CAPITULO XIV LOS LOBOS.
Tres días después, van saliendo
los Abelardos de la cárcel.
Abelardito: Me han picado los
chinches, los mosquitos, las hormigas…
Abelardo: Esto no se va a quedar
así… Nos han encerrado como perros. Ya verán qué es meterse con los Lobo.
Salió Abelardito al día
siguiente a amenazar a un cliente que no le había pagado, con sus dos rufianes,
y se encuentra de frente con José Joaquín, quien iba acompañado de unos cinco
soldados.
José Joaquín: Señor Abelardo
Lobo, buenas tardes.
Abelardito: Buenas tardes
señor Gobernador, a qué debo el honor.
José Joaquín: Me han puesto
las quejas algunos habitantes, que está usted cobrando nuevamente con amenazas
y con rufianes.
Abelardito: Para nada señor
Gobernador… la gente le encanta decir malas cosas de mi, yo soy un ciudadano
honesto, y aquí estoy, acompañado de un tío y de un primo, que no son ningunos
rufianes.
José Joaquín: Y cuál es el
nombre de su tío y su primo.
Abelardito: Son Raúl y Alfredo.
José Joaquín: y sus
apellidos.
Abelardito: Rodríguez… es que
son familiares por parte de mi madre.
José Joaquín: A ver… muéstrenme
sus identificaciones. Aquí dice que se llaman Carlos y José, y son apellido Robles.
Soldados, arresten a estos hombres y al señor Abelardo Lobo también, por andar
amenazando a los ciudadanos y tratar de engañar a la autoridad, y una multa de
un ducado a cada uno. Buen día señor Lobo, nos vemos en tres días si la
providencia nos lo permite, y si su padre paga la multa.
El mismo día el señor Lobo
presentó una querella alegando que José Antonio se había apropiado injustamente
de un ganado que tenía su marca AL (supuestamente Abelardo Lobo). Y en efecto,
José Antonio en el tiempo en que comenzó a reunir el ganado que estaba suelto
vagando por toda la sabana samaria, recogió mucho ganado que habían dejado otros
hacendados luego del ataque de Goodson. A esa querella se unieron otros
hacendados, que también reclamaron la devolución de su ganado, a lo cual, José Joaquín
como Gobernador, le tocó atender, sin embargo, para no verse en un problema de
parcialidad, se llevó a tres ciudadanos que los nombró como oidores para que
atendieran el caso. Se hizo la inspección de los ganados y José Antonio, le
devolvió a varias familias varias vacas que estaban debidamente marcadas, pero
cuando llegó el turno de los Lobo, no lo hizo.
José Joaquín: Ahora le toca a
los Lobo, tienes que devolver las vacas con el sello.
José Antonio: No hay nada que
devolver tío.
Abelardo: Cómo es que no hay
nada que devolver, si aquí aparece en el inventario, 5 vacas con el sello AL,
de Abelardo Lobo.
José Antonio: Pues no hay nada
que devolver señor Lobo, por lo siguiente. Aquí tengo al señor Alejandro, el
dueño del único taller herrero de Santa Marta, y tengo también al padre Fabian.
Alejandro, tu has hecho todos los herrajes de Santa Marta.
Alejandro: Sí señor, todos
los dueños de hacienda me mandan a hacer herrajes.
José Antonio: ¿Y el señor
Abelardo Lobo te ha mandado a hacer algún herraje?
Alejandro: No, nunca… el
señor Lobo nunca ha tenido ganado en esta ciudad.
José Antonio: Y de quién es
el herraje que dice AL?
Alejandro: Yo se lo hice a un
señor llamado Alfonso Linero, que en paz descanse, quién murió en el ataque de
Goodson con toda su familia.
José Antonio: Padre Fabian de
todos los años que ha vivido en Santa Marta, ¿sabe usted si el señor Lobo se
había dedicado a la ganadería?
Padre Fabian: No, nunca, el
señor Lobo siempre tuvo como negocio la taberna y el burdel, nunca le conocí
una sola vaca.
José Antonio: ¿Quién era el señor
Alfonso Linero y donde se encuentra hoy?
Padre Fabian: El señor
Alfonso Linero era propietario de una hacienda y sí se dedicaba a la ganadería.
Y el en efecto murió con toda su familia durante el ataque pirata.
