CAPITULO XIII EL RENACER DE
SANTA MARTA.
El cura de la iglesia fue el
primero en dirigirle la palabra. Le dijo que habían sido avisados que un nuevo
gobernador iba a ser enviado desde España. Que el anterior había sido relegado
de su cargo luego de haber abandonado a la ciudad, durante el saqueo que hizo
el pirata Goodson. Que habían sido días de terror, y luego la gente, temerosa
de que otro pirata retornara, se había ido de la ciudad, que quedó
desprotegida, y la gente maltratada y ultrajada por el pirata, quien estuvo 5
días en la ciudad, saqueando, destruyendo, profanando y torturando. Que ni los
ricos en sus haciendas por fuera de la ciudad se salvaron, que a todos los que
pudieron los capturaron y torturaron hasta que les entregara todo de valor. Que
muchos ricos que pudieron, se fueron para Cartagena y abandonaron la ciudad.
Que la gente cada vez que ve un barco en la bahía sale corriendo por temor a
que fuera un pirata.
José Joaquín estaba abrumado
con todo lo que le contaba el cura, y se preocupó mucho, hasta dudó en dar la
orden para que su familia bajara de los barcos, pero al fin la dio.
La familia bajó de los
barcos, encontró la ciudad y a sus moradores, no había sitió donde quedarse esa
noche, muchas edificaciones estaban destruidas y las casas de los moradores
eran casi chozas, así que también por seguridad, decidieron volver a los
barcos, y dormir esa primera noche en ellos.
La bahía, la vegetación les
pareció hermosa. La ciudad era calurosa, pero por las tardes la refrescaba una
brisa alborotadora. La ciudad ameritaba ser reconstruida y podía volver a ser
habitable, pero José Joaquín le seguía preocupando la seguridad de su familia.
Al mismo tiempo fue informado, que 8 soldados habían desertado antes de que
ellos volvieran a los barcos. Ya no contaba con 50 soldados sino con 42, ahora
tenía que conservar a los que tenía, y tratar de reconstruir una ciudad arrasada
por los piratas y asediada por los nativos.
Al día siguiente, todos se
pusieron en pie con la firme intención de no volver a dormir incómodos en el
barco, era hora de construir un nuevo hogar, en el cual pudiesen habitar y
descansar cómodos. Necesitaban trabajadores para reconstruir las defensas de la
ciudad, una casa para José Joaquín, otra casa para los Velásquez, y otra casa para
José Antonio, y a su vez tenían que hacer varias casas para los empleados,
reparar el cuartel de la guarnición para los soldados, construir un sitio para
la panadería y para la carpintería. Había mucho que hacer, y había pocos
trabajadores.
La ciudad contaba con una
taberna, que aún estaba en pie, con la Catedral que aunque magullada, estaba
firme, y varias casas de choza, la mayor parte de las casas con estructura
habían sido destruidas por el fuego.
José Joaquín comenzó con
hacer un censo de la población, con lo cual logró establecer que en ese momento
contaba con 90 personas, entre ellos solo 35 hombres que podían trabajar, más
los miembros de las tripulaciones de los barcos, que eran unos 200 marinos, más
los 42 soldados que le quedaban. Igualmente, entre la población comenzaron a
aparecer hombres indios voluntarios, que comenzaban a ver cómo iniciaban los
trabajos de reconstrucción.
A los soldados se les asignó
la reconstrucción del cuartel de la guarnición, y los dos fuertes. Ellos
recibieron ayuda de la guardia veterana, que eran 5 soldados que habían
sobrevivido a la pobreza y a los ataques piratas, todos canosos y entrados en
años, sin embargo, su experiencia, y su vitalidad desbordaban a los soldados,
quienes recién llegados a aquel remedo de ciudad, no conocían ni cómo eran los
edificios, ni de donde tomar el agua.
