DON RODRIGO ENFRENTA A LA MUERTE EN SUS SUEÑOS
EL PREAMBULO
En estos tiempos ya Don Rodrigo no salía mucho de su cuarto, hasta la comida se la llevaban a la cama, su estado de ánimo había decaído y cada día se sentía más débil, pero siempre sacaba fuerzas para atender a los que entraban a su alcoba, e incluso en una ocasión en la que Marco entró, diciéndole: - ¡Abuelito! ¿Quieres jugar conmigo?, Hoy no vino Guillermo, y nadie ha querido jugar conmigo. Además hace mucho tiempo que no jugamos juntos. La ternura invadió a Don Rodrigo, y por eso sacó fuerzas de donde no las tenía, para jugar con su nieto, y compartir con él, así fuese la última vez en un juego. Marco trajo su caja de soldados y comenzaron a jugar. Al ver a Don Rodrigo jugando con su nieto, la mayoría de los habitantes de la casa se tranquilizaron, porque pensaron que Don Rodrigo estaba mejorando, pero no era así, cada movimiento que hacía al jugar, le restaba fracciones de su vida, sin embargo el amor era más fuerte (“El amor mueve montañas”), y más que luchar contra su existencia luchaba por ocultar su dolor ante su nieto. Pero todo era en vano, ya Marco se había percatado en dos ocasiones, de que a su abuelo lo invadía un terrible dolor. Don Rodrigo lo notó cuando Marco se quedó inmóvil, mirándolo fijamente a los ojos, y le dijo: -Mejor dejemos de jugar, no quiero que sufras. Mejor cuéntame una historia. Don Rodrigo sintió que todos sus esfuerzos por ocultar su dolor habían sido en vano, y comprendió, que delante de la mirada de su nieto no podía seguir fingiendo, sin embargo se hecho a reír y le dijo: -Veo que a ti no te puedo engañar. Sí, me esta doliendo mucho el cuerpo, -cogió a su nieto, se lo sentó en las piernas y le comenzó a hablar encima de la cama- ya no soy el mismo de antes, ya estoy viejo, y ya casi no tengo fuerzas. Ya me queda poco tiempo entre ustedes, pero quiero que sepas, que a donde vaya, siempre estaré pendiente de ti, y siempre contarás con mi ayuda en lo que quieras.
En estos tiempos ya Don Rodrigo no salía mucho de su cuarto, hasta la comida se la llevaban a la cama, su estado de ánimo había decaído y cada día se sentía más débil, pero siempre sacaba fuerzas para atender a los que entraban a su alcoba, e incluso en una ocasión en la que Marco entró, diciéndole: - ¡Abuelito! ¿Quieres jugar conmigo?, Hoy no vino Guillermo, y nadie ha querido jugar conmigo. Además hace mucho tiempo que no jugamos juntos. La ternura invadió a Don Rodrigo, y por eso sacó fuerzas de donde no las tenía, para jugar con su nieto, y compartir con él, así fuese la última vez en un juego. Marco trajo su caja de soldados y comenzaron a jugar. Al ver a Don Rodrigo jugando con su nieto, la mayoría de los habitantes de la casa se tranquilizaron, porque pensaron que Don Rodrigo estaba mejorando, pero no era así, cada movimiento que hacía al jugar, le restaba fracciones de su vida, sin embargo el amor era más fuerte (“El amor mueve montañas”), y más que luchar contra su existencia luchaba por ocultar su dolor ante su nieto. Pero todo era en vano, ya Marco se había percatado en dos ocasiones, de que a su abuelo lo invadía un terrible dolor. Don Rodrigo lo notó cuando Marco se quedó inmóvil, mirándolo fijamente a los ojos, y le dijo: -Mejor dejemos de jugar, no quiero que sufras. Mejor cuéntame una historia. Don Rodrigo sintió que todos sus esfuerzos por ocultar su dolor habían sido en vano, y comprendió, que delante de la mirada de su nieto no podía seguir fingiendo, sin embargo se hecho a reír y le dijo: -Veo que a ti no te puedo engañar. Sí, me esta doliendo mucho el cuerpo, -cogió a su nieto, se lo sentó en las piernas y le comenzó a hablar encima de la cama- ya no soy el mismo de antes, ya estoy viejo, y ya casi no tengo fuerzas. Ya me queda poco tiempo entre ustedes, pero quiero que sepas, que a donde vaya, siempre estaré pendiente de ti, y siempre contarás con mi ayuda en lo que quieras.
