lunes, 13 de julio de 2020

LAS CARRERAS DE UN PARTO


LAS CARRERAS DE UN PARTO

EL NACIMIENTO DE CRISTINA

Por otra parte Don Francisco sacó a relucir su talento como “cuentero”, e hizo reír por varias horas a todos los presentes. Don Francisco usaba una técnica fono- mímica, para referir sus chistes, no olvidaba ningún detalle de los personajes a los cuales imitaba, e incluso hasta la voz la hacía perfecta. Contaba tantas anécdotas, una de ellas fue cuando Doña Sofía fue a dar a luz a Cristina. Estaban los dos sentados en la terraza, un Domingo, habían llegado de misa, cuando comenzaron los dolores de parto de Doña Sofía, Don Francisco tenía en sus brazos a Leonardo, que estaba a punto de cumplir un año, pero aún no caminaba ni sabía hablar. Cuando su mujer comenzó a dar voces de: “Hay viene, Hay viene... ya se vino”. Don Francisco estaba tan nervioso que no sabía como reaccionar, -ya que  cuando a su esposa le entraron los dolores de parto en el primer hijo, ya se encontraba en el hospital- no sabía ni que hacer, solo decía: “Aguanta, aguanta... Respira profundo”, y de ninguna manera soltaba al niño. Mientras tanto pasaba un vecino por ahí. Cuando lo vio, Don Francisco corrió a él y le dijo: - “Vecino, por favor, ayúdeme. Necesito conseguir rápido un bebe, que mi esposa va tener un carro”. El vecino tuvo que esforzarse bastante para interpretar el mensaje de Don Francisco, duró un buen tiempo meditando, diciendo para sí mismo: “¿Que me habrá querido decir?”. Luego cayó en cuenta y le dijo que enseguida le conseguía un transporte. Mientras tanto Don Francisco, entró a la casa para recoger las llaves y la billetera. Lo curioso es que entró con el niño entre sus brazos y salió sin él. Cuando salió, ya el vecino esta ayudando a Doña Sofía a subir en un coche para llevarla al hospital. Durante el camino los dolores del parto se hacían más fuertes, y Don Francisco como buen esposo le brindó la mano a su mujer en gesto de apoyo. Del dolor, Doña Sofía le estrangulaba los dedos a Don Francisco, y así pasaron todo el viaje hacía el hospital, la una gritando por los dolores del parto, y el otro gritando porque le soltara la mano. Al llegar al hospital, Doña Sofía fue atendida de inmediato. Pasaron quince minutos, hasta que se oyó un llanto en la sala de parto. Era Cristina que había nacido. La felicidad de los padres era grande. Pero de pronto surgió una pregunta al instante: “¿Donde quedó el otro hijo?” Don Francisco le respondió a Doña Sofía que se lo había encargado a una vecina, para tranquilizar a su esposa. Pero el cuento es que él no sabía exactamente que había hecho con su hijo. Preocupado y casi blanco como un papel, regresó a su casa como un rayo, a ver donde había dejado a su hijo. Buscó en toda la casa y nada, le preguntó a las vecinas, y no logró nada, porque ni siquiera ellas sabían que Doña Sofía había dado a luz. Pasaron horas y horas, y Don Francisco seguía buscando a Leonardo hasta que se dio por vencido. En esos momentos se sentó en una silla de la sala a llorar. De pronto se abrió la puerta de la casa, era Doña Sofía que se vino desesperada del hospital y le preguntó a su marido donde estaba su hijo, que las vecinas habían ido a visitarla y le habían dicho que Don Francisco andaba buscando a su hijo desesperadamente, y no lo encontraba todavía. Don Francisco le respondió que no sabía que había pasado, que no sabía donde estaba su hijo. El desespero invadió a Doña Sofía. De pronto se oyó un llanto, los padres abrieron los oídos, reconociendo el llanto de su hijo. Buscaron el origen del llanto, que era el bifé de la entrada, abrieron la gaveta y ahí se encontraba Leonardo, que después de cuatro horas se dispuso a llorar, dentro de la gaveta de donde su padre tomó las llaves de la casa y lo dejó a él en lugar de aquellas.




