lunes, 13 de julio de 2020

PELEA DE GALLOS Y PELEA DE HERMANOS

PELEA DE GALLOS Y PELEA DE HERMANOS

(...) En esa ocasión se vieron involucrados en una riña en una gallera. Primero Don Cesar había invitado a esa mujer llamada Sonia a que viera pelear a sus gallos en la gallera, y para esto dejó a su hermano ‘engatuzado’ con una bromita que le hizo, que consistía en dejar abandonado a su hermano en la hacienda, mientras él se iba en el carro para donde Sonia, ganándole la mujer a su hermano por mano, como se dice en el dominó. Estaban en la gallera pasándola bien, cuando llegó Don Rodrigo enojado, porque le tocó venirse de la hacienda a caballo, costumbre que había perdido desde hace unos años cuando habían comprado un Jeep para transportarse. De esta manera Don Rodrigo llegó una hora después de lo habitual a la ciudad, un poco irritado y extrañado por la actitud de su hermano.
Al llegar a la ciudad, llegó con la intención de ir a impresionar a Sonia con su caballo. Pero cuando llegó a la casa de la muchacha, le avisaron que había salido ya con su hermano. Don Rodrigo se dio cuenta de la jugarreta que le había hecho su hermano, para salirse con la muchacha, de inmediato se precipitó a conseguir el paradero de la pareja. Iba por todas las calles de La Samaria con su mirada profunda ardiendo en llamas, pensando solo en cómo se la desquitaría de su hermano. Preguntando y preguntando dio a la gallera en donde encontró a su hermano Cesar, quién se inquietó mucho cuando lo vio –hasta en seco tragó, al verle esa mirada llena de fuego-. En ese preciso instante se abrían las apuestas, para la pelea de gallos, en la cual uno de los gallos era de Don Cesar (de color blanco con pintas pequeñas negras en las alas), y el otro era de Jacinto Cabrera (el rojo, con la parte inferior de su cuerpo negro), un reconocido criador de gallos. Las apuestas iban tres a uno a favor del gallo de Don Cesar. Don Rodrigo recorría todo el escenario hablando con varios individuos, y antes de que se cerraran las apuestas para comenzar la pelea. Don Rodrigo hizo pública la apuesta en contra de su hermano. El asombro y la extrañeza comenzaron a rondar en el escenario, porque nunca se había visto reñir a los hermanos Calderón. Después de un buen tiempo, se reanimó la actividad en la gallera y comenzó el pique inicial entre los dos gallos –que en sentido figurado también representaban a los dos hermanos, y enseguida comenzó la pelea. Desde el principio, la pelea fue bien reñida, ninguno de los gallos se dejaba abatir del otro. La gente emocionada por la pelea gritaba a favor de los gallos. La gallera se encontraba casi llena, era la primera vez en que había un buen contendor para el gallo de Don Cesar Calderón. El gallo de Jacinto Cabrera venía de arrasar con varias galleras de los pueblos pequeños del departamento de La Macarena cuya capital es La Samaria, en donde las peleas de gallos son algo esencial dentro de la cultura de todos los pueblos ubicados a lo largo del río de La Macarena, el cual le dio el nombre a ese departamento. Después de cierto tiempo en la disputa, el gallo de Jacinto Cabrera tomó la delantera en los saltos, y tenía al gallo de Don Cesar abajo, pero de un momento a otro el gallo blanco comenzó a recuperar terreno con el pico y sus movimientos ya comenzaban a surtir efecto en el gallo rojo de Jacinto Cabrera, la pelea era enorme, la sangre corría en la arena, y en la tribuna un gordo comenzó a buscarle la bronca a otro tipo de corta estatura. El gallo blanco enterraba sus espuelas, el rojo respondía con picotazos.  El gordo le pegó al enano, mientras que un allegado al enano le respondía con un sillazo al gordo. El plumaje del gallo blanco se tornó rojo de la sangre, y el gallo rojo ya casi que no brincaba. Unos policías se llevaron al gordo detenido en las tribunas. En la arena estaba a punto de concluir la pelea. Don Cesar ya daba voces de victoria, mientras que Don Rodrigo, se reía con cierta picardía. Jacinto Cabrera ya lucía preocupado, la gente comenzaba a meterse con él. Ya parecía que el gallo blanco daba su última estocada, cuando... de repente.... se fue el fluido eléctrico en la gallera, se oyeron gritos de mujeres -a quienes les cogían las partes nobles-, sonaron varios golpes, y enseguida se hizo la luz. Todos se miraron las caras, luego de un rato, cayeron en cuenta de que Jacinto Cabrera y sus dos acompañantes yacían en el suelo, él inconsciente, y sus dos acompañantes que se trataban de incorporar, mientras se  sobaban la cara, -uno de los  cuales se le veía una ceja partida-, y dando gritos de haber sido atacados cobardemente, de esta forma se comenzó toda una algarabía. Mientras esto ocurría en las tribunas, en la arena se veía al gallo rojo caminando, paseándose por toda la arena, mientras que el gallo blanco yacía en la arena todo ‘tiezo’. Al percatarse de lo ocurrido en la arena, la gente no podía sostener su asombro, buscándole explicación al asunto. Los acompañantes de Jacinto trataron de incorporar a su patrón que lucía muy apaleado, pero al ver lo que ocurría en la arena, saltó de alegría. La gente comenzó a meterse con él, acusándolo de haber hecho toda esa confusión.