José Antonio: Aquí está la
prueba señores oidores, que no tengo nada que devolver, pues los dueños del
ganado, ya no están para reclamarlo, y que es el señor Lobo, quién está
tratando de engañarlos, para obtener un provecho injustificado.
Los oidores le impusieron tres
días de cárcel para el señor Lobo, y una multa por tratar de engañarlos. Los
Lobo, se volvieron a encontrar tristemente en la cárcel.
Abelardito: Papá… ¿viniste a
sacarme de aquí?
Abelardo: No…
desafortunadamente vengo a hacerte compañía.
Otro día Victoria llegó a la hacienda
de José Antonio desesperada.
Victoria: José Antonio, en la
panadería no tenemos maíz para hacer pan, ni arepa, y tenemos problemas para
los trabajadores y para los clientes, no tenemos cómo hacer nada.
José Antonio: Y ¿Qué les
pasó?
Victoria: Abelardo Lobo compró
todo el maíz que llegó hoy al mercado, y cuando yo fui a comprar, ya no quedaba
nada.
José Antonio: ¡Qué desastre¡ ¿y
cuando llega más?
Victoria: En tres días…
José Antonio: Hay que buscar
otros proveedores… Abelardo sabe que si no hay pan ni arepas, no podemos
trabajar. Pero no te preocupes que aquí estamos sembrando maíz, pero comenzamos
a recoger el próximo mes. Déjame y hablo con los indios para que nos den maíz.
Hortencio ven por favor… necesitamos que hables con los tuyos, necesitamos
urgentemente maíz, y que les pagaremos bien si no los traen en cantidad.
Hortencio era un indio que
apareció del monte y se quedó trabajando con José Antonio permanentemente.
Hortencio subió y habló con varias tribus, que enseguida bajaron y le llevaron
todo el maíz que pudieron. José Antonio le llevó el maíz a Victoria, y la panadería
comenzó a funcionar. Los Lobo siguieron comprando todo el maíz que llegaba al
mercado durante tres semanas, pero la panadería seguía funcionando, tanto por el
maíz de los indios, como por el maíz que ya se producía en la hacienda de los
Calderón. Como los Lobo no hacían nada con el maíz, sino que lo almacenaban y
lo almacenaban en las bodegas de la taberna, este se daño, y generó una plaga
de ratas, lo cual hizo que el Gobernador ordenara una inspección por motivos de
salud pública en la taberna de los Lobos, donde se encontraron ratas, y
alimañas, además de todo el maíz almacenado. Así entonces, José Joaquín ordenó
el cierre de la taberna por una semana, y ordenó poner preso a los Lobos por
afectar la salud pública de Santa Marta, por 10 días.
José Joaquín tuvo que viajar
a la guajira, para ordenar el comercio de las perlas en Riohacha y las minas de
oro en Palomino, y dejó a José Antonio y a Manolo a cargo de la ciudad. José
Joaquín tuvo que llevarse el Galeón y una zabra con 40 soldados, necesitaba
todo el apoyo militar para poner orden en aquellas regiones que estaban a
merced de delincuentes y funcionarios corruptos.
José Antonio y Manolo, junto
con los 8 soldados de la vieja guardia, habían estado entrenando a 40 jóvenes,
para conformar una milicia, que eran civiles que podían servirle a los soldados
como refuerzos. Les enseñaban a disparar los mosquetes, los cañones, a utilizar
las espadas y las picas. Ya llevaban 2 semanas de entrenamiento con los de la
vieja guardia.
Santa Marta seguía creciendo
y los barcos comenzaban a llegar al puerto Samario, para comerciar, para hacer
reparaciones y conseguir provisiones. Varios indios que salían del monte,
también llegaban a la ciudad e intercambiaban mercancía. Varias de las familias
que habían huido a otras ciudades retornaron, varias personas que vivían en otros
lugares, también se mudaron a Santa Marta, y varios indios también se quedaron
con las familias de la ciudad como empleados permanentes. El número de
habitantes había aumentado.
En esos días, aprovechando la
ausencia de los soldados y del Galeón, Santa Marta se encontraba vulnerable, la
milicia estaba entrenando pero aún no tenía experiencia en combate. José
Antonio, al ver las dificultades inmediatas decidió darles un curso rápido de
cómo usar la honda, y cómo utilizar los garrotes.