Los marinos se concentraron
en la reconstrucción de las casas que estaban alrededor de la plaza de la
catedral. Se planificó de nuevo la ciudad, se reacomodaron las calles, y a medida
que se hacían los trabajos, más indios aparecían día a día para colaborar, a
cambio de comida. Al principio se comía mucho pescado, era lo que más abundaba,
y de vez en cuando se casaban siervos, venados y una especie de cerdito que los
habitantes llamaban guartinaja. No había quedado mucho, las haciendas estaban
abandonadas, habían algunas gallinas, cerdos y vacas divagando por todas
partes, se veía en las mañanas manadas de caballos correr por los alrededores,
pero nadie se atrevía a hacer nada con ellos, ya se habían convertido en
caballos salvajes.
José Antonio se le ocurrió
recoger a todos esos animales y comenzar a agruparlos en una hacienda. Se llevó
a varios hombres y comenzó a construir un corral para vacas, para caballos y
para cerdos. Se instaló en una hacienda destruida y abandonada, que los
habitantes le dijeron que era de la familia García, que por desgracia habían
sido torturados y asesinados por Goodson, y que no había quedado ningún miembro
de la familia.
Una vez construido los
corrales, comenzó a buscar y encerrar las vacas, los caballos y los demás
animales que encontrara. En un solo día logró agrupar 50 vacas, 20 caballos, 30
cerdos y 25 gallinas, suficientes para iniciar su nueva labor como nuevo
hacendado. La hacienda estaba a las afueras de la ciudad, y tenía un trapiche
en ruinas, una casa también en ruinas y muchos potreros. José Antonio comenzó a
construir su hacienda con ayuda de varios indios que iban apareciendo del monte
y que trabajaban poco, pero trabajaban por comida. Habían varios árboles con
frutas silvestres, y ya había comenzado a ordeñar las vacas. Reconstruyó la casa, y se mudó a la hacienda
con Priscila. Logró domesticar a los caballos, y construyó una carreta, donde
transportaba alimentos al mercado de la ciudad.
José Joaquín reconstruyó la
casa de la Gobernación que quedaba en la plaza, también construyó su casa
enfrente de la plaza, con dos pisos muy parecida en sus acomodaciones y reparto
a la que tenía en Cádiz. Ahí vivía con María, Victoria, Ana y sus empleados.
Victoria y Ana construyeron
un local para la panadería, pero al no haber harina todavía para hacer pan,
tuvieron que comenzar haciendo el producto de casa, que era la arepa de maíz.
Luego se ingeniaron cómo hacer un pan con harina de maíz, y comenzaron a
venderlo, bueno, más que venderlo, lo intercambiaban por trabajo.
Ante la falta de oro y plata,
el trueque era la economía que funcionaba en la ciudad. Muchos habitantes se
dedicaban a pescar, intercambiaban el pescado por pan o arepas, José Antonio
intercambiaba arepas por leche, carne y huevos, y otros intercambiaban con
frutas y verduras. El trabajo se pagaba con comida. Eso hizo que los ducados
dados por el Rey, aún estuvieran reservados luego de 3 meses. José Joaquín,
enviaba a sus trabajadores a pescar, y a conseguir maíz, y así lograba mantener
a la gente alimentada y trabajando. El maíz lo conseguían de los indios, que a
su vez lo cambiaban por arepas, pan y pescado.
Era una economía muy
primitiva, pero se movía el comercio, solo que no era suficiente, porque la
carne y el maíz escaseaban y cuando estaba escaso se paralizaba el trabajo. La
carpintería funcionaba pero no generaba ganancias, lo mismo que la panadería,
que su producción se cambiaba por trabajo. Las calles y las casas estaban
siendo reconstruidas a cambio de comida. Ya era hora que la economía funcionara
de otra forma.
Cierto día llegaron tres
naves españolas que estaban siendo perseguidas por otras tres naves piratas, y
decidieron entrar al puerto de Santa Marta. De pronto sonó el cuerno del vigía
del veladero. Al escuchar el cuerno, todos los habitantes antiguos de Santa
Marta, salieron corriendo a sus casas, a sacar sus pertenencias para salir
huyendo a los montes.
