EL AMOR EN TIEMPOS DE GUERRA.
Tío, qué se siente
estar enamorado?
José Antonio, estoy
muy ocupado, qué son esas preguntas? Tú enamorado? Menudo problema.
Tío es en serio…
Ay Virgen de la
Macarena… yo como que nací en Sodoma y Gomorra… Hombre José Antonio… es en
serio… Ya acabamos de salir de ese episodio del gato en el tejado… y ahora me
vas a salir que estás enamorado… pues dadme un descansillo, no te parece…
Pero tío, cómo puede
uno resistirse al amor?
La madre que lo
pario… ahora está enamorado (susurró José Joaquín)
Qué dijiste tío?
No… nada… que estás
jodido, si estás a punto de volverte loco, y ahora enamorado… no me imagino el zafarrancho
que aquí se va a armar…
Vamos tío… y que
pasa si es todo lo contrario y encuentro, el juicio y …
José Antonio por
favor…. Si uno cuerdo hace mil locuras, pues enamorado hace uno dos mil más….
A ver tío, cuéntame
de alguna locura que hayas hechos tú.
José Antonio, no
tengo tiempo, en serio, que no tengo tiempo.
Tío por favor…
Bueno… bueno… te voy
a contar una historia que a nadie le había contando…
Cinco años antes de
conocer a mi esposa, por cosas de la marina y del ejército, me enviaron a
Tenerife, las islas Canarias. Las autoridades de la ciudad habían pedido
reforzar las islas con un destacamento militar, éramos unos 100 hombres, no
éramos muchos, pero junto con los 100 que ya tenía la plaza, ya sumábamos unos 200,
que es bastante para la plaza. Había como tres castilletes que resguardaban el
puerto, y teníamos unas buenas barracas, en verdad estábamos cómodos.
Habíamos llegado en
un barco, fuimos escoltados por otros dos, y cuando llegamos a Tenerife nos
desembarcamos. La población nos recibió con bombos y platillos, y nosotros
desfilamos con nuestros mejores uniformes desde el puerto hasta el edificio
donde estaba el comando militar.
En ese desfile vi
muchas mujeres hermosas sonriendo y dándonos la bienvenida, fue para mí muy
abrumador. La verdad es que luego de un mes de viaje en barco, y ver tantas
mujeres, pues a todas las veías hermosas. La verdad es que iba tan distraído viendo
mujeres, que me estrellé varias veces con el soldado que iba delante de mí en
el desfile, creo que hasta le pegué un par de patadas mientras marchaba.
El me decía: ¡Hombre
José Joaquín¡ Concéntrate que ya me has calado un par de golpes¡ y me estás
ensuciando el uniforme…
Precisamente, cuando
llegamos al comando, el Comandante que nos recibió cuando pasó revista, al
verle el pantalón sucio a mi compañero, lo castigó mandándolo a limpiar el
uniforme y restándole media ración de comida, por mi culpa… A pesar de ese mal
inicio, esa noche yo le compartí la mitad de mi comida, me disculpé, y después
fuimos muy buenos amigos.
Pero ese día José
Antonio, mis ojos veían a todas las mujeres hermosas, me sentía atraído por
todas ellas, yo dije: He llegado al paraíso, y eso que la verdad no estaba ni
poquito a gusto con que me hubieran transferido a Tenerife. Llegamos a las
barracas, nos cambiamos, descansamos y yo me quede desvelado en esos recuerdos,
ya quería que pasara la noche para volver a salir al pueblo y volver a ver a
tantas mujeres lindas.
Al día siguiente, me
levanté temprano, desayunamos y nos enviaron a hacer guardia en uno de los
fuertes del puerto. Estaba ansioso por ver nuevamente a las mujeres del pueblo.
Salimos de la guarnición, nos formamos y comenzamos a marchar hacía el fuerte.