Precisamente en la ciudad
había una persona que tenía un trastorno mental, que se llamaba Jaime De Jesús
Contreras, se la pasaba viendo el cielo y diciendo si iba a llover o no. La
gente le tenía mucho cariño, le regalaba ropa y comida, y el ayudaba en todo lo
que pudiera. Era un señor como de unos treinta y tantos, con rasgos indios, pero
con bigote español, bajito de estatura y muy flaco. Una vez se incorporó al grupo
de milicianos e hizo todos los ejercicios. José Antonio y Manolo, no lo dejaron
tocar ni las armas de fuego, ni las espadas por considerarlo peligroso, dado su
estado mental. Pero la gente les dijo, que la gente le tenía miedo a Jaime de
Jesús, cuando agarraba un garrote, y era porque tenía precisamente una
habilidad especial para utilizar esa arma para pelear, muy a pesar de ser
bajito, flaquito y no tener en orden la cabeza. En efecto, hicieron una prueba de una pelea de
entrenamiento con garrotes, y cuando pasó Jaime de Jesús, le ganó a cinco
muchachos, quienes salieron bien apaleados.
Por su parte los Lobos, al
escuchar que el Gobernador se había ido para la Guajira con sus soldados,
comenzaron nuevamente a sus andanzas de amenazar para cobrar deudas con rufianes,
y a forzar negocios a través de las amenazas.
En una ocasión, Renato un
soldado de la vieja guardia, los sorprendió amenazando a un comerciante para
que les vendiera a menos precio una mercancía. Y se llevó a 10 milicianos a
enfrentar a los Lobo con sus rufianes, pero éstos los vencieron luego de una
pelea. Los milicianos salieron corriendo e informaron a José Antonio, que junto
con Manolo, reunieron todos los de la milicia, y llegaron a las puertas de la cantina
para apresar a los Lobo. Los Lobo
salieron de la cantina con 10 rufianes, y dijeron que no se iban para la cárcel.
José Antonio llamó a Jaime de Jesús a quién le decía, Jaimito comanda el
ataque, y le dio un garrote.
Diez hombres fueron detrás de
Jaimito con garrotes, y el resto, incluyendo a José Antonio y Manolo, sacaron
sus hondas y comenzaron a disparar piedras, como bien lo dispusieron en su
manuela, el primer piedrazo al cuerpo o al vientre, y el segundo en la cabeza.
Por su parte Jaimito, el solo, le dio una garrotera a los 10 rufianes y a los
Lobo, que nuevamente pasaron otra temporada en la cárcel.
Abelardito: Papá qué dolor…
Abelardo: Ni me digas… qué
humillación. No solo estamos otra vez en la cárcel sino por si fuera poco, hemos
sido vencidos por garrotes y hondas. Pero esta vez si nos la van a pagar.
Luego de 10 días encerrados, Abelardo
habló con un pirata inglés con el que tenía negocios, le compraba contrabando
de ron, y les propuso un negocio. Les propuso que atacaran a Santa Marta,
aprovechando que no había soldados, ni barcos en esos momentos, y que él y sus
hombres se encargarían de sabotear las defensas de los milicianos. Que era el
momento de atacar, porque había muchas riquezas y había poca protección. Que el
les pagaría una recompensa, y que la única condición era que no atacaran la taberna,
ni el burdel.
En efecto, cuatro días
después sonó el cuerno varias veces anunciando un ataque pirata.
Manolo: Madre mía… José
Antonio… ¿Qué vamos a hacer?
José Antonio: Prepararnos
para defender nuestra ciudad, llamen a las milicias.
Los 40 hombres, Manolo y José
Antonio, y Jaimito, se prepararon en los dos fuertes que ya se habían
reconstruido en la playa, uno se llamaba el fuerte de San Vicente que estaba
más cerca del puerto y el otro el fuerte de San Juan de Matas que estaba a cien
metros en dirección a la desembocadura del río Manzanares. Habían cinco barcos
mercantes y la Goleta la Victoria. La otra zabra se la había llevado Antonio
Velásquez para Cartagena, donde estaba haciendo negocios, y no había regresado
aún.
José Antonio le dijo a los
barcos que tuvieran cañones para disparar que se pusieran de frente al puerto y
que dispararan lo que pudieran cuando estuvieran a distancia, de los barcos
piratas. Los comerciantes, no atendieron la orden, y huyeron en sus barcos en el
espacio entre el morro y punta betín, cuando vieron a los piratas ingresar a la
bahía por el otro lado del morro.
Eran tres barcos de mediano
tamaño, que izaron sus banderas piratas, que ingresaron sin resistencia a la
bahía.