Dos eventos inexplicables, y con soluciones totalmente ajenas a la verdad. Al minuto se comenzaron a lanzar hipótesis sobre lo ocurrido, en donde los principales sospechosos eran los dueños de los gallos, quienes sin duda no podían ofrecer ni una explicación lógica. Jacinto Cabrera acusaba a Don Cesar de haberlo golpeado, gritándole cobarde, con su  ojo casi cerrado del ‘ramplanazo’ que le habían metido en él. En esos momentos surgió la confusión, y el ambiente se tornó pesado porque los apostadores que habían perdido no querían pagar al ver la situación tan confusa. Los dueños de la gallera, no dejaron salir a nadie, hasta que se solucionara el problema del pago de las apuestas. El dueño de la gallera habló con Don Cesar y Jacinto Cabrera a ver como se solucionaba la cosa. Este asunto ponía en una situación muy difícil a Don Cesar en donde se decía, que él era el responsable de la “paliza” que recibieron Jacinto Cabrera y sus acompañantes. Pero eso quedó aclarado después, cuando cinco tipos se declararon los responsables del hecho, ya que habían apostado una buena suma en favor del gallo de Jacinto, y que hasta donde se vio estaba casi perdido, y por esta razón aprovecharon la situación para desquitarse de la palabrería de la cual fueron víctimas por parte de Jacinto, quien les aseguró la victoria de antemano, y por eso decidieron propinarle una paliza. Muy bien, ya se había solucionado el primer problema, ahora faltaba el más importante, que tenía que ver con lo que había pasado en la arena, ¿Qué había pasado con el gallo blanco que se encontraba a punto de matar al gallo rojo? y que de manera inexplicable después del “apagón” el resultado de lo pronosticado, o por lo menos lo más lógico, fue totalmente inverso. El dueño de la gallera se metió en el arenal, y examinó al cadáver del gallo blanco, para encontrar alguna explicación a lo ocurrido. En la revisión meticulosa que le hicieron al cadáver, encontraron que en efecto el gallo tenía una herida profunda en el cuello que le causó la muerte. El problema era que no se podía demostrar si la herida había sido propinada por alguien, quien se aprovechó de la oportunidad para meterse en la arena y matar al gallo blanco, o  que la herida haya sido ocasionada por la espuela del gallo rojo mientras las luces estaban apagadas. El diagnóstico se mantuvo en secreto entre el dueño y sus ayudantes, para garantizar el orden en toda la gallera. Entonces el dueño de la gallera, llamado Nicanor González se dirigió a todo el público y preguntó, si alguien había visto algo en la arena, que explicara lo sucedido. La gente permanecía en silencio. Nadie había visto nada, todo el mundo se preocupó más por su bienestar físico que por la arena. Nicanor González al ver el silencio, declaró al gallo rojo como auténtico vencedor, por no haber ninguna prueba que demostrase lo contrario, y enseguida se prosiguió al pago de las apuestas. Don Cesar le tocó vaciarse los bolsillos, para pagar la apuesta. Era la primera vez que perdía en las peleas de gallos, y esto lo ponía de mal humor, pero más aún que había perdido delante de Sonia, la muchacha por la cual había engañado a su hermano.  La gente le gritaba todo tipo de cosas a Don Cesar, que salió con los bolsillos vacíos y con un regaño fuerte de parte de su compañera quien le pidió, que no la buscara más, porque ella no estaba acostumbrada a soportar esa clase de humillaciones. Sonia salió de esa gallera echando fuego, porque  además de todo en pleno apagón, tuvo que aguantar el ser “timbrada” por más de un pícaro quien sacó buena parte de la situación para hacerle el “método del tanteo”, “la medición del aceite” y hasta “la amasada de las mogollas de a cien”. En fin la pobre Sonia salió más que indignada de ese lugar.
En la otra cara de la moneda se encontraba Jacinto Cabrera y sus ayudantes, con los bolsillos bien llenos, pero con las caras partidas. Y por otro lado salió Don Rodrigo, con los bolsillos llenos también y con una cara de satisfacción, que reflejaba en sus ojos una risita pícara por dentro. Al día siguiente Don Cesar le preguntó a su hermano durante el desayuno si de casualidad sabía que había sucedido esa noche. Don Cesar sabía que su hermano había tenido algo que ver en ese acontecimiento. Primero porque le vio en sus ojos las intenciones, cuando este llegó a la gallera con esa mirada fría y sobria, y segundo porque la perfección y el cálculo con que salió la ‘patraña’, sólo podía ser producto del pensamiento y la exactitud de su hermano. Don Rodrigo no le contestó nada, al principio se tomó un sorbo de su café con leche,  se  quedo mirando a su hermano, y luego simuló una sonrisa fría, diciendo: -La trampa con trampa se paga, ¡hermanito! Don Cesar comprendió el mensaje. Don Rodrigo se dispuso a abandonar la mesa, pero Don Cesar le preguntó: -“¿Tanto te interesa Sonia?”. Don Rodrigo se dio vuelta y dijo: -“Ya no me interesa. Las mujeres pasan, pero tu seguirás siendo mi hermano, y no vale la pena que eso deje de serlo por una mujer, habiendo tantas diferentes de la que tú escojas”.
Aquella  noche de gallos sólo Don Rodrigo y dos personas más, sabían la verdad de lo que en realidad pasó en la gallera. Uno de ellos fue el que  apagó la luz de la gallera, y el otro fue el que mató al gallo blanco.

(...)

Apartes de la novela:


LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.


CAPITULO I

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII


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