Por: Jorge Arturo Abello Gual
CAPITULO III
Durante
ese mes en que fueron novios, se les veía tan juntos, disfrutando cada minuto
de ese noviazgo, con un fin pronosticado e inevitable, sin tener no más que el
tiempo como su cruel enemigo. Joaquín disfrutaba cada momento, en donde el
tiempo era definitivamente oro. Cristina solo hacía lo posible para no recordar
que dentro de poco tendría que irse y dejar incompleto, lo empezado.
Ese
amor se convertía en una bomba de tiempo, o una enfermedad terminal que dejaría
al uno sin el otro. Durante ese tiempo Don Rodrigo estuvo bastante ocupado en
un asunto de trabajo, estaba por vender unas reses a cambio de medicina para el
ganado, que estaba presentando una fuerte infección, que ya le había cobrado la
vida a una buena parte de sus reses, y que había desprestigiado de alguna forma
la calidad del ganado Calderón. Era la bendita aftosa que venía contagiando a
una buena parte del ganado de toda la región que tenía desesperado a todos los
ganaderos. Los dos más prestigiosos ganaderos de La Samaria, los Calderón y los
Caballeros, estaban siendo fuertemente golpeados en unas pocas semanas, hasta
la fecha habían tenido que sacrificar a veinte reses, de su más cuidada
ganadería. Esta situación logró algo insólito, que no se veía desde hace
setenta años y era ver a los Caballeros y a los Calderón cooperarse entre sí,
la última vez fue cuando ocurrió la resurrección de La Samaria, en donde estas
dos familias cooperaron para hacer de esta ciudad, lo que en esa época (la que
estoy narrando) era. Luego que un problema familiar volviera a cerrar las
puertas entre estas dos familias, como fue el casamiento y huida de la ciudad a escondidas de Don Ricardo
Caballero y Matilde Calderón tía de Don Rodrigo Calderón. Este matrimonio hizo
crecer el resentimiento y la desconfianza entre las dos familias por una
cuestión de honor. Ya que Matilde ya era la prometida de Don Martín González,
quien se suicidó, lanzándose en el mar al enterarse que su prometida se iba con
otro, y no podía hacer ya nada. Esta fue toda una “Odisea y una historia de
novela”, en la cual los dos enamorados fueron los menos sufridos, porque
desaparecieron y no sufrieron lo que les tocó vivir a sus familiares al tratar
de solucionar la situación que los dos novios rebeldes habían ocasionado. Al
fin y al cabo Don Martín fue la única víctima fatal, porque ese pleito que se
produjo entre los González, Los Calderón y los Caballeros, se solucionó en una
gran pelea, un Sábado en plena plaza de ciudad en la que ningún hombre en la
ciudad dejo de participar, fue un completo ‘Bogotazo’ –porque no quedo
piedra sobre piedra en la plaza y porque no quedó un rostro sano- que duró una
hora completa, entre puños, patadas y uno que otro palazo. Al día siguiente
todo el mundo con su cara morada, fue a la misa del domingo, (y la cola de la
confesión era tan larga como la actual cola del seguro social). Al final
todo se arregló en el despacho del padre, -quién también tenía heridas de
batalla y que según cuentan, dejó fuera de combate a más de uno, hasta que se
le nubló la visión y comenzó a ver estrellitas-. De esta forma, se hizo un
pacto de no-agresión y de llevar la fiesta en Paz, entre las tres familias que
se constituyeron en el epicentro de ese primer terremoto social.
Pues
sí, después de este lamentable evento de hace ya setenta años, estas dos
familias no habían vuelto a relacionarse entre sí. Pero contra la aftosa era
necesaria la mutua cooperación de las dos familias. Y después de los primeros
momentos de tensión y de desconfianza, lograron salir adelante, venciendo a la
aftosa, con actividades en conjunto que planificaron Don Rodrigo y Don Ismael
Caballero. De esta forma solo después de esta situación, las dos familias
estrecharon un poco los lazos de amistad.
Mientras
Don Rodrigo salía del problema de la aftosa, a Joaquín se le acababa el sueño
dulce del amor que estaba viviendo. Don Rodrigo, no tuvo tiempo de darse cuenta
de que le ocurría a su hijo, porque ese problema de la aftosa, sumada a la
preservación de la amistad con los Caballeros, le costaba mucho tiempo y
energía. Pasaban los días y de ese mes no quedó sino una noche en la cual los
dos jóvenes decidieron consumar su amor, lo que hizo más dolorosa la despedida.
Al día siguiente, los dos ya más “conscientes” y bien preparados para el
fatídico momento pasaron un gran susto, porque
Joaquín tuvo un contratiempo al tratar de conseguir las flores que le
entregaría junto con una carta que le había escrito a la mujer de su vida.
Llegó a la estación del tren casi que a tiempo para ver a Cristina embarcarse,
sus padres la llamaban para abordar pero ella siguió esperando y en ese momento
la detuvo Joaquín, le dio las flores, la carta y un gran beso de amor y de
despedida. Arrancó el tren y puso distancia entre dos personas que se amaban.
Joaquín
duró toda la tarde sentado en el parque Central en el cual le había declarado
su amor un mes antes a Cristina, Don Rodrigo que venía de hacer una diligencia
cerca encontró la inconfundible figura de su hijo sentado en una banca del
parque. Se extrañó tanto, que se acercó y le preguntó que ocurría, y Joaquín
con la mirada extraviada le contesto: “Nada es estático, todo fluye, y no nos
podemos bañar dos veces en el mismo río”, un mes tan largo como este no podía
volver a existir.
LA SAMARIA, OTRA HISTORIA MACONDIANA.
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