Marco se asustó y comenzó a llorar. Había descubierto una verdad, que él había intuido desde hace tiempo. Don Rodrigo lo abrazó y le dijo: -No llores mijo. “Los machos no lloran”. Quiero que seas un hombre de bien y quiero que me prometas que no le vas a decir a nadie lo que hoy te he dicho. Después de que Marco se calmó y dejó de llorar, Don Rodrigo comenzó a contarle uno de los cuentos que le tenía reservado desde mucho tiempo, y que no había tenido la oportunidad de contárselo, por estar más preocupado de sobrevivir, que de vivir lo que le quedaba de vida.
EL PRIMER ANUNCIO.
EL PRIMER ANUNCIO.
Pero poco a poco la salud y vitalidad de
Don Rodrigo se iba acabando, sus problemas de presión y sus problemas cardíacos
le iban molestando cada día más y más, y pesar de vivir una vida tranquila en
su vejez, la mala vida que vivió en el pasado, junto con la soledad lo habían
afectado demasiado. Las enfermedades lo estaban consumiendo, y aunque Doña
Sofía y Cristina lo mimaban, y cuidaban mucho, no lograron impedir su
decadencia. Joaquín se hallaba bastante preocupado, se sentía impotente frente
a la decadencia inminente que estaba sufriendo su padre, poco a poco esa
preocupación se convertía en tortura, porque la salud de su padre se iba
agravando cada vez más y más. Esto lo atormentaba tanto, porque la cercanía de
la muerte de su padre, le provocaba la nostalgia de ver decaer la imagen del
padre fuerte y alegre que él siempre conoció. Marco también se veía afectado,
porque el ambiente en la casa estaba cambiando, y aunque nadie le decía que era
lo que pasaba él presentía lo que estaba ocurriendo, cada vez que veía a su
abuelo trataba de acariciarlo, y cuando lo invitaba a jugar con él, la negativa
de su abuelo le hacía prever lo que estaba ocurriendo. Nunca su abuelo se había
negado a jugar con él. Pero las sospechas de Marco quedaron confirmadas cuando,
en un día en que se encontraba jugando en la sala con Guillermo, con sus
juguetes, sintió una corredera en el segundo piso, veía la cara de
desesperación de su madre, su tía Lucía y de su abuela, quienes corrían de un
lado a otro, desesperadamente llamando por teléfono al doctor y a Joaquín. Una
palabra estaba en boca de todas las personas de su casa, “Infarto”. El no sabía
que significaba esa palabra, pero sabía que era algo malo. Cuando su padre
entró desesperado por la puerta, ni siquiera lo saludó, a pesar que él se
le prendió del pantalón a llorarle, Joaquín siguió su camino sin prestarle la
mayor atención. Marco quería subir al segundo piso a ver qué era lo que
sucedía, pero una de las empleadas le impedía moverse más allá de la escalera.
