martes, 5 de julio de 2022

CAPITULO XIII EL RENACER DE SANTA MARTA.

 

CAPITULO XIII EL RENACER DE SANTA MARTA.

 

El cura de la iglesia fue el primero en dirigirle la palabra. Le dijo que habían sido avisados que un nuevo gobernador iba a ser enviado desde España. Que el anterior había sido relegado de su cargo luego de haber abandonado a la ciudad, durante el saqueo que hizo el pirata Goodson. Que habían sido días de terror, y luego la gente, temerosa de que otro pirata retornara, se había ido de la ciudad, que quedó desprotegida, y la gente maltratada y ultrajada por el pirata, quien estuvo 5 días en la ciudad, saqueando, destruyendo, profanando y torturando. Que ni los ricos en sus haciendas por fuera de la ciudad se salvaron, que a todos los que pudieron los capturaron y torturaron hasta que les entregara todo de valor. Que muchos ricos que pudieron, se fueron para Cartagena y abandonaron la ciudad. Que la gente cada vez que ve un barco en la bahía sale corriendo por temor a que fuera un pirata.

José Joaquín estaba abrumado con todo lo que le contaba el cura, y se preocupó mucho, hasta dudó en dar la orden para que su familia bajara de los barcos, pero al fin la dio.

La familia bajó de los barcos, encontró la ciudad y a sus moradores, no había sitió donde quedarse esa noche, muchas edificaciones estaban destruidas y las casas de los moradores eran casi chozas, así que también por seguridad, decidieron volver a los barcos, y dormir esa primera noche en ellos.

La bahía, la vegetación les pareció hermosa. La ciudad era calurosa, pero por las tardes la refrescaba una brisa alborotadora. La ciudad ameritaba ser reconstruida y podía volver a ser habitable, pero José Joaquín le seguía preocupando la seguridad de su familia. Al mismo tiempo fue informado, que 8 soldados habían desertado antes de que ellos volvieran a los barcos. Ya no contaba con 50 soldados sino con 42, ahora tenía que conservar a los que tenía, y tratar de reconstruir una ciudad arrasada por los piratas y asediada por los nativos.

Al día siguiente, todos se pusieron en pie con la firme intención de no volver a dormir incómodos en el barco, era hora de construir un nuevo hogar, en el cual pudiesen habitar y descansar cómodos. Necesitaban trabajadores para reconstruir las defensas de la ciudad, una casa para José Joaquín, otra casa para los Velásquez, y otra casa para José Antonio, y a su vez tenían que hacer varias casas para los empleados, reparar el cuartel de la guarnición para los soldados, construir un sitio para la panadería y para la carpintería. Había mucho que hacer, y había pocos trabajadores.

La ciudad contaba con una taberna, que aún estaba en pie, con la Catedral que aunque magullada, estaba firme, y varias casas de choza, la mayor parte de las casas con estructura habían sido destruidas por el fuego.

José Joaquín comenzó con hacer un censo de la población, con lo cual logró establecer que en ese momento contaba con 90 personas, entre ellos solo 35 hombres que podían trabajar, más los miembros de las tripulaciones de los barcos, que eran unos 200 marinos, más los 42 soldados que le quedaban. Igualmente, entre la población comenzaron a aparecer hombres indios voluntarios, que comenzaban a ver cómo iniciaban los trabajos de reconstrucción.

A los soldados se les asignó la reconstrucción del cuartel de la guarnición, y los dos fuertes. Ellos recibieron ayuda de la guardia veterana, que eran 5 soldados que habían sobrevivido a la pobreza y a los ataques piratas, todos canosos y entrados en años, sin embargo, su experiencia, y su vitalidad desbordaban a los soldados, quienes recién llegados a aquel remedo de ciudad, no conocían ni cómo eran los edificios, ni de donde tomar el agua.

Los marinos se concentraron en la reconstrucción de las casas que estaban alrededor de la plaza de la catedral. Se planificó de nuevo la ciudad, se reacomodaron las calles, y a medida que se hacían los trabajos, más indios aparecían día a día para colaborar, a cambio de comida. Al principio se comía mucho pescado, era lo que más abundaba, y de vez en cuando se casaban siervos, venados y una especie de cerdito que los habitantes llamaban guartinaja. No había quedado mucho, las haciendas estaban abandonadas, habían algunas gallinas, cerdos y vacas divagando por todas partes, se veía en las mañanas manadas de caballos correr por los alrededores, pero nadie se atrevía a hacer nada con ellos, ya se habían convertido en caballos salvajes.

