viernes, 20 de octubre de 2017

LA SAMARIA CAPITULO III



Por: Jorge Arturo Abello Gual

CAPITULO  III

Durante ese mes en que fueron novios, se les veía tan juntos, disfrutando cada minuto de ese noviazgo, con un fin pronosticado e inevitable, sin tener no más que el tiempo como su cruel enemigo. Joaquín disfrutaba cada momento, en donde el tiempo era definitivamente oro. Cristina solo hacía lo posible para no recordar que dentro de poco tendría que irse y dejar incompleto, lo empezado.
Ese amor se convertía en una bomba de tiempo, o una enfermedad terminal que dejaría al uno sin el otro. Durante ese tiempo Don Rodrigo estuvo bastante ocupado en un asunto de trabajo, estaba por vender unas reses a cambio de medicina para el ganado, que estaba presentando una fuerte infección, que ya le había cobrado la vida a una buena parte de sus reses, y que había desprestigiado de alguna forma la calidad del ganado Calderón. Era la bendita aftosa que venía contagiando a una buena parte del ganado de toda la región que tenía desesperado a todos los ganaderos. Los dos más prestigiosos ganaderos de La Samaria, los Calderón y los Caballeros, estaban siendo fuertemente golpeados en unas pocas semanas, hasta la fecha habían tenido que sacrificar a veinte reses, de su más cuidada ganadería. Esta situación logró algo insólito, que no se veía desde hace setenta años y era ver a los Caballeros y a los Calderón cooperarse entre sí, la última vez fue cuando ocurrió la resurrección de La Samaria, en donde estas dos familias cooperaron para hacer de esta ciudad, lo que en esa época (la que estoy narrando) era. Luego que un problema familiar volviera a cerrar las puertas entre estas dos familias, como fue el casamiento y huida de  la ciudad a escondidas de Don Ricardo Caballero y Matilde Calderón tía de Don Rodrigo Calderón. Este matrimonio hizo crecer el resentimiento y la desconfianza entre las dos familias por una cuestión de honor. Ya que Matilde ya era la prometida de Don Martín González, quien se suicidó, lanzándose en el mar al enterarse que su prometida se iba con otro, y no podía hacer ya nada. Esta fue toda una “Odisea y una historia de novela”, en la cual los dos enamorados fueron los menos sufridos, porque desaparecieron y no sufrieron lo que les tocó vivir a sus familiares al tratar de solucionar la situación que los dos novios rebeldes habían ocasionado. Al fin y al cabo Don Martín fue la única víctima fatal, porque ese pleito que se produjo entre los González, Los Calderón y los Caballeros, se solucionó en una gran pelea, un Sábado en plena plaza de ciudad en la que ningún hombre en la ciudad dejo de participar, fue un completo ‘Bogotazo’ –porque no quedo piedra sobre piedra en la plaza y porque no quedó un rostro sano- que duró una hora completa, entre puños, patadas y uno que otro palazo. Al día siguiente todo el mundo con su cara morada, fue a la misa del domingo, (y la cola de la confesión era tan larga como la actual cola del seguro social). Al final todo se arregló en el despacho del padre, -quién también tenía heridas de batalla y que según cuentan, dejó fuera de combate a más de uno, hasta que se le nubló la visión y comenzó a ver estrellitas-. De esta forma, se hizo un pacto de no-agresión y de llevar la fiesta en Paz, entre las tres familias que se constituyeron en el epicentro de ese primer terremoto social.
Pues sí, después de este lamentable evento de hace ya setenta años, estas dos familias no habían vuelto a relacionarse entre sí. Pero contra la aftosa era necesaria la mutua cooperación de las dos familias. Y después de los primeros momentos de tensión y de desconfianza, lograron salir adelante, venciendo a la aftosa, con actividades en conjunto que planificaron Don Rodrigo y Don Ismael Caballero. De esta forma solo después de esta situación, las dos familias estrecharon un poco los lazos de amistad.
Mientras Don Rodrigo salía del problema de la aftosa, a Joaquín se le acababa el sueño dulce del amor que estaba viviendo. Don Rodrigo, no tuvo tiempo de darse cuenta de que le ocurría a su hijo, porque ese problema de la aftosa, sumada a la preservación de la amistad con los Caballeros, le costaba mucho tiempo y energía. Pasaban los días y de ese mes no quedó sino una noche en la cual los dos jóvenes decidieron consumar su amor, lo que hizo más dolorosa la despedida. Al día siguiente, los dos ya más “conscientes” y bien preparados para el fatídico momento pasaron un gran susto, porque  Joaquín tuvo un contratiempo al tratar de conseguir las flores que le entregaría junto con una carta que le había escrito a la mujer de su vida. Llegó a la estación del tren casi que a tiempo para ver a Cristina embarcarse, sus padres la llamaban para abordar pero ella siguió esperando y en ese momento la detuvo Joaquín, le dio las flores, la carta y un gran beso de amor y de despedida. Arrancó el tren y puso distancia entre dos personas que se amaban.

Joaquín duró toda la tarde sentado en el parque Central en el cual le había declarado su amor un mes antes a Cristina, Don Rodrigo que venía de hacer una diligencia cerca encontró la inconfundible figura de su hijo sentado en una banca del parque. Se extrañó tanto, que se acercó y le preguntó que ocurría, y Joaquín con la mirada extraviada le contesto: “Nada es estático, todo fluye, y no nos podemos bañar dos veces en el mismo río”, un mes tan largo como este no podía volver a existir.

LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.


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CAPITULO V

CAPITULO VI

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