En los fuertes, los
milicianos habían preparado los cañones y al ver que los barcos ingresaron a la
bahía, dispararon, pero en vez de explotar y disparar las balas por los aires,
solo se oyó unas pequeñas explosiones y las balas de cañón cayeron en el agua a
cuatro metros.
José Antonio: Manolo… ¿Qué
pasó? Nunca te había visto tan mala puntería.
Manolo: No sé que ha
ocurrido, vamos a cargar otra vez… voy a verificar… algo salió mal.
Los barcos piratas se
acercaban, y nuevamente se dio la orden de disparar, pero nuevamente la chispa
de los cañones era muy inferior a lo que debía, y las balas salían chamuscadas
a cuatro metros al frente de los fuertes. En la playa, los Lobo se reían a
carcajadas. Los piratas se seguían acercando confiadamente.
Manolo: Ya verifique, y todos
estamos haciendo bien las cosas… las balas, la cantidad de pólvora, la
inclinación de los cañones, todo esta bien… no me explico que está pasando.
Uno de los reclutas: Señor…
la pólvora está mala… está mezclada con arena, por eso los cañones no disparan
bien.
José Antonio: Qué barbaridad…
nos han saboteado… voy en búsqueda de pólvora…
José Antonio salió corriendo
del fuerte de San Juan, al cuartel a buscar pólvora. La gente estaba en la
plaza preocupada, ya varios habían dicho que los cañones no disparaban y que
era mejor evacuar la ciudad. José Antonio se encontró con Victoria y María, que
le preguntaron qué pasa. Nos han saboteado, nos han mezclado la pólvora con
arena, y necesito encontrar más pólvora. Victoria se subió al caballo con José
Ignacio y llegaron al cuartel, embarcaron seis barriles de pólvora en una
carreta y salieron corriendo para la playa.
Los barcos piratas comenzaron
a disparar en contra de los dos fuertes, se ubicaron enfrente de ellos, y al
ver que no disparaban, los comenzaron a bombardear. En ese momento llegó José
Antonio con los barriles de pólvora, que se los dio a Manolo. Todos cargaron
los cañones nuevamente del fuerte San Juan de Matas, mientras que recibían el
bombardeo de los barcos piratas que cada vez afinaban más la puntería. José
Antonio salió del fuerte, dejó a Victoria en el fuerte San Juan, y se dirigió
al Fuerte San Vicente para llevarle los barriles de pólvora. Los piratas iban a
comenzar el desembarco en cuatro lanchas con remos, pero fueron sorprendidos
por la primera andanada del castillo San Juan, que dio en el blanco en uno de
los barcos, causándole bastante daño. Los barcos siguieron disparando, pero
recibieron nuevamente respuesta esta vez no solo del fuerte San Juan, sino del
San Vicente, donde se había metido José Antonio a dirigir a las milicias. Los
disparos de los fuertes, comenzaron a hacer estragos en los barcos, y las
lanchas que habían desembarcado, comenzaron a devolverse a los barcos. Los
fuertes siguieron cañoneando a los barcos, hasta que estuvieron fuera de alcance.
Hubo un VIVA ESPAÑA en los dos fuertes. Por su parte, los Lobo ya no se estaban
riendo y ya se mostraban preocupados.
Sin embargo, los piratas no
se rindieron, no podían dejar la posibilidad de atacar la ciudad que aparentemente
estaba protegida por una milicia inexperta. Así entonces, decidieron
reagruparse para realizar un desembarco en playa Lipe y atacar a la ciudad por tierra.
Los tres barcos sumaban 240 piratas, que superaban a los milicianos que defendían
la ciudad.
Manolo: Madre mía… José
Antonio ¿y ahora qué vamos a hacer?
José Antonio: Prepararnos
para defender nuestra ciudad. Dile a todos los reclutas que se concentren en el
fuerte San Juan, toda la pólvora, todas la municiones, todas las armas tienen
que estar aquí. Que cuatro hombres tomen a la Goleta Victoria y que desde el
mar disparen los cañones a los piratas en la playa. Voy a buscar más pólvora y voy a traer
refuerzos, ya vengo. Victoria Acompáñame.
