martes, 5 de julio de 2022

CAPITULO XIV LOS LOBOS.

 

CAPITULO XIV LOS LOBOS.

Tres días después, van saliendo los Abelardos de la cárcel.

Abelardito: Me han picado los chinches, los mosquitos, las hormigas…

Abelardo: Esto no se va a quedar así… Nos han encerrado como perros. Ya verán qué es meterse con los Lobo.

 

Salió Abelardito al día siguiente a amenazar a un cliente que no le había pagado, con sus dos rufianes, y se encuentra de frente con José Joaquín, quien iba acompañado de unos cinco soldados.

José Joaquín: Señor Abelardo Lobo, buenas tardes.

Abelardito: Buenas tardes señor Gobernador, a qué debo el honor.

José Joaquín: Me han puesto las quejas algunos habitantes, que está usted cobrando nuevamente con amenazas y con rufianes.

Abelardito: Para nada señor Gobernador… la gente le encanta decir malas cosas de mi, yo soy un ciudadano honesto, y aquí estoy, acompañado de un tío y de un primo, que no son ningunos rufianes.

José Joaquín: Y cuál es el nombre de su tío y su primo.

Abelardito: Son Raúl y Alfredo.

José Joaquín: y sus apellidos.

Abelardito: Rodríguez… es que son familiares por parte de mi madre.

José Joaquín: A ver… muéstrenme sus identificaciones. Aquí dice que se llaman Carlos y José, y son apellido Robles. Soldados, arresten a estos hombres y al señor Abelardo Lobo también, por andar amenazando a los ciudadanos y tratar de engañar a la autoridad, y una multa de un ducado a cada uno. Buen día señor Lobo, nos vemos en tres días si la providencia nos lo permite, y si su padre paga la multa.

 

El mismo día el señor Lobo presentó una querella alegando que José Antonio se había apropiado injustamente de un ganado que tenía su marca AL (supuestamente Abelardo Lobo). Y en efecto, José Antonio en el tiempo en que comenzó a reunir el ganado que estaba suelto vagando por toda la sabana samaria, recogió mucho ganado que habían dejado otros hacendados luego del ataque de Goodson. A esa querella se unieron otros hacendados, que también reclamaron la devolución de su ganado, a lo cual, José Joaquín como Gobernador, le tocó atender, sin embargo, para no verse en un problema de parcialidad, se llevó a tres ciudadanos que los nombró como oidores para que atendieran el caso. Se hizo la inspección de los ganados y José Antonio, le devolvió a varias familias varias vacas que estaban debidamente marcadas, pero cuando llegó el turno de los Lobo, no lo hizo.

José Joaquín: Ahora le toca a los Lobo, tienes que devolver las vacas con el sello.

José Antonio: No hay nada que devolver tío.

Abelardo: Cómo es que no hay nada que devolver, si aquí aparece en el inventario, 5 vacas con el sello AL, de Abelardo Lobo.

José Antonio: Pues no hay nada que devolver señor Lobo, por lo siguiente. Aquí tengo al señor Alejandro, el dueño del único taller herrero de Santa Marta, y tengo también al padre Fabian. Alejandro, tu has hecho todos los herrajes de Santa Marta.

Alejandro: Sí señor, todos los dueños de hacienda me mandan a hacer herrajes.

José Antonio: ¿Y el señor Abelardo Lobo te ha mandado a hacer algún herraje?

Alejandro: No, nunca… el señor Lobo nunca ha tenido ganado en esta ciudad.

José Antonio: Y de quién es el herraje que dice AL?

Alejandro: Yo se lo hice a un señor llamado Alfonso Linero, que en paz descanse, quién murió en el ataque de Goodson con toda su familia.

José Antonio: Padre Fabian de todos los años que ha vivido en Santa Marta, ¿sabe usted si el señor Lobo se había dedicado a la ganadería?

Padre Fabian: No, nunca, el señor Lobo siempre tuvo como negocio la taberna y el burdel, nunca le conocí una sola vaca.

José Antonio: ¿Quién era el señor Alfonso Linero y donde se encuentra hoy?

Padre Fabian: El señor Alfonso Linero era propietario de una hacienda y sí se dedicaba a la ganadería. Y el en efecto murió con toda su familia durante el ataque pirata.

