Es sin duda una de las funciones más difíciles en la vida, y es corregir a un ser querido, decirle que está equivocado, que no haga tal o cuál cosas, que no diga o que diga tal otra.
No siempre podemos decirle que si a un ser querido, y tampoco podemos aplaudirle todo lo que haga, cuando es evidente que está equivocado o que no debería actuar o decir algo. Eso es hacerle un daño, y es no solo ver cómo se estrella contra un callejón sin salida, sino hundirle el acelerador para que se estrelle más rápido y más duro.
En últimas, cada persona tiene libertad de tomar sus propias decisiones y por lo tanto, de asumir la responsabilidad de esa libertad. Anular esa libertad, no nos compete.
Corregir para mejorar y enseñar una opción mejor, no suele ser una tarea fácil, pero hay que cumplirla, se hace como padre, como maestro y como jefe en el trabajo. En estos casos la jerarquía, la posición dominante y la figura de la autoridad ayuda mucho, pero cuando se trata de hijos que ya han crecido, de hijos a padres, de parejas y de amigos, los intentos de corrección, terminan en trifulcas.
Discutir muchas veces empeora las cosas, y aceptar o ceder ante un error, es ser cómplice del mismo. En muchas ocasiones se debe decir lo que se piensa y dejar que la otra persona tome su decisión y que asuma las consecuencias de la misma. A veces, no son los argumentos los que pesan, sino el tiempo, las circunstancias y los resultados.
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