La empleada bajo la insistencia de Marco, decidió llevarse a los dos niños al
patio, y los hizo sentar en el kiosco. Marco lloraba inconsolable,
preguntándose por dentro que era lo que estaba pasando. Y junto con Guillermo
ideó un plan para burlar a la sirvienta quien los estaba custodiando, y así él
poder subir al segundo piso. Fingieron estar jugando fútbol, y se ganaron la
confianza de la sirvienta que disminuyó la vigilancia sobre ellos, pronto,
Marco pateó el balón cerca de la cocina y se fue corriendo a buscarlo. Pero en
vez de coger el balón se fue directo hacia la escalera de la casa, la sirvienta
trató de alcanzarlo pero ya Marco le llevaba mucha ventaja, y además Guillermo
se le prendió de la falda impidiéndole correr. Al pasar Marco por el corredor,
dio un vistazo a la sala y vio que se encontraban muchos amigos de su abuelo,
además de estar Don Cesar con su esposa, con una cara de preocupación
inminente. Cristina, Doña Sofía y Don Francisco se encontraban también en la
sala esperando. Cristina al ver a su hijo en la escalera trató de alcanzarlo,
pero no pudo, Marco subió las escaleras con tal velocidad, que ni siquiera el
mismo Guillermo que lo superaba en agilidad y en velocidad lo hubiera
alcanzado. Al llegar al segundo piso se encontró con su padre que esperaba
afuera de la habitación de su abuelo, bastante preocupado. Joaquín contuvo a su
hijo e impidió que este pasase al interior de la habitación. Lo cargó y lo
tranquilizó, diciéndole que el abuelo estaba bien. Lo mantuvo cargado durante un
buen tiempo, frente a la presencia de Cristina, quien se ofrecía a llevárselo
para abajo, pero Marco mostraba una fuerte negativa. De pronto se abrió la
puerta de la habitación, y salió un hombre, desconocido para Marco, quién dijo
–“Ya se encuentra estable, ya pasó el peligro.” De la noticia, Joaquín soltó
sin darse cuenta a Marco, quien corrió rápidamente a la habitación y encontró a
su abuelo tendido en la cama, descansando. Enseguida se lanzó sobre él, con un
fuerte abrazo. Marco no sabía que le ocurría a su abuelo, pero sabía que algo
malo estaba pasando. Su abuelo abrió los ojos reaccionando bruscamente, al
encontrarse debajo de la humanidad de su nieto. Marco lloraba. Joaquín entró en
la habitación después de recibir las recomendaciones del medico. Mientras tanto
Don Rodrigo y su nieto continuaban abrazados. Marco le dijo a su abuelo: -“No
te mueras abuelito”. Don Rodrigo le respondió, entre risas: -“Claro que no
“mi’jo”, todavía me falta mucho por enseñarte.”
Cristina entró al cabo rato. Don Rodrigo
le hizo señas a su nuera de que se llevara a su nieto. Cristina agarró a Marco
y le dijo: -“Vamos Marco, deja que tu abuelito descanse”. Salieron de la
habitación, la madre y el hijo. Cuando se cerró la puerta, Don Rodrigo le dio
orden a Joaquín que cerrara la puerta con seguro. Don Rodrigo quería tener una
charla seria con su hijo. Ambos aguardaron un buen rato silenciosos, pero Don
Rodrigo interrumpió el silencio diciendo:
-No dejes pasar a nadie, a este cuarto hoy. Si quieren verme, que
me vean hasta mañana, estoy cansado de luchar en contra de la muerte. –Joaquín
se disponía a salir del cuarto, para avisar la petición de su padre a todas las
personas que se encontraban en la sala-. ¿A donde vas?, deja
lo que ibas a hacer para más luego. Ahora nada es más importante que lo que te
tengo que decir, y que de pronto en otra oportunidad, ya no pueda. Por ningún
otro propósito, estuve tan resistente a las pretensiones de la muerte de
llevarme al otro mundo. La verdad es que ¡La vi cerca!.”
Joaquín trato de evitarlo
diciéndole: -“No te preocupes por eso ahora, necesitas descansar, para tratar
de recuperarte, acabas de salvarte de milagro de una muerte instantánea. Ni
siquiera el doctor se explica cómo es que aún estas con vida. Porque dice que
aguantaste esa crisis mortal solo, durante los veinte minutos que le costó
poder trasladarse hasta aquí. Además me dijo sinceramente, que ya esperaba
encontrarte muerto.”