José Antonio: Aquí está la prueba señores oidores, que no tengo nada que devolver, pues los dueños del ganado, ya no están para reclamarlo, y que es el señor Lobo, quién está tratando de engañarlos, para obtener un provecho injustificado.

Los oidores le impusieron tres días de cárcel para el señor Lobo, y una multa por tratar de engañarlos. Los Lobo, se volvieron a encontrar tristemente en la cárcel.

Abelardito: Papá… ¿viniste a sacarme de aquí?

Abelardo: No… desafortunadamente vengo a hacerte compañía.

 

 

Otro día Victoria llegó a la hacienda de José Antonio desesperada.

 

Victoria: José Antonio, en la panadería no tenemos maíz para hacer pan, ni arepa, y tenemos problemas para los trabajadores y para los clientes, no tenemos cómo hacer nada.

José Antonio: Y ¿Qué les pasó?

Victoria: Abelardo Lobo compró todo el maíz que llegó hoy al mercado, y cuando yo fui a comprar, ya no quedaba nada.

José Antonio: ¡Qué desastre¡ ¿y cuando llega más?

Victoria: En tres días…

José Antonio: Hay que buscar otros proveedores… Abelardo sabe que si no hay pan ni arepas, no podemos trabajar. Pero no te preocupes que aquí estamos sembrando maíz, pero comenzamos a recoger el próximo mes. Déjame y hablo con los indios para que nos den maíz. Hortencio ven por favor… necesitamos que hables con los tuyos, necesitamos urgentemente maíz, y que les pagaremos bien si no los traen en cantidad.

Hortencio era un indio que apareció del monte y se quedó trabajando con José Antonio permanentemente. Hortencio subió y habló con varias tribus, que enseguida bajaron y le llevaron todo el maíz que pudieron. José Antonio le llevó el maíz a Victoria, y la panadería comenzó a funcionar. Los Lobo siguieron comprando todo el maíz que llegaba al mercado durante tres semanas, pero la panadería seguía funcionando, tanto por el maíz de los indios, como por el maíz que ya se producía en la hacienda de los Calderón. Como los Lobo no hacían nada con el maíz, sino que lo almacenaban y lo almacenaban en las bodegas de la taberna, este se daño, y generó una plaga de ratas, lo cual hizo que el Gobernador ordenara una inspección por motivos de salud pública en la taberna de los Lobos, donde se encontraron ratas, y alimañas, además de todo el maíz almacenado. Así entonces, José Joaquín ordenó el cierre de la taberna por una semana, y ordenó poner preso a los Lobos por afectar la salud pública de Santa Marta, por 10 días.

 

José Joaquín tuvo que viajar a la guajira, para ordenar el comercio de las perlas en Riohacha y las minas de oro en Palomino, y dejó a José Antonio y a Manolo a cargo de la ciudad. José Joaquín tuvo que llevarse el Galeón y una zabra con 40 soldados, necesitaba todo el apoyo militar para poner orden en aquellas regiones que estaban a merced de delincuentes y funcionarios corruptos.

José Antonio y Manolo, junto con los 8 soldados de la vieja guardia, habían estado entrenando a 40 jóvenes, para conformar una milicia, que eran civiles que podían servirle a los soldados como refuerzos. Les enseñaban a disparar los mosquetes, los cañones, a utilizar las espadas y las picas. Ya llevaban 2 semanas de entrenamiento con los de la vieja guardia.

Santa Marta seguía creciendo y los barcos comenzaban a llegar al puerto Samario, para comerciar, para hacer reparaciones y conseguir provisiones. Varios indios que salían del monte, también llegaban a la ciudad e intercambiaban mercancía. Varias de las familias que habían huido a otras ciudades retornaron, varias personas que vivían en otros lugares, también se mudaron a Santa Marta, y varios indios también se quedaron con las familias de la ciudad como empleados permanentes. El número de habitantes había aumentado.

En esos días, aprovechando la ausencia de los soldados y del Galeón, Santa Marta se encontraba vulnerable, la milicia estaba entrenando pero aún no tenía experiencia en combate. José Antonio, al ver las dificultades inmediatas decidió darles un curso rápido de cómo usar la honda, y cómo utilizar los garrotes.