José Joaquín que no estaba
acostumbrado a esos temas, escuchó el cuerno y veía cómo todos los habitantes
comenzaban a correr despavoridos. José Joaquín le pregunto a Luciano, uno de
los soldados de la vieja guardia, ¿Qué pasaba? Y le informó que en el extremo
de la bahía llamado punta de Betín, se había colocado una torre, que se llamaba
el veladero. La vigilancia la hacen dos soldados de la vieja guardia siempre, y
nos vamos turnando, esa costumbre se había perdido cuando llegaron ustedes, pero
desde hace dos semanas, nosotros los de la vieja guardia, volvimos a retomarla.
Cuando vemos un barco sonamos el cuerno una sola vez, y cuando vemos que es un
barco enemigo, lo sonamos varias veces. En este caso, al parecer se trata de
enemigos.
José Joaquín: Bueno, no está
mal el sistema ¿qué tiempo tenemos para prepararnos para la defensa, después de
que suena el cuerno?
Luciano: Un poco menos de una
hora, para que los barcos estén entrando en la bahía.
José Joaquín: ¿Cómo va la
construcción de los fuertes?
Luciano: Aún no hemos
terminado, pero se puede decir que ya los podríamos utilizar si fuera necesario,
pero los cañones aún no están listos.
En ese momento llegó uno de
los vigías del veladero a la playa donde estaba José Joaquín, a dar el reporte,
de que se trataba de tres barcos mercantes que venían siendo perseguidos por
tres barcos piratas, uno grande y dos medianos.
José Joaquín: Isidoro… llama
a Manolo… vamos a salir con el Galeón a dar batalla… reúne toda la tripulación,
preparen las zabras también, por ahora la única forma de defensa que tenemos
son los barcos. Avísenle a José Antonio, que lo necesito. Avísenle a María, a
Victoria y a Ana, que de ser necesario tendrán que irse a esconder en la
hacienda de José Antonio. Y que toquen las campanas que aquí se va formar su
zafarrancho. Que los hombres civiles se reúnan en la playa y que estén
pendientes de la batalla.
José Joaquín preparó a toda
su tripulación en el Galeón, y las dos zabras le secundaban, pararon en la
mitad de la bahía cubriéndose con el morro de la vista de los barcos que
iniciaban a ingresar a la bahía samaria.
Así fue que ingresaron los
tres barcos mercantes con la bandera española, que al escuchar los cuernos y
ver al Galeón San Rafael y las dos zabras con bandera española calmaron un poco
sus angustias, y entraron con confianza a la bahía, seguidos de los barcos
piratas que venían disparándole con los cañones de proa. El barco, el último de
los barcos mercantes que había ingresado a la bahía venía muy lento, y ya
estaba al alcance de los cañones piratas que ya comenzaban a acertar disparos
en su popa.
Cuando el último barco
mercante cruzó la línea del morro y la playa Lipe, José Joaquín dio la orden de
atacar, el galeón se colocó de un costado dispuesto a disparar sus 25 cañones
de babor en contra del primer barco pirata que se asomó. Lo mismo hicieron las
zabras, que tenían cada una en su costado, 12 cañones en sus dos cubiertas.
El primer barco pirata que
entró a la bahía recibió la primera andanada de los tres barcos. El barco
pirata inmediatamente quedó devastado y se fue a pique. Los otros dos barcos
piratas se detuvieron, como estudiando la situación, a ver si entraban o no en
la bahía. Los barcos mercantes, que tenían unos seis cañones cada uno, se
colocaron también en línea de frente a los barcos piratas dispuestos a retarlos
a ingresar a la bahía. Los piratas, en desventaja numérica y sorprendidos,
abrieron sus velas y salieron huyendo.
Un VIVA ESPAÑA se escuchó en
todos los barcos y en la playa samaria. Los habitantes de Santa Marta, los
samarios, quedaron impresionados por la victoria, ya que lo único que habían
vivido hasta el momento eran puras derrotas.