En el camino nos
topamos con muchas personas, con varias mujeres, pero esta vez, todas me
parecían feas. Y trataba de buscar y ver más, y no encontraba a las mujeres que
había visto el día anterior. Llegué al fuerte decepcionado. Me dije a mi mismo:
esto no puede ser¡ Le conté a un compañero un poco más veterano que yo, y me
dijo: Hombre tío… suele pasar que cuando estás mucho tiempo en el mar, viendo
hombres en todo momento, y cuando llegas a tierra, y vez por primera vez a una
mujer, las ves hermosas y radiantes,… luego te emborrachas, y ahí la ves como
un diosa… al día siguiente cuando vuelves en sí, la vez, la observas bien, te
das cuenta que es bien fea, y sales corriendo… es el espejismo del marino…
jajaja
Estuve toda la tarde
en el fuerte, haciendo vigía. Al finalizar la tarde, nos ordenaron devolvernos
a la guarnición. Al salir del castillo y marchar por las calles, volví a buscar
a las mujeres, pero volví a decepcionarme. Sin embargo, cuando ya estábamos llegado
a la guarnición, vimos varias jóvenes que estaban trabajando en tiendas y
panaderías, y me di cuenta que no era yo solo el que había quedado afectado por
aquellas mujeres, pues varios de mis compañeros también se iban los ojos al
verlas. En especial, vi a una mujer muy
bonita que trabajaba en una panadería, su ropa no era muy lujosa, y tenía la cara
sucia, pero su cara me había dejado encantado. Ella también me miró fijamente,
pero se veía como cansada. Miré bien el lugar, y el resto de cosas alrededor,
para ubicar bien el sitio.
Así pasamos una
semana, de la guarnición al fuerte y del fuerte a la guarnición. En nuestra
rutina pasábamos todos los días enfrente de la panadería, yo la buscaba con la
mirada. Unos días ella me miraba, otros días, estaba ocupada en sus labores que
no se percataba de mi presencia. Lo cierto es que con solo mirarla, sentía una
inmensa alegría, solo esperaba el día de descanso a ver si podía verla más
cerca.
Un sábado me dieron
el día de descanso, y de inmediato salí a la panadería. Pedí un pan y un vino. Ella
estaba ahí y me atendió.
Qué quiere soldado?
Yo estaba de civil,
pero me había reconocido. Cómo sabes que soy soldado?
Pues te veo todos
los días cuando marchas, además, no eres de la isla, y todos sabemos quiénes
son de aquí, y quienes no.
Me puedes servir un
pan y un vino, le dije.
Ella se fue y me lo
sirvió, luego atendió a otros clientes. Cuando se fueron los demás clientes,
volvió a verme y me preguntó:
¿Hace cuando
llegaste?
Hace una semana, soy
nuevo, vinimos a reforzar la plaza.
Si me acuerdo cuando
llegaron. Todo el pueblo está muy preocupado, han dicho que los ingleses
quieren atacarnos. Dicen que el alcalde solicitó al Rey que enviaran refuerzos.
Ahora vemos muchos soldados, pero algunos comentan que no serían suficientes,
si los ingleses nos quisieran atacar.
Dicen que un soldado
español hace por cinco ingleses. Respondí.
Hijo… Ya pasaron los
tiempos de los famosos tercios españoles. -intervino el dueño de la panadería-
Pues aún seguimos
siendo el imperio más grande…
Ya veremos cuando
lleguen los ingleses… qué tanto resistirán.
La gente en
Tenerife, sentía que la Corona no hacía lo suficiente para protegerlos de los
ingleses. Estaban nerviosos, pues se rumoraba que en cualquier momento, los
ingleses atacarían y destruirían el pueblo. Yo la verdad no había caído en
cuenta hasta ese día, ni de la importancia de nuestra llegada, ni del peligro
que estábamos corriendo.
Ese día supe el
nombre de ella, se llamaba María. Y era la hija del dueño de al panadería.
Trabajaba ayudando a su padre.
Cuando regresé a la
guarnición comencé a hablar con varios soldados compañeros, y en efecto, los
que más tiempo habían estado en la guarnición me comentaron que en efecto,
desde hace dos meses, se habían pedido refuerzos a Madrid, porque varios barcos
comerciantes, habían divisado tres barcos de la armada inglesa muy cerca de las
islas, y que hace más de veinte días, se divisaron tres más que venían desde el
estrecho de Gilbraltar. Lo que se
rumoraba es que se estaban reuniendo para realizar un ataque en conjunto.
También se habían visto varios comerciantes ingleses, que al parecer
preguntaban mucho por los soldados de la guarnición. En ese momento, me había
dado cuenta del peligro, de un ataque inglés.
