LAS CARRERAS DE UN PARTO
EL NACIMIENTO DE CRISTINA
Por otra parte Don Francisco sacó a relucir su talento
como “cuentero”, e hizo reír por varias horas a todos los presentes. Don
Francisco usaba una técnica fono- mímica, para referir sus chistes, no olvidaba
ningún detalle de los personajes a los cuales imitaba, e incluso hasta la voz
la hacía perfecta. Contaba tantas anécdotas, una de ellas fue cuando Doña Sofía
fue a dar a luz a Cristina. Estaban los dos sentados en la terraza, un Domingo,
habían llegado de misa, cuando comenzaron los dolores de parto de Doña Sofía,
Don Francisco tenía en sus brazos a Leonardo, que estaba a punto de cumplir un
año, pero aún no caminaba ni sabía hablar. Cuando su mujer comenzó a dar voces
de: “Hay viene, Hay viene... ya se vino”. Don Francisco estaba tan nervioso que
no sabía como reaccionar, -ya que cuando a su esposa le entraron los
dolores de parto en el primer hijo, ya se encontraba en el hospital- no sabía
ni que hacer, solo decía: “Aguanta, aguanta... Respira profundo”, y de ninguna
manera soltaba al niño. Mientras tanto pasaba un vecino por ahí. Cuando lo vio,
Don Francisco corrió a él y le dijo: - “Vecino, por favor, ayúdeme. Necesito
conseguir rápido un bebe, que mi esposa va tener un carro”. El vecino tuvo que
esforzarse bastante para interpretar el mensaje de Don Francisco, duró un buen
tiempo meditando, diciendo para sí mismo: “¿Que me habrá querido decir?”. Luego cayó en cuenta y le dijo que
enseguida le conseguía un transporte. Mientras tanto Don Francisco, entró a la
casa para recoger las llaves y la billetera. Lo curioso es que entró con el
niño entre sus brazos y salió sin él. Cuando salió, ya el vecino esta ayudando
a Doña Sofía a subir en un coche para llevarla al hospital. Durante el camino
los dolores del parto se hacían más fuertes, y Don Francisco como buen esposo
le brindó la mano a su mujer en gesto de apoyo. Del dolor, Doña Sofía le
estrangulaba los dedos a Don Francisco, y así pasaron todo el viaje hacía el
hospital, la una gritando por los dolores del parto, y el otro gritando porque
le soltara la mano. Al llegar al hospital, Doña Sofía fue atendida de
inmediato. Pasaron quince minutos, hasta que se oyó un llanto en la sala de
parto. Era Cristina que había nacido. La felicidad de los padres era grande. Pero
de pronto surgió una pregunta al instante: “¿Donde quedó el otro hijo?” Don Francisco le respondió a Doña Sofía que se
lo había encargado a una vecina, para tranquilizar a su esposa. Pero el cuento
es que él no sabía exactamente que había hecho con su hijo. Preocupado y casi
blanco como un papel, regresó a su casa como un rayo, a ver donde había dejado
a su hijo. Buscó en toda la casa y nada, le preguntó a las vecinas, y no logró
nada, porque ni siquiera ellas sabían que Doña Sofía había dado a luz. Pasaron
horas y horas, y Don Francisco seguía buscando a Leonardo hasta que se dio por
vencido. En esos momentos se sentó en una silla de la sala a llorar. De pronto
se abrió la puerta de la casa, era Doña Sofía que se vino desesperada del
hospital y le preguntó a su marido donde estaba su hijo, que las vecinas habían
ido a visitarla y le habían dicho que Don Francisco andaba buscando a su hijo
desesperadamente, y no lo encontraba todavía. Don Francisco le respondió que no
sabía que había pasado, que no sabía donde estaba su hijo. El desespero invadió
a Doña Sofía. De pronto se oyó un llanto, los padres abrieron los oídos,
reconociendo el llanto de su hijo. Buscaron el origen del llanto, que era el
bifé de la entrada, abrieron la gaveta y ahí se encontraba Leonardo, que
después de cuatro horas se dispuso a llorar, dentro de la gaveta de donde su
padre tomó las llaves de la casa y lo dejó a él en lugar de aquellas.