Precisamente en la ciudad había una persona que tenía un trastorno mental, que se llamaba Jaime De Jesús Contreras, se la pasaba viendo el cielo y diciendo si iba a llover o no. La gente le tenía mucho cariño, le regalaba ropa y comida, y el ayudaba en todo lo que pudiera. Era un señor como de unos treinta y tantos, con rasgos indios, pero con bigote español, bajito de estatura y muy flaco. Una vez se incorporó al grupo de milicianos e hizo todos los ejercicios. José Antonio y Manolo, no lo dejaron tocar ni las armas de fuego, ni las espadas por considerarlo peligroso, dado su estado mental. Pero la gente les dijo, que la gente le tenía miedo a Jaime de Jesús, cuando agarraba un garrote, y era porque tenía precisamente una habilidad especial para utilizar esa arma para pelear, muy a pesar de ser bajito, flaquito y no tener en orden la cabeza.  En efecto, hicieron una prueba de una pelea de entrenamiento con garrotes, y cuando pasó Jaime de Jesús, le ganó a cinco muchachos, quienes salieron bien apaleados.

 

Por su parte los Lobos, al escuchar que el Gobernador se había ido para la Guajira con sus soldados, comenzaron nuevamente a sus andanzas de amenazar para cobrar deudas con rufianes, y a forzar negocios a través de las amenazas.

En una ocasión, Renato un soldado de la vieja guardia, los sorprendió amenazando a un comerciante para que les vendiera a menos precio una mercancía. Y se llevó a 10 milicianos a enfrentar a los Lobo con sus rufianes, pero éstos los vencieron luego de una pelea. Los milicianos salieron corriendo e informaron a José Antonio, que junto con Manolo, reunieron todos los de la milicia, y llegaron a las puertas de la cantina para apresar a los Lobo.  Los Lobo salieron de la cantina con 10 rufianes, y dijeron que no se iban para la cárcel. José Antonio llamó a Jaime de Jesús a quién le decía, Jaimito comanda el ataque, y le dio un garrote.

Diez hombres fueron detrás de Jaimito con garrotes, y el resto, incluyendo a José Antonio y Manolo, sacaron sus hondas y comenzaron a disparar piedras, como bien lo dispusieron en su manuela, el primer piedrazo al cuerpo o al vientre, y el segundo en la cabeza. Por su parte Jaimito, el solo, le dio una garrotera a los 10 rufianes y a los Lobo, que nuevamente pasaron otra temporada en la cárcel.

 

Abelardito: Papá qué dolor…

Abelardo: Ni me digas… qué humillación. No solo estamos otra vez en la cárcel sino por si fuera poco, hemos sido vencidos por garrotes y hondas. Pero esta vez si nos la van a pagar.

 

Luego de 10 días encerrados, Abelardo habló con un pirata inglés con el que tenía negocios, le compraba contrabando de ron, y les propuso un negocio. Les propuso que atacaran a Santa Marta, aprovechando que no había soldados, ni barcos en esos momentos, y que él y sus hombres se encargarían de sabotear las defensas de los milicianos. Que era el momento de atacar, porque había muchas riquezas y había poca protección. Que el les pagaría una recompensa, y que la única condición era que no atacaran la taberna, ni el burdel.

 

En efecto, cuatro días después sonó el cuerno varias veces anunciando un ataque pirata.

 

Manolo: Madre mía… José Antonio… ¿Qué vamos a hacer?

José Antonio: Prepararnos para defender nuestra ciudad, llamen a las milicias.

 

Los 40 hombres, Manolo y José Antonio, y Jaimito, se prepararon en los dos fuertes que ya se habían reconstruido en la playa, uno se llamaba el fuerte de San Vicente que estaba más cerca del puerto y el otro el fuerte de San Juan de Matas que estaba a cien metros en dirección a la desembocadura del río Manzanares. Habían cinco barcos mercantes y la Goleta la Victoria. La otra zabra se la había llevado Antonio Velásquez para Cartagena, donde estaba haciendo negocios, y no había regresado aún.

José Antonio le dijo a los barcos que tuvieran cañones para disparar que se pusieran de frente al puerto y que dispararan lo que pudieran cuando estuvieran a distancia, de los barcos piratas. Los comerciantes, no atendieron la orden, y huyeron en sus barcos en el espacio entre el morro y punta betín, cuando vieron a los piratas ingresar a la bahía por el otro lado del morro.