José Antonio se le ocurrió recoger a todos esos animales y comenzar a agruparlos en una hacienda. Se llevó a varios hombres y comenzó a construir un corral para vacas, para caballos y para cerdos. Se instaló en una hacienda destruida y abandonada, que los habitantes le dijeron que era de la familia García, que por desgracia habían sido torturados y asesinados por Goodson, y que no había quedado ningún miembro de la familia.

Una vez construido los corrales, comenzó a buscar y encerrar las vacas, los caballos y los demás animales que encontrara. En un solo día logró agrupar 50 vacas, 20 caballos, 30 cerdos y 25 gallinas, suficientes para iniciar su nueva labor como nuevo hacendado. La hacienda estaba a las afueras de la ciudad, y tenía un trapiche en ruinas, una casa también en ruinas y muchos potreros. José Antonio comenzó a construir su hacienda con ayuda de varios indios que iban apareciendo del monte y que trabajaban poco, pero trabajaban por comida. Habían varios árboles con frutas silvestres, y ya había comenzado a ordeñar las vacas.  Reconstruyó la casa, y se mudó a la hacienda con Priscila. Logró domesticar a los caballos, y construyó una carreta, donde transportaba alimentos al mercado de la ciudad.

José Joaquín reconstruyó la casa de la Gobernación que quedaba en la plaza, también construyó su casa enfrente de la plaza, con dos pisos muy parecida en sus acomodaciones y reparto a la que tenía en Cádiz. Ahí vivía con María, Victoria, Ana y sus empleados.

Victoria y Ana construyeron un local para la panadería, pero al no haber harina todavía para hacer pan, tuvieron que comenzar haciendo el producto de casa, que era la arepa de maíz. Luego se ingeniaron cómo hacer un pan con harina de maíz, y comenzaron a venderlo, bueno, más que venderlo, lo intercambiaban por trabajo.

Ante la falta de oro y plata, el trueque era la economía que funcionaba en la ciudad. Muchos habitantes se dedicaban a pescar, intercambiaban el pescado por pan o arepas, José Antonio intercambiaba arepas por leche, carne y huevos, y otros intercambiaban con frutas y verduras. El trabajo se pagaba con comida. Eso hizo que los ducados dados por el Rey, aún estuvieran reservados luego de 3 meses. José Joaquín, enviaba a sus trabajadores a pescar, y a conseguir maíz, y así lograba mantener a la gente alimentada y trabajando. El maíz lo conseguían de los indios, que a su vez lo cambiaban por arepas, pan y pescado.

Era una economía muy primitiva, pero se movía el comercio, solo que no era suficiente, porque la carne y el maíz escaseaban y cuando estaba escaso se paralizaba el trabajo. La carpintería funcionaba pero no generaba ganancias, lo mismo que la panadería, que su producción se cambiaba por trabajo. Las calles y las casas estaban siendo reconstruidas a cambio de comida. Ya era hora que la economía funcionara de otra forma.

 

 

Cierto día llegaron tres naves españolas que estaban siendo perseguidas por otras tres naves piratas, y decidieron entrar al puerto de Santa Marta. De pronto sonó el cuerno del vigía del veladero. Al escuchar el cuerno, todos los habitantes antiguos de Santa Marta, salieron corriendo a sus casas, a sacar sus pertenencias para salir huyendo a los montes.

José Joaquín que no estaba acostumbrado a esos temas, escuchó el cuerno y veía cómo todos los habitantes comenzaban a correr despavoridos. José Joaquín le pregunto a Luciano, uno de los soldados de la vieja guardia, ¿Qué pasaba? Y le informó que en el extremo de la bahía llamado punta de Betín, se había colocado una torre, que se llamaba el veladero. La vigilancia la hacen dos soldados de la vieja guardia siempre, y nos vamos turnando, esa costumbre se había perdido cuando llegaron ustedes, pero desde hace dos semanas, nosotros los de la vieja guardia, volvimos a retomarla. Cuando vemos un barco sonamos el cuerno una sola vez, y cuando vemos que es un barco enemigo, lo sonamos varias veces. En este caso, al parecer se trata de enemigos.

José Joaquín: Bueno, no está mal el sistema ¿qué tiempo tenemos para prepararnos para la defensa, después de que suena el cuerno?

Luciano: Un poco menos de una hora, para que los barcos estén entrando en la bahía.

José Joaquín: ¿Cómo va la construcción de los fuertes?

Luciano: Aún no hemos terminado, pero se puede decir que ya los podríamos utilizar si fuera necesario, pero los cañones aún no están listos.

En ese momento llegó uno de los vigías del veladero a la playa donde estaba José Joaquín, a dar el reporte, de que se trataba de tres barcos mercantes que venían siendo perseguidos por tres barcos piratas, uno grande y dos medianos.