Esa noche, un
capitán reunió a 15 soldados, entre ellos iba yo, nos ordenaron que nos vistiéramos,
y que preparamos nuestros arcabuces. Salimos a las calles, y pasamos por la
panadería de María, ya estaban cerrando, y alcancé a verla, y ella, me vio,
pero parecía asustada. Llegamos a una
cantina, nos ordenaron que nos formáramos y que estuviéramos listos para
disparar. El capitán entró a la taberna con cinco soldados, y ordenó a los
demás estar alertas. Se escuchó un disparo y botellas quebrarse, se había iniciado
una pelea. El soldado a cargo, ordenó prepararnos y apuntar a la puerta de la
taberna. Ya se oían el rechinar de las espadas. Luego se escucharon dos
disparos más. Los soldados sacaron a dos personas muertas, luego sacaron a una
persona bastante golpeada, y luego salió uno de nuestros compañeros heridos.
Habían atrapado a un espía inglés, y habían asesinado a dos más. El espía lo
llevamos a la guarnición donde lo iban a interrogar, a los muertos al
sepulturero, y a nuestro compañero a la enfermería.
Al día siguiente,
salimos en formación de la guarnición al fuerte. María me vio, y tenía cara de
preocupación. Un niño gritaba por la calle, vienen los ingleses. La verdad es
que estaba aterrado, todos nos veíamos a los rostros y estábamos asustados.
Llegamos al fuerte y todos tenían caras largas, pero aún no nos informaban
nada. En plena guardia en las murallas del fuerte, comenzaron a gritar: barcos
enemigos. Comenzaron a tocar las campanas del fuerte, y luego las campanas de
la iglesia. Se dio la orden de tomar puestos de combate, y comenzaron a tocar
zafarrancho con el redoblante. Alistamos los cañones, y llegaron más soldados
al fuerte.
El comandante nos
habló, y nos dijo que eran buques ingleses al mando de Nelson, y que habían
solicitado que nos rindiéramos y que entregáramos el fuerte. El comandante nos
dijo que ninguna guarnición española tenía permiso de rendirse, sin vender cara
su derrota. Supimos después, que el espía inglés había soltado la lengua, y que
había dicho que los ingleses atacarían a Tenerife con más de 800 soldados.
A nuestra guarnición
compuesta por 200 soldados, se unieron unos 80 hombres voluntarios del pueblo
de Tenerife. 40 de ellos habían servido en el ejército y eran veteranos de
guerra. A estos se le asignaron armas y funciones en diferentes puestos de
combate, a los otros se le asignaron funciones logísticas, de entregar las
municiones, la pólvora y llevar agua.
Yo estaba bajo el
mando de un capitán para disparar uno de los cañones de la muralla. Veíamos cómo
los barcos se acercaban y se colocaban en formación de combate. Formaban una
línea para pasar de frente a los dos fuertes del puerto y cañonearlos. Eran
seis barcos de dos cubiertas, dos fragatas y un bergantín. Cada barco podía
disparar 25 cañonazos. Nosotros solo teníamos 40 cañones entre los dos fuertes.
Ellos tenían la ventaja de que son un blanco móvil y que tienen más poder de
fuego. Nosotros teníamos la ventaja de la estabilidad de tierra para disparar,
la protección y altura de las murallas.
El primer fuerte
comenzó a disparar y luego se escucharon los primeros disparos del primer barco
de la línea enemiga. Ninguno acertó en el blanco, estaban probando puntería.
Los cañonazos del fuerte dieron al mar antes de tocar el barco, y los cañonazos
del barco dieron en la playa.
Era ahora nuestro
turno con el primer barco, levantamos el ángulo de los cañones y nos preparamos
disparar. El artillero que estaba con nosotros, agregó un poco más de pólvora,
elevó al máximo el ángulo del cañón, y nos dijo, están lejos, tenemos que
disparar antes de que barco pase por la mira del cañón o no le daremos.