Al llegar a tierra, José
Antonio, se encontraba en la playa coordinando a la gente, que estaba preparada
en los fuertes, y ubicando los cañones en los parapetos. José Joaquín fue
recibido con aplausos por los samarios, y los tripulantes de los barcos
mercantes, atracaron en el puerto samario y desembarcaron, saludando a la
multitud y dándole gracias al nuevo gobernador de Santa Marta por haberlos
salvado.
Por su parte, Manolo e
Isidoro en las zabras, fueron a playa Lipe, en busca de los náufragos del barco
pirata, a los que encontraron unos en el mar flotando en las maderas del barco,
y otros ya en la playa, a los que capturaron y llevaron amarrados a la ciudad.
Eran 15 piratas en total, y se los llevaron al gobernador de Santa Marta, que
dispuso, encerrarlos, y ponerlos a trabajar en las construcciones de la ciudad,
so pena de muerte.
Hacía ya más de un año que
ningún barco mercante tocaba el puerto samario, pues pasaban de largo para
Cartagena, donde el comercio era próspero y la seguridad del puerto era sólida.
Santa Marta era muy pobre, y existía la inseguridad de que los barcos piratas
atacaran y destruyeran los barcos atracados en el puerto, por falta de soldados
que le hicieran frente a los piratas.
Los comerciantes agradecidos,
regalaron a la ciudad un barril de pólvora y 20 sacos de maíz. Igualmente,
accedieron al comercio samario, donde compraron pescado, carne, pan de maíz y
arepas. También intercambiaron alimentos por ropas y enseres. José Antonio, les
vendió gallinas, carne, frutas y verduras de su nueva próspera hacienda. Y la
panadería de María, les sirvió toda la comida que pudieron, comer en su
estancia de tres días. El negocio de la carpintería en cabeza también de José
Antonio le hizo la reparación de los barcos, y los trabajos dejaron gratamente
sorprendidos a los visitantes, quienes pagaron buenas sumas por las
reparaciones. Los comerciantes habían hecho buenos negocios, y prometieron
volver y contarle a todos los que se encontraran, que Santa Marta estaba otra
vez abierta para hacer comercio.
Los barcos zarparon y a los
tres días regresaron de Cartagena, con 9 barcos más, que también se instalaron
en el puerto a comprar y vender. Así comenzó a revivir el comercio de la
ciudad, y comenzaron a retornar los antiguos habitantes de la ciudad que habían
salido huyendo luego de la destrucción causada por el pirata Goodson.
En esos días regresaron diez
familias que se habían ido a Cartagena, y ocho familias que se habían ido a
Riohacha, y así la ciudad comenzó a repoblarse, con lo que el taller de
carpintería se reactivó, con el pago en oro y en perlas que hicieron estas
familias, para reconstruir sus casas y sus haciendas.
Entre los que retornaron se
encontraban Abelardo Lobo y su hijo del mismo nombre que le decían Abelardito,
quienes eran los que administraban el único negocio próspero que tenía Santa
Marta antes de la llegada de los Calderón, que era la taberna, que funcionaba
también como burdel. Con ellos, llegó nuevamente el ron y las mujeres de la
vida alegre. Abelardo Lobo manejaba mucho dinero en sus negocios, además se
dedicaba al contrabando de manera secreta, y tenía una guardia privada de diez
hombres armados con pistolas, cuchillos y espadas. Dominó al Gobernador
anterior, que era un títere de sus fechorías. No pagaba los impuestos, y a toda
la población la doblegaba con sus rufianes. La gente le temía, y se pavoneaba
por todas las calles de la ciudad como la persona más influyente, así como su
hijo. No era una buena persona, y los samarios vivían fastidiados con sus
abusos.
El párroco de la catedral,
pidió cita con José Joaquín para contarle del problema que significaba que hubiese
retornado Abelardo Lobo a Santa Marta. José Joaquín escuchó atentamente, y
prometió que estaría muy pendiente de la situación.