José Antonio llegó a la
plaza, y le dijo a todo el mundo, que necesitaba toda la pólvora disponible
para defender la ciudad. Fue al cuartel y llevó toda la pólvora que había. Le
dijo a los habitantes que se atrincheraran en la catedral, y le dijo a las
mujeres y niños que comenzaran a evacuar a Mamatoco. José Antonio habló con
Hortencio y le dio unas instrucciones, y le dio su caballo. José Antonio y se
dispuso a retornar a la playa al fuerte de San Juan de Matas con la carreta
llena de pólvora. En el camino se encontró a los Lobo, quienes estaban cargando
sus cosas en una carreta y preparándose para abandonar la ciudad. José Antonio
le dijo a Victoria que se fuera a la hacienda con María, que ya el tema estaba
muy peligroso y le dijo que protegiera a Priscila.
Te encargo a mi esposa y a mi
hijo… haré todo para protegerlos.
Cuando llegó al Fuerte, el ejército
pirata ya estaba atravesando el río manzanares. La goleta Victoria ya había
llegado al frente del Fuerte San Juan de Matas. Los cañones ya habían sido
desplazados de las troneras del fuerte que daban al mar, al costado de donde vendría
el ataque pirata.
Y comienza la primera carga
pirata en contra del fuerte. Los defensores abren fuego con cañones y
mosquetes, disparando todo lo que tienen. Cayeron muchos piratas en esa primera
andanada, así que se retiraron y se reagruparon. No tenían cañones, a lo sumo
pistolas, espadas y cuchillos y uno que otro mosquete. La ventaja táctica
estaba a favor de los defensores que aún no tenían perdidas y contaban con la
protección de la muralla, con mosquetes y con cañones. Segunda carga de los
piratas, que también fue recibida con fuego nutrido de mosquetes y cañones. Esta
vez se necesitaron tres recargas para que los piratas retrocedieran, pero esta
vez casi llegan al muro.
El sol, el calor y el cansancio
estaban haciendo ya sus estragos, tanto en los atacantes como en los
defensores. Los piratas decidieron esperar un poco más de media hora para la
tercera carga, habían sufrido por lo menos unas 40 bajas, pero aún tenían
ventaja en los números. Y comenzaron la tercera carga, e igual fueron recibidos
con fuego nutrido, esta vez, si alcanzaron los muros, pero los garrotes de los
defensores los repelieron, obligándolos a replegarse nuevamente. La goleta
Victoria comenzó a disparar por orden de José Antonio a la retaguardia de los piratas,
logrando que estos retrocedieran nuevamente.
Ya en el fuerte no quedaba
más pólvora, y ya habían unos 10 heridos.
Manolo: José Antonio… ¿Y
ahora qué vamos a hacer?
José Antonio: Preparen las
hondas y díganle a la Victoria, que los ataque ahora y gaste todo lo que tiene,
no podemos dejarlos descansar.
La goleta atacó a los
piratas, y les disparó todos los cañonazos que pudo, causando varias bajas,
obligándolos a atacar nuevamente al fuerte, donde fueron recibidos por hondazos
con piedras, que escalabraron a más de uno. Los piratas se dieron cuenta que
los defensores se habían quedado sin pólvora y decidieron atacar y acabarlos, pero
esta vez, no solo fueron recibidos por una lluvia de piedras, sino que llegó un
ejército de indios de la ciudad, con flechas, y que al mismo tiempo llevaron
una estampida de 12 toros y 12 vacas, que envistieron con ganas a los piratas,
matando a varios con sus cuernos y aplastando a otros con sus patas. José
Antonio dio la orden a la milicia de salir en grupo y apoyar a los indios. El
resultado fue catastrófico para los piratas que salieron corriendo a sus
barcos, y zarparon definitivamente.
Un VIVA ESPAÑA se dio nuevamente.
Uno de los milicianos después
de la batalla, confesó que Abelardo Lobo le había pagado para robar la pólvora
y mezclar la que quedaba con arena. El resultado, los Lobo nuevamente en la
cárcel, cuando volvieron a aparecer en Santa Marta, pero esta vez acusados de
alta traición, y sentenciados a muerte.
José Joaquín regresó de Riohacha,
con el Galeón y la zabra, y con toda la tropa. Había reorganizado la explotación
de perlas y las minas de oro, tuvo que enfrentarse con varios maleantes y
apresar a varios funcionarios corruptos en Riohacha, pero logró su objetivo.
Cuando regresó no podía creer lo que había ocurrido. El mismo sentenció a los
Lobo a muerte, e hizo que se cumpliera.
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