A penas la punta de
la proa del barco estuvo en la mira del cañón, disparamos. El estruendo fue
enorme, el cañón se fue hacia atrás con mucha violencia. Cuando miramos al
barco, nuestro tiro le había dado a la cubierta, el artillero celebró y le
gritó a los demás, que subieran todo el ángulo. Por su parte se escuchó del
barco que respondió con fuego de todos sus cañones. Esta vez las balas sí
impactaron las murallas del fuerte, pero en la parte baja, pero los impactos de
las balas nos hicieron estremecer, y sentimos cómo temblaba el piso. Ellos
también estaban afinando su puntería. Los demás cañones del fuerte dispararon,
nosotros nos preparamos para recargar nuestro cañón nuevamente, y dispararlo al
otro barco que ya se aproximaba. El segundo barco disparó antes de que nosotros
disparáramos, así que el impacto de las balas en las murallas nos aturdió un
poco, y perdimos la oportunidad de dispararles, por lo que preferimos disparar
al tercero, al que efectivamente le volvimos a dar, pero cuando este nos
disparó, una de las balas, alcanzó a destruir uno de los parapetos de la
muralla, pero por fortuna no habían soldados apostados ahí. El artillero nos
gritó: No se distraigan, sigan cargando los cañones, si no respondemos al fuego
nos van a barrer. Pronto llegó el cuarto barco y también disparó, también dio
en la muralla, y no pudimos dispararle, le disparamos al quinto, al que le
dimos en la cubierta. El artillero nos
apuró: Rápido… Rápido, no podemos perder al sexto, tenemos que disparar antes
de que nos dispare. En efecto, logramos disparar, casi al tiempo el sexto
disparó. Sus disparos también alcanzaron la muralla.
Ya había pasado la
primera fase del ataque, y era como un reconocimiento del poder de cada uno.
Nos dijo el artillero que ahora enviarían a tres o cuatro barcos a cañonear a
los fuertes, y esa era la parte más peligrosa, puesto que barcos se quedaban
quietos, y comenzaban a disparar y recargar, disparar y recargar, hasta
destruir los fuertes, o les tocara alejarse si los fuertes le causaban muchos
estragos. Por lo tanto, había que cargar y disparar rápido para tratar de
hacerle el mayor daño posible a los barcos para que se alejaran.
En efecto así fue,
enviaron tres barcos que se acercaron más, se pusieron de costado a los
fuertes, y comenzaron a dispararnos, a lo que nosotros respondimos. Los barcos
dispararon cinco ráfagas de 20 cañonazos, casi al mismo tiempo. Nosotros
respondíamos, y el artillero nos decía que cambiáramos de tronera, para que no
fuéramos un blanco fácil, por lo que alcanzamos a disparar en 6 ocasiones.
Nuestros compañeros hacían lo propio. Nos cubríamos cuando recibíamos las ráfagas,
cargábamos y disparábamos, luego nos cubríamos, cambiábamos de tronera el
cañón, lo cargábamos y disparábamos. Uno de mis compañeros resultó herido por
una esquirla, tuvo que ser auxiliado y reemplazado por otro hombre. El cañoneo
fue intenso, luego de dos horas los barcos se retiraron. El balance arrojó 5
muertos y 20 heridos, dos cañones destruidos en nuestro fuerte. A pesar de
ello, se logró hacer que los barcos se retiraran, y ello, significa que se
había logrado hacerles suficiente daño, pues de lo contrario hubiesen seguido
con el cañoneo, que no se detiene hasta arrasar totalmente con los fuertes. El
fuerte más afectado había sido el otro, que recibió el castigo de dos barcos al
tiempo. Cada fuerte contaba con 20 cañones, y luego del ataque habían perdido
cada uno dos, pero fueron reemplazados por dos cañones que había de reserva.
Cuando cesó el
cañoneo, el pueblo de Tenerife salió hacía los fuertes a ver en qué nos podían
ayudar. Ya nos veían con respeto y admiración. María y su padre nos llevaron
pan y agua, y otros nos llevaron queso, comida y medicina para los heridos.
María se me acercó, me dijo: cuídate mucho soldado, me agarró la mano fuerte,
me dio un pan y me dio agua. Yo estaba realmente asustado, habíamos contado con
suerte, los fuertes resistieron, y nuestros artilleros como el mío, con mucha
experiencia, habían sido efectivos y muy certeros en los disparos. Sin embargo
había sido una dura jornada, donde habían muerto 18 hombres en total y 30
estaban heridos.
Ya se había
solicitado ayuda, pero era muy probable que se demorara entre dos y tres días
en llegar, por lo cual, teníamos que seguir resistiendo. Lo que más nos preocupaba
era un desembarque, seis barcos de dos puentes podían tener abordo más de mil
hombres.