En esos días, José Joaquín le
hizo una visita a José Antonio en la hacienda.
José Joaquín: José Antonio…
Qué gusto de verte… ya casi que no nos vemos. ¿Cómo van tus cosas?
José Antonio: Tío muy bien,
cada día hay más personas, y las ventas aumentan. Ya dispuse crear un trapiche
para hacer azúcar, y ya comencé a cultivar caña de azúcar y maíz.
José Joaquín: ¿Y cómo has
hecho eso? ¿cómo has conseguido trabajadores?
José Antonio: Bueno… desde
que llegué, del monte salen indios y trabajan a cambio de comida. No trabajan
mucho, hay días que no vienen y queda todo paralizado, pero cuando vienen
trabajan 2 y 4 horas, y hay veces que tengo 30 o 40 trabajadores, más 5
trabajadores permanentes que tengo, 5 indios que se han quedado a vivir en la
hacienda, y me he traído a trabajar a veces a los prisioneros ingleses. Todos
me ayudan con el ganado, con los caballos, con las siembras. Al mismo tiempo,
estoy pendiente de la carpintería, y bueno, por ahora todo marcha bien.
José Joaquín: Me alegra mucho
José Antonio, ya veo cómo has crecido. Ana me ha dicho que viene de vez en
cuando, y me cuenta como has logrado muchas cosas.
José Antonio: y te quiero
contar algo más… Priscila esta en cinta.
José Joaquín: Qué maravilla,
qué felicidad. Muchas felicitaciones de verdad. ¿Ya los Velásquez lo saben?
José Antonio: Si, ya lo
saben, ellos nos visitan todos los días.
José Joaquín: Hombre sí José
Antonio, reconozco que los tengo bastante descuidados, es que ha habido mucho
trabajo, y precisamente, necesito tu ayuda. Ahora que la ciudad ha comenzado a
crecer y que se reactivó el comercio marítimo, ya hablé con Antonio Velásquez
tu suegro, para que se encargara de entablar comercio con Cartagena, y que
regularmente viajara, para traer y llevar mercancía, pero ese es un asunto, que
ya está resuelto. Lo que ahora tengo que resolver son varias cosas, la primera,
es controlar al dueño de la taberna, el señor Abelardo Lobo, para que deje de
amenazar a las personas y obligarlo a pagar impuestos. Lo segundo, tengo que
viajar a Riohacha a poner en cintura a los comerciantes de perlas, para que
también paguen impuestos. Lo tercero, es que también tengo que controlar a las
minas de oro que están por una zona llamada Palomino entre Santa Marta y
Riohacha, para organizarlos y para que también paguen impuestos. Con todo eso,
voy a requerir a todos los soldados, y tendré que viajar a Riohacha en el
Galeón. Por lo cual, la ciudad quedará sin marina, y sin soldados casi por un
mes, mientras que yo resuelvo esos asuntos. Necesito que te hagas cargo de la
administración de la plaza, pues no confío en mas nadie. Tienes que tener mucho
cuidado con Abelardo Lobo y su hijo, de verdad que son un gran problema, y
están dispuestos a generarnos un gran dolor de cabeza. Ya he estado preparando
una milicia para que funcione mientras que los soldados se ausentan, pero aún
no están listos. Voy a necesitar que tú y Manolo los sigan entrenando, igual,
te voy a dejar a los soldados de la vieja guardia como apoyo. Pero de verdad
José Antonio, necesito que te pongas al frente de los asuntos de esta ciudad, o
sino todo lo que hemos construido, se va a venir abajo.
José Antonio: Bueno, cuenta
conmigo, pero como sabes, también tengo mucho trabajo en esta hacienda, y por
eso te voy a pedir también un favor… y es que me prestes a Victoria, para que
venga y administre la hacienda, no hay persona mejor que ella para eso.
José Joaquín: Jajajaja te
aseguro que duplica los ingresos en una semana.