Eran tres barcos de mediano tamaño, que izaron sus banderas piratas, que ingresaron sin resistencia a la bahía.




En los fuertes, los milicianos habían preparado los cañones y al ver que los barcos ingresaron a la bahía, dispararon, pero en vez de explotar y disparar las balas por los aires, solo se oyó unas pequeñas explosiones y las balas de cañón cayeron en el agua a cuatro metros.

José Antonio: Manolo… ¿Qué pasó? Nunca te había visto tan mala puntería.

Manolo: No sé que ha ocurrido, vamos a cargar otra vez… voy a verificar… algo salió mal.

 

Los barcos piratas se acercaban, y nuevamente se dio la orden de disparar, pero nuevamente la chispa de los cañones era muy inferior a lo que debía, y las balas salían chamuscadas a cuatro metros al frente de los fuertes. En la playa, los Lobo se reían a carcajadas. Los piratas se seguían acercando confiadamente.

 

Manolo: Ya verifique, y todos estamos haciendo bien las cosas… las balas, la cantidad de pólvora, la inclinación de los cañones, todo esta bien… no me explico que está pasando.

Uno de los reclutas: Señor… la pólvora está mala… está mezclada con arena, por eso los cañones no disparan bien.

José Antonio: Qué barbaridad… nos han saboteado… voy en búsqueda de pólvora…

 

José Antonio salió corriendo del fuerte de San Juan, al cuartel a buscar pólvora. La gente estaba en la plaza preocupada, ya varios habían dicho que los cañones no disparaban y que era mejor evacuar la ciudad. José Antonio se encontró con Victoria y María, que le preguntaron qué pasa. Nos han saboteado, nos han mezclado la pólvora con arena, y necesito encontrar más pólvora. Victoria se subió al caballo con José Ignacio y llegaron al cuartel, embarcaron seis barriles de pólvora en una carreta y salieron corriendo para la playa.

Los barcos piratas comenzaron a disparar en contra de los dos fuertes, se ubicaron enfrente de ellos, y al ver que no disparaban, los comenzaron a bombardear. En ese momento llegó José Antonio con los barriles de pólvora, que se los dio a Manolo. Todos cargaron los cañones nuevamente del fuerte San Juan de Matas, mientras que recibían el bombardeo de los barcos piratas que cada vez afinaban más la puntería. José Antonio salió del fuerte, dejó a Victoria en el fuerte San Juan, y se dirigió al Fuerte San Vicente para llevarle los barriles de pólvora. Los piratas iban a comenzar el desembarco en cuatro lanchas con remos, pero fueron sorprendidos por la primera andanada del castillo San Juan, que dio en el blanco en uno de los barcos, causándole bastante daño. Los barcos siguieron disparando, pero recibieron nuevamente respuesta esta vez no solo del fuerte San Juan, sino del San Vicente, donde se había metido José Antonio a dirigir a las milicias. Los disparos de los fuertes, comenzaron a hacer estragos en los barcos, y las lanchas que habían desembarcado, comenzaron a devolverse a los barcos. Los fuertes siguieron cañoneando a los barcos, hasta que estuvieron fuera de alcance. Hubo un VIVA ESPAÑA en los dos fuertes. Por su parte, los Lobo ya no se estaban riendo y ya se mostraban preocupados.

Sin embargo, los piratas no se rindieron, no podían dejar la posibilidad de atacar la ciudad que aparentemente estaba protegida por una milicia inexperta. Así entonces, decidieron reagruparse para realizar un desembarco en playa Lipe y atacar a la ciudad por tierra. Los tres barcos sumaban 240 piratas, que superaban a los milicianos que defendían la ciudad.

Manolo: Madre mía… José Antonio ¿y ahora qué vamos a hacer?

José Antonio: Prepararnos para defender nuestra ciudad. Dile a todos los reclutas que se concentren en el fuerte San Juan, toda la pólvora, todas la municiones, todas las armas tienen que estar aquí. Que cuatro hombres tomen a la Goleta Victoria y que desde el mar disparen los cañones a los piratas en la playa.  Voy a buscar más pólvora y voy a traer refuerzos, ya vengo. Victoria Acompáñame.