Esa noche se dio una
voz de alarma, los ingleses habían desembarcado al oeste del pueblo, las
campanas comenzaron a sonar, nos llamaron a formarnos y a prepararnos para el
combate, comenzamos a trotar al oeste del pueblo. Nos apostamos a la orilla de
un risco en posición de combate, a los dos minutos divisamos casacas rojas, y
se nos dio la orden de disparar. Fue un combate de fusilería, fuimos 50
hombres, estábamos bien cubiertos por árboles y rocas, los ingleses por su
parte estaban descubiertos, y no supimos cómo decidieron atacar por ese lado, si
el camino hacia el pueblo no seguía, si no saltabas un risco que 3 metros de
alto. Solo unos cinco soldados se atrevieron a saltarlo, y cuando llegaron al
otro extremo, los esperaba todo nuestro fuego de fusilería que los abatió
enseguida. Esa noche posiblemente le dimos de baja a 30 ingleses, sin sufrir
nosotros ningún herido.
Al día siguiente,
tres barcos se volvieron a acercar al puerto a cañonearnos. Sin embargo, esta
vez, los barcos apuntaron sus primeros disparos a la población y al puerto.
Nosotros en cambio aprovechamos que no nos estaban disparando, y nos ensañamos
contra los barcos. Por lo menos nosotros disparamos tres ráfagas con gran
libertad, impactando a la cubierta del barco y al castillo de popa, luego
seguimos disparando y le dimos a uno de los cañones, y luego con las mismas
instrucciones, otros cañones de nuestro castillo comenzaron a disparar. Nosotros
disparamos dos veces más, y luego vimos cómo el barco decidió alejarse del
fuerte porque ya no aguantaba más. Decidimos comenzar a disparar al otro barco,
que al verse fustigado por los dos fuertes, también arrió sus velas, a lo que
le siguió el tercer barco de inmediato, antes de comenzáramos a disparar en
contra de él. Nuestros artilleros habían ganado de nuevo. El balance en el
fuerte que yo estaba, fue de tres heridos. Pero a pesar de la victoria, no
pudimos celebrar. Los barcos se habían sacrificado, no nos dispararon a nosotros,
pero sí al pueblo. Mientras que nosotros nos ensañábamos en contra de los
barcos, estos habían disparado 3 ráfagas de 20 cañonazos con balas incendiarias
a la población. Todo un barrio yacía en llamas. Luego del grito de viva España
en los fuertes, cuando vimos al último buque inglés salir corriendo, nos dimos
cuenta del daño que había hecho. Ese día perdimos a 20 ciudadanos. Como soldados
nos dio muy duro, nos dio mucha rabia que se metieran con nuestros vecinos
indefensos. Esos vecinos que ya nos apoyaban, nos daban comida y agua, y nos
ayudaban cuando estábamos heridos. La tropa fue al pueblo y ayudó a apagar el
incendio, y lloramos con todos los vecinos a sus muertos. Ese día la tropa y
pueblo nos unimos en un mismo sentimiento, viva España y muerte al enemigo
inglés.
En esos momentos
volvía a ver a María. Yo estaba con mis compañeros apagando un incendio en una
casa. María llegó corriendo a buscarme.
Soldado por favor
ayúdame¡ estamos ayudando a un buen amigo cuya casa está en llamas, el dice que
su esposa y su niña de 4 años está adentro.
Yo era un soldado,
sin mando alguno. No sé que me ocurrió en ese momento, y le dije a mis
compañeros: Soldados sigadme… una niña de 4 años… tenemos que salvarla. Mis
compañeros no vacilaron y me siguieron. Llegamos a la casa, como 30 soldados.
Unos con sacos esteras apagaban por un lado, otros le echaban tierra al fuego,
y otros echaron agua. Yo corrí al interior de la casa con cinco compañeros.
Encontramos a la madre con la niña y la sacamos.
Los vecinos nos
aplaudieron. María cuando me vio me abrazó y me dio las gracias, yo estaba un
poco magullado, así que me llevó a su casa, me lavó las heridas, me dio comida
y agua. Me dijo: soldado me asustaste,
se me paró el corazón cuando entraste a esa casa, y volvió a latir cuando
saliste. Me abrazo y me besó. Luego pasó un capitán por todas las calles,
estaba llamando a todos los soldados. Yo me alisté para salir, y ella me detuvo
otra vez. Me abrazó y me dijo, cuídate soldado, aquí te esperaré luego de la
batalla. Su padre nos miraba y se reía.
Me despedí y me
reuní con mis compañeros.