José Joaquín: Isidoro… llama a Manolo… vamos a salir con el Galeón a dar batalla… reúne toda la tripulación, preparen las zabras también, por ahora la única forma de defensa que tenemos son los barcos. Avísenle a José Antonio, que lo necesito. Avísenle a María, a Victoria y a Ana, que de ser necesario tendrán que irse a esconder en la hacienda de José Antonio. Y que toquen las campanas que aquí se va formar su zafarrancho. Que los hombres civiles se reúnan en la playa y que estén pendientes de la batalla.

 

José Joaquín preparó a toda su tripulación en el Galeón, y las dos zabras le secundaban, pararon en la mitad de la bahía cubriéndose con el morro de la vista de los barcos que iniciaban a ingresar a la bahía samaria.

Así fue que ingresaron los tres barcos mercantes con la bandera española, que al escuchar los cuernos y ver al Galeón San Rafael y las dos zabras con bandera española calmaron un poco sus angustias, y entraron con confianza a la bahía, seguidos de los barcos piratas que venían disparándole con los cañones de proa. El barco, el último de los barcos mercantes que había ingresado a la bahía venía muy lento, y ya estaba al alcance de los cañones piratas que ya comenzaban a acertar disparos en su popa.

Cuando el último barco mercante cruzó la línea del morro y la playa Lipe, José Joaquín dio la orden de atacar, el galeón se colocó de un costado dispuesto a disparar sus 25 cañones de babor en contra del primer barco pirata que se asomó. Lo mismo hicieron las zabras, que tenían cada una en su costado, 12 cañones en sus dos cubiertas.

El primer barco pirata que entró a la bahía recibió la primera andanada de los tres barcos. El barco pirata inmediatamente quedó devastado y se fue a pique. Los otros dos barcos piratas se detuvieron, como estudiando la situación, a ver si entraban o no en la bahía. Los barcos mercantes, que tenían unos seis cañones cada uno, se colocaron también en línea de frente a los barcos piratas dispuestos a retarlos a ingresar a la bahía. Los piratas, en desventaja numérica y sorprendidos, abrieron sus velas y salieron huyendo.

Un VIVA ESPAÑA se escuchó en todos los barcos y en la playa samaria. Los habitantes de Santa Marta, los samarios, quedaron impresionados por la victoria, ya que lo único que habían vivido hasta el momento eran puras derrotas.

Al llegar a tierra, José Antonio, se encontraba en la playa coordinando a la gente, que estaba preparada en los fuertes, y ubicando los cañones en los parapetos. José Joaquín fue recibido con aplausos por los samarios, y los tripulantes de los barcos mercantes, atracaron en el puerto samario y desembarcaron, saludando a la multitud y dándole gracias al nuevo gobernador de Santa Marta por haberlos salvado.

Por su parte, Manolo e Isidoro en las zabras, fueron a playa Lipe, en busca de los náufragos del barco pirata, a los que encontraron unos en el mar flotando en las maderas del barco, y otros ya en la playa, a los que capturaron y llevaron amarrados a la ciudad. Eran 15 piratas en total, y se los llevaron al gobernador de Santa Marta, que dispuso, encerrarlos, y ponerlos a trabajar en las construcciones de la ciudad, so pena de muerte.

Hacía ya más de un año que ningún barco mercante tocaba el puerto samario, pues pasaban de largo para Cartagena, donde el comercio era próspero y la seguridad del puerto era sólida. Santa Marta era muy pobre, y existía la inseguridad de que los barcos piratas atacaran y destruyeran los barcos atracados en el puerto, por falta de soldados que le hicieran frente a los piratas.

Los comerciantes agradecidos, regalaron a la ciudad un barril de pólvora y 20 sacos de maíz. Igualmente, accedieron al comercio samario, donde compraron pescado, carne, pan de maíz y arepas. También intercambiaron alimentos por ropas y enseres. José Antonio, les vendió gallinas, carne, frutas y verduras de su nueva próspera hacienda. Y la panadería de María, les sirvió toda la comida que pudieron, comer en su estancia de tres días. El negocio de la carpintería en cabeza también de José Antonio le hizo la reparación de los barcos, y los trabajos dejaron gratamente sorprendidos a los visitantes, quienes pagaron buenas sumas por las reparaciones. Los comerciantes habían hecho buenos negocios, y prometieron volver y contarle a todos los que se encontraran, que Santa Marta estaba otra vez abierta para hacer comercio.