Don Rodrigo accedió, porque no se sentía
lo suficientemente fuerte como para decir lo que tenía que decir, y el malestar
le estaba impidiendo, expresarse de la manera como él lo quería hacer. Además,
de todas maneras sabía que aún no le tocaba su hora, y que si la muerte
regresaba por él, volvería a enfrentarla como lo hizo la primera vez, en donde
sacó uno de sus famosos ‘ganchos’ de derecha, para poderla dejar fuera de
combate por un buen rato, además si se quería poner difícil, la golpearía en
sus partes nobles.
Don Rodrigo trataba de descansar, parecía
como si dormía, pero estaba delirando. Recordando su mortal enfrentamiento
contra la muerte la cual se le apareció, mientras tomaba la siesta de la
tarde, después de su rigurosa charla con Don Francisco después del almuerzo. Su
sueño corría como cualquier otro, de lo más normal, cuando todo se le volvió
claro, y se apareció de repente un individuo con un manto morado brillante,
casi que fluorescente. Comenzaba a caminar al rededor de él, y poco a poco se
le iba acercando, -a paso lento y dando serpenteadas circulares-. Don Rodrigo
como en todos los sueños se sentía impedido y disminuido en sus movimientos. El
siniestro personaje tenía cubierta la cara y la cabeza con un manto del mismo
color del traje. Cuando se le acercó a la distancia de un metro, se detuvo, se
mantuvo inmutable por un rato, pero pronto alzó el rostro,
descubriéndoselo del manto. Era un rostro rojo, parecía un indio pintado para
sus rituales, poseía ojeras negras y estaba carente de pelo. Tenía una mirada
siniestra, burlándosele a Don Rodrigo en el rostro. Mientras tanto, Don Rodrigo
comenzaba a sudar y a moverse bruscamente en el exterior, botaba espuma por la
boca, y daba señales de dolor. Cristina que iba pasando por el cuarto se dio
cuenta de la situación y se lo comunicó a su madre. Cristina cogió de una vez
el teléfono y llamó al doctor Del Valle –el médico de la familia-, quién se
puso enseguida en camino. Mientras tanto en el sueño de Don Rodrigo, el
siniestro personaje le preguntaba: “¿Sabes quién soy?”. Don Rodrigo respondió: “Supongo que sí.” -en
términos desafiantes-. El personaje se burló: “¡Vaya!, que coraje, pocos son los hombres
que se me enfrentan en su hora, la mayoría tiembla con solo verme”. Don Rodrigo
estaba bañado en sudor. Pasado un rato le respondió a la muerte: “Aquellas
personas, que te demuestran miedo saben que van a morir, y se dejan llevar
fácilmente, porque ni siquiera saben morir dignamente. Pero de todas formas yo
sé, que aún no ha llegado mi hora, porque tengo muchos asuntos y cosas que
hacer en vida todavía.” La muerte mostraba, sensación de ira y le dijo a Don
Rodrigo: “El que haya llegado tu hora, solamente la decido yo. Y no me
provoques porque estoy dispuesto a adelantar el reloj.” Don Rodrigo se rió y le
dijo: “A peores situaciones me he enfrentado. Y por eso sé que la justicia esta
de parte de los que nada temen. Yo estoy tranquilo pero tú, te muestras
inseguro y eso me vuelve fuerte, porque aunque tú seas el que te llevas a los
vivos, el único que te puede autorizar es Dios, por lo tanto mi hora no ha
llegado aún.” La muerte hirvió en furia. Sacó un puñal de su atuendo y se
dispuso a matar a Don Rodrigo. Este que se vio en peligro, retrocedió un poco y
esquivo, el ‘sarpazo’ que le lanzó la muerte. Solo lo rasguñó, pero no sentía
dolor alguno. De pronto el medio se volvió más claro, y salió una voz que le
decía a Don Rodrigo: “Vamos Rodrigo, aún no es tu hora. Enfréntate a tu
destino, que aún lo puedes hacer”. De pronto Don Rodrigo sintió que se podía
mover libremente, y que su cuerpo estaba lleno de fuerza otra vez, de esta
manera se dispuso a defenderse. La muerte que se encontraba aturdida por el
cambio de luz, se incorporó y decidió volver a atacar a Don Rodrigo. El cual
volvió a esquivar el puñal, y en el intercambio le “sembró” un coñazo en
el rostro a la muerte, que la tumbó inmediatamente. Al caer la muerte, el sueño
se desintegro, y Don Rodrigo volvió en sí. Cuando abrió los ojos, se encontró
al doctor Del Valle, encima oprimiéndole el pecho. Eso fue todo, su muerte
quedó aplazada, indefinidamente.