Ese día me dieron
descanso y me fui para la guarnición. Tenía unas cuantas quemaduras por el
fuego, así que pasé a la enfermería. Habían 20 compañeros heridos, los saludé,
algunos estaban graves. Luego fui atendido por el doctor me aplicó unos
medicamentos, y me fui a mi cama a descansar.
A la media hora
tocaron la alarma. Los ingleses están en el pueblo¡ tomen sus armas. Enseguida
me vestí, tomé mi arcabuz y me uní a mis compañeros en la guarnición, éramos
como 50, todos listos para entrar en acción. Un capitán nos guiaba. Era de noche, pero la luna alumbraba bastante, se escuchaban los cañonazos en el fuerte, estaba peleando en el puerto.
Cuando salimos de la
guarnición a dos calles, escuchamos gritos en inglés. Se escuchaba el marchar
de un gran número de soldados. El capitán de nuestro batallón, nos ordenó regresar y
apostarnos a los lados, no podíamos enfrentarnos de frente a toda la tropa
inglesa. Teníamos que hostigarlos y reducirlos. Aprovechar que estábamos en
nuestro terreno y que era de noche.
Los ingleses iban
por la mitad de una calle, eran como 400 hombres. Cuando voltearan para llegar
a la calle principal, nosotros los esperábamos en una calle perpendicular atrincherados
con varias carretas. Debíamos disparar una ráfaga de fusilería y luego huir a
otra calle, sirviendo de señuelos donde los esperaban los otros compañeros que igual debían
descargar su fusilería en contra de ellos. El tema de los ingleses es
que tenían órdenes de llegar a la plaza principal donde se encontraba el
ayuntamiento, así que cuando nosotros disparamos nuestras ráfagas contra ellos,
ellos no nos siguieron.
Así que nos
ocultamos, cargamos y seguimos disparando, y les causamos muchas bajas. Uno de
nosotros, llamó al resto de compañeros que se nos unieron y seguimos
disparando al grupo de ingleses, que se desplazaba por la calle principal hacia
la plaza del ayuntamiento. Ellos nos disparaban pero nosotros estábamos bien
cubiertos en las carretas. Era como jugar al tiro al blanco. Éramos 50 contra 400, si ellos hubiesen querido atacarnos, nos hubieran destruido. Pero por
seguir las órdenes, se habían expuesto y nosotros los estábamos acribillando
con nuestros 50 arcabuces. Por lo menos 80 ingleses cayeron en ese momento.
Luego de que
llegaron a la plaza principal, se apostaron en posiciones defensivas. Intentaron
hacer una carga de bayonetas, pero pudimos rechazarlos, primero con la
fusilería, y luego, los pocos que nos llegaron los rematamos con nuestras bayonetas,
aprovechando nuestra superioridad numérica. De los fuertes de la playa llegaron
50 compañeros más para darnos apoyo, nos dijeron que habían cañoneado a varias lanchas que trataron de llegar al puerto por sorpresa en la noche, pero que fueron detectados y recibieron todo el fuego de nuestros cañones, y a los que llegaron al puerto, fueron rechazados por la fusilería. Varias lanchas retornaron a sus barcos, y cuando se acabó el combate en el puerto, les avisaron que otras lanchas si habían logrado llegar a la playa, y que los ingleses estaban en el pueblo. Nosotros les contamos que estabamos en la guarnición y que cuando nos dirigíamos a los castillos de la playa, nos topamos con los ingleses y que comenzamos a hostigarlos.
Con los refuerzos que nos llegaron comenzamos a rodearlos y a reducirlos. No
queríamos una carnicería, por lo tanto, no decidimos atacar de frente, y
decidimos seguir hostigando. Logramos cercar a los ingleses en la plaza mayor.
Sin embargo, un niño
llegó a nosotros a informarnos que habían unos soldados ingleses haciendo pillaje
en una zona del pueblo, que era justo donde estaba la panadería de María. El
capitán no sé por qué motivo se dirigió a mí y me dijo, soldado, lleve a 15
hombres y acabe con esos ingleses.
Me fui con 15
compañeros soldados, corrimos, y encontramos a un inglés peleando golpeando a
un anciano, enseguida tres compañeros se encargaron de él.