Los barcos zarparon y a los tres días regresaron de Cartagena, con 9 barcos más, que también se instalaron en el puerto a comprar y vender. Así comenzó a revivir el comercio de la ciudad, y comenzaron a retornar los antiguos habitantes de la ciudad que habían salido huyendo luego de la destrucción causada por el pirata Goodson.

En esos días regresaron diez familias que se habían ido a Cartagena, y ocho familias que se habían ido a Riohacha, y así la ciudad comenzó a repoblarse, con lo que el taller de carpintería se reactivó, con el pago en oro y en perlas que hicieron estas familias, para reconstruir sus casas y sus haciendas.

Entre los que retornaron se encontraban Abelardo Lobo y su hijo del mismo nombre que le decían Abelardito, quienes eran los que administraban el único negocio próspero que tenía Santa Marta antes de la llegada de los Calderón, que era la taberna, que funcionaba también como burdel. Con ellos, llegó nuevamente el ron y las mujeres de la vida alegre. Abelardo Lobo manejaba mucho dinero en sus negocios, además se dedicaba al contrabando de manera secreta, y tenía una guardia privada de diez hombres armados con pistolas, cuchillos y espadas. Dominó al Gobernador anterior, que era un títere de sus fechorías. No pagaba los impuestos, y a toda la población la doblegaba con sus rufianes. La gente le temía, y se pavoneaba por todas las calles de la ciudad como la persona más influyente, así como su hijo. No era una buena persona, y los samarios vivían fastidiados con sus abusos.

El párroco de la catedral, pidió cita con José Joaquín para contarle del problema que significaba que hubiese retornado Abelardo Lobo a Santa Marta. José Joaquín escuchó atentamente, y prometió que estaría muy pendiente de la situación.

En esos días, José Joaquín le hizo una visita a José Antonio en la hacienda.

 

José Joaquín: José Antonio… Qué gusto de verte… ya casi que no nos vemos. ¿Cómo van tus cosas?

José Antonio: Tío muy bien, cada día hay más personas, y las ventas aumentan. Ya dispuse crear un trapiche para hacer azúcar, y ya comencé a cultivar caña de azúcar y maíz.

José Joaquín: ¿Y cómo has hecho eso? ¿cómo has conseguido trabajadores?

José Antonio: Bueno… desde que llegué, del monte salen indios y trabajan a cambio de comida. No trabajan mucho, hay días que no vienen y queda todo paralizado, pero cuando vienen trabajan 2 y 4 horas, y hay veces que tengo 30 o 40 trabajadores, más 5 trabajadores permanentes que tengo, 5 indios que se han quedado a vivir en la hacienda, y me he traído a trabajar a veces a los prisioneros ingleses. Todos me ayudan con el ganado, con los caballos, con las siembras. Al mismo tiempo, estoy pendiente de la carpintería, y bueno, por ahora todo marcha bien.

José Joaquín: Me alegra mucho José Antonio, ya veo cómo has crecido. Ana me ha dicho que viene de vez en cuando, y me cuenta como has logrado muchas cosas.

José Antonio: y te quiero contar algo más… Priscila esta en cinta.

José Joaquín: Qué maravilla, qué felicidad. Muchas felicitaciones de verdad. ¿Ya los Velásquez lo saben?

José Antonio: Si, ya lo saben, ellos nos visitan todos los días.

José Joaquín: Hombre sí José Antonio, reconozco que los tengo bastante descuidados, es que ha habido mucho trabajo, y precisamente, necesito tu ayuda. Ahora que la ciudad ha comenzado a crecer y que se reactivó el comercio marítimo, ya hablé con Antonio Velásquez tu suegro, para que se encargara de entablar comercio con Cartagena, y que regularmente viajara, para traer y llevar mercancía, pero ese es un asunto, que ya está resuelto. Lo que ahora tengo que resolver son varias cosas, la primera, es controlar al dueño de la taberna, el señor Abelardo Lobo, para que deje de amenazar a las personas y obligarlo a pagar impuestos. Lo segundo, tengo que viajar a Riohacha a poner en cintura a los comerciantes de perlas, para que también paguen impuestos. Lo tercero, es que también tengo que controlar a las minas de oro que están por una zona llamada Palomino entre Santa Marta y Riohacha, para organizarlos y para que también paguen impuestos. Con todo eso, voy a requerir a todos los soldados, y tendré que viajar a Riohacha en el Galeón. Por lo cual, la ciudad quedará sin marina, y sin soldados casi por un mes, mientras que yo resuelvo esos asuntos. Necesito que te hagas cargo de la administración de la plaza, pues no confío en mas nadie. Tienes que tener mucho cuidado con Abelardo Lobo y su hijo, de verdad que son un gran problema, y están dispuestos a generarnos un gran dolor de cabeza. Ya he estado preparando una milicia para que funcione mientras que los soldados se ausentan, pero aún no están listos. Voy a necesitar que tú y Manolo los sigan entrenando, igual, te voy a dejar a los soldados de la vieja guardia como apoyo. Pero de verdad José Antonio, necesito que te pongas al frente de los asuntos de esta ciudad, o sino todo lo que hemos construido, se va a venir abajo.

