de Salamanca, hijo de José Domingo. Pero con tantas muertes tan dolorosas de los viejos y con los antecedentes de sufrimiento que tenía esa ciudad con ese nombre, decidieron cambiárselo, como símbolo de una verdadera resurrección de la ciudad, por el nuevo nombre de “La Samaria”, nuevo nombre en donde los nuevos habitantes de la ciudad le decían adiós a los sufrimientos. En la ceremonia en que se le cambió el nombre a la ciudad, fue precedida por los Quinteros, famosos músicos, que interpretaron un nuevo estilo de danzas con tamboras, a la orilla del mar y alrededor de una fogata, dando origen a una nueva manifestación cultural propia de la resucitada ciudad. De esta forma, inspirados por el ambiente crearon la danza típica de la ciudad, un pregón acompañado de tambores y de flautas. Los Quinteros habían aprendido de unos sirvientes negros, quienes les transmitieron a los niños pequeños de la familia los ritmos del tambor. De la misma manera posteriormente aprendieron también las melodías de la flauta, de unos indios que también le sirvieron durante muchos años a la familia de los Quinteros, quienes se dedicaban en sus horas libres a enseñarles a los niños de la familia a interpretar la flauta dulce. De esta manera se dio origen a la hermosa cumbia que ha sido como el himno musical de La Samaria, después del famoso  son “el helado de leche”. La fiesta fue todo un éxito, tanto que después de un mes de ella se anunciaron diez nuevos casamientos, de jóvenes casi que adolescentes todavía, y con motivos muy “acelerados” –de nueve meses de espera para ser exacto-.

Así fue poblándose la nueva ciudad de La Samaria, con la mezcla de esas nueve familias que comenzaron a hacer su vida en base a sus conocimientos y habilidades, pero lo más importante era que siempre estaban juntos, funcionando como un verdadero Estado, sin serlo en realidad. Luego de un tiempo, ya había de todo en la ciudad, se habían construido, doce casas más, y se habían reparado las ya existentes. Todo estaba planificado, gracias a los Quesada quienes eran buenos arquitectos, y todo era tan feliz y tranquilo como ese mar que bañaba esa bahía, y la brisa marina que refrescaba a la “ciudad” por las tardes.

LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.

CAPITULO I

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII


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