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EL NACIMIENTO DE MARCO
Más pronto de lo esperado llegó el noveno
mes de embarazo, y con él las falsas alarmas estaban a la orden del día. El
estrés se convirtió en la compañía fiel de la casa Calderón. Los dolores de
parto de Cristina, le venían y se le iban como llega el día y la noche. Eso
parecía el cuento del pastorcito mentiroso porque a todos los miembros de
la familia les tocó por lo menos una vez en turno, llevar a Cristina al
hospital, llamar a todos los miembros de la familia -que se encontraran en la
calle-, para luego desilusionarse con una falsa alarma. “Definitivamente, no
hay peor cosa que ser primeriza”, -le decían los médicos a Cristina. Cuando
llegaba el resto de la familia toda azorada al hospital, y se encontraban con
la fría noticia que todavía no era hora -falsa alarma-. La cuestión ocurrió
cuatro veces, pero como “la quinta era la vencida” o mejor dicho “No hay quinto
malo”, ocurrió lo que todos estaban cansados de esperar. Ese día estaban
almorzando todos los miembros de la familia, Cristina comenzó a sentir un leve
malestar y no pensó que era grave, por tanto no le manifestó a nadie hasta no
estar segura. Era quincena y Don Francisco partió temprano en compañía de su
mujer al banco a cobrar su pensión. Joaquín se quedó un buen rato hablando con
su padre y su mujer hasta que llegó el momento de irse al consultorio. Y
preciso ese día le tocó el turno de quedarse con su nuera a Don Rodrigo, quien
no fue al trabajo por hacer el turno de cuidar a su nuera. Cristina se atrevió
a manifestarle el malestar a Joaquín antes de que éste se fuera, pero éste no
hizo caso al temor de su esposa. Los malestares aumentaban poco a poco, y
Cristina seguía aguantando para no salir con otra falsa alarma. Don Rodrigo se
encontraba leyendo en su cuarto de estudio cuando oyó un grito. En primera
instancia no le prestó atención. Luego cuando escuchó el segundo grito cayó en
cuenta de la situación y corrió como loco por toda la casa buscando a su nuera.
La encontró en el cuarto de Don Francisco y de Doña Sofía, sentada en el suelo
con un charco de agua a su alrededor. Don Rodrigo quedo estupefacto, no sabía
que hacer, y de los nervios no podía reaccionar. Cristina daba gritos de dolor.
Poco a poco Don Rodrigo fue saliendo de ese letargo, que lo caracterizaba al no
poder reaccionar ante una situación imprevista. Llamó a una de sus sirvientas
le dijo que le consiguiera un taxi, mientras él buscaba la forma con otra
sirvienta de bajar a Cristina al primer piso. Don Rodrigo sacó toda su fuerza y
logró bajar a Cristina al primer piso, y de la misma forma la subió en el taxi.
Ya iban rumbo al hospital y la situación se volvía más trágica, Cristina ya no
daba gritos, sino alaridos, Don Rodrigo temblaba de los nervios, el taxista,
estuvo a punto de chocarse en dos ocasiones, conducía como loco, no hacía las
escuadras, y casi que atropella a un policía. Esto hizo que Don Rodrigo
perdiera más el control, al ver que no llegarían ni siquiera al hospital, si
ese hombre seguía conduciendo de esa manera. Don Rodrigo tuvo que dividirse en
dos, una parte gritándole al taxista, y la otra parte calmando a su nuera. De
los nervios el taxista se metió en contravía, en la avenida Petersburgo, la
gente le gritaba de todo al conductor, que más que un conductor era un desorden
en la vía pública. Gracias a Dios el tipo era muy diestro en el volante, y
esquivó a todos los carros que le venían para encima –ya que iba en el carril
contrario-. En estos momentos Don Rodrigo yacía abrasando a su nuera y con los
ojos bien cerrados. Cristina aumentaba la intensidad de los alaridos, con ese
problema de tráfico. Pronto los dos pasajeros que iban con los ojos bien
