domingo, 17 de noviembre de 2024

Quien corrige también ama


Es sin duda una de las funciones más difíciles en la vida, y es corregir a un ser querido, decirle que está equivocado, que no haga tal o cuál cosas, que no diga o que diga tal otra.

No siempre podemos decirle que si a un ser querido, y tampoco podemos aplaudirle todo lo que haga, cuando es evidente que está equivocado o que no debería actuar o decir algo. Eso es hacerle un daño, y es no solo ver cómo se estrella contra un callejón sin salida, sino hundirle el  acelerador para que se estrelle más rápido y más duro.

En últimas, cada persona tiene libertad de tomar sus propias decisiones y por lo tanto, de asumir la responsabilidad de esa libertad. Anular esa libertad, no nos compete.

Corregir para mejorar y enseñar una opción mejor, no suele ser una tarea fácil, pero hay que cumplirla, se hace como padre, como maestro y como jefe en el trabajo. En estos casos la jerarquía, la posición dominante y la figura de la autoridad ayuda mucho, pero cuando se trata de hijos que ya han crecido, de hijos a padres, de parejas y de amigos, los intentos de corrección, terminan en trifulcas.

Discutir muchas veces empeora las cosas, y aceptar o ceder ante un error, es ser cómplice del mismo. En muchas ocasiones se debe decir lo que se piensa y dejar que la otra persona tome su decisión y que asuma las consecuencias de la misma. A veces, no son los argumentos los que pesan, sino el tiempo, las circunstancias y los resultados.


Los Gámez Del Valle

 Los Gámez Del Valle.


Eran cinco hermanos, hijos de Luis Gámez y Dionisia Del Valle, de acuerdo con el orden de nacimiento eran Ligia, Ruth Catalina, Luis José, Rafael Gregorio y Eduardo.

Buenos conversadores, educados, con una cultura enorme, y muy graciosos.

Ligia la mayor, inteligente, con una memoria increíble, una conversación culta, y nutrida de cuentos y anécdotas, no se cansaba uno de escucharla.

Ruth mi abuela, cuenta la leyenda (porque no tuve la oportunidad de conocerla) que era también una gran conversadora, era la consejera de sus sobrinas, muy querida por sus hijos, sobrinas, conocía a cada cual, y trataba a todos y todas de acuerdo como eran. Un abanico de mano, una mesedora y una buena conversación.

Luis José, médico educado, le sacaba un apunte a todo, era un gran maestro del doble sentido, y siempre tenía una risa burlona debajo del brazo, que encantaba y hacia reír a todos a su alrededor.

Rafael, el aventurero, el tío chevere de todos sus sobrinos, alcahueta de travesuras, el que armaba paseos que todos tienen aún en su memoria con gratitud y alegría.

Eduardo, médico y cura, también un gran conversador, con una inteligencia y unas anécdotas que combinaban su profesión, su trayectoria académica y religiosa. Gran orador en el púlpito y muy sentido en sus discursos.

Ya todos se fueron, pero dejaron una huella en todos sus descendientes, ya hacen parte de nuestra historia, y vivirán por siempre en nuestros corazones y recuerdos, por nuestras venas sigue corriendo parte de ustedes, y desde donde estén sigan protegiendo y guiando a su prole. Gracias a todos.


El exceso de empatia