José Antonio: Bueno, cuenta conmigo, pero como sabes, también tengo mucho trabajo en esta hacienda, y por eso te voy a pedir también un favor… y es que me prestes a Victoria, para que venga y administre la hacienda, no hay persona mejor que ella para eso.

José Joaquín: Jajajaja te aseguro que duplica los ingresos en una semana.

 

En esa tarde, José Antonio llegó a la ciudad en caballo, y se dispuso a reunirse con Victoria para que ella se encargara de todos los asuntos de la hacienda. En esos momentos se tropezó con Abelardito.

Abelardito: A ver señor, ¿lo conozco?

José Antonio: Pues no tengo aún el disgusto de conocerlo.

Abelardito: Salió Chistosito el hombre. ¿Quién te ha dado permiso para transitar donde yo estoy?

José Antonio: No necesito tal permiso, y si quiere verificarlo, pregúntele a mi tío el Gobernador. Yo soy José Antonio Calderón, y ¿quién es usted?

Abelardito: Ah usted es el sobrino del Gobernador, ya ese es otro cuento, igual… yo soy Abelardo Lobo, ¿no ha escuchado de mí?

José Antonio: Ah, sí usted debe ser Abelardito… el hijo… me han dicho que es un chiquillo malcriado.

Ahí mismo comenzó la pelea, pero intervinieron los dos rufianes que agarraron a José Antonio, pero varios samarios que vieron el problema comenzaron a gritar que lo dejaran quietos, y otros incluso increparon a los rufianes con palos y piedras, José Antonio aprovecho esos momentos, sacó su honda y arremetió contra los rufianes y contra Abelardito, golpeándolos en el abdomen y luego en la cabeza a cada uno de ellos. En esos momentos llegó una guardia de 5 soldados, que al encontrar armados con cuchillos a los rufianes, se los llevaron apresados junto con su jefe, ante el Gobernador.

Abelardo Lobo llegó ante el Gobernador para hablar con el e interceder por su hijo.

Abelardo: Esto es insólito, mi hijo ha sido apedreado e insultado por su sobrino, y es a él al que ponen preso, esto es un abuso de autoridad.

José Joaquín: Señor Lobo, he sido bien informado que los empleados de su hijo estaban armados y que de no ser por la gente, quién sabe que hubiesen hecho. Señor Lobo, el tiempo que usted y sus empleados amenazaban y atacaban a la gente, se acabó. Desde hoy, cada vez que encuentre que alguno de sus empleados agreda a alguien o amenace a alguien, los encerraré, y a usted, le impondré una multa de 1 ducado, por cada persona que encierre. ¿Está claro?

Abelardo: Esto es inaudito, me quejaré con el Virrey o con el Rey si es el caso.

José Joaquín: Quéjese con quien quiera, pero usted aquí no va a generar terror en la población… aquí la autoridad soy yo. Y como me está amenazando, soldados, llévense al señor Lobo preso, estará arrestado por tres días, más una multa de tres ducados. Ah y señor Lobo, le recuerdo que tiene que pagar sus impuestos el mes que viene, de lo contrario tendré que cerrar la taberna hasta que los pague.

Abelardo: se va a arrepentir… usted no sabe quién soy yo.

 

El señor Lobo, había llevado a dos rufianes, quiénes trataron de poner resistencia, pero los soldados, los sometieron, y también los metieron al calabozo.

 

Ya se había desatado la rivalidad entre los Lobo y los Calderón.

 

José Antonio: Tío que creo que te has excedido.

José Joaquín: José Antonio… este tipo es una ladilla, era hoy o mañana, pero tenía que ponerlo preso… no sabes los estragos que ha hecho desde que llegó. Amenazó a los pescadores para que no le vendieran pescado a ciertas personas, entre ellos a María, ha amenazado a los indios para que le vendieran todo el maíz, y en las noches ha estado contrabandeando ron con barcos ingleses en la bahía de Gaira y Taganga. Estoy hasta la coronilla con ese tío, que ha llegado y ha armado todo un desorden en la ciudad. Por eso te digo, abre bien los ojos, y si lo puedes mantener encerrado en la cárcel por todo el tiempo que yo esté afuera, será lo mejor.

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