cerrados, sintieron que el carro se detuvo, abrieron los ojos y se encontraron
con el hospital enfrente. Don Rodrigo se apresuró a sacar a su nuera del
automovil, el taxista les abrió la puerta del carro, diciéndole a Don Rodrigo
–Ve señor le dije que lo traería justo a tiempo. Don Rodrigo no aguantó su ira
y le metió al muchacho un ‘gancho’ de zurda –Pambelé le hubiese
quedado chiquito-, que envió al muchacho de espaldas directo al suelo, -“Casi
nos matas ¡Tarado!,
eres un irresponsable” –Le dijo Don Rodrigo al taxista, que todavía no habría
los ojos del coñazo-. Ya habiendo entrado al hospital, Don Rodrigo pidió ayuda
en la recepción. La enfermera le dijo: -“Sientese ahí, y espere su turno”. Esa
dichosa frase de la enfermera hizo que toda la persona de Don Rodrigo hirviera
en furia, diciéndole: -“Cómo pretende usted que espere cuando mi nuera va a dar
a luz”. De pronto se le acercó a Don Rodrigo un enfermero -de dudosa hombría, o
del llamado sexo no definido-. Y le dijo: -“¡Hay señor!, tranquilícese ya nosotros estamos
acostumbrados a tratar con estas pacientes que vienen de emergencia y aún no
les toca la hora”. El amaneramiento excesivo de este personaje, hizo enfurecer
mucho más a Don Rodrigo quien la emprendió a insultos con el ‘enfermero’
diciéndole:
-“Bueno, ¿Y a usted quién le ha preguntado, ‘pajaro
raro’?”
El enfermero respondió: - “Hay no, ¡Que viejo tan grosero!, parece que no le
enseñaron modales en su casa.”
Esta nueva adversidad irritó más a Don
Rodrigo quien le contestó al enfermero: -“Me tiene sin cuidado lo que usted
piense ‘Flor de loto’, remiendo de hombre” Y al instante soltó un nuevo
derechazo a la quijada del curioso personaje, que fue a parar al
mostrador, y luego cayó al piso inconsciente. Don Rodrigo volvió a insistir con
la enfermera, quién le dio un formulario para que lo llenara y registrara a la
paciente pero Don Rodrigo se irritó más y le gritó: -“¿Como es posible que
traiga uno a una mujer que a roto fuentes y que está a punto de dar a luz, y en
vez de atenderla de inmediato lo pongan a uno a firmar papeles?”. La enfermera quien lució atemorizada
esta vez por la ‘calentura’ de Don Rodrigo, enseguida llamó a un doctor para
que atendiera a Cristina por el momento. La clínica en ese instante era un
despelote, se llevaron a Cristina a la sala de parto, mientras en la recepción
el enfermero con la ceja partida del golpe con el mostrador lanzaba insultos
contra Don Rodrigo, mientras que otros enfermeros, y enfermeras trataban de
contenerlo, para que no lastimara a Don Rodrigo, quién hizo caso omiso de lo
que le decía el enfermero ‘polillón’. La preocupación agobiaba a Don Rodrigo y
no lo dejaba pensar, ni siquiera se le pasó por la mente avisarle a su hijo de
que su mujer estaba dando a luz. Gracias a Dios que Don Francisco y Doña Sofía,
al no encontrar a nadie en casa, supieron de antemano la posibilidad de que su
hija estuviera en el hospital, de todas maneras sus sospechas fueron
confirmadas por las sirvientas, quienes los pusieron al tanto de la situación.
Enseguida la pareja se dirigió al hospital, donde encontraron a Don Rodrigo
sentado en la sala de espera, también encontraron al enfermero todavía dando
gritos, lo cual puso a la pareja recién llegada a la ‘zona roja’ más nerviosa,
también se encontraron con el taxista en la entrada, que daba testimonio de
cómo un viejo le había pegado, y después entró al hospital sin haberle pagado.
Don Francisco hizo caer en la cuenta a Don Rodrigo de la necesidad de
avisarle a Joaquín. Don Rodrigo decidió llamarlo desde una cabina telefónica del
hospital.
Al recibir la llamada con la respectiva
información por parte de su padre, Joaquín se dirigió al hospital de inmediato.