**************
LA MUERTE VENCE, PERO TRIUNFA EN EL VELORIO.
Pasó un mes después del viaje, y sólo se
esperaba la venida del nuevo miembro de la familia Calderón. Sin embargo otro
acontecimiento no tan alegre se avecinaba para toda la familia.
Don Rodrigo volvió a decaer de salud, se
quedó en cama durante cuatro días, y al quinto quedó fulminado -al acabársele
la batería y la garantía de calidad del ‘relojito’ del cuerpo-. Mientras
agonizaba soñaba en su eterna lucha con la muerte, que lo había agobiado
durante los cuatro días anteriores, y en el quinto día, Don Rodrigo seguía
mostrándose fuerte y decidido ante la amenaza de la muerte, pero ésta vez la
muerte tenía un arma más fuerte. En el sueño se le apareció junto a la imagen
de Cristina embarazada. La muerte amenazó a Don Rodrigo con maltratar a la
criatura que Cristina llevaba en el vientre, y fue así y sólo así como Don
Rodrigo bajo los brazos y le dijo a la muerte:
-Has ganado. Me rindo, “El preservar una vida nueva, será siempre
una buena causa para que una vida vieja se extinga.” Porque de una vida nueva
nace una esperanza, mientras de una vida vieja sólo puede quedar el buen
recuerdo, la satisfacción de haber vivido intensamente y de haber alcanzado los
sueños y las ilusiones marcadas. ¡Haz tu trabajo ya!, y deja a mi familia tranquila. Dirás que has
triunfado, pero en realidad el verdadero triunfador soy yo, porque he vivido lo
suficiente y he dejado buen fruto, y además de ésta forma puedo velar más
directamente por la felicidad de mi familia, al interceder por ellos ante el
dueño de nuestras vidas, y al cual tú temes tanto.
La muerte de Don Rodrigo fue algo
traumático para toda la familia, pero mientras Cristina, Don Francisco y Doña
Sofía, sufrían un inmenso dolor por la muerte de esa persona que significaba el
espíritu vivo de todo el hogar, Marco y Joaquín, no sentían aún el dolor,
porque no lograban asimilar el hecho tan fácilmente, sentían un vacío enorme,
pero no lograban captar o interpretar lo que esto significaba en realidad, esa
era la eterna dificultad de todos los descendientes de los Calderón, asimilar
de forma rápida los eventos fugaces y sorpresivos. Don Cesar en cambio, si
sentían un inmenso dolor, ya que estaba preparado desde hace un mes para ese
acontecimiento. Su hermano Rodrigo le había confesado, todo lo que él
sentía, de sus sueños con la muerte y sus grandes preocupaciones. Don Cesar
alcanzó a asimilar ese trágico acontecimiento antes de que pasara, y vivía en
un calvario de solo pensar en que pronto su hermano, su amigo y hasta en muchas
ocasiones su padre, dejaría de existir dentro de muy poco tiempo. Lo más
curioso en el entierro, era ver que más que un entierro era un festival. Porque
en medio del dolor de toda la familia Calderón, se oyeron tres bandas musicales
que acompañaban el entierro. Esto correspondía al último deseo que pidió Don
Rodrigo a sus tres mejores amigos, (Pepe, Nando y Pacho), amigos de todas las
tardes en el kiosco, amigos y compadres del juego de Dominó, compinches en la
juventud durante los famosos y gloriosos bailes en el club La Samaria en épocas
de Carnaval, en fin, amigos de toda la vida. A cada uno le pidió un deseo, en
particular, pero que llevaba un mismo significado en sí, que era que su