************


EL NACIMIENTO DE MARCO


Más pronto de lo esperado llegó el noveno mes de embarazo, y con él las falsas alarmas estaban a la orden del día. El estrés se convirtió en la compañía fiel de la casa Calderón. Los dolores de parto de Cristina, le venían y se le iban como llega el día y la noche. Eso parecía el cuento del pastorcito mentiroso porque a todos  los miembros de la familia les tocó por lo menos una vez en turno, llevar a Cristina al hospital, llamar a todos los miembros de la familia -que se encontraran en la calle-, para luego desilusionarse con una falsa alarma. “Definitivamente, no hay peor cosa que ser primeriza”, -le decían los médicos a Cristina. Cuando llegaba el resto de la familia toda azorada al hospital, y se encontraban con la fría noticia que todavía no era hora -falsa alarma-. La cuestión ocurrió cuatro veces, pero como “la quinta era la vencida” o mejor dicho “No hay quinto malo”, ocurrió lo que todos estaban cansados de esperar. Ese día estaban almorzando todos los miembros de la familia, Cristina comenzó a sentir un leve malestar y no pensó que era grave, por tanto no le manifestó a nadie hasta no estar segura. Era quincena y Don Francisco partió temprano en compañía de su mujer al banco a cobrar su pensión. Joaquín se quedó un buen rato hablando con su padre y su mujer hasta que llegó el momento de irse al consultorio. Y preciso ese día le tocó el turno de quedarse con su nuera a Don Rodrigo, quien no fue al trabajo por hacer el turno de cuidar a su nuera. Cristina se atrevió a manifestarle el malestar a Joaquín antes de que éste se fuera, pero éste no hizo caso al temor de su esposa. Los malestares aumentaban poco a poco, y Cristina seguía aguantando para no salir con otra falsa alarma. Don Rodrigo se encontraba leyendo en su cuarto de estudio cuando oyó un grito. En primera instancia no le prestó atención. Luego cuando escuchó el segundo grito cayó en cuenta de la situación y corrió como loco por toda la casa buscando a su nuera. La encontró en el cuarto de Don Francisco y de Doña Sofía, sentada en el suelo con un charco de agua a su alrededor. Don Rodrigo quedo estupefacto, no sabía que hacer, y de los nervios no podía reaccionar. Cristina daba gritos de dolor. Poco a poco Don Rodrigo fue saliendo de ese letargo, que lo caracterizaba al no poder reaccionar ante una situación imprevista. Llamó a una de sus sirvientas le dijo que le consiguiera un taxi, mientras él buscaba la forma con otra sirvienta de bajar a Cristina al primer piso. Don Rodrigo sacó toda su fuerza y logró bajar a Cristina al primer piso, y de la misma forma la subió en el taxi. Ya iban rumbo al hospital y la situación se volvía más trágica, Cristina ya no daba gritos, sino alaridos, Don Rodrigo temblaba de los nervios, el taxista, estuvo a punto de chocarse en dos ocasiones, conducía como loco, no hacía las escuadras, y casi que atropella a un policía. Esto hizo que Don Rodrigo perdiera más el control, al ver que no llegarían ni siquiera al hospital, si ese hombre seguía conduciendo de esa manera. Don Rodrigo tuvo que dividirse en dos, una parte gritándole al taxista, y la otra parte calmando a su nuera. De los nervios el taxista se metió en contravía, en la avenida Petersburgo, la gente le gritaba de todo al conductor, que más que un conductor era un desorden en la vía pública. Gracias a Dios el tipo era muy diestro en el volante, y esquivó a todos los carros que le venían para encima –ya que iba en el carril contrario-. En estos momentos Don Rodrigo yacía abrasando a su nuera y con los ojos bien cerrados. Cristina aumentaba la intensidad de los alaridos, con ese problema de tráfico. Pronto los dos pasajeros que iban con los ojos bien cerrados, sintieron que el carro se detuvo, abrieron los ojos y se encontraron con el hospital enfrente. Don Rodrigo se apresuró a sacar a su nuera del automovil, el taxista les abrió la puerta del carro, diciéndole a Don Rodrigo –Ve señor le dije que lo traería justo a tiempo. Don Rodrigo no aguantó su ira y le metió al muchacho un ‘gancho’ de zurda –Pambelé le hubiese quedado chiquito-, que envió al muchacho de espaldas directo al suelo, -“Casi nos matas ¡Tarado!, eres un irresponsable” –Le dijo Don Rodrigo al taxista, que todavía no habría los ojos del coñazo-. Ya habiendo entrado al hospital, Don Rodrigo pidió ayuda en la recepción. La enfermera le dijo: -“Sientese ahí, y espere su turno”. Esa dichosa frase de la enfermera hizo que toda la persona de Don Rodrigo hirviera en furia, diciéndole: -“Cómo pretende usted que espere cuando mi nuera va a dar a luz”. De pronto se le acercó a Don Rodrigo un enfermero -de dudosa hombría, o del llamado sexo no definido-. Y le dijo: -“¡Hay señor!, tranquilícese ya nosotros estamos acostumbrados a tratar con estas pacientes que vienen de emergencia y aún no les toca la hora”. El amaneramiento excesivo de este personaje, hizo enfurecer mucho más a Don Rodrigo quien la emprendió a insultos con el ‘enfermero’ diciéndole:


-“Bueno,  ¿Y a usted quién le ha preguntado, ‘pajaro raro’?”


El enfermero respondió: - “Hay no, ¡Que viejo tan grosero!, parece que no le enseñaron modales en su casa.”


Esta nueva adversidad irritó más a Don Rodrigo quien le contestó al enfermero: -“Me tiene sin cuidado lo que usted piense ‘Flor de loto’, remiendo de hombre” Y al instante soltó un nuevo derechazo a la quijada del curioso personaje, que fue a parar  al mostrador, y luego cayó al piso inconsciente. Don Rodrigo volvió a insistir con la enfermera, quién le dio un formulario para que lo llenara y registrara a la paciente pero Don Rodrigo se irritó más y le gritó: -“¿Como es posible que traiga uno a una mujer que a roto fuentes y que está a punto de dar a luz, y en vez de atenderla de inmediato lo pongan a uno a firmar papeles?”. La  enfermera quien lució atemorizada esta vez por la ‘calentura’ de Don Rodrigo, enseguida llamó a un doctor para que atendiera a Cristina por el momento. La clínica en ese instante era un despelote, se llevaron a Cristina a la sala de parto, mientras en la recepción el enfermero con la ceja partida del golpe con el mostrador lanzaba insultos contra Don Rodrigo, mientras que otros enfermeros, y enfermeras trataban de contenerlo, para que no lastimara a Don Rodrigo, quién hizo caso omiso de lo que le decía el enfermero ‘polillón’. La preocupación agobiaba a Don Rodrigo y no lo dejaba pensar, ni siquiera se le pasó por la mente avisarle a su hijo de que su mujer estaba dando a luz. Gracias a Dios que Don Francisco y Doña Sofía, al no encontrar a nadie en casa, supieron de antemano la posibilidad de que su hija estuviera en el hospital, de todas maneras sus sospechas fueron confirmadas por las sirvientas, quienes los pusieron al tanto de la situación. Enseguida la pareja se dirigió al hospital, donde encontraron a Don Rodrigo sentado en la sala de espera, también encontraron al enfermero todavía dando gritos, lo cual puso a la pareja recién llegada a la ‘zona roja’ más nerviosa, también se encontraron con el taxista en la entrada, que daba testimonio de cómo un viejo le había pegado, y después entró al hospital sin haberle pagado. Don Francisco hizo caer en la cuenta a Don Rodrigo de la necesidad de  avisarle a Joaquín. Don Rodrigo decidió llamarlo desde una cabina telefónica del hospital.