Al llegar encontró toda una atmósfera de tensión entre los que allí se
encontraban, porque ya hacía rato que Cristina se encontraba en la sala de
parto, y todavía no se conocía noticia de ella. Hacía calor en la sala de
espera la cual se encontraba en el primer piso y en una zona poco ventilada del
hospital, mas los nervios hacían que los cuatro parecieran estar en un baño
sauna. Don Rodrigo con su eterna “guayabera” blanca (ya transparente del sudor)
yacía en un sofá del corredor, pasándose por la frente su pañuelo que estilaba
el sudor frío de los nervios. Don Francisco por su parte, parecía un caballo
cochero de lo emparamado, su esperanza de ventilación se basaba en un
periódico que encontró en la mesa de centro de la sala de espera, y con este
combatía el vapor que lo martirizaba. Doña Sofía lucía desgreñada, pero en
mejor estado del que se encontraban su esposo y Don Rodrigo, ya que estaba bien
equipada con un abanico español de mano, la cara de preocupación le hacía dar
un aire de mártir o por lo menos de una persona trasnochada. Joaquín que llegó
exaltado al hospital, comenzó a sudar al poco tiempo de haber llegado, se
limpiaba el sudor de la frente con su dedo pulgar y le hacía bromas a los
presentes sobre el calor que hacía en ese lugar. Junto a ellos se encontraban
dos señoras y un señor que no escapaban a la inclemencia del calor y que lucían
casi que deshidratados. Joaquín seguía bromeando de los nervios: -“¡Que Calor! Está como para tomarse un plato
de sopa bien caliente” -Decía él, como una antítesis-. La gente se lo quedaba
mirando con cierta antipatía.
Ya iban dos horas, y nada. De pronto se
abrió la puerta de la sala y salió el doctor para informarles a la otra familia
que la niña se salvó, ya el problema de la apendicitis fue solucionada. Joaquín
se acercó al médico y le preguntó que como estaba su mujer, que estaba dando a
luz. El médico se sonrió, y le dijo que la sala de parto esta en el segundo
piso, y que había sido trasladada recientemente, por lo cual todavía se
encontraba el aviso en el lumbral de la puerta que decía “Sala De Parto”, pero
que éste ahora era la sala de cirugía. Todos lucieron confundidos, preguntándose
donde podía estar Cristina, que había pasado durante todo ese tiempo en que
estuvieron esperando ser cocinados por el calor en esa sala de espera
equivocada. Todo esto pasó porque Don Rodrigo con sus disputas con el enfermero
y con la enfermera de la recepción, no se dio cuenta para donde se llevaban a
Cristina. En seguida se pusieron en marcha todos para averiguar donde se
encontraba Cristina, o por lo menos la verdadera sala de parto. En pocos
minutos fueron informados sobre la sala de parto y ahí preguntaron, que si allí
se encontraba una mujer de cabello rubio, que llegó al hospital hace dos horas
para dar a luz. La enfermera dijo que ya se le había atendido, y que tanto el
niño como la madre se encontraban bien. Ahora el problema era para localizar en
que habitación se encontraban los dos. Y buscando y buscando dieron con
Cristina que estaba dando de mamar a su bebe. Al reencontrarse toda la familia
en la habitación se armó la fiesta por la llegada del nuevo miembro de la
familia. Primero lo cargó Joaquín, quien lucía tan sorprendido y a la vez tan
feliz de sentir esa nueva sensación de ser padre. Luego se lo pasó a Doña Sofía
quien se sentó en un mueble que había en la habitación, y comenzó a hacerle
caricias al bebe. El abuelo Francisco se sentó al lado de su esposa y contempló
con ternura a su nuevo y primer nieto. Y por último Don Rodrigo que se lo quitó
de los brazos a Doña Sofía y lo alzó, extendiendo sus brazos hacia adelante
quedando cara a cara con su nieto. En ese momento la Criatura abrió por segunda
vez los ojos, y le dio un vistazo a su abuelo. En ese instante Don Rodrigo
reconoció en la figura de los ojos de su nieto la fiel copia de su mirada, el
rasgo más significativo entre la familia Calderón y que al parecer había
desaparecido durante una generación completa.
(...)
Apartes de la novela:
(...)
Apartes de la novela:
LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.
CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
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