En esa tarde, José Antonio
llegó a la ciudad en caballo, y se dispuso a reunirse con Victoria para que
ella se encargara de todos los asuntos de la hacienda. En esos momentos se
tropezó con Abelardito.
Abelardito: A ver señor, ¿lo
conozco?
José Antonio: Pues no tengo
aún el disgusto de conocerlo.
Abelardito: Salió Chistosito
el hombre. ¿Quién te ha dado permiso para transitar donde yo estoy?
José Antonio: No necesito tal
permiso, y si quiere verificarlo, pregúntele a mi tío el Gobernador. Yo soy
José Antonio Calderón, y ¿quién es usted?
Abelardito: Ah usted es el
sobrino del Gobernador, ya ese es otro cuento, igual… yo soy Abelardo Lobo, ¿no
ha escuchado de mí?
José Antonio: Ah, sí usted
debe ser Abelardito… el hijo… me han dicho que es un chiquillo malcriado.
Ahí mismo comenzó la pelea,
pero intervinieron los dos rufianes que agarraron a José Antonio, pero varios
samarios que vieron el problema comenzaron a gritar que lo dejaran quietos, y
otros incluso increparon a los rufianes con palos y piedras, José Antonio
aprovecho esos momentos, sacó su honda y arremetió contra los rufianes y contra
Abelardito, golpeándolos en el abdomen y luego en la cabeza a cada uno de
ellos. En esos momentos llegó una guardia de 5 soldados, que al encontrar
armados con cuchillos a los rufianes, se los llevaron apresados junto con su
jefe, ante el Gobernador.
Abelardo Lobo llegó ante el
Gobernador para hablar con el e interceder por su hijo.
Abelardo: Esto es insólito,
mi hijo ha sido apedreado e insultado por su sobrino, y es a él al que ponen
preso, esto es un abuso de autoridad.
José Joaquín: Señor Lobo, he
sido bien informado que los empleados de su hijo estaban armados y que de no
ser por la gente, quién sabe que hubiesen hecho. Señor Lobo, el tiempo que
usted y sus empleados amenazaban y atacaban a la gente, se acabó. Desde hoy,
cada vez que encuentre que alguno de sus empleados agreda a alguien o amenace a
alguien, los encerraré, y a usted, le impondré una multa de 1 ducado, por cada
persona que encierre. ¿Está claro?
Abelardo: Esto es inaudito,
me quejaré con el Virrey o con el Rey si es el caso.
José Joaquín: Quéjese con
quien quiera, pero usted aquí no va a generar terror en la población… aquí la
autoridad soy yo. Y como me está amenazando, soldados, llévense al señor Lobo
preso, estará arrestado por tres días, más una multa de tres ducados. Ah y
señor Lobo, le recuerdo que tiene que pagar sus impuestos el mes que viene, de
lo contrario tendré que cerrar la taberna hasta que los pague.
Abelardo: se va a arrepentir…
usted no sabe quién soy yo.
El señor Lobo, había llevado
a dos rufianes, quiénes trataron de poner resistencia, pero los soldados, los
sometieron, y también los metieron al calabozo.
Ya se había desatado la
rivalidad entre los Lobo y los Calderón.
José Antonio: Tío que creo
que te has excedido.
José Joaquín: José Antonio…
este tipo es una ladilla, era hoy o mañana, pero tenía que ponerlo preso… no
sabes los estragos que ha hecho desde que llegó. Amenazó a los pescadores para
que no le vendieran pescado a ciertas personas, entre ellos a María, ha
amenazado a los indios para que le vendieran todo el maíz, y en las noches ha
estado contrabandeando ron con barcos ingleses en la bahía de Gaira y Taganga.
Estoy hasta la coronilla con ese tío, que ha llegado y ha armado todo un
desorden en la ciudad. Por eso te digo, abre bien los ojos, y si lo puedes
mantener encerrado en la cárcel por todo el tiempo que yo esté afuera, será lo
mejor.
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