Al recibir la llamada con la respectiva información por parte de su padre, Joaquín se dirigió al hospital de inmediato. Al llegar encontró toda una atmósfera de tensión entre los que allí se encontraban, porque ya hacía rato que Cristina se encontraba en la sala de parto, y todavía no se conocía noticia de ella. Hacía calor en la sala de espera la cual se encontraba en el primer piso y en una zona poco ventilada del hospital, mas los nervios hacían que los cuatro parecieran estar en un baño sauna. Don Rodrigo con su eterna “guayabera” blanca (ya transparente del sudor) yacía en un sofá del corredor, pasándose por la frente su pañuelo que estilaba el sudor frío de los nervios. Don Francisco por su parte, parecía un caballo cochero de lo emparamado, su esperanza de ventilación se basaba en un periódico que encontró en la mesa de centro de la sala de espera, y con este combatía el vapor que lo martirizaba. Doña Sofía lucía desgreñada, pero en mejor estado del que se encontraban su esposo y Don Rodrigo, ya que estaba bien equipada con un abanico español de mano, la cara de preocupación le hacía dar un aire de mártir o por lo menos de una persona trasnochada. Joaquín que llegó exaltado al hospital, comenzó a sudar al poco tiempo de haber llegado, se limpiaba el sudor de la frente con su dedo pulgar y le hacía bromas a los presentes sobre el calor que hacía en ese lugar. Junto a ellos se encontraban dos señoras y un señor que no escapaban a la inclemencia del calor y que lucían casi que deshidratados. Joaquín seguía bromeando de los nervios: -“¡Que Calor! Está como para tomarse un plato de sopa bien caliente” -Decía él, como una antítesis-. La gente se lo quedaba mirando con cierta antipatía.

Ya iban dos horas, y nada. De pronto se abrió la puerta de la sala y salió el doctor para informarles a la otra familia que la niña se salvó, ya el problema de la apendicitis fue solucionada. Joaquín se acercó al médico y le preguntó que como estaba su mujer, que estaba dando a luz. El médico se sonrió, y le dijo que la sala de parto esta en el segundo piso, y que había sido trasladada recientemente, por lo cual todavía se encontraba el aviso en el lumbral de la puerta que decía “Sala De Parto”, pero que éste ahora era la sala de cirugía. Todos lucieron confundidos, preguntándose donde podía estar Cristina, que había pasado durante todo ese tiempo en que estuvieron esperando ser cocinados por el calor en esa sala de espera equivocada. Todo esto pasó porque Don Rodrigo con sus disputas con el enfermero y con la enfermera de la recepción, no se dio cuenta para donde se llevaban a Cristina. En seguida se pusieron en marcha todos para averiguar donde se encontraba Cristina, o por lo menos la verdadera sala de parto. En pocos minutos fueron informados sobre la sala de parto y ahí preguntaron, que si allí se encontraba una mujer de cabello rubio, que llegó al hospital hace dos horas para dar a luz. La enfermera dijo que ya se le había atendido, y que tanto el niño como la madre se encontraban bien. Ahora el problema era para localizar en que habitación se encontraban los dos. Y buscando y buscando dieron con Cristina que estaba dando de mamar a su bebe. Al reencontrarse toda la familia en la habitación se armó la fiesta por la llegada del nuevo miembro de la familia. Primero lo cargó Joaquín, quien lucía tan sorprendido y a la vez tan feliz de sentir esa nueva sensación de ser padre. Luego se lo pasó a Doña Sofía quien se sentó en un mueble que había en la habitación, y comenzó a hacerle caricias al bebe. El abuelo Francisco se sentó al lado de su esposa y contempló con ternura a su nuevo y primer nieto. Y por último Don Rodrigo que se lo quitó de los brazos a Doña Sofía y lo alzó, extendiendo sus brazos hacia adelante quedando cara a cara con su nieto. En ese momento la Criatura abrió por segunda vez los ojos, y le dio un vistazo a su abuelo. En ese instante Don Rodrigo reconoció en la figura de los ojos de su nieto la fiel copia de su mirada, el rasgo más significativo entre la familia Calderón y que al parecer había desaparecido durante una generación completa.

(...) 

Apartes de la novela:



LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.

CAPITULO I

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Formas de agredir en un noviasgo