José Antonio llegó a la plaza, y le dijo a todo el mundo, que necesitaba toda la pólvora disponible para defender la ciudad. Fue al cuartel y llevó toda la pólvora que había. Le dijo a los habitantes que se atrincheraran en la catedral, y le dijo a las mujeres y niños que comenzaran a evacuar a Mamatoco. José Antonio habló con Hortencio y le dio unas instrucciones, y le dio su caballo. José Antonio y se dispuso a retornar a la playa al fuerte de San Juan de Matas con la carreta llena de pólvora. En el camino se encontró a los Lobo, quienes estaban cargando sus cosas en una carreta y preparándose para abandonar la ciudad. José Antonio le dijo a Victoria que se fuera a la hacienda con María, que ya el tema estaba muy peligroso y le dijo que protegiera a Priscila.

Te encargo a mi esposa y a mi hijo… haré todo para protegerlos.

 

Cuando llegó al Fuerte, el ejército pirata ya estaba atravesando el río manzanares. La goleta Victoria ya había llegado al frente del Fuerte San Juan de Matas. Los cañones ya habían sido desplazados de las troneras del fuerte que daban al mar, al costado de donde vendría el ataque pirata.

Y comienza la primera carga pirata en contra del fuerte. Los defensores abren fuego con cañones y mosquetes, disparando todo lo que tienen. Cayeron muchos piratas en esa primera andanada, así que se retiraron y se reagruparon. No tenían cañones, a lo sumo pistolas, espadas y cuchillos y uno que otro mosquete. La ventaja táctica estaba a favor de los defensores que aún no tenían perdidas y contaban con la protección de la muralla, con mosquetes y con cañones. Segunda carga de los piratas, que también fue recibida con fuego nutrido de mosquetes y cañones. Esta vez se necesitaron tres recargas para que los piratas retrocedieran, pero esta vez casi llegan al muro.

El sol, el calor y el cansancio estaban haciendo ya sus estragos, tanto en los atacantes como en los defensores. Los piratas decidieron esperar un poco más de media hora para la tercera carga, habían sufrido por lo menos unas 40 bajas, pero aún tenían ventaja en los números. Y comenzaron la tercera carga, e igual fueron recibidos con fuego nutrido, esta vez, si alcanzaron los muros, pero los garrotes de los defensores los repelieron, obligándolos a replegarse nuevamente. La goleta Victoria comenzó a disparar por orden de José Antonio a la retaguardia de los piratas, logrando que estos retrocedieran nuevamente.

Ya en el fuerte no quedaba más pólvora, y ya habían unos 10 heridos.

Manolo: José Antonio… ¿Y ahora qué vamos a hacer?

José Antonio: Preparen las hondas y díganle a la Victoria, que los ataque ahora y gaste todo lo que tiene, no podemos dejarlos descansar.

 

La goleta atacó a los piratas, y les disparó todos los cañonazos que pudo, causando varias bajas, obligándolos a atacar nuevamente al fuerte, donde fueron recibidos por hondazos con piedras, que escalabraron a más de uno. Los piratas se dieron cuenta que los defensores se habían quedado sin pólvora y decidieron atacar y acabarlos, pero esta vez, no solo fueron recibidos por una lluvia de piedras, sino que llegó un ejército de indios de la ciudad, con flechas, y que al mismo tiempo llevaron una estampida de 12 toros y 12 vacas, que envistieron con ganas a los piratas, matando a varios con sus cuernos y aplastando a otros con sus patas. José Antonio dio la orden a la milicia de salir en grupo y apoyar a los indios. El resultado fue catastrófico para los piratas que salieron corriendo a sus barcos, y zarparon definitivamente.

Un VIVA ESPAÑA se dio nuevamente.

Uno de los milicianos después de la batalla, confesó que Abelardo Lobo le había pagado para robar la pólvora y mezclar la que quedaba con arena. El resultado, los Lobo nuevamente en la cárcel, cuando volvieron a aparecer en Santa Marta, pero esta vez acusados de alta traición, y sentenciados a muerte.

José Joaquín regresó de Riohacha, con el Galeón y la zabra, y con toda la tropa. Había reorganizado la explotación de perlas y las minas de oro, tuvo que enfrentarse con varios maleantes y apresar a varios funcionarios corruptos en Riohacha, pero logró su objetivo. Cuando regresó no podía creer lo que había ocurrido. El mismo sentenció a los Lobo a muerte, e hizo que se cumpliera.

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