Luego encontramos
tres ingleses atacando a dos mujeres. Enseguida nos encargamos de ellos sin
dificultad. Al llegar a la cuadra de la panadería de María, encontramos como a
10 ingleses golpeado y atacando a las mujeres. Nos agrupamos y atacamos. Los ingleses
ofrecieron resistencia, y nos dispararon. Dos compañeros resultaron heridos,
pero siguieron luchando. En la panadería de María, había un inglés peleando con
el padre de María, y María lo golpeaba con un palo, yo entré a la panadería y
le hundí mi bayoneta hasta matarlo. Salí de la panadería, mis compañeros se
reagruparon y varios vecinos mayores se nos unieron con palos y cuchillos,
doblamos en la esquina, y encontramos cinco ingleses atacando a dos mujeres y a
un anciano, matamos a cuatro y uno salió corriendo.
Cuando volteamos a
la esquina encontramos a 50 soldados compañeros que venían de los fuertes del
mar, nos dijeron que los barcos se habían retirado, y que los habían enviado a
combatir a las tropas que se encontraban en tierra. Les dijimos que la mayor
parte de ingleses se encontraba en la plaza principal, pero que otros estaban
haciendo pillaje en los barrios del pueblo. Un niño nos informó que habían como
30 ingleses golpeando a personas por una calle. Les dijimos a los 50 soldados
que se fueran a la plaza principal, y nosotros nos dirigimos a la calle donde
supuestamente estaban haciendo el pillaje. Con un grupo de 50 vecinos,
conformados por viejos, mujeres y niños, llegamos a la calle que nos habían
dicho. En efecto eran como 30 ingleses, decidimos ir tres soldados y dos niños,
atacamos y matamos a tres, llamando su atención, luego corrimos y los otros ingleses
nos persiguieron. Cuando doblaron la esquina, nuestros compañeros dispararon
sus arcabuces y enseguida nos lazamos sobre los que 20 ingleses que quedaban
que con nuestra rabia e ímpetu no pudieron ofrecer mucha resistencia.
Una vez acabada la
refriega nos dirigimos a la plaza principal, donde los ingleses ya se habían
rendido y entregado sus armas. Se escuchaba el grito de todos nuestros
compañeros: Viva España¡
Al final, entregamos
a los ingleses a su capitán, que los recogió en unas lanchas y se fueron en sus
barcos. Recibimos muchas condecoraciones. El pueblo nos trataba con mucho
cariño. Los niños nos hacían el saludo del ejército cada vez que nos veían. En
el pueblo dos daban comida y vino gratis.
La verdad, nunca
pensé en enamorarme en medio de la guerra, ni tampoco pelear tanto, y si vez,
me enfrenté al fuego sin pensarlo para salvar a una mujer y a su niña, porque
una mujer me lo pidió, y maté sin pensarlo a un soldado inglés sin titubeo
cuando vi que estaba atacando a María y a su Padre. Esas cosas, de seguro no
las hubiese hecho si no fuera por el impulso del amor. Amé profundamente a esa
mujer, y tuvimos un amorío muy bonito, hasta que por orden del ejército, decidieron
trasladarme otra vez a Cádiz. Le prometí volver, para casarnos, pero en eso
murieron tus abuelos, luego conocí a mi esposa, me casé, y bueno, ya tú conoces
lo demás.
Y no volviste
entonces?
No, alcanzamos a
escribirnos diez cartas.
Luego me embarcaron
en varios barcos y me enredaron la vida. Luego conocí a mi esposa, y no volví a
escribir.
Tío luego de que tu
esposa decidió irse, no has pensado en volver a Tenerife y verla?
José Antonio, fue
una historia de amor de tres meses, ya han pasado muchos años, yo me casé, ella
seguro también se casó.
Tío vamos a visitar
Tenerife, yo te acompaño.
José Antonio, por
favor, ya déjame, ahora sí cuéntame de quién estás enamorado.
Se llama Pricila
Por Dios, quién le
pone ese nombre a una mujer, qué nombre tan feo.
Pues tu vecino tío.
Madre de Dios,
definitivamente yo nací en Sodoma y Gomorra. Pricila parece nombre de perro.
Tío no te burles, es
hermosa y es la hija de tu vecino, la conocí cuando era el gato en el tejado.
Ya me imagino en los
problemas que nos vamos a meter. Ay José Antonio no vayas a perder la cabeza.
Tío, dime cuando
vamos a Tenerife?
No te desquites
conmigo, yo no me he enamorado de una mujer que se llama Pricila, eso suena
como un castigo. El padre de verdad la quiere?