entierro no fuera el “mar de lágrimas” en donde se lloraba su muerte y
desaparición, ¡No
Señor!, el quería que su entierro fuese un motivo de celebración, en donde
festejaran por su victoria y entrada al reino de los cielos. Y entonces Don
Rodrigo le pidió a Pepe, que le llevara una “Papallera” que calentase de
“Porros” alegres su entierro. A Nando le pidió que le llevara una
“Tambora”, que tocara la cumbia Cienaguera para que alegrara el caminar del
velorio. Y a Pacho le pidió que le llevara un “Conjunto Vallenato”, que le
tocara el “Testamento” del Maestro Escalona y una buena “Puya” de Alejo Durán
–“el pedazo de acordeón”, para que las mujeres rezaran con alegría y con buen
ritmo, el rosario durante el entierro. Pero eso sí, que controlasen que los
tres conjuntos no tocaran al mismo tiempo, para que se oyera bien la música, y
para que se viese un orden y no “una pelea de perros” entre los ritmos.
Y ¡Ya! que sus tres
camaradas cumplieron con lo prometido. A las dos horas de haber comenzado el
velorio, llegaron los tres conjuntos y aunque por muy confundidos e incómodos
que se encontraban los músicos al tocar en esa situación tan particular,
comenzó el festejo, que no se llamó el velorio de Don Rodrigo Calderón, sino
“El Homenaje a Don Rodrigo Calderón”. De esta forma Don Rodrigo logró sus
objetivos hasta después de la muerte, la confusión entre lo que se debía hacer
y lo que se estaba haciendo, produjo al principio un “choque” en el cual
Joaquín quien nunca había lanzado un puñetazo en su vida, sacó toda su furia y
se llevó a punta de golpes a media “Papallera” por delante, al interpretar como
una “broma” de mal gusto lo que estaba pasando. Pero gracias a Dios que los
tres amigos de Don Rodrigo lo sujetaron y le explicaron lo de los tres últimos
deseos de Don Rodrigo, antes de que los músicos dejaran por un lado la
obligación de tocar, para responder con violencia la agresividad de Joaquín.
Joaquín confundido, entre uno y otro motivo, terminó por aceptar la situación;
con tal de cumplir con los últimos deseos de su padre. Y en sí el pensamiento
de Don Rodrigo tuvo buen efecto en la realidad, consiguió borrar las caras
largas en los asistentes al velorio a punta de “Porros”, hizo más amena la
caminata del velorio hacía el cementerio a punta de “Cumbias” –Y para qué, pero
les mentiría si los pies de los caminantes iban al son del “Clarinete”-, e hizo
que las mujeres rezaran un rosario más animado, a punta de “Vallenatos y Puyas”
–en el entierro-. Es que increíblemente la música provocaba un efecto
inconsciente en la gente, que se abstraía de la situación del entierro, al oír
el hermoso hechizo que hacían las orquestas con su melodía; como será, que
hasta al mismo Joaquín le costaba mucho concentrarse en lo que estaba haciendo,
y convencerse que estaba enterrando a su padre y no festejando su cumpleaños. Además,
provocó que muchas señoras respetables y hasta el mismo cura se confundieran en
el rosario y comenzaran a cantar “El Testamento”.
De todas formas el golpe fue muy duro para
toda la familia, que no tuvo mente ni para rezarlo, ni para llorarlo, en el día
del entierro.
(...)
(...)
Apartes de la novela:
LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.
CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
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